Todo a Babor. Revista divulgativa de Historia Naval
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Biografía de don Santiago de Liniers y Brémond.

(Por Antonio Luis Martinez Guanter).

Jefe de escuadra de la Real Armada Española.

Nació el día veintiocho de julio del año de 1753 en Niort, en Poitou (Francia).

Pertenecía a una antigua e ilustre familia del Poitou, en la que habían brillado muchos militares y contaba con muy pocos años, cuando ingresó como paje en la Orden de San Juan de Jerusalén

Comenzó su carrera militar sirviendo en calidad de subteniente en el regimiento de caballería Real Piamonte, en el que permaneció hasta el año de 1774, que entregó su dimisión al barón de Talleyrand, que era su coronel y jefe.

El día seis de mayo del año de 1775, se incorporó a la Armada española en calidad de aventurero y se embarcó en el navío  San José, de la escuadra de don Pedro González de Castejón, que protegió y apoyó la expedición militar contra la plaza de Argel, al mando del general O’Reilly, compuesta por un
contingente de veintidós mil ochocientos veintidós hombres de todas las armas.

Las fuerzas desembarcaron en las cercanías de la plaza, pero internándose demasiado, fueron atacadas por una gran masa de enemigos, viéndose en la necesidad obligatoria de tener que retirarse, hacía las playas, no se convirtió un  gran desastre, gracias al apoyo artillero de los buques de la escuadra, que frenaba el avance de los moros. Liniers asistió a los combates, ya como ayudante del príncipe Camilo de Rhan, ya en los botes de su buque.

Al regresar de esta fallida operación al arsenal de Cádiz, el día dieciséis de noviembre del año de 1775, sentó plaza de guardiamarina en la compañía de éste departamento, embarcando en el navío San José.

El día tres de mayo del año de 1776, fue ascendido a alférez de fragata, siendo embarcado en el bergantín  Hop, perteneciente a la escuadra del marqués de Casa Tilly, en la expedición de trasladar a las costas del Brasil al ejército del general Cevallos, cuando éste ocupó la isla de Santa Catalina.

Regreso de dicha expedición el día uno de agosto del año de 1778, llegando a Cádiz.

En el año de 1779, se le ordeno embarcar, haciéndolo en el navío San Vicente, insignia del general Arce, que formaba parte de la escuadra franco-española, al mando del general don Luis de Córdova, participando en las operaciones del canal de la Mancha, que no tuvieron otra consecuencia que la retirada de las flotas británicas, a sus puertos de origen, cayendo en poder de la escuadra combinada el navío británico Ardent, de 64 cañones.

En el año de 1780, participó en el combate del cabo de San Vicente, donde la escuadra del general don Luis de Córdova, apreso a un convoy británico de cincuenta y cinco velas, que llevaba pertrechos para su ejército, entonces en lucha contra los independentistas norteamericanos; Liniers fue uno de los encargados de marinar una de las fragatas armadas apresadas, haciéndola llegar a la bahía de Cádiz, siendo ésta una de las que después se unió a la escuadra española.

Durante un tiempo estuvo cruzando entre los cabos de San Vicente  y  Santa María, en misión de protección de los buques que provenían de nuestras posesiones en América.

En el año de 1781, se le ordeno embarcar en el navío  San Pascual, que formaba parte de la escuadra del general Buenaventura Moreno, que transportó y apoyó al ejército del duque de Crillón, con el que se llevó a cabo la reconquista de la isla de Menorca.

Desembarcado el ejército y bloqueado el puerto de Mahón, habían entrado, forzándolo, dos fragatas británicas, que estaban fondeadas a menos de un tiro de fusil del fuerte de la Reina.

El teniente de fragata Liniers, tuvo la honra de ser escogido por su general, que conocía muy bien sus cualidades, para dar un golpe de mano con dieciséis lanchas armadas y apoderarse de ambas fragatas; una de ellas del porte de 14 cañones y la otra de 10. (1)

No pudo realizar la operación de noche, por la espesa niebla reinante, lo que le hizo esperar a que despejase y ello ocurrió ya de día; sobre las ocho abordó a las fragatas y las rindió, en medio de un horroroso fuego que le hacían desde tierra y desde los mismos buques; a pesar de ese fuego tan vivo las rindió y las llevó al medio de la escuadra española, cubriendo las jarcias y dando los vivas de ordenanza, al pasar a la altura del navío insignia; todo esto con gran cantidad de heridos y muertos a bordo, siendo el propio Liniers uno de los heridos, pues lo fue en un brazo.

Por su heroico comportamiento, por los méritos contraídos fue ascendido a teniente de navío, continuando en sus servicios, durante todo el resto de la guerra de reconquista de la isla de Menorca.

El día trece de septiembre del año de 1782, se produjo el ataque a Gibraltar, que lo defendió con tesón el general británico Elliot, por parte de las baterías flotantes ideadas por el ingeniero francés D’Arçon, yendo embarcado en la llamada  Tallapiedra; cuando las balas <<rojas>> de los defensores, prendieron fuego a aquellas diez embarcaciones, Liniers se mantuvo en la  Tallapiedra, con su comandante don Nicolás Estrada, hasta que aquella ardió totalmente.

El general de la escuadra don Luis de Córdova, una vez destruidas las flotantes, le confió el mando del bergantín de guerra  Fincastle, una embarcación que había sido presa a los ingleses.

Con éste buque pronto se distinguió en ocasión de salir la escuadra a cortar el paso a un convoy británico, que aprovechando un temporal y estando medio deshecho entró en peñón de Gibraltar.

A su vuelta al océano, se trabó el combate de cabo Espartel, Liniers destinado a ir en la vanguardia con su bergantín, apresó a la fragata de transporte británica  Elisa, pero que iba armada con 22 cañones, y que transportaba tropas de artillería del ejército y uniformes para tres regimientos; realizó su presa bajo el fuego de un navío británico, que a pesar de su mayor potencia de fuego no pudo impedirlo; la condujo hasta el costado del buque insignia español, el general en jefe, le izo la señal de <<apruebo la maniobra>> y después le hizo llegar una comunicación encomiástica.

Por su valor e intrepidez y el buen resultado de su acometividad,  y a petición de su general se le ascendió a capitán de fragata en día veintiuno de diciembre del año de 1782.

En el año de 1783, firmada la paz con los británicos, pasó destinado al departamento de Cartagena y en él fue incorporado con su buque a la escuadra del general don Antonio Barceló, con la que debía llevar a cabo el bombardeo de la plaza de Argel; durante los combates demostró de nuevo su arrojo de siempre, haciéndose merecedor de la felicitación de su general y la de sus jefes inmediatos; regreso al departamento de Cartagena con la flota, recibiendo la orden de dirigirse al departamento de El Ferrol, donde su buque fue desarmado.

A petición propia, se le concedió embarcar en la fragata  Sabina, uno de los buques destinados a levantar el Atlas de las costa de España, a las órdenes del brigadier Vicente Tofiño de San Miguel; estuvo en éste destino aproximadamente un año; poco después fue destinado a la escuadra de evoluciones y en el mes de febrero del año de 1788, fue destinado al apostadero del Río de la Plata, donde inmortalizaría su nombre.

El día diecisiete de enero del año de 1792, fue ascendido a capitán de navío, al ser declara la guerra de nuevo con el Reino Unido, entre los años de 1796 a 1802, estuvo al mando de las lanchas cañoneras, que se armaron en Montevideo, sosteniendo con ellas muchos combates contra las fuerzas enemigas, que atacaban la navegación española.

En el año de 1806, tenía a su cargo el apostadero de Buenos Aires; cuando el virrey Sobremonte supo la aproximación de los británicos, le encomendó el mando de las fuerzas de mar y tierra, que estaban dispuestas para la defensa de la ensenada de Barragán.

Al llegar el comodoro Home Popham, a la ensenada de Barragán, se dio perfecta cuenta de lo bien defendida que estaba, por lo que prosiguió su viaje río arriba, desembarcando a sus fuerzas, que estaban al mando del general Beresford, en la ensenada de Quilmes, a unas cuatro leguas de Buenos Aires; pasó el tiempo y el virrey no desplegó la debida actividad en preparar la defensa; dos días tardó la plaza en reaccionar, ya realizado el desembarco, y en ellos, los británicos atravesaron un estero o pantano que los naturales creían intransitable.

El virrey, después de algunos combates de poco importancia, se retiró a Córdoba con los caudales públicos, permaneciendo alejado de la lucha con diferentes pretextos.

Buenos Aires capituló el día veintisiete de julio; tres días después del desembarco, tras escasa o nula resistencia, no por falta de valor de sus defensores, sino más bien de organización.

No estando comprendido Liniers, en la capitulación, se retiro a Montevideo, donde el brigadier comandante general de marina don Pascual Ruiz Huidobro, alistaba una expedición de socorro, cuyo mando fue aceptado por don Santiago Liniers.

Por Rosario y la Colonia de Sacramento, bordeando el estuario, se puso en marcha hacia Buenos Aires.

En la Colonia se encontró con la escuadrilla mandada por el capitán de fragata don Juan Gutiérrez de la Concha, compuesta por seis zumacas y galeotas, armadas con cañones de a 18 y 24 y una con obuses de a 36; nueve lanchas cañoneras y ocho transportes.

El día veintinueve, se presentó en el fondeadero un bergantín británico, en misión de explorador, que fue ahuyentado a cañonazos; en la Colonia también pudo Liniers, reforzar sus fuerzas terrestres.

Salió la expedición de Sacramento el día tres de agosto, se tropezaron con una corbeta de los enemigos a la que pusieron en fuga, fondeando sus buques el día cuatro en los Corrales, produciéndose el desembarco total de la fuerza en menos de quince minutos.

Consideró Liniers que el empleo de los buques iba a ser problemático y necesitando reforzar sus fuerzas, ordenó el desembarco de trescientos veintitrés hombres de ellos, poniéndolos al mando de Concha como jefe y utilizando a otros oficiales del cuerpo general de la Armada como subordinados.

Después de pasar una noche al raso y sobre las armas, se dirigió al pueblo de San Isidro, que atravesó entre aclamaciones de sus habitantes.

Prosiguió el avance hasta el día nueve de agosto, en que tomaron posiciones en la Chacarita de los Colegiales, y al día siguiente en los Mataderos del Miserere, posición dominante para atacar la ciudad.

Realizadas las intimidaciones de rigor, a los británicos para que se rindiesen, estos las rechazaron; los españoles atacaron y tomaron el Retiro.

Liniers como siempre dio ejemplo, mostrándose y combatiendo en los puestos de mayor peligro.

El general británico Beresford, acudió con quinientos hombres y dos cañones, pero fue rechazado, obligándole a replegarse y hacerse fuerte en la plaza de la Catedral.

Alistó Liniers la artillería de sitio, para batir la ciudadela situada en ella; los buques británicos hostilizaban con sus fuegos a las fuerzas españolas y contra ellos montó y dirigió una batería de artillería.

El día doce los Migueletes españoles, entablaron un tiroteo que provocó el que Liniers adelantara el ataque; se trabó un combate de dos horas de duración, que terminó con la rendición a discreción del fuerte.

Los británicos tenían fortificada la Catedral con dieciocho cañones. Liniers se expresa en su parte, donde se refleja su caballerosidad, primero le abrazo [esto no lo dice en el parte], a continuación escribió:

  • <<Con mi ayudante salió del fuerte el general Beresford, y encontrándose conmigo, en pocas palabras le expresé, que la justa consideración que me merecía su
    valor me hacían concederle los honores de la guerra>>.

Formó el ejercito español y por delante desfilaron los británicos batiendo marcha, rindiendo las armas en el glacis de la ciudadela, en número de mil doscientos hombres.

En la última acción, los británicos habían perdido a cuatrocientos doce hombres y cinco oficiales; quedaron en poder de los españoles, veintiséis cañones y las banderas del regimiento 71, así como un rico botín valorado en 60.000.000 de reales.

Las banderas estuvieron durante mucho tiempo depositadas en la iglesia de Santo Domingo, con una inscripción: <<Del escarmiento del inglés.--  Y de Liniers en Buenos Aires, gloria>>.

Liniers en todos los combates perdió a ciento ochenta hombres y tres oficiales.

Con la reconquista de la ciudad de Buenos Aires, Liniers adquirió una enorme popularidad en todo el territorio del Plata, pero por su modestia le hizo dimitir de su cargo de general en jefe de las tropas, ¿o sería lo bien que se llevaba con el virrey?.

El virrey Sobremonte, receloso de que los británicos intentasen de nuevo otro ataque, y para quitarse responsabilidades, sobre todo de mando, para el cual no estaba muy dotado, le negó su dimisión y le confirmo en el cargo de comandante general de las armas.

Por lo que no cesó en su actividad, dedicándose especialmente a la organización, por lo que pronto tuvo levantados diez batallones de infantería, dos de artillería y siete escuadrones de caballería, mejoró las fortificaciones, hospitales, depósitos de víveres, armas y pertrechos.

El día veinticuatro de febrero del año de 1807, al tener el gobierno la noticia de la gloriosa hazaña de Liniers, se le ascendió al grado de brigadier; haciendo extensivo el ascenso al grado superior, a todos los jefes y oficiales, que hubieran tomado parte en las operaciones.

Consignaremos un hecho curioso: el hecho de que el general Beresford, entonces enemigo, sirvió en la campaña de la Península y conquistó triunfos, distinguiéndose muy especialmente en la batalla de la Albuera. Figuró hasta su fallecimiento en la lista de los capitanes generales de España, con el título de marqués de Campo-Mayor.

Como era de esperar, el Reino Unido no se conformó con revés recibido en Buenos Aires y formó una nueva expedición, esta vez de quince mil hombres, al mando del general Whitelocke, que transportó al Plata una escuadra al mando del almirante Murray.

A finales de octubre del año de 1806, se presentó ante Montevideo, con cuya plaza intercambió numerosos fuegos.

Los británicos atacaron Maldonado y la isla Gorriti, que fueron tomados, después de una brava y gloriosa defensa.

Fue enviado en refuerzo, el comandante Abren con cuarenta hombres al cerro de San Carlos, con orden de no entrar en contacto con el enemigo, pero desoyendo las instrucciones, pero entusiasmado, tanto él como su tropa, realizaron un ataque, en el que fue derrotado y muerto, así como su segundo en el mando.

El día dieciocho de enero del año de 1807, el general Achmuty, con cinco mil hombres desembarcó al oeste de Punta Carreta e intimó a la rendición de la plaza de Montevideo.

Al ser la respuesta, en contra de sus intereses y con mucha firmeza, realizada por el virrey Sobremonte, los británicos atacaron, por lo que se tuvieron que retirar las fuerzas españolas, al mando personal del virrey a la villa de Guadalupe; con esta mala fortuna terminó de desacreditarse el marqués de Sobremonte.

Efectuaron una salida los españoles de Montevideo, que fueron derrotados, ante la superioridad numérica y el fuego realizado desde los buques de la escuadra británica.

Se organizó la defensa de la plaza y se pidieron refuerzos a Buenos Aires, de donde salieron tres mil doscientos hombres, al mando de don Santiago de Liniers.

Cuando su vanguardia llegaba ante la plaza de Montevideo, se percataron de que ya la habían tomado los británicos, con un vigoroso ataque y después de catorce días de heroica resistencia.

Liniers que no quiso jugarse todas sus fuerzas ante un enemigo tan superior, optó por retirarse a Buenos Aires, para no disminuir las fuerzas que habían de guarnecerla, pues después de la victoria de los enemigos, estos estaba seguro realizarían el ataque a Buenos Aires.

Llegado a la ciudad, se puso a organizar su defensa, comenzó a armar a todos los habitantes que aún no lo estaban, fortificó las casas y edificios públicos, preparando frascos de fuego y granadas de mano en las azoteas.

Al ser inútil la escuadrilla ante la aplastante superioridad naval enemiga, desembarcó, como en la vez anterior a las dotaciones y con ellos formo un cuerpo de más de cuatrocientos hombres, marineros y soldados de infantería de marina, a las ordenes del capitán de navío Gutiérrez de la Concha.

El general Whitelocke, reembarcó en sus buques a doce mil hombres y el día veintitrés de junio se presentó ante Buenos Aires.

Liniers hizo salir a sus fuerzas, unos diez mil hombres, a un punto conveniente para desde él acudir a cualquiera de los puntos por los que podía elegir el enemigo para su desembarco.

Dividió sus tropas en tres cuerpos, artillería de batalla y obuses, con cuarenta y cuatro piezas, más una reserva.

Desembarcaron los británicos en la ensenada de Barragán, el día dieciocho de junio, pero no llegaron hasta el uno de julio a los Quilmes.

Liniers maniobró, replegándose, sobre las tapias de la población. Tras algunos combates, el día tres Liniers había ocupado la Chacarita de los Colegiales y la Concha del Retiro.

Los británicos comenzaron el ataque por el Retiro y la Plaza de Toros, y pronto se hizo general por todos los lugares; mantenía aquellas posiciones Gutiérrez de la Concha, con su cuatrocientos marineros e infantes de marina, que resistió más de tres horas el empuje de tres mil británicos, hasta que se le terminaron las municiones y perdió más de la mitad de su gente y oficiales, quedando él mismo herido y prisionero con doce oficiales y ciento cincuenta hombres.

El combate en el Convento de Santo Domingo, fue más afortunado para los españoles, y si bien éstos al principio se retiraron, después cercaron a los británicos en dicha posición, quedando prisionero el general británico Crawford con mil de sus hombres.

En sólo un día de combate, gracias a las acertadas disposiciones y maniobras del general Liniers, sufrieron los británicos más de cuatro mil bajas.

El general en jefe británico Whitelocke, viendo que las cosas no le salían a su entera satisfacción, pidió una suspensión de las armas, a lo que el caudillo español general Liniers consintió; las tropas españolas habían perdido, entre muertos y heridos a tres oficiales y setecientos ochenta y cuatro hombres.

Al termino de las hostilidades, en las que Liniers se había batido como el más bravo, se desvivió en el cuidado de los heridos, visitando los hospitales a pesar de estar él también herido en el costado izquierdo.

El día siete de julio se firmaban las capitulaciones, entregándose por ambas partes a los prisioneros.

Los británicos que conservaban sus armas embarcarían con ellas para Montevideo, y esta ciudad sería devuelta a los españoles, dos meses después de firmadas las capitulaciones.

Comprometiéndose además los británicos a no volver a molestar a la ciudad de Buenos Aires, durante el tiempo que durase la guerra.

Al llegar la noticia a España, y siendo conocedor de los heroicos comportamientos, el Gobierno concedió a la ciudad de Buenos Aires los títulos de <<muy noble>> y <<muy leal>>; a su Ayuntamiento, el tratamiento de excelencia, y a cada uno de sus concejales, el de señoría.

A Liniers se le concedió el ascenso a jefe de escuadra, siendo nombrado además virrey, gobernador y capitán general de las provincias del Río de la Plata, y por extensión a todos los jefes y oficiales que tomaron parte en aquellos combates de la defensa de Buenos Aires, se les ascendió un grado.

El virrey Liniers dedicó todos sus cuidados y desvelos a normalizar el país y proteger los intereses de sus habitantes.

Antes de terminar el año de 1807, se le confirió la encomienda de Ares del Maestre, en la Orden de Montesa.

La abdicación de Bayona, no alteró su resolución de proclamar rey a Fernando VII; a los pocos días de decidirlo,  recibió un emisario de Napoleón, pero Liniers no quiso recibirlo por si sólo y reunió al Ayuntamiento y a la Audiencia, ante cuyas corporaciones admitió al emisario de la República Francesa, éste le instó a que proclamase a José Bonaparte, su hermano; al propio tiempo le enviaba el Gran Cordón de la Legión de Honor, como premio de sus campañas contra los británicos.

Rechazó las propuestas y la alta condecoración, por proceder de un soberano enemigo de su patria, reiterando a Fernando VII.

Ordenó inmediatamente que todo el virreinato jurase por rey a Fernando VII, y cuando llegó el brigadier José Manuel Goyeneche; después conde de Guaqui, diputado encargado por la junta central de que dicha jura se celebrase, ya se la encontró celebrada.

Algunos descontentos vertieron la posibilidad, de que como Liniers era de origen francés, podría traicionar a España en beneficio de la República Francesa, al estar ambas en guerra.

Actuando siempre con la mayor lealtad y para que ésta no sufriera ningún contratiempo, dimitió para conservar la tranquilidad pública, dejando su alto cargo en manos de la Audiencia.

El pueblo, el ejército y la marina lo aclamaron como virrey, siéndole confirmado por la Audiencia, por lo que continuó sus tareas como tal; no obstante, envió a la Junta de Sevilla reiteradas súplicas de ser relevado del alto cargo y mando.

Al fin accedió aquella, concediéndosele para si y para sus hijos el título de conde de Buenos Aires, libre de lanzas y media annata, con una renta de 100.000 reales anuales, sobre las cajas del virreinato, mientras no se le aseguraban terrenos que produjesen ésta renta.

Por las circunstancias que siguieron no tomó posesión de la renta ni tampoco de le expidió el título.

Pero si cumplió con su palabra, por lo que cuando llegó el nuevo virrey, le entregó el mando al teniente general de la Real Armada don Baltasar Hidalgo de Cisneros, que lo realizó en Montevideo en el mes de julio del año de 1809.

Los descontentos quisieron desacreditar al nuevo virrey y Liniers, le defendió contra la opinión, mal orientada por aquellos, publicando un manifiesto enumerando las muchas cualidades de su sucesor.

En la ciudad e Buenos Aires, quisieron realizar alguna manifestación, pidiendo que Liniers se quedase, pero él, siempre obediente a los mandatos de sus superiores, se dirigió hacía Sacramento a entrevistarse con Hidalgo de Cisneros, una vez entregado el mando en Buenos Aires al mariscal de campo Nieto.

Al tomar el mando el nuevo virrey, envió un manifiesto al Gobierno, denunciando las falsedades vertidas sobre su antecesor en el cargo, poniendo de manifiesto sus inmejorables y relevantes cualidades.

Éste se retiró a Córdoba de Tucumán, de donde era gobernador su entrañable amigo Gutiérrez de la Concha.

Desde esta localidad, solicitó y se le concedió pasaporte para regresar a España.

Tenía la sana intención de pedir, se le formase juicio a su llegada a Cádiz, de forma que quedase aclarada su conducta, como virrey de las tierras del Plata.

Todo estaba ya dispuesto para su regreso, cuando el día veinticinco de mayo de 1810, sobrevino la sublevación de Buenos Aires y la destitución del virrey.

Recibió de éste un comunicado, en el que le pedía interviniese, por su gran prestigio, para restablecer el dominio de España.

Al llevarle el comunicado de petición de ayuda, Cisneros envió a un joven llamado Lavin, que inadverditamente se dirigió a casa del deán Gregorio Funes, con quien le unía una relación de amistad. [Esto para el que se lo quiera creer].

El deán era agente secreto de la revolución en la ciudad de Córdoba; con Lavin se personó en casa del general Liniers.

El gobernador Gutiérrez de la Concha reunió a las cinco de la mañana un consejo, formado por el obispo, general Liniers, oidor jubilado Moscoso, honorario Zamalloa, los alcaldes de primero y segundo voto, coronel de milicias Allende, oficiales reales, asesor del gobierno Rodríguez y por política, el deán Funes, a pesar de las sospechas que sobre él recaían.

El obispo recibió juramento de que todos guardarían el secreto más absoluto; Liniers, desconfiando de las tropas cordobesas, propuso salir para el Perú, para levantar allí un ejército con el que reducir a Buenos Aires y presentar una batalla campal, con las fuerzas que desde esta población se enviasen.

Todos los de la junta se mostraron conformes al plan de Liniers, excepto el deán Funes, que viendo los efectos fatales que podía acarrear a la causa que defendía, se esforzó con su elocuente verborrea en convencer a todos haciéndoles, presente que sólo la presencia de Liniers, bastaba para conjurar el peligro.

Habiendo fracasado en su misión, el deán movió a sus agentes , para que levantasen partidas, que cortasen el paso al general Liniers, para tratar de evitar se pusiese en contacto con los jefes militares del Alto y Bajo Perú.

A su vez Liniers también tenía agentes, que le informaron de las intenciones del deán, por lo que suspendió su salida y hizo circular órdenes para que las tropas se concentrasen sobre la plaza de Córdoba.

Ésta medida tuvo fatales consecuencias para los realistas, ya que el espíritu revolucionario que alentaba en aquella ciudad, conquistó pronto a las tropas concentradas.

Al tener noticias de que los de la ciudad de Buenos Aires, se habían puesto en marcha contra la de Córdoba, salió Liniers con sus escasas fuerzas al encuentro, más en las primeras jornadas ya se produjo la deserción masiva, llegando a quedar con el general solamente veintiocho oficiales, la mayor
parte de ellos de origen europeo.

Así que decidió que lo mejor era dispersarse, para evitar ser cogidos en grupo y que cada uno utilizase un camino diferente, quedando en encontrarse en el Alto Perú.

Además tomó la precaución de enviar al sacerdote cordobés doctor García, para que notificase estos acontecimientos al virrey del Perú, con el objeto de que reforzase el ejército y fortificase los pasos andinos, y así se llevo a cabo.

Liniers fue traicionado por sus guías, a los ocho días de marcha, fue hecho prisionero junto a sus compañeros, por un destacamento de cien hombres, al mando de Antonio Balcarce, enviado por el general Ocampo.

Los hombres de esta unidad, no se mostraron muy generosos con el desafortunado general Liniers, pues fue cruelmente tratado, así como a los que le acompañaban.

Fue llevado a Río Seco, con los siete que consideraban más criminales, por organizar la defensa de la causa del Rey.

Estos eran, el obispo Rodrigo Antonio de Orellana, el gobernador Gutiérrez de la Concha, su asesor Victoriano Rodríguez, el coronel de milicias Santiago Allende, el oficial real Joaquín Moreno y el presbítero Pedro Alcantaraz Jiménez.

Fueron conducidos, en medio de malos tratos, de cárcel en cárcel, hasta llegar al llamado Monte de los Papagayos, distante unas tres o cuatro leguas de la posta denominada Cabeza de Tigre.

El día veintiséis de agosto del año de 1810, sobre las once de la mañana, llegó el Doctor Juan José Castellí, delegado de la junta revolucionaria, Nicolás Peñas, asociado en clase de secretario, el coronel French, el teniente coronel Juan Ramón Balcarce, varios oficiales y cincuenta soldados, dispuestos a ejecutar a los prisioneros, excepto al obispo y a su capellán, que deberían ser expatriados.

A las 1400, de éste día, Santiago Liniers, con gran serenidad y grandeza de ánimo, colocados todos ante el piquete de ejecución, tomó la voz de sus compañeros diciendo: <<que morían con la satisfacción de haber sido fieles hasta el último instante a su Rey y a la nación española>>.

Ni Liniers ni Concha, permitieron que se les vendasen los ojos; se arrodillaron, dando frente a la tropa.

Liniers se dirigió a los soldados diciendo  <<ya estamos>>,  sonó la primera descarga, y en ella todos cayeron a tierra.

Fusilado el día veintiséis de agosto del año de 1810 en el Monte de los Papagayos, República de Argentina a los cincuenta y siete años de edad. Perdiendo España a uno de sus más preclaros generales.

En una zanja vecina al templo de Cruz Alta, fueron sepultados los cadáveres.

Un fraile de la Merced colocó sobre ella una tosca cruz de madera en la que grabó la palabra CLAMOR, que por su clara visión estaba formada por las iniciales de los que allí yacían, pero ocultando sus nombres, para evitar posteriores profanaciones:  Concha,  Liniers,  Allende,  Moreno,  Orellana y Rodríguez.

Por esta señal fueron localizados cincuenta y cuatro años después, pudiendo identificarse los restos y ser trasladados a España.

El día veintitrés de octubre de 1863, se dispuso que al regresar el bergantín  Gravina del Río de la Plata, se trajeran los restos de los jefes y de todos sus compañeros de infortunio, sacrificados por el odio revolucionario en Buenos Aires, víctimas de su lealtad y patriotismo.

Mandaba el bergantín el capitán de fragata don Domingo Medina, el cual recibió del cónsul de España en el Rosario, tan venerables cenizas, llegando a España el día veinte de mayo de 1864, pasando seguidamente al Arsenal de La Carraca, donde el capitán general del Departamento, conde de Bustillo, las recibió con toda clase de honores, verificándose la solemne traslación al Panteón el día nueve de junio siguiente.

El monumento donde hoy reposan había llegado a Cádiz con anterioridad, en abril de 1864, y se conservó en depósito, hasta que las obras de habilitación del Panteón permitieran instalarlo.

Terminadas aquellas en el año de 1867, fueron enterrados en dicho mausoleo los restos de Liniers y sus compañeros, perpetuándose de tal suerte las virtudes y nombres de tan esclarecidos jefes de la Armada.

El monumento, de forma esbelta y elegantísima, tiene dos inscripciones, que son como sigue:

  • Aquí reposan las cenizas del Excmo. Sr. D. Santiago Liniers
    Jefe de Escuadra Virrey que fue de Buenos Aires
    Y del Sr. D. Juan Gutiérrez de la Concha
    Brigadier de la Armada
    y Gobernador Intendente de la
    provincia de Córdoba del Tucumán.

  • Vencedores juntos en la gloriosa reconquista y defensa
    de Buenos Aires (1806  y  1807)
    dieron también juntos la vida
    por España el 26 de agosto de 1810
    Sus respectivos hijos
    le dedican este monumento en 1863.

Como colofón:

El canónigo Funes, a cuya traición se debió el asesinato de Liniers, dice así de él en su obra <<Independencia de Buenos Aires>> :

  • <<Era Liniers de presencia gentil, de aire noble y de porte caballeresco; su discurso y alma ardiente, le hacían atrevido en el consejo y pronto en la ejecución: liberal y magnánimo sin medida, era el encanto de todos. El fuego de la imaginación y la abundancia de sentimientos generosos formaban el fondo de su carácter>>.

  • Retrato de Santiago Liniers
  • Retrato de don Santiago Liniers con uniforme de Jefe de Escuadra de la Real Armada. Pintura del Museo Naval de Madrid.

 

  • Bibliografía:

    Cervera y Jácome, Juan. Panteón de Marinos Ilustres. Ministerio de Marina. Madrid. 1926.

    Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

    Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. tomo 30. 1916. página, 915 y 916

    Fernández Duro, Cesáreo. La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid. 1973.

    Fernández Duro, Cesáreo: Disquisiciones Náuticas, volumen III, Madrid 1996, página 413.

    González de Canales, Fernando. Catálogo de Pinturas del Museo Naval. tomo II. Ministerio de Defensa. Madrid. 2000.
  • Nota.
  • (1).- Las capturas realizadas por don Santiago de Liniers entre 1780-1782.

    1780
    Es destinado al navío "Concepción", nave insignia de la segunda escuadra de don Miguel Gascón, perteneciente a la flota comandada por don Luis de Córdoba, otro de los grandes almirantes españoles. Esta escuadra, rumbo a Cádíz, encontró y dispersó un convoy inglés destinado a las Indias. Liniers es puesto al mando de una flotilla de botes armados con los cuales tomó al abordaje a una fragata inglesa de 24 cañones, a la vista de toda la flota enemiga.
    Se le encomienda marinarla y conducirla al puerto de Cádiz, donde es recibido con grandes aclamaciones por el pueblo allí reunido.
  • 1781
    Es destinado al navío "San Lorenzo", formando parte de una división de cinco navíos y una fragata, con los cuales se dirige al cabo San Vicente a esperar a la escuadra del Conde de Guichén, parte de la flota preparada para invadir Inglaterra.
    A bordo del navío "San Pascual", participa de la expedición destinada a la toma de la isla de Menorca, al mando del duque de Crillón. La flota estaba al mando del almirante Buenaventura Moreno.
    Es ascendido a teniente de fragata por méritos de guerra en esta expedición. Los ingleses son obligados a refugiarse y concentrarse en el fuerte de Mahon, la capital de Menorca, que es bloqueada por la flota combinada franco-española. Dos fragatas inglesas logran burlar el bloqueo y fondean cerca de la costa, al amparo de los cañones del fuerte de la Reina. El teniente Liniers es comisionado a intentar su apresamiento al frente de chalupas armadas. El primer intento, por la noche, resulta fallido debido a la niebla. Liniers resuelve reiterar el ataque a la mañana, a plena luz del día. A pesar del intenso fuego desde las naves y el fuerte, Liniers, con muchas bajas, logra apresar las dos fragatas, levar anclas y conducirlas hasta su propia flota. Al pasar frente a la nave capitana, el almirante Buenaventura Moreno ordena a la tripulación subir a las jarcias y rendir honores. Este hecho protagonizado por el joven teniente Liniers fue comentado con detalles en "La Gaceta" de Francia, el 11 de diciembre de 1781.
  • 1782
    Se designa a Liniers comandante del bergantín "Fincastle", con el cual persigue y apresa una fragata inglesa, la "Elisa", de 22 cañones, a la vista de la escuadra del almirante inglés Howe, que acababa de entrar al Mediterráneo. Al incorporarse Liniers con su presa a la flota española, el almirante Luis de Córdoba le rindió honores y luego le dirigió una elogiosa carta que guardó siempre con gran orgullo.
    Por su última hazaña, Liniers es nuevamente ascendido ahora al grado de capitán de fragata. Era el tercer ascenso en menos de quince meses, todos por méritos de combate, lo que a otros le demandaba varios años.

 

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