Todo a Babor. Revista divulgativa de Historia Naval
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Biografía de don José de Mazarredo Salazar.

(Por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez y aportada por Antonio Luis Martinez Guanter).

Teniente general de la Real Armada Española.

Nació en Bilbao el ocho de marzo del año de 1745.

Muy joven sentó plaza de guardiamarina en el departamento de Cádiz. y en este empleo embarcó en el chambequín  Andaluz, al mando del capitán de fragata don Francisco de Vera.

En este buque ya se distinguió en la mar, como antes lo había hecho en los estudios, pues en la noche del día trece de abril del año de 1761, impidió que el buque se estrellase contra las Salinas de la Mata, <<por sus acertadas disposiciones y por su firmeza en sostenerlas contra el dictamen de hombres prácticos en la mar, y por su osadía en embarcarse de noche en medio de un fuerte temporal en un pequeño bote, a recoger la lancha perdida y ver de salvar el buque, logró al menos sacar a salvo toda la tripulación de trescientos hombres>> dice Fernández de Navarrete.

A los doce años de servicios, por el buen concepto en que le tenían sus superiores, fue nombrado ayudante de la mayoría del departamento de Cartagena.

En el año de 1772, queriendo mejorar sus conocimientos e incrementar su práctica, pidió embarcar en la fragata   Venus,  que al mando de don Juan de Lángara, había de salir para las Filipinas. Ayudaba al comandante, llevando prolijo diario de navegación con todas las incidencias y observaciones.

No obstante lo detallado del diario, la situación se llevaba únicamente por estima, mejorada ésta tan sólo con la latitud observada por diferentes métodos usados en la época.

Mazarredo recordaba unas tablas que había visto en cierta ocasión, en el año de 1767, en una gaceta británica y que no pudo adquirir en Gibraltar, a pesar de las diligencias que efectuó desde Cádiz.

Estando navegando el día trece de febrero, en una espléndida noche de luna, casi en cuarto creciente, pocos días antes de llegar a al cabo de Buena Esperanza, Mazarredo se fijó en lo bien que destacaban las estrella; la luna estaba cerca de Aldebarán.

Tuvo de pronto la idea de que podía obtenerse la longitud por distancia de la Luna a una estrella.

Entre él, Ruiz de Apodaca que estaba de guardia y el comandante Lángara que también contribuyó en ello, una vez que le pusieron en antecedentes de lo que se trataba, observaron simultáneamente: Ruiz de Apodaca la altura de la Luna, Lángara la de Aldebarán y Mazarredo midió mientras tanto, la distancia entre los dos astros.

Hicieron varias series de observaciones y las trabajaron seguidamente, resolviendo también los necesarios triángulos esféricos; en todo esto tardaron cuarenta y ocho horas y les dio una diferencia en longitud de dos grados al oeste con respecto a la estimada; enmendaron ésta y gracias a ello, a los pocos días, recalaban con toda exactitud en  El Cabo.

Una vez fondeado en la bahía de la Tabla, adquirieron, en unos barcos de la Compañía Británica, los almanaques náuticos de los a los de 1772 y 1773; en ellos se daban las distancias lunares a las estrellas zodiacales cada tres horas del meridiano de Greenwich, y ya con este auxilio obtuvieron más fácilmente la longitud por observación, durante todo el viaje hasta Manila y a su regreso.

El abate Lacaille, en su tratado de Navegación de 1752, ya había expuesto el método de hallar la longitud por distancia de la Luna al Sol y a las estrellas zodiacales y no es menos cierto que lo empleaban los británicos desde el año de 1767 y que también años antes se habían impreso en Madrid un método de hallar la longitud en la mar, pero el no conocer Mazarredo estos antecedentes hace que suyo sea también el mérito de descubrimiento tan importante.

El mencionado tratado de Lacaille no lo tuvo en sus manos, hasta después de su viaje de regreso de Filipinas.

En el año de 1774, realizó otro viaje en la fragata  Rosalía, también a las órdenes de Lángara, viaje que tenía por objeto experimentar todos los procedimientos de navegación conocidos hasta la fecha, especialmente los de calcular la longitud.

En este viaje acompañaban a Mazarredo otros brillantes oficiales de la Armada como eran Apodaca, Varela  y  Alvear.

Situaron con toda exactitud la isla de la  Trinidad de los mares del Brasil y reconocieron la isla de Asunción, al oeste de aquella, a unas cien leguas en dirección a la costa.

En el año de 1775, concurrió a la malograda expedición contra Argel, como ayudante del mayor general de la escuadra del marqués de González de Castejón.

Se asegura que fueron obra suya los planes de navegación, fondeo y desembarco de los veinte mil hombres del ejército, a las ordenes del general O’Reilly.

Aunque malograda, esta expedición fue timbre de gloria para la armada, ya que gracias a su protección denodada, el reembarque no se convirtió en un clamoroso desastre.

Por los servicios distinguidos en esta campaña, el rey confirió a Mazarredo el cargo de alférez de la compañía de guardiamarinas de Cádiz, y en sus sucesivos empleos, de capitán de fragata y de capitán de navío, la comandancia de la nueva compañía creada en el departamento de Cartagena.

En este puesto no sólo atendió a la dirección de la escuela de guardiamarinas, sino que tomó parte activa en la enseñanza de la náutica y la maniobra, escribiendo algunos trabajos orientados al objeto, como la <<Colección de Tablas para los usos más necesarios de la navegación>>.

En el año de 1778 se le dio el mando del navío   San Juan Bautista, destinado a prácticas de guardiamarinas; llevaba y empleaba en sus navegaciones un reloj de longitud de faltriquera construido para él por Arnold en el año de 1776 (el nº  12), que se conservó después en el Museo Naval.

Obteniendo en estos viajes la verdadera situación de muchos puntos de la costa de España y de Berbería, trabajo que sirvió grandemente a Tofiño, en sus posteriores campañas hidrográficas para levantar las cartas de su <<Atlas Marítimo>>.

En el año de 1779, siendo mayor general (grado equivalente al de hoy de jefe de estado mayor) de la escuadra del general Gastón, puso en práctica los <<Rudimentos de Táctica Naval>> que había escrito cuando era teniente de navío, así como sus  <<Instrucciones de señales>>.

Su éxito como mayor general lo obtuvo principalmente al año siguiente en la escuadra de don Luis de Córdova, reforzada con seis navíos franceses: por una atrevida maniobra, que todos consideraban temeraria, se apresó el día nueve de agosto a la altura de las islas Azores, un importante convoy británico de cincuenta y tres velas, con mercancías y víveres para  su ejército en la lucha contra los independentistas norteamericanos.

Tres de las fragatas británicas apresadas sirvieron después en la Real Armada Española con los nombres de  Colón,  Santa Balbina  y  Santa Paula; con el apresamiento se hicieron casi 3.000 prisioneros.

Debióse también a Mazarredo la salvación de la gran escuadra hispano-francesa, que esta compuesta por veintiocho navíos y cuatro fragatas españolas y treinta y ocho navíos y veinte fragatas francesas, que escoltaban a un rico convoy de ciento treinta velas, que iba camino de perderse por la inoportuna salida que ordenó el general conde d’Estaing, contra el voto de Mazarredo y que éste pudo subsanar, consiguiendo que arribase la flota a Cádiz, pocos días después de haber salido de ese puerto, ante la amenaza de un fuerte temporal que, una vez transcurrido, hizo caer en la cuenta de lo acertado de su decisión.

Hay que hacer notar, que Mazarredo no era un adivino, sino que en la Armada Española se habían comenzado a usar los barómetros marinos, que permitían, con una buena lectura de ellos, el poderse anticipar al tiempo venidero a corto plazo.

En el año de 1781, cruzando la escuadra, al mando todavía del general don Luis de Córdova, por las cercanías de las islas Sorlingas, con tiempo muy duro, el general francés conde de Guichen hizo repetidas veces señales de <<Peligro en la derrota>>.

Mazarredo, bien impuesto de la situación verdadera por las frecuentes observaciones que efectuaba y meticulosa estima que llevaba realizada, conocedor, pues, de la bondad de la derrota y sabedor del peligro de alterarla, insistió en que se siguiese el rumbo por él trazado.

Después se vio lo correcto de sus disposiciones; el mismo conde de Guichen llegó a decir ingenuamente al conde Artois que se hallaba en Algeciras: <<Yo no iba a perder una armada que Monsieur Mazarredo salvó>>.

Al principios del año de 1782, se volvió a poner de manifiesto la pericia marinera de Mazarredo: una escuadra española compuesta de siete navíos y siete fragatas, después de haber escoltado a una expedición de tropas se dirigía  a Cádiz.

Conocedor el mayor general por sus últimas observaciones, de los grandes efectos de las corrientes existentes y conocedor también de la cercanía de un temporal, aconsejó al general las necesarias medidas que éste hizo suyas, tomándose así con toda seguridad la bahía del puerto de Cádiz.

Tomó parte con la escuadra que bloqueaba a Gibraltar en el ataque de las baterías flotantes y en el combate indeciso que aquella riñó, frente al cabo de Espartel, con la británica del almirante Howe, cuando ésta regresaba al Atlántico, después de haber conseguido entrar el Gibraltar, el socorro que
tanto necesitaba la plaza.

Mazarredo, en las cinco horas que duró la acción, como en los combates y navegaciones anteriores, dio prueba de valor y de serenidad.

A él le cupo gran parte del éxito y adelanto obtenido en la maniobra; quedaron los británicos maravillados de la presteza con que se formó la línea de combate, y como rápidamente se coloco la capitana española en medio de la línea y cerró la distancia la retaguardia.

Al final de esta campaña, se consiguió la Paz de 1783, siendo ascendido por ello a jefe de escuadra.

<<Ningún ramo de la marina militar se ocultó a su inteligencia y a su celo>>

Dio un gran impulso a la enseñanza con ocasión de ejercer las funciones de capitán de las tres compañías de guardiamarinas, las e El Ferrol,  Cádiz  y Cartagena.

<<Apenas hubo por entonces expediciones científicas, que no fuese a propuesta suya, o a conveniencia de sus informes>>, una de ellas la del año de 1791, de Churruca, a levantar las costas de las Antillas y Costa Firme.

En el verano del año de 1785, recibió el encargo de realizar por el Mediterráneo un crucero de estudio práctico, comparativo entre la construcción británica y la francesa, para tal efecto se formó una escuadra compuesta de el navío  San Ildefonso, sobre cuyos gálibos había ya informado y la fragata  Brígida del tipo británico, y del navío San Juan Nepomuceno y la fragata  Casilda del tipo francés.

Esta campaña duró un año y no se publicaron, desgraciadamente, sus resultados.

Solamente se conserva la memoria: <<Informe sobre construcción de navíos y fragatas>>.

Pasó seguidamente a Argel en comisión diplomática, para negociar la paz con la Regencia, a la que se le forzó por los bombardeos de las lanchas cañoneras y bombarderas de don Antonio Barceló.

En el año de 1789 fue ascendido a teniente general y estuvo algún tiempo en Madrid, dedicado a la redacción de las <<Ordenanzas>>, auxiliado por su inseparable ayudante el capitán de navío Escaño.

Interrumpió esta tarea al ser nombrado segundo jefe de una escuadra mandada por el marqués del Socorro; embarcó en Cádiz arbolando su insignia en el navío  Conde de Regla, pasando después al navío  San Hermenegildo.

Con esta escuadra, en una ocasión salió en persecución de una británica hasta el cabo de Finisterre, quedando después cruzando por aquellas aguas, hasta que se firmó la paz con el Reino Unido de la Gran Bretaña.

De regreso a Madrid en el mes de abril de 1791 y con ello, con su acierto y constancia acostumbradas, a su tarea de redacción de las <<Ordenanzas>>, auxiliado de nuevo por su <<brazo derecho>>, Escaño, terminándolas en el año de 1793, siendo recompensado por el Rey con una encomienda de la Orden Militar de Santiago.

En el año de 1795, en guerra con la república francesa, tomó el mando en Cádiz de una escuadra, que debía de unirse a la de don Juan de Lángara, que operaba en el Mediterráneo.

Pasó después a mandar esta escuadra, al ser nombrado Lángara capitán general del departamento de Cádiz.

Sus diferencias con el ministro don Pedro Varela, al cesar en el cargo el bailío Valdés, considerando Mazarredo que no se atendía debidamente a los buques, y el haberse negado a ampliar los informes expuesto en circunstancias anteriores, como pretendía Varela, para acusar a Valdés de mala administración, le llevó a tener que presentar la dimisión de su mando, dimisión que fue aceptada, siendo destinado a El Ferrol, con prohibición expresa de pasar a la corte.

Fruto en parte de la imprevisión del gobierno y también del poco acierto del nuevo almirante, el general don José de Córdova, fue el desgraciado combate del catorce de febrero de 1797 en el cabo de San Vicente, contra una escuadra británica.

Después del combate fue designado sucesor de Córdova, el anciano general Borja; pero por fortuna los capitanes de fragata Espinosa, Fernández de Navarrete y Salaza, se aventuraron a pedir audiencia a la Reina y deshicieron el error, en el real ánimo, de que Mazarredo tenía trastornado el juicio y expusieron el estado del anciano Borja.

La Reina acudió al Rey, se dio orden de detener al correo y se nombró a Mazarredo para el mando de la escuadra.

Recibiendo la orden de dirigirse a Cádiz y de tomar el mando de las fuerzas navales que habían de defender aquel puerto.

La escuadra estaba compuesta de veinticinco navíos, de los que cuatro eran de tres puentes, once fragatas y tres bergantines; arboló su insignia en el navío de tres puentes  Concepción y en menos de dos meses consiguió organizar las fuerzas sutiles, llegando a reunir ciento treinta embarcaciones, al mando de los generales Gravina y Villavicencio, con las que rechazó los ataques del enemigo, como ocurrió en las noches del tres y del cinco de julio de 1797.

En el año de 1798 salió repentinamente de Cádiz con veintidós navíos, tres fragatas y la Vestal, francesa, para sorprender a una división británica de nueve navíos que cruzaba frente a Cádiz.

Un temporal del sudeste lo impidió y previniendo que el cuerpo principal de la escuadra enemiga, que se encontraba en Lisboa al mando del almirante Jervis, viniese contra sus fuerzas, se mantuvo frente a la desembocadura del Guadiana, hasta que abonanzó el tiempo y acertadamente, regresó a Cádiz.

Con arreglo a lo que había previsto, veinticuatro horas después llegaba la escuadra británica con gran superioridad: con cuarenta y dos navíos y varias fragatas y buques menores.

Nombrado Mazarredo capitán general del departamento de Cádiz y terminadas las obras del nuevo Observatorio de Marina en la Isla de León (San Fernando, 1798), ordenó el traslado del centro en cuestión.

Además de la sección de efemérides, estableció en él dos talleres de relojes (cronómetros), y uno de instrumentos náuticos, servido por artistas enviados al extranjero por propuesta suya, para que se pusiesen al día en los adelantos de Francia y el Reino Unido.

A Mazarredo se debe en los sextantes el movimiento del anteojo paralelo al plano del aparato.

En el año de 1799, mandando la escuadra, pasó con ella al Mediterráneo, sufriendo un violento huracán en el golfo de Vera, uno de esos chubascos conocidos con el nombre de <<fortuna de mar>>, que produjo de desarbolado de varios navíos; pasó a Cartagena donde reparó las averías, con increíble rapidez, gracias a su tesón y al de su mayor general Escaño.

En unión de la escuadra francesa del almirante Bruix pasó al Atlántico, fondeando en Cádiz y después en Brest.

En este puerto quedó mandando interinamente la escuadra el general don Federico Gravina, y Mazarredo pasó a París con el almirante Bruix, a concertar las operaciones navales en unión del alto mando francés, y a representar diplomáticamente a España.

Ante el Napoleón, elevado por entonces al Consulado, tuvo que luchar Mazarredo por los intereses de España, amenazados por la ambición de Bonaparte que quería disponer, para su mejor servicio de las fuerzas navales españolas.

La firme actitud de Mazarredo disgustó a Napoleón, que le retuvo en París una larga temporada y gestionó cesase en el mando de la escuadra.

Dócil ya el gobierno español le envió a Cádiz, pretextando que allí hacían falta sus servicios, nombrándosele capitán general de aquel departamento de cuyo cargo tomó posesión el día nueve de febrero del año de 1801.

Antes de ir a París se la había ofrecido, rehusando el Ministerio de Marina.

Pero es más; no estando conforme con los sistemas seguidos que hacían experimentase la Armada escaseces y calamidades, que él no podía remediar con su autoridad y no queriendo hacerse solidario del desastre que se preparaba, pidió su separación y cuartel para Bilbao, obteniéndolo el día nueve de febrero de 1802.

En el mes de agosto de 1804, fue mal mirada su conducta en la corte con motivo de tratar de impedir, los funestos efectos del furor popular y de remediar, los males que traerían consigo la oposición de los intereses locales a los del gobierno.

Aprovechando lo que en realidad no era sino un fútil pretexto, fue desterrado primero a Santoña y después a Pamplona.

Es notable que tanto en el destierro como en sus viajes, mantenía una constante inquietud, por las observaciones astronómicas, que hacía tierra a dentro con horizonte artificial de azogue.

En el año de 1807 se le autorizó a volver a su anterior residencia, donde le sorprendió el movimiento nacional de la Independencia, contra la invasión francesa.

Napoleón, que conocía su valía, le atrajo a su partido y Mazarredo, cometió la equivocación de aceptar e ir a Bayona, creyendo tener que ceder ante lo inevitable, apartándose así del verdadero camino de los españoles, manchando de ese modo sus méritos anteriores.

No obstante, el cariño que profesaba a su patria y a la armada, le impulsó a luchar, aún dentro del partido del rey intruso, por aliviar la suerte de muchos pueblos y personas.

Cuando el ejército británico abandonó Galicia, al perder después de una tenaz lucha la batalla de Elviña, en que cayó el general sir John Moore, los mariscales Soult y Ney ocuparon El Ferrol donde se encontraban, once navíos, cuatro fragatas y algunos otros buques, que estuvieron a punto de ser trasladados a Francia.

Mazarredo se personó en aquella capital departamental evitando a costa de mucho batallar, que la mayor parte de los buques en cuestión saliesen para Francia, de donde había ya llegado para hacerse cargo de ellos un contralmirante francés, con oficiales y marinería.

Este importante servicio siempre le fue reconocido a Mazarredo por parte de la Armada española.

Una vez efectuada su acción, regresó a Madrid, donde le acometió un ataque de gota, que le originó la muerte, siendo el día veintinueve de julio del de 1812.

Fue sin duda, para él, una gran fortuna, ya que se libró de las persecuciones que padecieron los afrancesados.

 

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