Todo a Babor. Revista divulgativa de Historia Naval
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Biografía de don José Patiño y Morales.

(Por Antonio Luis Martinez Guanter).

Intendente general de la Real Armada Española.

Primer ministro

Secretario de Hacienda, Marina e Indias.

Nació el día once de abril del año de 1666, en Milán, en ocasión de estar esta ciudad ocupada por el ejército español, del que su padre era veedor intendente.

De niño ingresó en la Compañía de Jesús, en la que estuvo por espacio de once años; en ella, dada su estricta educación, adquirió la esmerada formación, que tanto le sirvió más tarde, para desempeñar con soltura, los altos cargos para los que fue llamado a ocupar.

Viendo próxima la guerra de sucesión por los movimientos de las potencias Europeas, se decantó por el partido de don Felipe de Borbón, su amistad con el marqués de Leganés, le facilitó el acceso a la Corte, regresando a Lombardía con el empleo de Justicia Final, cuando el marqués de Leganés fue sustituido por el príncipe de Beaudemont, en la jefatura del ejército, se le encargó la recluta de tropas, para el ejército de don Felipe.

El Rey viajó a esos territorios en litigio y en guerra por su dominio, conoció a los hermanos Patiño, estos estuvieron a su la do en los combates de Luzara, Guastala y Mantua, pero al llegar noticias de España, de que estaban levantando ciudades y provincias contra el Rey, éste tuvo que regresar a la península, pues su unión puesta en peligro reclamaban su atención personal, con el Rey regresaron a España todos sus seguidores y con ellos los hermanos Patiño, que nada mas llegar a la capital se fueron a buscar a su protector y amigo.

Consiguió Patiño, no sin vencer fuertes oposiciones, ser nombrado Ministro del Consejo Real de las ordenes, para ocupar tal puesto el Rey le concedió la militar de Alcántara.

El Rey copió las instituciones francesas, por lo que fueron creados los cargos de Intendentes de provincias, con la responsabilidad << con todo lo relativo a la guerra, policía, hacienda y justicia>>; siendo nombrado Patiño de la de Extremadura, por su buen hacer, viendo los desastres que dejaba en
aquella tierra la guerra con Portugal, le puso fin a todas las atrocidades cometidas por los enemigos, dejando al salir de este puesto un grato alivio en las gentes.

Salió hacía Cataluña destinado a su ejército, en él organizó los aprovisionamientos, que llevaron a la toma total del territorio, una vez conquistado para la corona del Rey, estableció la contribución del (catastro), con la que se aseguro unos ingresos fijos para la Hacienda. (Nadie puede poner en duda las miras con las que tomaba sus decisiones y la fiabilidad de la medida, pues este impuesto pervive en la actualidad).

Terminada la guerra y con la corona representada por el rey Felipe V de España, se pensó en reconstruir la Armada, que por diferentes motivos coincidentes había casi desaparecido, llegando a ser representada dos o tres navíos y algunas galeras; dándose los primeros pasos de la nueva Real Armada española, con la constitución de una escuadra al mando de Pedro de los Ríos, que esta compuesta por dieciocho navíos y seis galeras, que protegieron a doscientos buques de transporte, llevando a un ejército de veinticuatro batallones, con mil doscientos caballos y seiscientas mulas, que transitó hasta Mallorca conquistándola.

Para defender los derechos de España en América del Sur, se formó al año siguiente una escuadra, compuesta por tres navíos y una fragata, que acometieron la labor de limpiar aquellas aguas, del tráfico no autorizado de buques mercantes.

Con el objeto de comparar construcciones, se encargaron dos navíos a Barcelona, para comprobar las diferencias de construcción con los realizados en el cantábrico y de paso aumentar los navíos de la Real Armada; se le encargo la supervisión de la construcción y fue tan del agrado del cardenal Alberoni, (pues era un hombre que buscaba lo mejor para el servicio de España), que por su recomendación, se le daría a él.

El Rey creó un ministerio, como intendente general de marina, que lógicamente fuese el que entendiese sobre la materia, la construcción, el acopio de víveres y pertrechos, asiento de marinería, fábrica de jarcias, lonas, betunes y artillería, además de cuidar de la materia prima, del corte y fomento de los bosques; para esta alta responsabilidad fue Patiño elegido, además de la superintendencia del reino de Sevilla, más la presidencia del tribunal de contratación, organismo que tenía el monopolio del tráfico y el comercio con las Indias.

El día seis de junio del de 1717, se firmo la Real Orden por la que la Marina pasaba a ser la Real Armada, pues hasta este momento España había dispuesto de varias Armadas con sus capitanes generales, que no tenían ninguna conexión entre si, lo que dificultaba la unión, por lo que desaparecieron las escuadras del galeras del Mediterráneo, las de navíos del Océano y galeones de Indias, uniéndose en una sola la Real Armada Española.

Prosiguió su labor, ordenando se construyera el arsenal de La Carraca, con todas sus dependencias; naves de arboladura, cuarteles, armerías y almacenes y por supuesto las gradas, de donde saldrían valiosos buques para la Armada, se comenzaron a construir buques en el astillero de Puntales, en los de Cantabria y en los de Barcelona; se construyeron fábricas de cordelería y tejidos, al mismo tiempo fomentó el cultivo del cáñamo y realizó una de sus grandes obras, creando la compañía de caballeros guardiamarinas, que fue la base del Cuerpo General de oficiales de la Real Armada Española, llegando hasta nuestros días.

En el año de 1717, se preparó la primera de las grandes operaciones, se alistó un fuerza naval, al mando del marqués de Mari, compuesta por doce navíos y algunas galeras, que darían escolta a cien transportes, que llevaban un ejército de ocho mil hombres y seiscientos caballos, al mando del marqués de Lede, su misión la conquista de la isla de Cerdeña, en la conquista de Cáller o de Cagliari la capital de la isla, fue donde por primera vez entro en fuego la joven compañía de guardiamarinas, compuesta por cien hombres al mando de su capitán, el alférez don Juan José Navarro.

Entre los años de 1718 y 1720, el cardenal Alberoni mantenía el proyecto de elevar la categoría de nuestra Armada, cuando en Europa se le creía ya incapaz de recuperación, por lo que se construyeron varios navíos en los astilleros, para ello se le otorgaron a Patiño de plenos poderes, pero las potencias Europeas se asustaron del gran incremento que se estaba produciendo, por lo que se aliaron para acabar con él.

En el año de 1718, se reunió en Barcelona otra flota, pero aún mayor que la del año anterior, también reunida en este puerto, se componía de doce navíos, diez fragatas, seis galeras y tres mercantes armados, al mando de don Antonio Gaztañeta, que daban protección a trescientos cuarenta buques de transporte, en los que iban treinta y seis mil hombres, entre ellos seis regimientos de caballería y cuatro de dragones, llevando a mil quinientos caballos de tiro para la artillería, con cien cañones de batir y cuarenta morteros, dos mil artilleros, una compañía de minadores y cincuenta ingenieros, al mando del marqués de Lede. la expedición se hizo a la vela el dieciocho de junio; llegaron a la isla, desembarcaron y la conquistaron, realizando todo ello en menos de un mes.

El embajador del Reino Unido lord Stanhope comunicó a Alberoni, que una escuadra al mando del almirante Bing <<estaba encargada de mantener la neutralidad de la península itálica>>, a lo que Alberoni contestó <<que cumpliese con las órdenes de su amo>>.

Pero todo esto no fue comunicado a Patiño, lo que habría puesto en alerta a la flota, pues era una menaza encubierta; al ver los españoles el acercamiento de la escuadra británica, que esta compuesta por veinte navíos de línea, celebraron un consejo de guerra, en el que Patiño como plenipotenciario <<Gaztañeta y Lede tenían instrucciones de no hacer nada sin su dictamen>> de la misma estuvo presente, hubieron dos posturas, una quedarse al amparo de las baterías de costa y otra realizar la salida, de esta última eran partidarios Patiño y Gaztañeta, mientras que de la primera, lo eran el resto.

Al ser Patiño y Gaztañeta de la opinión de la salida, esta se llevó a cabo, además no estaban enterados de las misivas de lord Stanhope con Alberoni, por lo que no pensaron, en que hubiera combate, por lo que navegaron muy confiados, y para arreglar las cosas les faltaba una división, que al mando del general Guevara se encontraba en Malta.

Los británicos atacaron, reuniendo varios de sus navíos contra uno español y así fueron cayendo casi todos los españoles, los cuales no pudieron prestarse ayuda, y lo que tanto sacrificio había costado de construir se perdió en unas cuantas horas, cayendo herido Gaztañeta, sucediendo esto a la altura del cabo Passaro el día once de agosto del año de 1718.

Por una decisión desafortunada, (el nombramiento de un intendente como jefe de una operación naval) muy mala información y peor previsión, pues ninguno de los dos jefes era realmente un marino, España perdió su incipiente Armada.

En el mes de enero del año de 1719, regresó Patiño como pasajero en una galera la Patrona o Santa Teresa, pues las dos llegaron juntas, desde el puerto de Messina a Barcelona.

Estaba en esta capital, con el cargo de intendente de Cataluña, cuando sobrevino la caída de Alberoni; inmediatamente empezaron a funcionar las envidias y sus enemigos trataron de hacerle caer como a su gran protector, basándose en los inmensos gastos realizados, pero que no eran para él sino
para construir una Armada, sólo que esto no importaba, lo que prevalecía era el gasto y eso es lo que utilizaron contra él.

Esperó en esta capital a que amainara el temporal, cuando lo creyó oportuno se presento en la Corte, se justificó a satisfacción del Rey, demostrando que todo lo por él realizado, era en cumplimiento de órdenes terminantes y precisas, emitidas por el ministro Alberoni.

El día quince de septiembre del año de 1720, fue repuesto en el cargo de intendente general de marina y poco después como presidente del Tribunal de Contratación.

Fue llamado a la Corte, donde acudió sin perder un solo día, se requería su presencia para llevar a cavo un nuevo armamento, de una expedición que obligara a los moros a levantar el asedio a la ciudad de Ceuta, la cual llevaba veintiséis años soportándolo.

Se llevó al efecto en la ciudad de Cádiz, la escuadra estaba al mando del teniente general don Carlos Grillo, las galeras al de don José de los Ríos y el ejército al del marqués de Lede, éste lo componían dieciséis mil hombres; se llevó la acción de tan perfecto modo, que a no ser por la intervención de la diplomacia de las potencias Europeas, el ejército hubiera conquistado la costa hasta Túnez.

Continuo con su entrega y conocimientos al perfeccionamiento de la nueva y naciente Marina; por reglamento del día veinticinco de agosto del año de 1720, se fijaron los sueldos de los oficiales, maestros y equipajes de buques; en el año de 1724 se traslado a La Carraca, el astillero de Suazo que había existido desde el año de 1607; el día treinta y uno de mayo del año de 1725, se puso en marcha la primera ordenanza de arsenales y el día uno de enero del año de 1725, se llevó a cavo el de cuenta y razón.

Consiguió formar una Marina que si bien su modelo era la francesa, lo llevaban los tiempos, pero marcando la diferencia los modos de ser de las dos naciones, podía considerarse la mejor Marina que nunca tuvo España hasta esas fechas.

Durante el desempeño de este su segundo periodo de sus actividades, si bien los ministros de marina Andrés de Pez y Antonio Sopena, le dejaban hacer, por lo bien que ello resultaba para la nación, a título personal no despreciaban la ocasión para herirle en sus sentimientos.

Las cosas empeoraron, cuando fue nombrado primer ministro, un holandés advenedizo llamado barón de Riperdá, éste manipulo al máximo sus instrumentos de poder, teniendo entre ceja y ceja a don José Patiño, en quien veía a un temible rival, transcurrido un tiempo logró que el Rey firmara el nombramiento de Patiño como embajador en la República de Venecia, con el oculto motivo de alejarlo de la Corte y de España, pero don José, conocedor de los entresijos de la corte, evitó dentro de sus posibilidades el alejarse, pues sabía que el tal ministro duraría poco en su cargo, pero el holandés le comunicó con un pliego, que disponía de tres días para salir a su destino; don José se amparó a sus amistades, contándose entre ellos el confesor de la Reina, consiguiendo que se aplazase “sine die” su cumplimiento.

A principios del año de 1726, el barón de Riperdá, fue exonerado por el Rey del ministerio de Hacienda, resentido y orgulloso, presentó la dimisión del resto de sus cargos, lo que no se imaginaba es que el Rey se la aceptó; por lo que Patiño anduvo muy acertado.

Obtuvo las secretarías de Marina e Indias, en el nuevo Consejo, que se formó en el mes de mayo del año de 1726, unos meses mas tarde, cesó francisco Amaza en sus cargos y el Rey ordenó que se le diesen a Patiño, con lo que se agregaron a sus cometidos y responsabilidades, la secretaría de Hacienda, Superintendencia general de Rentas y el gobierno de su Consejo y Tribunales, sus buenos y acertados cometidos en todos estos empleos, le granjeó la confianza de los Reyes.

En aquellas fechas las cuestiones sobre la devolución de Mahón y Gibraltar, empezaron a agriar las relaciones con el Reino Unido al negarse esta nación a avenirse a los convenios, que previamente lo estipulaban, además se defendían aludiendo a que los guardacostas españoles, estaban estorbando el buen comercio con nuestras Indias, ya que España no reconocía tal derecho y lo consideraba ilícito, las relaciones fueron empeorando y ya en el horizonte se vislumbraba la guerra y además sería marítima.

Habiendo sido nombrado ministro de Estado, se puso manos a la obra, por lo que comenzaron unos nuevos armamentos, se comenzó la construcción de nuevos buques; en el año de 1926 entre los astilleros de Guarnizo y Santoña, se terminaron ocho navíos de línea; poco después se habían constituido dos escuadra una en Barcelona compuesta de veinticinco navíos y unos pocos buques más de menores características y el Alicante otra con doce navíos y unas varias fragatas, armamento que era para la época, muy superior a lo que otros esperaban se pudiera realizar.

En diciembre de éste año se crearon los nuevos departamentos de El Ferrol y Cartagena, pues la flota iba creciendo y necesitaba nuevos lugares, donde poder resguardarse y repararse.

Ante estos preparativos de fuerza, el Reino Unido declaró la guerra en enero del año de 1727, pero el día seis de marzo del año de 1728, se firmó la paz en el palacio de el Prado, convencidos de que aún no era el momento, de comenzar algo, que podía muy bien acabar en desastre.

En este mismo año el Rey sufrió una grave enfermedad y pidió hacer testamento, encargándole a Patiño su redacción.

Algún tiempo después el Rey se recupero aunque no del todo y se concertaron los desposorios del príncipe de Asturias, luego Fernando VI, con la infante doña María Bárbara de Portugal y el del príncipe de Brasil con la infanta de España doña María Victoria, pasaron los Reyes la frontera de Extremadura a hacer sobre el río Cayo, el intercambio de los augustos contrayentes, también en estos asuntos tuvo Patiño, la responsabilidad de que llegasen a buen puerto, ya que se encargo personalmente de los itinerarios y aposentos de la corte en el viaje; todo ello sin que fuera un agravio económico para los pueblos por donde pasara la comitiva y consiguiendo además, la satisfacción demostrada por las cortes de las dos naciones.

De Badajoz, donde se había realizado el intercambio de comprometidos, la Corte se desplazó a la ciudad de Sevilla, para verificar y examinar, los adelantos de la construcción naval que aumentaría el poder marítimo de España y de paso intentar estrechar los lazos de amistad con el Reino Unido, pues la reina Isabel de Farnesio, estaba muy interesada en consolidar a su hijo, como Rey de Parma y Toscana.

Desde Sevilla partió la corte en dirección a la ciudad de Cádiz, pues el Rey había insinuado su complacencia en ver de cerca la flota; los Reyes llegaron la víspera al Puerto de Santa María, aprovechando que en los primeros días del año de 1729, regresaba una al mando de don Manuel López Pintado, la cual llego al siguiente día, (para la época muy apropiado el ajuste de tiempo), se desplazaron al arsenal de Puntales, donde vieron caer al agua al navío Hércules de 70 cañones, que a su vez era el primero de los construidos en este astillero, pudieron también contemplar, la salida de una flota de diecisiete buques de los que tres eran de guerra, al mando del marqués de Mari; una visita muy bien aprovechada.

Ya que en este viaje, Patiño conoció al joven Zenón de Somodevilla, quien pasados unos años le sustituiría en sus quehaceres.

Regresando a Sevilla, después de visitar algunas poblaciones de Andalucía.

El día nueve de noviembre, se firmó en Sevilla, después de unas largas conversaciones, el tratado por el que Francia y el Reino Unido, reconocían al infante don Carlos como Rey de Parma y de Toscana, aunque esto costó como siempre, unas concesiones para ambos países, en el comercio con nuestra Indias; aún se alargó el problema hasta la muerte del último de los Farnesio en el mes de enero del año de 1731; decidiéndose que ya podía tomar posesión de propiedad el infante don Carlos, a pesar de las intrigas e intromisiones del nuevo primer ministro francés, nuestro ministro elevó su calificación de estadista en todas estas conversaciones, adquiriendo una preponderancia en la Corte.

Uno de sus grandes triunfos y ante la negativa de Francia, fue el preparar una expedición compuesta de veinticinco navíos, al mando de don Esteban Mari, que daba protección a otra de transporte, con unos efectivos de siete mil hombres al mando de Ludovico Spinola y a la que acompañaba una británica de dieciséis navíos, al mando del almirante Wager; ante tal demostración de fuerza la Francia miró hacía otra parte y asintió; el infante tomó por fin posesión de los dos ducados; el de Parma, le correspondía por herencia de su madre, de ahí su gran interés y el de Toscana, por un convenio anterior, firmado por el último Gran Duque de Médicis.

El día veintiuno de marzo del año de 1731, firmo una exposición, sobre los motivos y causas de las promociones de los oficiales, y el modo en que debían realizarse.

En el año de 1732, formó una nueva expedición, esta vez contra Orán que desde 1708, aprovechando la inestabilidad de la política en España, se habían apoderado de ella los berberiscos; estaba compuesta por doce navíos, al mando del general don Francisco Cornejo, a la que se unió en Alicante la de don Blas de Lezo, que daban escolta a una de transporte de quinientos buques, que transportaban un ejército de veintiséis mil hombres al mando del duque de Montemar. En este año se creó la matrícula de mar, siendo declaradas las exenciones de todos los individuos que en ella se alistasen.

El resultado fue la toma de Orán y de Mazalquivir, que fueron dotadas de fuertes guarniciones, por esta gran victoria, fueron condecorados los generales al mando de ella, pero más contento con quien la había organizado, le concedió a Patiño el collar de la Orden del Toisón de Oro.

Desde que cayó enfermo el Rey la vez anterior, solían ser frecuentes unos ataques de melancolía (al menos así lo definen las fuentes de la época), en esta ocasión le dio por refugiarse en el Alcázar de Sevilla, donde ya estaba más de un año, por lo que la Reina era en realidad en estas ocasiones la Gobernadora, por lo que despachaba los asuntos del Estado, siempre aconsejada por don José Patiño; por esta vez consiguió Patiño, apelando a todo género de manifestaciones razonar con el Rey y le convenció de que abandonara su retiro, llevándoselo a Madrid primero y posteriormente a Aranjuez.

En el año de 1733, fallecía el Rey de Polonia, Federico Augusto, como no tenía descendencia, las potencias Europeas se pusieron a juzgar quien debía asumir el puesto vacante; como ya era habitual nuestra Reina quiso poner en él a su hijo Carlos, pero Patiño le hizo ver que el poseer Nápoles y Sicilia, era más importante para España, además de que la intromisión en aquella nación, no sería bien vista por otras, por lo que la guerra sería inevitable y no reportaría ningún beneficio a nuestro país; por la mediación del hermano de don José Patiño, el marqués de Castelar, que estaba de embajador en París, se volvieron a encontrar los intereses de ambos países, apoyándose en las antiguas alianzas de Francia con Saboya, se firmo el pacto el día veinticinco de octubre del año de 1733.

Siendo éste el último gran servicio que prestó el marqués de Castelar, pues falleció al poco tiempo, después de haber realizado su embajada.

Se organizó una nueva expedición, para sentar en el trono de Nápoles y Sicilia al nuevo Rey; se puso al frente de ella al propio infante, nombrado generalísimo, la componían veinte navíos y treinta mil hombres al mando del duque de Montemar.

La escuadra estaba al mando del conde de Clavijo y con ocho mil hombres de desembarco, se realizaron tan prontamente las operaciones, que el día diez de mayo ocupó Su Alteza la capital, pero proseguían la campaña, pero cuando cayeron Bitonto y Capua, quedó completada la empresa que se le había confiado y Nápoles volvió a ser un reino independiente con monarca propio, después de más de doscientos años en poder de unos o de otros; se consiguió fácilmente la posesión de Nápoles, para el infante don Carlos, después Carlos III de España.

Pacificada Nápoles, se dirigió a Sicilia, donde se tuvieron algunos enfrentamientos, con los simpatizante del emperador, pero cuando se llegó a Palermo, quedó toda la isla dominada.

Fueron tantos los recursos que la Reina facilitó a su hijo, gracias a la buena administración de don José Patiño, que su hijo se hizo muy popular, al llevar a cavo una rebaja de los impuestos, lo que le supuso mantener su reino tranquilo de toda adversidad.

Mientras tanto el emperador de Francia, se vió tan involucrado en la cuestión de Polonia, que le costó todos sus territorios en la península itálica. (Una vez más Patiño tenía toda la razón, sólo que esta vez se pudo evitar, por sus grandes dotes de político).

Seguía su labor incansable, estando siempre pendiente del ramo de la construcción naval, la marina iba aumentándose y perfeccionándose, en todas sus ciencias.

Se realizó el reglamento del uso de banderas por procedencia de departamentos, ya que había dividido la flota en tres escuadras para despertar el estímulo de los marinos, fijando a cada una su pertenencia a un departamento marítimo, correspondiéndose con su arsenal.

Fue también muy propio de su carácter y de sus conocimientos, el sacar a subasta la mayor parte de las empresas económicas, llegando al punto de hacerlo hasta con la construcción de los navíos.

Bajo su mandato se pudo reunir una flota de treinta y un navíos, de ellos diez de 70 cañones y veintiuno de 60; quince fragatas y numerosos buques menores.

La actividad de esta flota era muy agitada, pues igual estaban, combatiendo contra los enemigos del norte de África; que proporcionando una escolta a las de las Indias con sus ricos cargamentos, que de hecho se realizaban con mayor frecuencia; que realizando expediciones en defensa de nuestros intereses en la península itálica.

En el año de 1734, se produjo un gran desastre, que no fue otro que el incendio del palacio Real y como consecuencia quedaron destruidos gran cantidad de pinturas de gran valor, así como todos los archivos de la corona, perdiéndose gran cantidad de información.

Esto produjo en Patiño un grave disgusto, pues pensaba que él era el responsable, por no haberlo previsto, además se unió a esto la condena a muerte de Artalejo, culpable de falsificar la firma del ministro y encima tuvo que aguantar una anónima crítica de alguien que se firmaba <<El Duende>>, que el intentar averiguar de quien se trataba, le hacía pasar las noches en blanco, pero con sus investigaciones y ayudado por el Rey, descubrió al que tanto daño hacía con aquellos libelos, no era otro que un carmelita llamado fray Manuel de San José, de origen portugués y quien Patiño hizo encerrar en un convento, por todas estas razones, fue debilitándose su salud, cayendo enfermo en San Ildefonso y siendo cuidado y atendido por la Real familia, especialmente por la Reina, la que le estaba muy agradecida, por haber conseguido todos sus sueños, en favor de sus queridos hijos.

Con todos los cargos que poseía y la autoridad de su persona, halló en si los recurso con los que le dio vigor y respeto a la monarquía, logrando que se hiciera oír la voz del Rey de España en todos lo Gabinetes extranjeros, cosa que no ocurría desde hacía mucho tiempo.

El trece de octubre del año de 1736, el Rey por decreto le otorgó las grandezas de España de primera clase: <<Para él y para sus herederos sucesores, en atención a sus singulares méritos y relevantes distinguidos servicios>>

Don José Patiño, ya grave pero con un gran humor, al enterarse de la concesión comento <<que S. M. le enviaba sombrero cuando no tenía cabeza>>. [Aquí hay que aclarar, (para quien lo desconozca) que este privilegio de “Grande de España”, permite al que lo recibe hablar con el Rey de pie y cubierto, lo cual no es poco permitir; fue instaurado por el rey Carlos I, concediéndoselo sólo a doce aristócratas; además reciben el tratamiento por parte del Rey de “primo” y coloquialmente se le llama “Caballero cubierto ante el Rey”; está en heráldica entre el título de “Infante” y el de “Duque”, lo que no quita, que un grado inferior lo posea, como puede ser un Marqués, un Conde, un Vizconde, un Barón o un Señor].

Falleció el día tres de noviembre del año de 1736, en La Granja de San Ildefonso en Segovia.

Después de tantos años sirviendo con honradez, moría pobre, pues sólo pudo dejar de herencia a los hijos de su hermano, el ya fallecido marqués de Castelar, la grandeza de España recibida en el lecho de muerte y esta es la prueba más convincente de su generoso desinterés; pues habiendo gozado de tantos empleos tan elevados y teniendo tantas ocasiones en las que pudo adquirir riquezas, las miró siempre como contrarias a la rectitud de su ánimo y al sacrificio que exige el bien del Estado, de parte de las personas que los ocupan. ¡Un ejemplo a seguir!.

Como colofón; añadir lo que dice de él el más insigne investigador de temas navales que ha tenido España y persona poco dada a realizar elucubraciones ni alabanzas; don Martín Fernández de Navarrete:

  • <<Patiño, economizó la real hacienda y libró, a los pueblos de los tributos extraordinarios que exigían antes las urgencias ocurrentes; la casa Real estuvo pagada; el ejército, provisto; las expediciones, satisfechas; las rentas de la corona se pusieron corrientes; y el erario adquirió la reputación que, como decía Richelieu, es su principal riqueza>>.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez. Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana. Espasa-Calpe. Tomo 42. págs. 779-781. Fernández Duro, Cesáreo. La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid. 1973. González de Canales, Fernando. Catalogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo III. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000. Guardia, Ricardo de la. Notas para un Cronicón de la Marina Militar de España. Anales de trece siglos de historia de la marina. El Correo Gallego. 1914

 

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