Todo a Babor. Revista divulgativa de Historia Naval
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La decadencia de la Marina española.

(Por Luis Rodríguez Vázquez. Capitán de la Marina mercante y escritor.
Borrador de un Capitulo de mi próximo libro en preparación que se titulara “Los Últimos Desastres”. Trata de la Marina Española en el siglo XIX )

Mientras que el general Morillo y su ejército hacían de cuerpo de bomberos apagando fuegos insurreccionales entre Venezuela y Colombia en España las cosas iban de mal en peor.

El nefasto Fernandito el Molesto solo se preocupaba de asentar firmemente su poder absoluto a base de ajusticiar a todos aquellos héroes que se habían dejado la piel por él frente a los franceses, como muestra de agradecimiento y de pasárselo bien de lupanar en lupanar.

Las frías cifras dicen más que las palabras y en lo tocante a la Marina, el cuadro que se presenta es como para echarse a llorar.

Tras el desastre de Trafalgar en 1805 así la de guerra como la de transporte eran un puro saldo. España había pasado de ser la tercera potencia marítima del mundo en 1795 a la cola del pelotón por obra y gracia del genio de Nelson, de la ineptitud de Villeneuve y de la desidia y mal hacer de nuestros gobernantes.

Para cubrir las necesidades de nuestros extensos dominios en el mundo, todo lo que podía aportar nuestra flota después de Trafalgar era lo siguiente:

En 1807 se entrega a la armada la corbeta Indagadora de 26 cañones construida en el Ferrol.

En 1808, primer año de la guerra de independencia contra los franceses, cinco navíos franceses supervivientes de Trafalgar fondeados en Cádiz bajo el mando del Alm.Rossilly son apresados por nuestro Alm.Juan Ruiz de Apodaca (mas tarde designado Conde de Venadito y Vizconde de Ruiz de Apodaca por el rey) e incorporados a nuestra escuadra de operaciones.

Eran el Atlas, Heros, Neptuno, Pluton y Algeciras, todos de 74 cañones, mientras se intentaban reparar los barcos que Gravina consiguió salvar de aquel desastre, muchos de los cuales no pudieron volver a navegar o tuvieron simplemente que ser desguazados.

Precisamente para intentar salvar su flota sitiada en Cádiz había ordenado Napoleón a su general Dupont que avanzase sobre la ciudad con las divisiones de la Gironda y que afortunadamente fueron derrotadas en Bailén sin poder auxiliar a sus marinos.

Los levantamientos populares de Mayo de 1808 provocaron un insólito cambio de alianzas, pasando a ser amigos los enemigos de ayer, Inglaterra ahora a nuestro favor y Francia en nuestra contra.

Pero amigos de verdad hay muy pocos y a decir verdad, Inglaterra no se caracterizó nunca por su buen hacer en ese aspecto respecto a nuestro país. Wellington, con sus tropas en España, combatió con éxito a los franceses pero también se encargo de dejar el país yermo como un erial en lo tocante a nuestra industria. Lo poco que había en relación con astilleros y otras industrias necesarias fue abandonado, destruido o infrautilizado por los avatares de la guerra. A falta de barcos en los que combatir nuestros marinos se incorporaron al ejercito de tierra, tal como el propio general Morillo que comenzó su vida militar como infante de marina y cayo prisionero de los ingleses en Trafalgar cuando estaba embarcado en el San Ildefonso.

Los generales españoles y los aliados ingleses realizaron levas forzosas de hombres para nutrir sus vapuleadas tropas y arramblaron con cualquier hombre o material útil para sus fines. Se llevaron a los marinos y a los operarios, carpinteros de ribera, calafates y cuantos eran duchos en la construcción de buquespasaron a engrosar las filas del ejército, incluyendo los cañones destinados a los buques en construcción y su parque.

Por esa razón, en los seis años que duro la guerra de independencia española, solo se entregaron a la armada las fragatas de 40 y 34 cañones respectivamente llamadas Cornelia (construida en La Habana en 1808) y Carmen (La Habana 1812), la corbeta de 12 cañones Abascal (construida en Cavite en 1812) y en 1814 los bergantines de 14 cañones Alerta, Vengador y Voluntario construidos en Filipinas como la anterior.

Ni un solo barco construido en España ni un solo navío de gran porte como los antaño fabulosos hundidos en Trafalgar. Ya no estaban nuestros astilleros ni capacitados ni preparados para empresas de esa envergadura, precisamente cuanto mas se hubieran necesitado.

Para llevar las tropas de Morillo hacia Venezuela en 1815 tuvieron nuestros gobernantes que fletar (alquilar) buques de transporte a precio de oro allí donde los encontraban, porque, nuestra aliada y “amiga” Inglaterra, se negó en redondo a ceder los suyos para tal menester.

¡Faltaría más! ¿Y entonces como llevaba ella sus “voluntarios irlandeses y escoceses” y sus excedentes de cupo del sobrante ejercito vencedor de Napoleón que se apuntaban por miles para combatir junto a los rebeldes de Bolívar?

¿Con que medios enviaban a los insurgentes americanos los fusiles y municiones que necesitaban para su guerra contra las tropas españolas y que pagaban a razón de 25 pesos por unidad y a 28 pesos si pasaban del millar de unidades?

Tampoco lo iban a realizar los derrotados franceses con su nuevo rey Borbón Luis XVIII, primo del nuestro.

Primo si pero no tonto. El negocio estaba en colocar a los posibles enemigos internos, los ex oficiales napoleónicos, enviándolos a servir como asesores militares de los rebeldes americanos, tal como el general Brayer que se instaló cómodamente en Chile, con hacienda y todo, para asesorar al incipiente ejercito chileno o el comandante Deverieux en Venezuela y así otros muchos que buscaron fortuna y el modo de rehacer sus vidas en el nuevo mundo.

Retrato de Luis Brion
Luis Brion, holandés al servicio de Bolívar. Creador y Almirante de la flota venezolana.

La cumbre de los despropósitos y la demostración más clara y rotunda de la ruindad de nuestro rey fue el famoso caso de los barcos rusos.

Tal era la penuria de medios de la marina española que para el transporte de las imprescindibles tropas hacia ultramar que desesperadamente reclamaban los virreyes afectados por el sarampión de la independencia, se pensó en la adquisición apresurada de navíos de guerra y transporte allí donde los hubiera.

El 11 de Agosto de 1817, a tal efecto, el primer secretario de estado español (es decir, formalmente, de hecho lo convocó la “camarilla real” que era el gobierno efectivo) cita al embajador ruso en Madrid para proponerle la compra de algunos navíos de línea de la flota rusa.

Tras amigable compadreo y dejando claro el pago de ciertas considerables comisiones y “coimas” para los presentes y ausentes en el trato, se cerró el asunto, formalizándose la compra de los buques que deberían llegar a Cádiz lo antes posible. Incluso se acordó por ambas partes los nombres que deberían tener los citados navíos en el acto de entrega.

Los de mayor porte, todos navíos de línea de 74 cañones, se llamarían Fernando VII, Alejandro I, Numancia, Velasco y España.

Además se compraron 3 fragatas de 50 cañones denominadas “Isabel Maria”, Ligera yAstrolabio y 3 corbetas de 40 cañones a las que se las conocería por los nombres de Pronta, Viva y Mercurio.

Para “viva” Pepa la Malagueña, amante favorita del rey y su celestina, quien al parecer figuraba como receptora de una considerable comisión pactada en la citada transacción.

Para “ligera” la prisa que se dieron los rusos en entregar los 11 barcos adquiridos que no llegaron a Cádiz hasta el 27 de Febrero de 1818.

Seguramente necesitaron de esos siete meses transcurridos desde el acuerdo para rebuscar entre toda la chatarra de su flota cuales eran los peores once barcos que podían entregar con la condición de que, al menos, flotaran hasta llegar a puerto español.

Arribaron por fin a Cádiz los citados, “de milagro” pero llegaron justo a tiempo de ser declarados inútiles totales por la sanidad marítima española.

Y digo sanidad porque los cascos estaban tan podridos que en realidad lo que llegó a España fue una exportación de gusanos siberianos flotantes.

Lo único que pudo hacerse, con un considerable numero de horas en astilleros de La Carraca empleadas a fondo para salvar lo que se pudiera de aquella chatarra flotante, fue alistar dos fragatas y una corbeta, las denominadas Maria Isabel (se le invirtió el nombre original), Ligera y Viva.

No hay palabras para describir la desvergüenza de nuestros gobernantes que en la más apremiante necesidad fueron capaces de malgastar el dinero del erario público en un infamante trato mafioso para lucrarse personalmente.

Si seguimos una documentada información de la época, no ficticia sino real, los hechos ocurrieron tal y como describo a continuación. El tratado se firmó en Madrid el 11 de Agosto de 1817, firmándolo por parte española el ministro de estado Fernando de Eguia y el embajador ruso en España Tatischoff, aunque el acuerdo previo había sido obra del secretario privado del rey Fernando VII, Antonio de Ugarte y Larrazabal, por conversaciones iniciadas en Madrid en Junio de 1816. El Emperador ruso Alejandro I ofreció en principio a su “primo” el rey español la venta de buques de guerra, a un precio tan competitivo que, automáticamente, el secretario real pidió aclaraciones al embajador ruso, sin avisar ni advertir al ministro de Marina Sr. Vázquez de Figueroa ni al Almirantazgo español.

Las primeras noticias sobre tal posible acuerdo llegaron por vía indirecta, a través del diario londinense “Morning Chronicle” que informó públicamente de lo que no sabían una palabra nuestras máximas autoridades interesadas.

En su inicio se habló de la compra de 8 fragatas pero posteriormente, supongo que a medida del incremento de las comisiones, se decidió comprarles a los rusos 5 navíos de línea y 3 fragatas, ya que su majestad el Emperador Alejandro I aceptó regalar a su primo Fernando el Molesto las tres corbetas, por la cara.

Por la cara dura que tenia el ruso.

El trato se cerró en la cantidad de 13.600.000 rublos, con una entrega inicial de 600.000 libras esterlinas inglesas. Dicha suma debería entregarse en Londres antes del primero de Marzo de 1818. Solo pudieron entregarse 400.000 por haberse gastado las 200.000 restantes en “otras atenciones”.

Ello motivó otro acuerdo entre Ugarte y Tatischoff para liquidar la deuda pendiente, firmando los dos citados un nuevo documento por el que España se comprometía a pagar el resto con el incremento debido a la inflación calculada para el rublo hasta el año 1820, además de pagar los gastos de los marineros rusos que traerían la flota.

Mientras esto ocurría nuestras autoridades marítimas, incluyendo al Ministro de Marina, solo se enteraron cuando los buques estaban próximos a llegar, sorprendiéndose de que siquiera hubieran sido nombrados supervisores para ver el estado físico de las unidades que se compraban. El Ministro y sus allegados nombraron una comisión de estudio para investigar el estado de los navíos a su arribada a Cádiz, nombrando presidente de dicha comisión investigadora al capitán de navío Roque Guruceta, antiguo comandante de la fragata Soledad.

El informe fue totalmente negativo, se dijo entre otras cosas que “aquellas cosas flotantes” tenían los cascos podridos, no había ni pertrechos ni repuestos de cualquier clase (en el tratado se había estipulado deberían venir equipados y pertrechados para un mínimo de seis meses) y se dudaba que pudieran ser utilizados en fecha próxima.

El atribulado ministro de marina Vázquez de Figueroa pasó de inmediato dicho informe a su Rey y recibió la recompensa merecida por sus desvelos. Fue fulminantemente destituido el 14 de Septiembre de 1818 y desterrado a Santiago de Compostela, se disolvió el Almirantazgo por haber apoyado a su ministro y fueron asimismo desterrados tres de sus componentes, el decano Juan Maria de Villavicencio y los oidores Nicolás de Estrada y Julián de Retamosa.

El castigo y la sanción fueron extensivos a los firmantes de tan negativo informe, Roque Guruceta y el brigadierFrancisco de Berenguer, los cuales habían sido designados para mandar sendos navíos de los recién llegados. Fueron dados de baja en la Armada por Real Orden del 30 de Septiembre de 1819, produciéndose tal clamor de impopularidad por tan injusta medidaque el monarca se vio en la necesidad de revocar la orden y restituirlos en sus empleos y cargos.

Para no extendernos más en tan insatisfactorio incidente me limito a detallar los resultados de la compra...

Los navíos de línea Numancia y España entraron a su llegada en astilleros de La Carracay sin navegar un solo día fueron desguazados en 1823.

El navío de línea Fernando VII realizó un corto viaje de pruebas por el Mediterráneo y a su regreso fue desguazado.

El Alejandro I lo aparejaron para acompañar al San Telmo con la expedición Porlier hacia Cabo de Hornos y Chile y cuando estaba frente a Brasil, tuvo que desistir y retornar a Cádiz por su lamentable estado, siendo asimismo desguazado.

El Velasco jamás llego a salir del puerto de llegada y se le desarboló en 1821.

La fragata Astrolabio tampoco pudo hacerse a la mar nunca, fue desguazada en 1820.

La fragata Maria Isabel, única en decente estado a su llegada, aunque tuvo que pasar por astillero, se la envió como escolta de un convoy destinado a Chile y Perú, compuesto de diez transportes con 2.080 hombres embarcados del Regimiento de Cantabria. La citada fragata fue sorprendida en Talcahuano por la flota chilena mediante un infame ardid que dio por resultado su apresamiento y su reconversión bajo pabellón chileno en fragata O’Higgins y todos los transportes que la seguían excepto tres fueron sucesivamente apresados por las fragatas enemigas.

La fragata Pronta, después de un primer y único viaje al Caribe, fue desguazada en 1820 y la Viva, tras llegar penosamente a La Habana, se hundió en la bahía de Portobelo (Panamá) al seguir viaje.

La Mercurio ni llegó a salir de Cádiz y por ultimo la Ligera, tras algún tiempo de servicio en la flotilla de Costa Firme, se hundió a la entrada de Santiago de Cuba en 1822.

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Luis Rodríguez Vázquez ha escrito "La historia encadenada". Esta narración pretende, en forma desenfadada, con un enfoque coloquial y algo sarcástico pero en su fondo tierno y protector, describir la epopeya de unos hombres del mar y de sus barcos que consiguieron para su amado pais los postreros destellos de respeto y admiración ante sus enemigos.

 

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