Todo a Babor. Revista divulgativa de Historia Naval
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Relatos de la recreación del bicentenario de Trafalgar.

- Un relato de elaboración propia.
Navío Príncipe de Asturias.
  • Nota: Los nombres y graduaciones de las personas que aparecen narrando en todas estas intervenciones del “Príncipe de Asturias” son de gente que realmente estuvo en la batalla, aunque sus acciones durante el combate son, en su mayoría, inventadas y novelizadas. Las acciones del propio navío en la batalla  también son las auténticas que se dieron, según el parte de la Mayoría General de D. Antonio de Escaño.

Día 19 de octubre de 1805 - Armamento

El Estado de fuerza del navío, firmado por el Capitán de bandera del mismo, Brigadier d. Rafael de Hore, a la salida de Cádiz el día 19 de octubre, arrojaba entre otras cifras estas que detallamos de forma resumida:

- 30 cañones de a 36 libras.
- 32 cañones de a 24 libras.
- 30 cañones de a 12 libras.
- 6 cañones de a 8 libras.
- 14 obúses de a 48 libras.
- 6 obúses de a 24 libras.

Total: 118 piezas de artillería.

Además portaba 4 obúses de a 4 libras que eran sólo utilizados para su servicio en la lancha y los botes.

Tenía un total de hombres embarcados de 1.113 hombres, incluidos los oficiales de guerra, mayores y  dotación.

Día 18 de octubre de 1805 - 18:00

[Por el Alférez de Voluntarios de la Corona D. Luis del Corral]

La llegada a bordo de nuestro navío, a las cuatro y media de la tarde, del Vicealmirante Villeneuve, y otros generales de la escuadra, fue recibida con bastante preocupación por todos los que allí nos encontrábamos. Desde hace días esperamos la inminente orden de partida de la combinada, pese a que nuestro General, don Federico Gravina, es reacio a la misma. Pero tras conversar con el General francés nos dimos cuenta que no había vuelta atrás. Íbamos a salir en cualquier momento.

Tras pasar revista a la guardia de la guarnición de batallones, y despedirse cordialmente de nuestros generales, el señor Villeneuve transbordó a su bote y regresó al “Bucentaure” con bastante prisa. Posteriormente el Vicealmirante francés mandó izar la señal de suspender un ancla y meter dentro las embarcaciones menores. Desde el “Príncipe” se han repetido las señales, y se ha ordenado embarcar las lanchas que estaban destinadas a la defensa del puerto, previamente desmontando los cañones a las mismas.

Día 18 de octubre de 1805 - 19:00

[Por el Alférez de Voluntarios de la Corona D. Luis del Corral]

Mientras anochece hemos  quedado al ancla, preparados para partir en cualquier momento. Decididamente mañana saldremos al encuentro de la flota británica.

Mis hombres no han dicho nada durante el rancho, pero intuyo que están muy preocupados por la función que nos aguarda. No sé como esperan que combatan unos hombres que no han navegado en su vida y que disparen unas armas tan imprecisas, con el mareo que vamos a tener. Es en este momento, en el que el buque fondeado se balancea suavemente, y ya hay alguno que ha echado el bizcocho por la borda.

El navío parece encontrarse en buen estado y todo perfectamente ordenado. Veo a muchos marineros que saben lo que hay que hacer, y eso me da algo de tranquilidad. Aunque también veo grumetes recién enrolados que se afanan en aprender  lo básico de las labores marineras a marchas forzadas. Que este navío sea el  buque insignia de la escuadra española hace que a bordo esté la plana mayor de la misma, por lo que hay muchos más oficiales de lo normal, y eso hace que haya mucha disciplina entre los hombres y pocos son los que se desentienden de sus labores.

He visto al General Escaño, que es el Mayor General de la escuadra y tercero en el mando de la misma, bajar a las baterías y hablar amigablemente con algunos hombres de mar, conocidos desde hace tiempo por él. Me ha sorprendido gratamente su cordialidad y cercanía con esta gente. Me ha gustado el detalle que tuvo con unos artilleros que habían estado con él en el combate de  Finisterre a bordo del “Argonauta”, a los que ha regalado una botella de vino de su propiedad. Al parecer el señor Escaño prometió en aquel combate una botella de vino a los artilleros del primer cañón que rindiese alguna verga enemiga. No hay duda que ha aprovechado este momento para cumplir su palabra, intentando con ello levantar el ánimo de los hombres.

Día 19 de octubre de 1805 - 06:30

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza]

Ser el encargado de las señales en un navío insignia como el  “Príncipe” es lo máximo que puede aspirar un Guardamarina en combate. Es un honor que lleva consigo mucha responsabilidad. No en vano es el segundo buque más importante de la escuadra combinada, detrás del “Bucentaure” del Almirante Villeneuve. Sinceramente creo que lo haré bien. Estoy  preparado y conozco todas las banderas y órdenes más comunes al detalle. No debería por tanto  tener ningún problema, pero por si acaso tengo a mano el libro de señales. En mi cinturón cuelga mi espada reglamentaria, y soy consciente que es muy posible que tenga que utilizarla  por primera vez para salvaguardar la bandera como sea. Espero dar la talla ante todos mis superiores. Aquí estoy, en un rincón de la toldilla, al lado del cajón de las banderas, de pie y muy incómodo ante tantos importantes mandos. Así tengo que estar lo que dure el combate. Sé que va a caernos de todo, pero espero que el Señor sepa guardarme de todo daño, y sino es así espero morir dignamente.

Hay un viento del NE muy calmoso. Si no sopla algo más que esta brisa va a ser difícil salir.

- Mendoza, ice la señal de dar a la vela - Me ha ordenado el Brigadier D. Rafael Hore. Es el  Comandante del buque, que repite la orden dada por Gravina, obedeciendo a su vez a Villeneuve, quien desde el “Bucentaure” ha izado esta señal. La toldilla está repleta de oficiales. Además del Brigadier está, por supuesto, el General Gravina y el General Escaño. Los dos están muy relajados y aparentemente parece que en vez de ir a una batalla van de viaje de recreo. Hablan entre ellos con voz calmada. Si ellos supiesen lo nervioso que estoy ante mi primer combate... Me queda mucho para tener el temple de los dos Generales. Mucha mar y pólvora.

También veo al Ayudante del General D. Tomás Ayalde, hombre muy tosco en maneras, pero buen conocedor de las cosas del mar. Se encuentra hablando con el Primer Ayudante de la Mayoría, el Capitán de Fragata D. Rosendo Porlier y con el Primer Contramaestre de la Escuadra, el  Alférez de Fragata graduado D. Miguel García. Este último es un curtido hombre de mar, experto en su labor y con una experiencia tal que le ha hecho ser merecedor de la confianza de todos los Oficiales. Oyéndole hablar se da  uno cuenta de lo valioso que es y de lo dispuesto que está para todo. Con oficiales así nuestro buque está en las mejores manos. Sólo espero que la tripulación se encuentre a la altura.

Día 19 de octubre de 1805 - 08:30

[Por el Sargento 2º de fusileros de Batallones de Infantería de Marina Juan Díez]

Madre de Dios, lo que tardan los buques en salir. Tenemos poco viento hoy, me temo. Me ha dado tiempo a limpiar el fusil y mandar a mi pelotón hacer lo mismo. Hay que tenerlos ocupados para que se olviden de sus cosas. A falta de vino bienvenido es el trabajo. En el castillo de proa hay pocas cosas que hacer si no eres marinero, así que hay que vigilar que los fusileros no estorben la maniobra de los gavieros y juaneteros. Ya he tenido que dar un par de gritos a varios soldados, jóvenes inexpertos que se creen que vamos a una fiesta. A la cofa de trinquete les he mandado, a ver si con el mareo se les pasa las ganas de broma. Aunque deberíamos llevar el uniforme de faena reglamentario, el de color marrón, hemos sido autorizados los de batallones a llevar el uniforme bonito, el de la casaca azul y sombrero. Dicen los oficiales que es para inspirar respeto y hacer parecer más militar a la guarnición, pero todo el mundo sabe que es porque hay tantos soldados que no han recibido el uniforme de faena que antes de que vayamos cada uno con un uniforme distinto, vamos a ir  todos con el mismo. Mejor, si hay que morir prefiero hacerlo vestido como un verdadero soldado.

Allí veo en la toldilla a un  joven Guardamarina izando la señal de dar a la vela a varios navíos nuestros.  Creo que son al “Montañés”, “Asís” y “Neptuno”, porque al momento han verificado la orden. Como llevamos las señales francesas, porque el Almirante en jefe es francés, me pierdo con su significado, y hasta que no veo el efecto que hacen en otros buques no me doy cuenta de lo que quieren decir. Pero me resulta muy interesante la forma en que una escuadra tan grande puede comunicarse de punta a punta, gracias a las fragatas repetidoras, llevando las órdenes como si a la voz fueran.

Poco a poco vamos saliendo, excepto seis navíos y una fragata, que han tenido que fondear ante tan poco viento. El primero ha sido el “Achilles” francés, que es de los más veleros de la escuadra junto al “San Juan”. El “Príncipe”, pese a ser un navío de tres puentes, no se mueve mal y no ha costado mucho ponernos en posición y fondear a la espera del resto de la escuadra. Si todos los barcos navegasen como el nuestro no tendríamos muchos problemas, pero a la vista del “Asís” y  sobre todo del “Rayo” creo que esto  no va a ser posible. Este último buque es tan viejo que un compañero de guarnición en él me ha asegurado que la verdadera batalla del “Rayo” va a ser no hundirse  durante  la travesía.

Día 20 de octubre de 1805 – 12:30

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza]

Ha sido una mañana muy ajetreada. Los marineros han tenido que esforzarse al máximo para sacar el buque. El escaso viento con el que hemos amanecido ha tenido buena culpa. Claro por el E. y cargado por el tercero y cuarto cuadrante, viento SSE.  Calmoso. A las seis y media de la mañana me mandaron izar la señal de vela a toda la escuadra, siguiendo la orden del Almirante francés. Tras observar una fragata francesa a nuestra proa cubierta de humo, sin saber el porqué de este suceso, nos pusimos en facha para meter los botes dentro. En un principio tomamos un rizo a las gavias, pero hemos tenido que tomar todos los rizos por estar refrescando el viento con mal cariz. Es apasionante seguir las evoluciones de esta gigantesca escuadra.

Día 20 de octubre de 1805 – 13:00

[Por el Sargento 2º de fusileros de Batallones de Infantería de Marina Juan Díez]

Al pertenecer y mandar  la escuadra de observación nuestro navío marcha algo más destacado, junto a los otros que le corresponden a la división. Vemos al “San Juan” navegar  ligero. Buen velero es el “San Juan”. Cómo ciñe, y allí va algo más adelantado de lo que sería conveniente. Menos mal que Churruca es un navegante como no hay igual y está recogiendo rizos antes que nadie le diga nada, para no separarse. Pero al que le gusta navegar, y si el navío se deja,  es difícil dejarle atado a una escuadra.  Hace un par de meses, cuando la escuadra llegaba a Cádiz desde el Ferrol, el “San Juan” estaba destacado como cazador, y lo hizo tan bien que casi apresó a dos fragatas de guerra  inglesas, sino fuera porque el almirante francés es un incompetente y no supo aprovechar nuestra superioridad frente a la menguada escuadra de bloqueo inglesa. Ahí perdimos la oportunidad de haberle apresado a los “casacones” varios navíos y fragatas. Eso hubiera dado mucha alegría a todo el mundo. Que falta nos hace.

Las demás divisiones van sin orden aparente, pero cada buque no se separa de su insignia, por si hay que formar línea prontamente.

Yo, que me he visto en muchos viajes me produce una satisfacción sin igual encontrarme a bordo, y más en el insignia español. Disfruto cada minuto que pasa de esta relativa calma, el viento, la espuma.... pero me doy cuenta que salvo unos cuantos marineros veteranos y yo, no hay muchos más que compartan estos sentimientos. También es difícil cuando llevamos más de seis meses sin cobrar nada.  Mi propio pelotón está intranquilo y  he de reconocer que incluso varios soldados de marina se encuentran tan amarillos por el mareo como los compañeros  del Ejército de los Voluntarios de la Corona, que se hayan embarcados como complemento a la guarnición. Como se nota la falta de navegación de mis muchachos. Los oficiales se empeñan en que haga de ellos buenos infantes, pero anclados en Cádiz es difícil aprender lo que hay que vivir con los años y las travesías. En el alcázar y castillo, aunque estés echando el hígado por la borda, no se puede sentar nadie, aunque veas a un pobre recluta de 18 años suplicándome, con lágrimas en los ojos, que le deje. Le recomendé que se apoyara en las batayolas del castillo pero sin agacharse,  ya que si le veía algún oficial le caería una buena, y a mí otra por consentirlo. No sé como estarán en las baterías, pero desde luego en el castillo hay demasiados reclutas y grumetes que están en su primera salida y se les ve muy flojos subiendo a los palos.  Esta es la  verdadera ventaja de los ingleses sobre nosotros y los “gabachos”,  que  ellos llevan años navegando constantemente contra viento y marea, y pueden colocarnos sus navíos donde quieran. He visto a nuestros artilleros en la de Finisterre, y puedo asegurar que disparan  bien y ordenadamente, pero si nos atacan de enfilada, o por las aletas o amuras, poco vamos a poder hacer.

Día 20 de octubre de 1805 – 13:30

[Por el  Primer Contramaestre Benito Frastoy]

Parece que vamos a empezar ya con la función. Acabo de ver como el Brigadier Hore hablaba con el General Gravina y poco después se ha izado la señal de unión. Un instante después, desde uno de los cañones de a 8 del alcázar, han disparado un cañonazo, para llamar la atención de todos los buques.

Llevo toda la mañana de un lado a otro. Aunque hay muchos marineros muy verdes, menos mal que tenemos unos cuantos gavieros y juaneteros de los que ya no quedan, y las maniobras van saliendo mejor de lo que esperábamos. Mirando de vez en cuando a la toldilla me doy cuenta que los oficiales parecen están satisfechos con la marcha del buque. Esperemos que en el combate la gente responda igual.

Navegamos en tres columnas hasta que seguidamente se hizo la señal de que la Escuadra de observación se colocase a babor del Cuerpo fuerte, formando entonces  dos líneas paralelas, la primera división a la derecha y la segunda a la izquierda.

Aunque el “Príncipe” se comporta como el buen buque que se espera de él, no se puede decir lo mismo de otros a la vista. Por eso dudo que cuando haya que formar  la línea seamos capaces de hacerlo en el mejor orden.

Día 20 de octubre de 1805 – 18:30

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza]

Hace un par de horas casi cometí un fallo garrafal en la elección de dos banderas de señales, que tenían que corresponder  a  la señal de formar la línea con los buques de sotavento, y así quedando nuestra división en cabeza, y que debido a  los nervios y las prisas me disponía a izar otras muy distintas. Menos mal que  el primer ayudante de la mayoría, el señor Porlier, que estaba atento a todo, puso su mano  levemente en mi casaca  y  dijo: “Mendoza, si pone usted esa señal va a mandar la vanguardia virar en redondo, y no quiero decirle el desbarajuste que supondría eso, ¿verdad?”. Me lo dijo de manera serena y amable, como un profesor a un alumno. Avergonzado pedí disculpas y elegí las banderas correctas. “No se disculpe Mendoza, seguramente este sea el menor de los errores que tengamos a lo largo del día”.

Es que eran muchas señales en poco tiempo, como pude comprobar más tarde. Como virar por redondo a un tiempo toda la escuadra. Arribar toda la Escuadra de observación sobre el Cuerpo fuerte, con el fin de estrechar la distancia de columnas. Señal de retirarse antes de la noche a los navíos destacados como cazadores, los “Algeciras”, “San Juan” y “Achilles”,  y seguidamente repetimos la de zafarrancho, prepararse a combate.

Día 20 de octubre de 1805 – 23:30

[Por el  Primer Contramaestre Benito Frastoy]

A las siete y media se nos ha puesto a la voz un navío francés diciendo que el “Achilles” había señalado 18 navíos enemigos en línea de batalla. Por lo tanto se tocó generala y todo el mundo preparado de nuevo. Para indicar que éramos la cabeza de la línea de combate me han ordenado que ponga un farol al tope de mesana, para que se distinguiera bien en la oscuridad. Lo cual  ha verificado prontamente un buen marinero.

A lo lejos, desde el SO hasta el OSO se divisan las luces del enemigo. Sin duda mañana será el gran día. Rezaremos por lo que pueda pasar. La gente está más tranquila de lo que cabría esperar. Creo que aún no se han dado cuenta de lo cerca que se está de empezar una batalla. Aun así hoy no va a dormir nadie.

Día 21 de octubre de 1805 – 05:00

[Por el Artillero de Mar Rafael Heras. (Matricula de Santander)].

El silencio en la primera batería sólo es  roto por las toses de algunos marineros y el murmullo de algunos charlatanes. Tampoco es que haya mucha gente durmiendo. Estamos en zafarrancho de combate  y las hamacas están en las batayolas. Pero estamos sentados alrededor de nuestro “mordedor”, que es  como  apodamos al cañón de a 36 libras que tenemos asignado. Su cañón “espejo”, que también tenemos que manejar si combatimos a dos bandas, correspondiente a la banda de estribor no tiene apodo, simplemente le llamamos “número 8”. La falta de familiaridad con este cañón es debida a que el rancho lo montamos con mesas en el “mordedor”. Al otro sólo nos acercamos para prepararlo para el disparo o para su mantenimiento. A la exigua luz de los faroles de combate algunos hombres de mi pieza duermen un sueño ligero e incómodo, apoyados en la cureña. Intentando tranquilizarse. Otros hubieran preferido beber una ración más de vino, pero nos la han prohibido. Cena fría y un cuartillo de vino al anochecer, y nada más. No hemos podido ni siquiera dejar montadas las mesas, así que el suelo es lo más cómodo que se puede encontrar.

Soy el cabo de cañón del “mordedor” porque faltan artilleros de marina  y como me encontré en la función de Finisterre del 22 de julio me han puesto aquí. Por lo menos me libro de mover este hierro. Pero no se que puntería podré tener, o si voy a tirar todas las balas al agua. El Teniente de Fragata D. Carlos Manduit, que manda la primera batería, me ha dado ánimos en la misión. Me ha dicho que no me preocupe demasiado de la puntería, ya que se espera que los “casacones” se acerquen tanto que los vamos a ver bien. Pero ha insistido mucho en  que esté al tanto de sus órdenes. “Cuando empiece el baile”, nos dijo a todos los de su batería, “no quiero que nadie vaya a lo suyo, en esta primera andanada todos a mi señal y a mis órdenes al punto. Los ingleses tienen que saber con quien están tratando, y el mejor método para ello es lanzarles hierro a granel”. Según él, y no sin razón, hacen más daño los 15 cañones de una batería disparados al mismo tiempo, que sólo en intervalos de varias piezas. Alguna bala debe llegar entre todas las que se lancen en cada andanada. Seríamos los primeros en disparar y, cuando esto sucediese, al momento, que no a la vez, lo harían los de la segunda batería y después les tocaría el turno a los de la tercera. Así no correríamos riesgo de cargarnos las cuadernas. Que quince cañones al tiempo se aguantan, pero los casi 60 de una sola banda disparados al mismo tiempo nos haría más daño a nosotros que a ellos.

De todas maneras tengo suerte, porque nosotros al menos hemos podido ensayar con los cañones en Cádiz con frecuencia. Y buena “culpa” de ello la tiene la presencia a bordo del General Escaño, quien según tengo entendido, es un marino muy preocupado en estas cosas, ya no sólo porque es el Mayor General de la escuadra, y tiene que cuidarse de que los comandantes de los buques cumplan las Ordenanzas, de las que él fue uno de los autores, sino porque sabe, y sabemos muchos, que es la única manera de hacer algo frente a los “casacones”.  Claro, en el navío donde está el sumo cumplidor de las Ordenanzas no podía quedar nada  dejado al azar o a la desidia, que hay que dar ejemplo a los demás. Es por ello que nos dieron mucho la “tabarra” con este tema de entrenar, aunque  he visto que no en todas partes pasa lo mismo. Otros compañeros, enrolados en otros navíos de la escuadra, me comentaban que ellos hacían lo indispensable y poco más, y que lo iban a tener crudo llegado el momento, porque no dejaban de llegar novatos hasta el último día y esos si que no servían de mucho más que de “burros de carga”. Todavía me acuerdo de Manduit, constantemente haciendo que disparásemos con los cañones en la bahía cuando nos veía ociosos o demasiado inquietos. A veces disparábamos sin cartucho, ensayando sólo los movimientos,  y otras con los “pedos de abuela”, como llamábamos a los cartuchos para entrenar, con escasa pólvora y mucho ruido. En aquellos momentos maldecíamos de tener un oficial tan celoso de su trabajo, pero dentro de poco tiempo vamos a dar gracias de saber más o menos lo que vamos a hacer.

En mi pieza tengo dos artilleros que también se vieron en la del 22. Saben disparar, y lo mejor de todo es que saben lo que nos espera. Otro es un infante de marina, que le ha tocado hacer de artillero, aunque a él lo que le gustaría es estar con su mosquete en una cofa, y que no para de decir que no se alistó para estar deslomándose con un cañón que pesa como mil demonios. Luego hay cuatro marineros, de matrícula, que no han disparado en su vida, pero han navegado en pequeños barcos de pesca, y al menos no se marean y saben lo que es estribor y babor. Pero los otros seis son gente de leva. Enrolados a la fuerza en Ferrol y Cádiz. Saben los pasos a seguir en la carga y manejo del cañón, por el adiestramiento a marchas forzadas que hicimos durante los dos meses que permanecimos en la bahía. Pero una cosa es practicar en aguas tranquilas y otra en movimiento con fuego real, humo, gritos, astillas y sangre. Me he ahorrado contarles lo que es una batalla naval. Les hago un favor.

De momento me entretengo limpiando la llave de artillería que me han asignado. Debo cuidarla como si fuera mi vida, porque no hay más, y tirar con mecha es un engorro y un peligro con toda la pólvora alrededor. De todas maneras tengo suerte, porque esta llave es de las buenas. Estar en el navío del General Gravina tiene sus ventajas, y las pocas llaves que ha dado tiempo a fabricar en la Carraca han ido a parar a este barco y a otro más, el resto de los navíos llevan  llaves de fusil montadas en tacos de madera. Aunque algo es algo. Las llaves de fusil son menos fiables y normalmente no aguantan un combate, pero son preferibles al botafuego. Pero el verdadero problema va a ser mover al “mordedor”. En la bahía  de Cádiz ya les costaba a los hombres, y no había movimiento apreciable del navío. En alta mar va a ser algo serio. He colocado a los dos artilleros veteranos uno a cada lado del cañón. El resto a ayudarlos en todo. Espero que no mueran a las primeras de cambio o no hay mucho que hacer.

Han picado la campana, falta poco para que amanezca. Me voy deprisa al beque de proa a desahogar el vientre, que no quiero dar un espectáculo si una bala inglesa me destripa. Ante todo morir con dignidad.

21 de octubre de 1805 – 08:30

[Por el  Primer Contramaestre Benito Frastoy]

Demorándonos del O al NNO se encontraban con las muras a babor, a distancia de cuatro o cinco millas, los enemigos. Son menos que nosotros. Creo contar veintisiete velas, de ellos más de seis navíos de tres puentes, por lo menos, y con unas pocas fragatas y embarcaciones menores más. Desde luego no se les puede considerar en inferioridad aunque tengan menor número de navíos. A las siete han formado cinco columnas que arriban sobre nosotros, para cortarnos por el centro y retaguardia. No hay duda que nos van a cortar la línea. Y eso no es nada bueno.

Nosotros vamos formados en una mala línea de combate. Que digo mala, malísima. No debería llamarse ni siquiera línea. Yo la llamaría un “churro” de combate. Y todo porque se ha mandado hacer algo  que ha causado bastante malestar entre los oficiales, que ha sido la inoportuna orden de virar en redondo a un tiempo, arribando sucesivamente, quedando alineados en la mura de babor. Por tanto todo se ha vuelto del revés. La vanguardia es ahora retaguardia y viceversa. Lo peor de todo es que la ya mala línea que llevábamos ha quedado más maltrecha. Menudo favor le acabamos de hacer al “casacón”.  No me lo puedo creer. Lo mejor que tenía la escuadra combinada, la escuadra de observación de la que somos insignia, haciendo de retaguardia, de “salvaculos”, cuando teníamos que estar los primeros dándole estopa a los ingleses. Para eso estaba Gravina de los primeros. Para eso teníamos los buques con más andar y maniobra. La madre que lo....

21 de octubre de 1805 – 10:30

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza]

Hace quince minutos que tuvimos un percance con un navío francés. Mientras estábamos en facha, esperando que se alineasen algunos navíos, nuestro matalote de proa, el “Achilles”, viró por redondo y nos abordó por el costado de babor. Afortunadamente nos separamos sin daños de importancia, pero nos damos cuenta de lo precipitado de la maniobra ordenada por el Almirante francés y de lo que va a costar hacerla a tiempo antes de que nos corten.

El General Gravina, y sobre todo, el General Escaño no paran de hablar entre ellos. Y por el semblante que tienen no creo que sea de nada bueno. La maniobra no es acertada, pero esto jamás lo dirá ningún oficial en voz alta, a la vista y oído  de la dotación, aunque pude escuchar a Gravina decir “esto es el principio del fin”. Al preguntarle su opinión al  brigadier  Hore este ha comentado  que la maniobra ha sido mandada con muy poco margen de tiempo, y que seguramente cuando los ingleses nos corten, todavía habrá navíos nuestros que estarán maniobrando. Además, esta virada en redondo de toda la línea, colocará en una posición muy mala para recibir a los navíos británicos a los pocos buques que consigan mantener la formación, que con todas las velas desplegadas se acercan lentamente formando dos columnas, dispuestos a cortarnos por el centro.

Aunque no me encontré en la batalla del 22 de julio muchos hombres que sí estuvieron me han contado que nuestros generales son capaces de sacarnos de la que nos espera, más o menos bien. Aunque nos va a costar sangre ganar Cádiz siendo de los últimos de la línea.

Una fragata repetidora nos indica por señal que la línea se prolonga demasiado por el centro y retaguardia. No hace falta ser un avezado estratega para darse cuenta de la ventaja que encuentran los británicos en esto. Hay  unos cuantos navíos que están demasiado a sotavento y que no creo puedan disparar por estar muy alejados. Esto y  el distinto andar de los buques han hecho que se abran muchos claros en gran  parte de la línea, acabando definitivamente con la eficacia de la misma.

El propio General Escaño me ha ordenado preparar la señal de orzar a un tiempo, para nuestra división, que antes era de observación y ahora es la  retaguardia de la combinada. No lo puedo decir en voz alta, pero todo el mundo debe pensar como yo. El mejor General que tiene la escuadra, que es nuestro General Gravina, en vez de hallarse en vanguardia y conducir la batalla como sería menester de una escuadra de observación, y al igual que extraordinariamente hizo en la del 22, se encuentra con su división en los puestos de retaguardia, donde poco se puede hacer salvo esperar acontecimientos. Y más si cabe sin el permiso del Comandante en jefe para actuar libremente, ya que realizada la señal al insignia francés pidiendo permiso para salir de la línea, nos ha sido denegada tal petición. Todos los oficiales miran con los catalejos a la flota enemiga y, de reojo,  sobre todo al “Bucentaure”, esperando alguna señal que nos dé esperanzas de cambiar en algo lo que se nos viene encima. Pero sólo nos han indicado, por medio de la fragata repetidora, la señal de romper el fuego en el momento que el enemigo se encuentre a tiro.

21 de octubre de 1805 – 12:00

[Por el Sargento 2º de fusileros de Batallones de Infantería de Marina Juan Díez]

Menudo susto al abordarnos el francés “Achilles”. Lo veíamos acercarse lentamente por nuestro costado de babor. Que si pasa, que no, se decía en el castillo. Y pasó, pero de refilón, provocándonos algún que otro daño menor. Estaba tan cerca que hemos podido ver perfectamente la cara de susto de los “gabachos” y ellos la nuestra. Pero al menos no hemos sufrido mucho daño. Sólo hubiera faltado eso, después de la desastrosa maniobra de virar en redondo. Menudo General tiene mandado la combinada. Apuesto a que hasta nuestro guardamarina de señales lo hubiera hecho mejor.

Tengo a mis hombres apostados en las batayolas y algunos han subido a la cofa de trinquete como tiradores. La experiencia me hace estar bastante templado en esta situación, pero veo como muchos hombres, nerviosos ante el desconocimiento que se avecina, se hayan muy torpes y con la mirada fija. Asustados, pero sin desfallecer. No hay ninguna muestra de cobardía. Los oficiales nos han indicado a los sargentos de la tropa que vigilemos a los que se muestren flojos. Es malo para la moral de los demás, y que en cuanto veamos a alguno que muestra cobardía tenemos permiso para instarlos a comportarse o, en caso contrario, darles muerte en el acto para que no cunda el ejemplo en los demás. Espero no verme en esas, porque es algo que sentiría mucho hacer. No me gustaría  que en este día,  mi primer muerto fuera un chico asustado que no sabe lo que está pasando.

21 de octubre de 1805 – 12:05

[Por el  Primer Contramaestre Benito Frastoy]

A un tiempo se acaban de largar las banderas de combate y las insignias en todos nuestros buques. Espléndida vista con las banderas al viento. Nuestros matalotes son franceses, ya que vamos alternados los navíos de cada nación. El “Achilles” a nuestra proa, y el “Berwick” leyendo el nombre del "Príncipe" por la popa. Detrás de este cierra la línea el “San Juan” del valiente Churruca. Delante de nosotros una impresionante vista de la batalla que va a empezar.

Una de las columnas enemigas, la más cercana a nosotros, se encuentra muy cerca de la línea, y un gran tres puentes que la manda, con insignia de vicealmirante, está a punto de cortar por donde se encuentra el “Santa Ana”.

Los buques de aquella zona han empezado a disparar. Si hubiéramos formado una línea sólida como Dios manda, les hubiera costado llegar a cortarnos, pero no es así y se acercan  lentamente con todo el trapo desplegado. El insignia inglés que se acerca al “Santa Ana” está recibiendo buen fuego, sostenido. Y ya tiene varios impactos en el velamen, pero no le hacen desistir en su empeño.

Con el barlovento a su favor vemos que la segunda columna enemiga se empieza a “deshacer” y a arribar sobre toda la retaguardia. Dentro de poco los vamos a tener encima.

Llegó la hora de la verdad.

21 de octubre de 1805 – 12:10

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza].

Aquí vienen. Es sobrecogedor contemplar como las naves enemigas se acercan lentamente, pero inexorablemente, a cortar nuestra línea. Desde la toldilla del “Príncipe” puedo observar privilegiadamente las evoluciones de los navíos, y sobre todo, de nuestra gente en el Alcázar y Castillo. Están todos en sus puestos y pocos de ellos se mueven. El silencio es sepulcral, sólo roto por los propios  sonidos del buque.

Un navío inglés tiene intenciones claras de abrirse paso por la proa del “Achilles”,  a pesar del fuego del francés. Lamentablemente lo ha conseguido y ha pasado la línea tras soltarle una devastadora andanada en hilera a la proa de este. Viendo saltar astillas y maderas por todas partes me doy cuenta de lo terrible que va a ser esto.

Nuestro comandante, el señor Hore, ha ordenado forzar la vela para pegarnos al “Achilles” y tapar el hueco, ya que otro navío inglés quiere hacernos lo mismo, intentando pasar por nuestra proa. Rápidamente los hombres largan trapo y el “Príncipe” parece que va a conseguir cerrarle el paso. ¡Que buen barco, por Dios!. Cómo responde. Nuestro  comandante sonríe casi imperceptiblemente, como diciéndose así mismo que los ingleses no lo van a tener fácil. Que ya pueden ser los amos del mar y todo eso, que en los barcos de S.M.C. no habrá  pagas, pero todavía hay a bordo expertos navegantes que llevan varios siglos de tradición marinera a sus espaldas. Que muchos años antes de que los ingleses empezasen a navegar, pirateando y saqueando, nosotros ya habíamos navegado de otra forma,  descubriendo y cartografiando tierras desconocidas.

Como se ve cada uno a lo suyo. Gravina y Escaño serán los Generales, los que mandan ir y venir a todos los barcos y piensan en estrategias y demás, pero en ese momento el brigadier Hore era el jefe de su barco y sólo él podía conducirlo. Era pues tiempo  para lucirse o fracasar, y al mirar la frustrada  evolución del buque inglés, fue momento para lo primero. Al cabo de un breve instante el brigadier Hore dio la orden que estábamos esperando.

  1. ¡Abran fuego a discreción!.

21 de octubre de 1805 – 12:15

[Por el Artillero de Mar Rafael Heras. (Matrícula de Santander)].

Allá va la primera andanada. La orden de fuego del Teniente de fragata  D. Carlos Manduit, que se hacía eco de la señal de la toldilla, resonó en la batería, que hasta entonces estaba sumida en un silencio más que tenso.

Entonces, al  unísono, toda la primera batería disparó, casi al instante la segunda batería hizo lo propio, y al segundo la tercera, soltando en conjunto su mortífera carga en forma de palanquetas y bolas de hierro con tal violencia que temblaron hasta las cuadernas.  El “mordedor” reculó al instante hacia atrás, expulsando humo y rescoldos  por la boca, dispuesto a otra carga más. A tiro de fusil no había dudas que habíamos dado en el blanco con la mayoría de los tiros. No había tiempo que perder y al instante la batería se llenó de gritos y voces de los hombres instando a los demás, del esfuerzo de mover los pesados hierros y, en definitiva, de los gritos de desahogo de tanta tensión acumulada. Los hombres cargaron y movieron al “mordedor” con presteza y lo entraron en batería, esperando nueva orden de fuego.

Buena impresión me había dado esta primera carga. Después de todo es posible que salgamos bien de esta.

21 de octubre de 1805 – 12:35

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza].

El combate se ha generalizado sobre todo por el centro, y el caos y el humo de la batalla dificulta el saber lo que pasa más allá de nuestro radio de acción. El navío inglés que nos intentaba pasar por la proa, intentando enfilarnos, ha orzado y tras quedar en nuestra vuelta ha empezado a batirnos por la amura de babor, ofendiéndonos bastante, aunque debido a nuestra superior altura nos libramos de la escabechina de las carronadas. Detrás de este navío vienen más, creo que hasta tres buques, que nos van a hacer pasarlo bastante mal.

En el alcázar y castillo, por lo que puedo ver, hay bastante orden entre los hombres. Se hace un fuego muy sostenido y, de momento, se responde con ventaja al navío sencillo inglés. Aunque nos está haciendo daño por la amura de babor no hay excesivos daños graves como cabría esperar, mucho escombro que es rápidamente retirado o lanzado al mar para no estorbar.

21 de octubre de 1805 – 12:45

[Por el Sargento 2º de fusileros de Batallones de Infantería de Marina Juan Díez]

Las balas del navío que nos ataca por la amura de babor escuecen, pero no demasiado de momento. Aunque está a tiro de fusil se encuentra todavía en desventaja artillera con nosotros y debido a su posición mis hombres y yo nos hemos tenido que apostar en el bauprés, para intentar afinar la puntería. Ya he perdido a mi primer hombre, pero no desfallecemos, viendo la buena respuesta de nuestros artilleros, que no cesan en el disparo, siendo bien sostenido. Sé que he dado a uno de ellos. Seguro. Entre tanto humo es raro ver si das a alguien, muchas veces disparamos agrupados, a un mismo sitio con la esperanza de darle  a algo. Pero a ese infante de “colorao”  que se parapetaba tras el mastelero de velacho puedo apostar mi mostacho a que le he dado en el hombro. Que haya muerto es otra cosa, pero por lo menos no va a disparar más hoy. Estos “casacones” se apostan bien en las alturas, pero el rojo de sus uniformes no es precisamente el más indicado para andar desapercibido de tirador. Y a falta de blancos visibles en cubierta buenos son los “pájaros”.

Ya veo a los carpinteros y calafates corriendo por todas partes, intentando remediar los daños en la medida de sus posibilidades.

El cabo Martínez, a mi lado como enlace, me acaba de avisar que vienen más problemas. Mirando en la dirección que me indica descubro otros tres navíos ingleses que arriban sobre nosotros, situándose por el costado de babor y preparándose para batirnos por esa banda y  por la aleta . También van a atacar  al “Berwick” y al “San Juan”, que se encuentran a nuestra popa. Han debido percatarse de la insignia de nuestro navío y de los cuatro navíos ingleses, tres de ellos nos atacan con especial fijación. No hay duda que nuestro insignia de tres puentes es una buena pieza para ellos. Y no quieren atacarnos en solitario porque saben que Gravina está a bordo y que no se lo va a poner fácil.

  1. Martínez”- le digo al cabo – “Ahora es cuando empieza la batalla de verdad”.

21 de octubre de 1805 – 13:00

[Por el Artillero de Mar Rafael Heras. (Matricula de Santander)].

Ha bajado a la primera batería un infante de marina avisando a nuestro Teniente de Fragata de lo que se nos viene encima. Nada más y nada menos que otros tres navíos más, que se unen con el que llevamos batiéndonos desde que rompimos el fuego hace un rato. Manduit, sin perder la compostura y los nervios nos exhorta a viva voz:

-“¡Atención batería, se acercan varios buques enemigos y no podemos desfallecer, es muy importante que las piezas estén bien servidas, porque dependen de nosotros para pararlos. Si rompen la línea hay muchas posibilidades de tener que disparar con las dos baterías, así que cargáis primero el de babor y luego el de estribor, y así sucesivamente. Cargar y no disparéis hasta que yo lo diga!”.

Tras la carga quedamos a la espera de la orden. Fueron unos minutos de breve descanso. Habíamos disparado ya durante casi una hora y no habíamos tenido problemas en la batería. No había excesivo retraso en servir las piezas, y afortunadamente había empezado a familiarizarme con la llave de artillería. Aunque les aconsejé a mis hombres meterse dentro de los oídos trocitos de tela, para evitar que el estruendo continuo de los cañones los dejara sordos, pero aun así hemos acabado todos con los oídos embotados, y alguno hay que ya no oye nada. El “mordedor”, tras refrescarle bien el ánima, y evitar así una posible explosión por sobrecalentamiento, fue puesto en batería. Listo para proseguir.

Pero ahora se acercaba un momento clave. Tres navíos más que había que rechazar a la vez. Miré a los hombres de mi pieza. No había miedo ni cansancio. Recuperaban el aliento a marchas forzadas, al tiempo que bebían algo de agua que los pajes iban ofreciendo regularmente, para evitar asfixiarnos con el humo. Tras beber un buen trago me quedé más calmado, dispuesto a afrontar lo que parecía ser un suicidio. Pero en contra de lo que pensaba al salir de Cádiz, ahora tenía confianza en mis hombres. La desesperación y el saber que la única forma de escapar a esto era haciendo lo que teníamos que hacer no daba más opciones de, al menos, intentarlo con todas nuestras fuerzas.

El Teniente de Fragata Manduit, sable en mano, miraba a través de una porta. Se acercaba el momento. Fuera sonaban centenares de cañones y voces. Pero en nuestra batería todo era silencio.

¡Por lo más sagrado, disparar hasta que reventéis, o morir en el intento. FUEGO A DISCRECCIÓN!”.

21 de octubre de 1805 – 14:25

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza].

El infierno. No hay nada que se le pueda comparar  lo que mis ojos veían en aquel momento. Como describir con palabras el estruendo, el humo, los destrozos, los gritos, la sangre. Nos disparaban por la aleta, la amura y el costado de babor incesantemente. Hasta cuatro navíos ingleses en algún momento nos han llegado a combatir al mismo tiempo. En esta parte de la línea nos encontrábamos desamparados, pero no mucho mejor que en el centro donde nuestros navíos empezaban a caer uno tras otro.

Pero los buques británicos no se habían encontrado ni mucho menos con una marcha triunfal y un camino de rosas. Casi toda la retaguardia les había recibido a base de bien.  El “Príncipe” respondía con sus fuegos como un perro rabioso en un callejón. Continuamente nuestros cañones disparaban y no había esos peligrosos y preocupantes silencios de artillería que preceden al desastre. Decididamente ahí abajo, en las infernales baterías, se estaban  portando como una tripulación bizarra y constante. Como se espera de un buque de guerra de la Real Armada.

Tan ardua labor de oficiales y tripulación se vio recompensada cuando vimos, entre la niebla del humo de los cañones, a uno de los navíos que nos batían sin los palos mayor y trinquete. Es decir, sin capacidad de maniobra. Otro sin la verga de velacho y mastelero de gavia, que se separó dejando su sitio a otro navío que se incorporaba y que aún no se había estrenado. Además, el navío que había pasado anteriormente por el “Achilles” francés y que había roto la línea, se colocó a nuestra proa con la intención de ofendernos por esa parte a placer.  Gravina, viejo lobo de mar que ya se lo olía, hizo que arribáramos entonces al N. Un cuarto NE, con el fin de presentarle el costado y saludarle como corresponde en estos casos, y tan bien le contestamos, y con tanto acierto, que tuvo que ceñir por babor a muy corta distancia, y separarse sin pegar un solo tiro, entre los gritos de entusiasmo de nuestra tripulación.

En el alcázar Gravina y Escaño no cesaban de observarlo todo y hacer las oportunas disposiciones con una serenidad que asombraba. Hacía rato que habían ocupado sus puestos en el  alcázar todos los que se hallaban en la toldilla, porque era innecesario exponer a nuestros generales a tanto peligro, excepto un Teniente de Navío, un oficial de Infantería, una docena de infantes de marina, los artilleros de los obuses y los marineros de mesana.... y yo, que cuidaba que  la bandera siguiera ondeando al viento.

21 de octubre de 1805 – 15:00

[Por el Sargento 2º de fusileros de Batallones de Infantería de Marina Juan Díez]

Tras el tremento rato en el cual despachamos un navío inglés casi desarbolado y nos ocupamos del que intentaba barrernos la proa, pudimos zafarnos de tanto hostigamiento durante unos instantes. En mi puesto en el castillo pudimos observar como el navío inglés se aproximaba a cortarnos la proa. Todos mirábamos inquietos lo que se nos acercaba a tan corta distancia, pudiendo observar como los infantes ingleses tomaban posiciones. Gravina nos salvó con una gran maniobra y tras dispararle una descomunal andanada le obligamos a irse a buscar pelea o lamerse sus heridas a otra parte, sin haber podido replicarnos. Por un momento nos sentimos con la esperanza de salir bien airosos del combate.

En este pequeño paréntesis hago recuento de pérdidas y material. Mis hombres y yo hemos disparado mucho, y he tenido que gritar a un paje para que nos subiera plomo porque el fuego de fusilería, a tan corta distancia, es vital para mantener  agachados a los tiradores ingleses. La gran escaramuza nos ha dejado también con muchos daños. Mucho escombro en cubierta que hay que retirar rápidamente, muchos hombres que hay que tirar también al mar, si no respiran, o bajar al cirujano si les queda algún aliento. Por mi parte tres hombres menos y cuatro esperando la muerte o la sierra del cirujano. Yo mismo  tengo varios cortes por astilla, aunque afortunadamente nada grave. Ruego a Nuestro Señor que me dé fuerzas para seguir, y sobre todo que mis hombres no me vean desfallecer.

 Por cierto, hace ya rato que perdí el sombrero y me encuentro como si estuviera desnudo.

21 de octubre de 1805 – 15:10

[Por el Primer Contramaestre Benito Frastoy]
Hemos sufrido una terrible desgracia cuando no nos iba tan mal el asunto y habíamos tenido unas acciones más que  dignas, de las que de verdad escuecen a los ingleses. Habíamos conseguido salir de la refriega con tres navíos ingleses, a las tres de la tarde, y en parte le debemos el escapar de la encerrona a la excelente labor del “Ildefonso”, que nos ha cubierto la salida a costa de sufrir él mucho daño. Fue entonces cuando un tres puentes, que no se había estrenado todavía, pasó por un grupo de navíos de nuestra aleta de babor y nos descargó tal andanada, con todos sus fuegos  cargados de  metralla por nuestra popa, que nos hizo grave daño en la tripulación, velamen y jarcia. Los muy hideputas han preferido cargar sus cañones exclusivamente con metralla y no bala rasa, para asegurarse una masacre. Sólo con la reducción de hombres conseguirán hacer callar nuestros cañones y por eso han preferido esta maniobra, que no hace mucho daño al buque en sí, pero que causa una mortandad terrible en los hombres de cubierta, y graves daños a la maniobra.

Lo peor de todo es que entre los numerosos heridos se encuentra el general Gravina, que herido en un brazo y sangrando copiosamente, ha tenido que ser bajado al cirujano. Dicen los oficiales que el general se encuentra perfectamente y que sólo ha bajado un momento para ponerse una venda y  poder seguir en su puesto más tarde. Pero yo sé que la herida es fea, y que si han dicho eso es para que no se vengan abajo los hombres. Rezaré por el general, porque si hay alguien que pueda sacarnos de aquí es él. Pero también sé que no nos quedamos desamparados. El general Escaño a ocupado el puesto de Comandante en Jefe y es también hombre de templanza y carácter. En estos momentos confiamos en él como en nuestra santa madre.

21 de octubre de 1805 – 15:30

[Por el Sargento 2º de fusileros de Batallones de Infantería de Marina Juan Díez]

Hemos arribado al NE para descubrirle el costado de estribor al tres puentes que nos ha despachado metralla como si de lluvia se tratara. Le hemos hecho fuego desde lejos porque nuestra maniobra ha quedado muy mermada. Me consuela ver al Primer Contramaestre Frastoy ordenar a sus gavieros y juaneteros reparar en lo posible los daños en la arboladura y jarcia, para conseguir que el navío siguiera en movimiento. Aunque la labor es ardua porque entre los disparos del enemigo, los escombros y tanto cabo suelto es difícil hacer el trabajo. Al ver a estos pobres marineros efectuar tan arriesgadas labores me doy cuenta de que los héroes no son sólo los que hacen uso de su sable o fusil o disparan sin cesar uno de esos enormes cañones. Y todo esto sin cobrar. ¡Qué se haría si nos pagaran!...

Ni que decir tiene que no pinta bien la cosa, porque estamos rodeados de mucho humo y navíos enemigos. Y no hay que ser un almirante para darse cuenta de lo mal que están las cosas. A lo lejos se divisan buques nuestros batiéndose con ardor, pero siempre con fuerzas múltiples. El navío que tenemos más cercano es nuestro “Argonauta”, que es batido por un inglés, ofendiéndole sin que el nuestro haga ningún fuego. El pobre navío ha sido de los primeros en aguantar, uno a uno, a todos los buques británicos que arribaban a nuestra posición, y da pena ver en lo que ha quedado el navío más velero de la flota combinada. El General Escaño ha ordenado que el Ayudante de la Mayoría D. Teodomiro López pasase al “Argonauta” a examinar la situación, y tomar el mando si se hiciera necesario, mientras desde el “Príncipe” le sostendríamos lo necesario.

El Primer ayudante de la Mayoría, el capitán de fragata Porlier ha acompañado a su compañero hasta el bote y se han dado un pequeño abrazo de despedida, antes de que D. Teodomiro López, junto a una veintena de infantes de marina y marineros, partieran a su peligrosa comisión.

Al cabo de unos minutos han subido a bordo del “Argonauta”, al tiempo que nosotros hemos empezado a batirnos con el navío inglés que le ofendía gravemente. Pero lo que más me preocupa es otro tres puentes que se nos acerca y que no hay manera de hacerle frente, debido a nuestra poca movilidad. Los oficiales gritan, sable en mano, que no se mueva nadie de sus puestos. Pero es difícil aguardar lo que se nos viene encima sin ponerse nervioso. Acabo de ver a un gaviero morir al alcanzarle una bala la cabeza, arrancándola de cuajo.

21 de octubre de 1805 – 16:00

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza].

El navío de tres puentes nos ha alcanzado y ha descargado todas sus baterías sobre nosotros. No puedo describir la brutalidad y el destrozo que nos ha causado. En la toldilla somos ya pocos los que estamos en pie. Y en el alcázar sobreviven como pueden. El general Escaño ha tenido que ser retirado al ser herido en un pie. Fue vuelto a subir, a petición propia, para seguir en su puesto. Pero la profusión con que sangraba su herida ha tenido que obligarle a bajar de nuevo.

Esto es un horror. Hemos visto un navío ardiendo que no sabemos si es de los nuestros. En todas partes hay gran destrozo y navíos como boyas. Las heridas de los hombres son terribles, a consecuencia de la lluvia de la metralla y de las  astillas, y he visto a más de uno que tenía clavadas algunas de ellas en los ojos, la cabeza e incluso un pobre marinero, que al gritar le entró una por la boca y se le quedó clavada en la garganta, matándolo tras una horrible agonía. Cuerpos descabezados, destripados, piernas por aquí y brazos por allá. Esto no es una forma diga de morir, no señor. Parece mentira que entre cristianos nos tratemos así.

Y para colmo otro navío sencillo se ha unido al de tres puentes en los disparos. Estamos al límite, ya que por la posición no podemos contestar con la contundencia que sería precisa.  Al cabo de un rato se reunió la junta de oficiales para discutir si se debía o no rendir el navío, ya que el estado de buque y tripulación era bastante lamentable a estas alturas. Las Ordenanzas dictan que hay que hacerlo así, ya que el propio Comandante no puede decidirlo de forma unilateral.

Me han ordenado arriar la bandera, pero lo han tenido que pedir dos veces y con amenaza de arresto porque no me lo creía, o no quería creerlo. Pero parece ser que así ha sido. Y sin consultarlo con el General Escaño. Pero la insignia sigue revoloteando al tope de mayor, con lo cual no estamos rendidos oficialmente. Los ingleses así lo han entendido y continúan disparando, al igual que nosotros. Pero es un paso previo. He visto al Teniente de navío don Joaquín de Arce bajar a comunicárselo al General Escaño, pero por la cara que tenía al subir ha debido de escuchar de todo menos la orden de rendirnos y me han ordenando volver a izar la bandera. Lo que verifiqué con la mayor rapidez y alegría. No seré yo quien tenga el dudoso honor de arriar nuestra bandera.

Afortunadamente de la vanguardia acuden en nuestro auxilio varios navíos. Creo que uno es el “Neptune” francés, y el otro es el español “San Justo”. Esto ha hecho desistir a los dos navíos ingleses de batirnos y se retiran a combatir con presas más accesibles, o a rematar a las boyas flotantes para terminar de rendirlas. Gracias a nuestra escolta podemos avanzar sin que nos molesten, intentando arreglar en algo la maniobra. Tal y como está el navío sería una suerte no naufragar, ya que el mar, por si no hay suficientes problemas, se está empezando a remover  y va a hacer que los navíos desmantelados o con algún desarbolo tengamos muchos problemas.

El Capitán de fragata don Rosendo Porlier me ha ordenado que izase la señal de incomodidad a la fragata “Themis”, quien nos ha echado un cable para remolcarnos. He tenido que ir hasta el castillo de proa a izar la señal en el único palo que nos queda más o menos entero, el de trinquete, ya que los otros están prácticamente inútiles y si no se rinden habrá que picarlos, porque son un serio peligro en ese estado.

 Se intentan remediar en algo los daños en vergas y velamen, para ayudar a la pequeña fragata francesa con su pesada carga. En este corto paseo me he dado cuenta la terrible destrucción que hay en cubierta. Por todos lados hay muertos y heridos y sólo ahora, libres del fuego enemigo, se empiezan a retirar a los heridos a la seguramente atestada enfermería. Un sargento de marina, Díez me parece que me ha dicho que se llama, me ha ayudado en la labor de izar la señal. Su aspecto es la viva imagen del cansancio y de lo que ha pasado en la batalla. Pero aún así ha tenido palabras de ánimo y aliento a sus hombres, sin dejar de moverse, ayudando donde hacía falta. Si sigo vivo al llegar a Cádiz daré cuenta a mis superiores de la extraordinaria conducta de este hombre.

21 de octubre de 1805 – 16:30

[Por el Primer Contramaestre Benito Frastoy]

Después de que el “Neptune” y el “San Justo” llegaran oportunamente  se nos han incorporado varias unidades más. El “Rayo”, “Montañés”, “Asís” y “Leandro” y otro navío francés que no identifiqué. De los españoles noté que el “Leandro” estaba en muy malas condiciones, por lo que no nos extrañó que su comandante tuviera que rechazar el ponernos a su remolque, tal y como pedíamos desde el “Príncipe”, y seguir bajo la tutela de  la “Themis”. Los otros buques no los veo mal y nos cubren lo que mejor pueden. La señal de unión ondea en el trinquete, con la esperanza de que se nos unan más navíos, pero a la vista de los buques a nuestro alrededor me temo que raro será que consigamos reunir alguno.

21 de octubre de 1805 – 17:30

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza].

Hace un rato se escucharon tiros a babor y el General Escaño dispuso por señales que los navíos que nos acompañaban sostuvieran a los navíos que se batían, aunque debido a la oscuridad creciente y la dispersión de los navíos no logramos averiguar que buques se trataban. Aún así nuestros navíos hicieron la tentativa de entrar en combate de nuevo. Pero a las cinco y cuarto habían cesado ya todo fuego en la lejanía, por lo que el General Escaño optó por que regresaran los buques de socorro, y seguir a Cádiz antes de que el temporal cargase, con un viento calmoso del OSO que fue llenando al S con muy  malas apariencias. Había que darse prisa en asegurar los navíos o lo pasaríamos mal.

21 de octubre de 1805 – 22:30

[Por el Sargento 2º de fusileros de Batallones de Infantería de Marina Juan Díez]

La mar se revolvía con fiereza. Al desastre de la batalla se nos juntaba ahora esto. La oscuridad no ayudaba en nada a apreciar lo que habíamos pasado, y lo que nos venía a partir de este momento.

La fragata “Themis” nos remolcaba heroicamente y por momentos parecía que los cables que nos unían acabarían cediendo. Todos mirábamos los palos de mayor y mesana con temor. Ya se había dado orden de picarlos en cuanto las condiciones así lo aseguraran, pero de momento representaban un claro peligro de caérsenos encima. También nos enfrentábamos a la amenaza de los navíos británicos, que de tanto en tanto, vislumbrábamos entre la bruma y la oscuridad, algunos de ellos con parecidos destrozos que nosotros, por lo que no esperábamos batirnos, al menos de momento. Pero por si acaso la gente se encontraba en sus puestos, con gran tensión, pero más por la mar que por los ingleses. Los marineros veteranos comentaban a los novatos que estando el tiempo así era mejor combatir con el enemigo que con los elementos. Yo opinaba lo mismo, y estando el buque como estaba, hubiera preferido enfrentarme de nuevo a los navíos ingleses. La gente en el castillo se miraba preocupada, y me miraban buscando algún gesto que les aliviara en algo, pero sólo se encontraban con los mismos ojos desesperados que ellos. Hacía rato que no tenía fuerzas ni para mentir.

Día 22 de octubre de 1805 – 01:30

[Por el Primer Contramaestre Benito Frastoy]

No hemos podido fondear en la bahía de Cádiz, debido al fuerte viento. Así que lo hemos verificado en el placer, junto al resto de buques. La gente está terriblemente cansada y  nadie habla salvo lo estrictamente  necesario.  Cerca de nosotros distingo las luces del “Leandro”, y a nuestro alrededor se van reuniendo los pocos navíos que han conseguido salir de la batalla.

Día 22 de octubre de 1805 – 10:30

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza].

Con las primeras luces se ha dado aviso a los Comandantes de los navíos “Rayo”, “Montañés”, “Neptune” y “Pluton”, estos dos últimos franceses, para que se reunieran con el General Escaño a bordo. Por lo visto se va a tratar de represar algunos navíos nuestros, que han sido vistos por las cercanías, y que van con poca escolta debido a la gran dispersión de la flota británica, y además muchos buques ingleses presentan un aspecto tan lamentable como los nuestros, por lo que se podría  capturar alguno de ellos también, aunque la prioridad es represar a los nuestros.

Pero lo más seguro es que salgan mañana, porque el viento por el S y SSE ha refrescado demasiado y es contraproducente salir así. Además, hay que dar algo de descanso a las tripulaciones.

Con respecto al “Príncipe” los carpinteros, calafates y muchos más hombres están trabajando a destajo en las reparaciones más urgentes. Hay tantos agujeros que no hay tiempo de trabar la maltrecha arboladura que nos sigue en pie. Todos los que andamos por cubierta solemos mirar hacia arriba constantemente, esperando que no se nos caiga encima ningún palo o verga.

Día 22 de octubre de 1805 – 17:30

[Por el Primer Contramaestre Benito Frastoy]

El “San Leandro” ha desarbolado a las cuatro de la tarde de los palos de mesana y mayor, y ha quedado prácticamente como una boya. Nosotros no estamos mucho mejor y creo que no aguantarán mucho más nuestros palos. Para aliviar en algo la presión del viento y el azote de la mar embravecida, hemos calado los masteleros de los palos y arriado la verga mayor.

Es imposible con estas condiciones atmosféricas entrar en Cádiz, por lo que estamos tomando las precauciones necesarias para capear el temporal. El mal estado del casco después de la batalla no augura muchas proezas, por lo que hay que multiplicar los esfuerzos de la gente en las bombas, mientras los carpinteros están extenuados ante el hercúleo esfuerzo al que se someten desde hace ayer.

La división de navíos y fragatas, asignados a la represa de  alguno de nuestros buques a la vista, no han podido verificar su comisión todavía porque el tiempo no da tregua. Es angustioso ver como nuestros navíos apresados están cerca y no poder hacer nada por ayudarlos. Esperemos que mañana puedan salir nuestras fuerzas.

Día 22 de octubre de 1805 – 22:30

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza].

El mar está tan embravecido que mueve al “Príncipe” como si de un juguete se tratara. En una de las terribles cabezadas se nos han rendido los palos mayor y mesana, que con tan mala fortuna han caído dentro del navío, provocando más daños, y según he oído a punto ha estado de matar a nuestro General Gravina, al hundirse el mayor hasta casi su cámara.

Por las luces que divisamos de tanto en tanto hay muchos navíos a nuestro alrededor. Es increíble que no zozobremos con este tiempo y en el mal estado que nos encontramos. Desde luego esto es peor que el combate, ahora si somos conscientes de que a la mínima podemos morir todos. Los hombres se lo toman de diferentes formas. Hay algunos, y por mal que me pese he de decir que también algún oficial, que  se encuentran cobardemente asustados y de formas poco decorosas. Escondiéndose en la relativa seguridad de las baterías y objetando hacer su guardia en el alcázar con cualquier excusa.  Sin embargo la mayoría de los hombres cumplen admirablemente con su deber, y es reconfortante ver en el alcázar y castillo a multitud de marineros y soldados que, jugándose la vida, aseguran cabos y material sin ningún temor o torpeza, mientras el mar se abate sobre nosotros con una virulencia extrema.

El Primer Ayudante de la Mayoría, el Capitán de Fragata. D. Rosendo Porlier pasea por la cubierta erguido, tranquilamente, sin inmutarse con las olas, seguido de otros oficiales. Insta a los hombres en sus deberes, y a veces se le oye reírse con los comentarios de alguno de estos cuando les pregunta algo. Intenta que la moral de la gente no se hunda ante tantas desgracias y padecimientos,  y que vean que sus jefes no los abandonan y  que saben  hacerse cargo de tan delicada situación.

Día 23 de octubre de 1805 – 16:30

[Por el Sargento 2º de fusileros de Batallones de Infantería de Marina Juan Díez]

Hemos amanecido con la vista de dos nuevos  navíos franceses, el “Bucentaure” del General Villeneuve, que estaba varado en el arrecife de la Torre de San Sebastián, desmantelado y en una situación más que crítica. Y el “Algesiras”, que permaneció a nuestro costado. También de aspecto más que malo, pero creemos puede aguantar hasta Cádiz.

Gracias a una pequeña tregua de la mar y el viento han podido salir los navíos españoles “Asís”,  y “Rayo”, y los franceses “Pluton”,  “Héro” e “Indomptable”, con todas las fragatas y bergantines para intentar represar alguno de nuestros buques, que vagan como boyas, o forzar a los ingleses retirarse de los que tienen amarrados a sus buques. El “Montañés” y el “Leandro” han tenido que quedarse con nosotros al estar en malas condiciones. Es curioso como todos estos buques que han salido presentan pocos desperfectos por la batalla y los que presentan son más debido al temporal. Todavía no se sabe nada de este particular, pero desde luego no ha sentado bien a más de un oficial el saber que mientras nos caía el infierno encima, había buques nuestros viendo el espectáculo desde lejos o paseándose por sotavento. Tengo yo también curiosidad por saber qué les pasó para no tener ni un agujero. Conozco a varios comandantes de esos buques, por haber navegado con ellos, y sé que no son de los que eluden un combate, por eso es mejor esperar sus declaraciones antes de aventurar cualquier hipótesis. Por lo menos ese buen estado que presentan hace que se vea con cierto optimismo su comisión de rescate.

Con el trinquete más o menos cumpliendo su función y con las improvisadas bandolas hemos aprovechado la mejoría del temporal para intentar acercarnos al fondeadero, aunque echamos de menos la ayuda de la fragata “Themis”, que ha salido también con los demás al rescate. Pero a la tarde refrescó bastante el viento, llamando como los días anteriores al S. bastante chubascoso, que evitó nuestra entrada y quedamos de nuevo en el placer de Rota.

Día 23 de octubre de 1805 – 22:30

[Por el Guardamarina D. Luis Mendoza].

Mañana  seguramente entraremos al  puerto de Cádiz, a remolque de una de las fragatas francesas que esta tarde entraban en Cádiz remolcando al represado “Santa Ana”.

Que alegría nos hemos llevado al ver pasar a las  fragatas francesas remolcando dos de nuestros navíos. El “Neptuno” de Valdés y el “Santa Ana” de Álava, represados a los ingleses por la división de navíos que salieron esta mañana. Los dos navíos españoles presentan un estado lamentable, pero es el tres puentes el que tiene peor aspecto. Jamás había visto un navío con tales averías y seguir a flote. Ni siquiera el “Príncipe” se halla en tal estado. Tan asombrado como yo ante tal visión está el primer contramaestre de la escuadra, don Miguel García, quien me ha asegurado que el “Santa Ana” sería pasto de los peces sino fuera porque lleva unas bombas de las nuevas, de las de doble émbolo como llevan todos los navíos ingleses, y que en los nuestros es una novedad privilegio de unos pocos buques.  Si se salva el navío van a tener que dar las gracias a algún avispado ingeniero que se las puso en el arsenal. Me dijo sonriendo.

Después me comentó, mirando la mar que se movía de nuevo peligrosamente, que nuestros buques de rescate lo iban a pasar mal esta noche, y que no se extrañaría que por represar algún navío se perdieran todos los rescatadores. Le dije que rezaría por que eso no ocurriera y él me contestó apesadumbrado que Dios no parecía hallarse por estos parajes últimamente.

 Lo peor no era escuchar esa blasfemia de boca de un gran profesional del mar. Lo peor es que en el fondo yo también pensaba lo mismo.

Día 23 de octubre de 1805 – 23:00

[Por el Mayor General el Jefe de Escuadra don Antonio de Escaño, en  un fragmento de su “Parte de la Mayoría de la escuadra combinada”].

.../... “No puedo menos de cumplir con una obligación que me es bien gustosa, poniendo en noticia de V. E. la noble y generosa emulación con que a mi competencia se esmeraban en el desempeño de sus respectivos deberes los Oficiales de guerra de este navío, los Ayudantes de la Mayoría de mi cargo y la tripulación y guarnición de él, tanto de Tierra como de Marina, y yo me complazco en tributarles estos elogios a que se han hecho acreedores por su bizarra conducta durante el combate; en él hemos tenido cuarenta y un muertos, entre ellos el Alférez de Navío D. Luis Pérez de Camino, y ciento siete heridos gravemente, entre éstos en cuyo número el Teniente de Voluntarios de la Corona D. Bernardo Corral y el Brigadier de Guardias Marinas D. Alejandro Rúa; he sabido que el Capitán de Navío D. Francisco Alsedo, Comandante del Montañés, fue muerto en la acción, y herido gravemente su segundo, el Capitán de Fragata D. Antonio Castaño; otras muchas pérdidas de excelentes Oficiales debe haber sin duda hecho el Cuerpo General de la Armada, pues varios buques nuestros fueron enteramente desarbolados de todos sus palos, y esta catástrofe generalmente viene acompañada de desgracias que son inevitables; cuando tenga conocimiento de ellas la elevaré a la noticia de V. E., con la remisión de los estados de averías.

Dios guarde a V. E. muchos años.

Navío “Príncipe de Asturias”, al ancla en placer de Rota, a 23 de octubre de 1805.
Excmo. Sr.: Besa la mano de V. E. su más atento servidor.

Antonio de Escaño”.

Conclusión.

El “Príncipe de Asturias” fue remolcado finalmente por la fragata francesa “Themis” y entró en la seguridad del  puerto de Cádiz el 24 de octubre. De manera oficial  se informó de 52 bajas mortales y de 110 heridos graves a bordo del insignia, de los cuales muchos  morirían posteriormente a consecuencia de  sus heridas, como le sucedió al  posteriormente nombrado Capitán General de la Real Armada don Federico Gravina, que murió varios meses después, a consecuencia de la fatal infección de la herida de su brazo.

En cuanto a daños materiales el “Príncipe” llegó a Cádiz sólo con el palo de trinquete y  con el casco en malísimo estado. Aunque tras su entrada en el Arsenal de La Carraca pudo ser completamente reparado y alistado de nuevo, a lo largo de 1806.

 

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