Todo a Babor. Revista divulgativa de Historia Naval
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"Resurrección".

- Un relato de Pedro G. Somarriba.

Tras el desastre de la batalla del cabo de San Vicente en 1797, en el que la escuadra española fue batida por la británica, queda al mando de nuevo del Almirante Mazarredo, uno de los mejores hombres con que contaba la Armada española e injustamente tratado, mayormente por sus quejas sobre el deplorable estado de la misma y que le supuso años antes su destierro y destitución. Pero tras el descalabro del 14 de febrero de 1797 en el que fueron apresados 4 navíos y la flota obligada a permanecer bloqueada en Cádiz, se decidió por contar de nuevo con este bravo almirante para intentar organizarla. En agosto de 1797 se forma un grupo de estudio sobre las posibles soluciones al problema de la Real Armada. Este grupo lo forman, además del propio Mazarredo, varios capitanes de navío con bastantes años de experiencia y que darían su opinión basada en su mucha experiencia a bordo de todo tipo de barcos; también se cuenta con el Jefe de Escuadra Don José Espinosa de Santos, veterano de varias campañas, y de secretarios civiles de Hacienda.

Antes de nada se determina que las deliberaciones y conclusiones de esta investigación quedarán en riguroso secreto, pues es bien sabido que un informe sobre el estado de la Armada años atrás le costó el puesto al propio Mazarredo. Además el espionaje británico no debía saber que había disposición de arreglar la Armada y para ello era obligatorio ser discretos.

Las reuniones trataron sobre los problemas más acuciantes, el mal estado de los barcos, arsenales y demás instalaciones de la Armada, debido a la falta de presupuestos que hacían una odisea el mantenimiento de buques y edificios. La falta de pagas regulares a oficiales y marinos, y sobre todo, la falta de tripulaciones expertas que hacían de la leva un sistema obligatorio. Buscar los problemas fue algo sencillo puesto que lo veían todos los días. La búsqueda de soluciones era lo que requirió más tiempo.

Todos estaban de acuerdo en que la Armada debía cambiar sustancialmente, pero ¿cómo?.

Una solución llegó del capitán de navío don Santiago Gómez de Villega, que con más de 20 años en el mar conocía de sobra las carencias. Estas venían sobre todo de la falta de hombres entrenados y voluntarios o provenientes, al menos, del entorno marino. La gente de leva era muy difícil sacarlas algo provechoso, y el entrenamiento con ellos era poco menos que inservible, debido a la falta de espíritu y desgana crónica. Don Santiago propuso un experimento.

Si se lograba reunir un grupo numeroso de marineros, soldados y oficiales preparados y con experiencia, se les daría lo necesario para tripular un navío de línea de 74 cañones de forma profesional y de acuerdo a lo que de ellos se esperaría en unos hombres de la Real Armada.

Como con sólo espíritu no bastaría se les dotaría de un equipamiento moderno y con prontitud. Artillería nueva y con los adelantos que ya se vieron en San Vicente por parte de los británicos. Comida en perfecto estado y en cantidades respetables. Pagas al día y aumentadas más una bonificación por capturas y daños al enemigo. Entrenamiento intensivo con munición real y la oficialidad sería, a su vez, adiestrada en el combate “imaginativo”, huyendo del clásico, en el que no se hallaba ventaja alguna. Todo esto bastaría para demostrar al Rey, y sobre todo a Godoy, de la necesidad de una flota más reducida, pero más adiestrada y moderna, ya que el navío por fuerza debía triunfar o al menos tener destacadas actuaciones.

Los militares, encabezados por Mazarredo, se contagiaron de las esperanzadoras palabras del capitán de navío y elogiaron el plan. Pero al realizar un bosquejo de presupuesto de armado y mejoras de un navío de 74 cañones totalmente pertrechado, con las pagas para cerca de los 650 mejores hombres de la Armada, que durante al menos un año debían entrenarse a fondo y no estarían en servicio mientras tanto, la compra de artillería moderna al extranjero y los sobornos pertinentes a los fabricantes ingleses para que dejasen traer estos cañones se disparaba demasiado como para ya no sólo mantenerlo en secreto, sino ya para una Hacienda en ruinas. Ante la insistencia de Mazarredo y el entusiasmo creado, los secretarios de Hacienda sólo pudieron ofrecer una suma que no llegaba ni a un tercio de lo necesitado.

En vista de que un navío sería muy costoso se optó por armar una fragata. Aunque el proyecto había menguado sobremanera, todavía se podía llevar a cabo algo grande, ya que las fragatas, aun siendo menores, podían hacer grandes cosas que no serían ignoradas por las altas instancias gubernamentales.

Así que se hizo un segundo borrador, esta vez sustituyendo el 74 cañones por una modesta fragata de 36 cañones, que al final se quedó en una de 34 tras el nuevo ajuste del secretario de Hacienda que siempre veía el presupuesto demasiado elevado.

La necesidad de hombres debido al cambio de embarcación por lo tanto se redujo. Así que para completar la dotación de casi 300 hombres se hizo una selección entre los hombres de la Armada que ya estaban en servicio. Estos no dudaron en apuntarse ante las expectativas de cobrar puntualmente y mejor y, sobre todo, poder navegar en un barco de guerra perfectamente tripulado. La marinería y la guarnición de soldados del batallón de infantería de marina se cubrieron rápidamente y la oficialidad fue escogida por el Jefe de Escuadra don José Espinosa de entre los jóvenes más prometedores y veteranos más expertos. Todos fueron “recluidos” en las cercanías de Castellón, cerca de un pueblo llamado El Grao y que reunía los requisitos de discreción que se buscaba.

Mientras en Cartagena se preparaba la fragata definitiva en El Grao se dispusieron para el entrenamiento de los hombres varias viejas fragatas con un paso en el desguace, parecidas a la que iban a utilizar y embarcaciones menores como las utilizadas por el corso, para la práctica del abordaje. Mientras se esperaba la llegada de la nueva artillería, los artilleros realizaban prácticas con los cañones habituales de 18 libras, disparando sin cesar al blancos móviles y fijos. Los infantes y granaderos de marina se ejercitaban a su vez en tiro de fusil y sable y los gavieros y juaneteros navegaban en grupos en distintos pequeñas embarcaciones, ensayando junto con los oficiales viradas y formaciones tácticas.

La artillería fue encargada de contrabando por medio de algunos intermediarios muy costosos a fundiciones británicas como Carron, en Escocia, que suministró 30 cañones largos de 18 libras con llave de chispa, mucho más modernos que sus homólogos españoles y más rápidos en disparar que estos. También 4 cañones largos de 12 libras para el alcázar y castillo. Se adquirieron 4 carronadas de 32 libras para montar en el castillo de proa y alcázar, aun a pesar de los negativos comentarios de varios especialistas de la Armada que no gustaban de estas piezas y que eran partidarios de los cañones bomberos. Para contentarlos se encargaron 4 obuses de 24 libras que serían montados en la toldilla. La artillería en cuestión llegó a España a finales de año, en varios mercantes irlandeses para no levantar sospechas.

A mediados de abril de 1798 salió rumbo a Castellón la fragata Resurrección. Una espléndida fragata de 34 cañones y tres años, que había sido forrada de nuevo de cobre en Cartagena y cambiado toda la arboladura y demás maderas necesitadas de sustitución. La Resurrección fue llamada así como queriendo representar que era el futuro de la Armada, ya que esta fragata representaba todas las esperanzas de una época que se presentaba muy negra para el país. La fragata había sido anteriormente llamada Santa Clara y no había tenido oportunidad de enfrentarse al enemigo y permanecía en reserva porque no había fondos para su armado, por lo que se estaba casi pudriendo en el arsenal de la Carraca en Cádiz, hasta que fue resucitada para este proyecto. La nueva artillería le fue montada siguiendo las directrices de varios bretones que habían trabajado en Carron y que se habían desplazado para enseñar a los artilleros a disparar adecuadamente los cañones con llave de chispa, inexistente hasta ese momento en la Armada, pero de uso reglamentario en la británica, y en la instalación de las carronadas, igualmente casi desconocidas.

Las primeras pruebas en el mar con tripulación y pertrechos se llevó a cabo medio año después, con una agradable sensación de que la fragata respondía perfectamente, al igual que la adiestrada tripulación. Al mando de la fragata se hallaba nuestro capitán de navío Don Santiago, que veía así recompensada su labor de asesor.

Don Santiago pudo comprobar ya no sólo las buenas condiciones marineras de la recién remodelada fragata, sino la perfecta conducta de su tripulación, que atendían prontamente y bien a sus órdenes. Por fin, después de años de postración un barco de la Armada era digo de ella.

Pero la verdadera prueba tenía que venir de su bautismo de fuego. Ahí se comprobaría si había merecido la pena tan hercúleo esfuerzo. Todo se lo jugaban, por tanto a una carta, ya que si no tenían éxito el proyecto caería en desgracia y sus responsables con el, y también el futuro de la Armada. Y si les acompañaba el éxito la Armada recuperaría el puesto que había ocupado siempre en la Historia.

Pero ese bautismo no tardaría en llegar, para alegría del capitán, que casi no podía aguantar la ansiedad. Para probar la navegación y aguante se decidió trasladar la fragata a La Habana, partiendo desde Cartagena, un viaje largo y que, sin duda, probaría su valía en todos los aspectos. Así el 4 de junio de 1798 la Resurrección se encontró con una pequeña fragata británica de 30 cañones a la altura de Málaga, la Caroline, esta era una embarcación de aviso y correo que, de manera insolente, se avino a cazar a la fragata española nada más divisarla, envalentonados por su superioridad técnica y humana desde hacía años. Pero La Resurrección no huyó, ni se dispuso a combatir como pudiera. Sino que mantuvo fijo el rumbo en dirección a los británicos.

El combate fue corto. Rápida virada de la fragata española a babor presentando la banda de estribor y enfilada por la proa al antagonista. Intentando reponerse del primer golpe estos viraron a su vez a babor, pero con el aparejo muy dañado no lograron hacerlo con suficiente rapidez con lo que los españoles viraron de nuevo a babor y enfilada mortal por la popa de los británicos, que sólo pudieron descargar una vez sus cañones antes de perder el palo mayor. El abordaje se realizó a continuación, tras la barrida de la cubierta con obuses y carronadas, pero los británicos crearon aquí la mayor parte de las bajas hispanas, ya que presentaron más resistencia de la que se esperaba de un barco maltrecho, pero los infantes de marina los redujeron con presteza y decisión.

Seis muertos y diecisiete heridos por parte española y veintitrés muertos y cuarenta y dos heridos por la británica. A media tarde la bandera española ondeaba alegremente sobre la “Union Jack” en la fragata británica.
El 8 de junio, pasando a la altura de Gibraltar, se demostró la gran velocidad y maniobrabilidad de la fragata, al ser perseguida por tres británicas que salieron del Peñón a su encuentro. La Artemisa, de 34 cañones, fue la única que logró ponerse a la par de la española, siendo rechazada con la pérdida del trinquete y varias piezas de la batería de babor, con escaso daño en la embarcación española. Las otras dos fragatas, ambas de 40 cañones, desistieron de la persecución ya que eran más pesadas y los cañones guardatimones de la Resurrección acertaban demasiadas veces.

Aprovechando la oscuridad logra burlar el bloqueo británico en Cádiz, donde realiza una escala para aprovisionarse y dejar a los heridos más graves prosiguiendo a los pocos días su derrota atlántica.

El 22 de junio captura y quema el corsario inglés Dover que transportaba los frutos de su campaña . Los 34 tripulantes del corsario son transbordados una semana después al navío San Leandro de 64 cañones que tenía como destino el Ferrol.

El 2 de julio un bergantín norteamericano informa de la cercanía de una escuadra británica, que andaba a la caza de corsarios franceses y españoles.

El 4 de julio se divisa a cinco millas cuatro velas enemigas. Un navío de 50 cañones y dos fragatas de 40 cañones y una ligera de 28. Ordenado la caza general la escuadra se divide en dos grupos muy separados entre sí, el navío y la fragata ligera por un lado y las dos fragatas de 40 por el otro. La Resurrección con el barlovento a su favor opta por una acción arriesgada; pasar entre medias de los dos grupos, acercándose a uno de ellos e intentar desarbolar a las fragatas para entorpecer su posible persecución, ya que estas representaban más peligro que el navío, que no podría seguirlos, y la fragata ligera, que no sería rival.

Con los cañones de mira la Resurrección logra hacer daño a una de las fragatas pesadas. El navío se contenta con disparar, sin mucho acierto, sus baterías al paso de la fragata, mientras que la fragata de 28 cañones vira en redondo, presta a la persecución.

La Resurrección abre fuego sobre la arboladura de las dos fragatas de 40 cañones, derribando el palo de mesana de una de ellas y roturas en las vergas superiores de la otra. La principal misión se cumple, pero con bastantes daños en el casco del buque español, que tiene en ese momento 16 bajas y dos cañones desmontados. Pero los palos aguantan. Sólo la pequeña fragata de 28 cañones parece dispuesta a la persecución.

Se instalan los dos cañones guardatimones para detener el veloz avance de los británicos, que utilizando sus cañones de caza empezaron a crear problemas, sobre todo cuando, debido a los disparos a las velas, se empezó a perder velocidad. El resto de la escuadra británica viraba en ese momento, para dar apoyo a la embarcación destacada.

Tras varias horas de intercambio de disparos, y aprovechando la creciente oscuridad nocturna, se decide intentar despistar a los perseguidores cambiando de rumbo. Se apagan todas las luces y se deja de disparar los guardatimones. Pero a la mañana siguiente, y para sorpresa de todos, la pequeña fragata sigue a popa de los españoles, que sigue ganando distancia. El resto de la escuadra está ya demasiado lejos y opta por entablar combate, aun a sabiendas de perder algún palo y ser entonces alcanzados por los británicos.

Tras una espectacular virada que sorprende a la pequeña fragata, la Resurrección descarga sus cañones en la acostumbrada enfilada por la proa, que sin embargo logra enfilar a su vez a los españoles y los barre la popa, que queda literalmente machacada. Pero la Resurrección no cede y vuelve a buscar la perpendicular, esta vez por la popa y de manera salvaje le devuelve el saludo, en consecuencia el timón sufre graves averías y el manejo del barco se hace muy difícil, quedando a merced de los españoles que tras otra andanada logran la rendición de los británicos. Pero al igual que pasó con la Caroline tienen que dejarla atrás, ya que la escuadra británica se acercaba peligrosamente.

Los días posteriores se improvisa un palo de mesana y se continúa con la travesía.

El 15 de julio llega a La Habana sin más contratiempos, pero antes de poder dar cuenta de la gran travesía realizada, la tripulación de la Resurrección es repartida a la fuerza entre la escuadra española que estaba fondeada en el apostadero. De nada sirven los documentos entregados por Don Santiago y sus ruegos ante los mandos de la flota, que, de golpe, acaban con las esperanzas y el proyecto, haciendo que la experimentada y entrenada tripulación se diluya entre la leva y la desidia que poblaban los navíos. Un sueño hecho añicos por gobernantes y militares incapaces y de cortas miras.

Mazarredo no pudo hacer nada contra este gran desagravio porque al año siguiente fue de nuevo destituido y el gran don Santiago cayó en desgracia debido a su molesta presencia en Madrid, intentando levantar de nuevo su proyecto, y fue destinado a un cascarón de mala muerte en la costa filipina, donde moriría de fiebres dos años después.

La Resurrección permaneció en La Habana cinco largos años, hasta que por falta de mantenimiento y abandono se fue a pique por falta de carena, como tantos otros barcos españoles que acabaron sus días de este modo, sumergiendo el final de un proyecto que podía haber cambiado la historia de España.

Combate entre fragatas de Carlos Parrilla
Pintura de Carlos Parrilla Penagos titulada "Duelo de fragatas" e inspirada en este relato.

 

 

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