La pobreza, el hartazgo por el inmovilismo político y la falta de democracia han encendido la mecha de protestas sociales en el Magreb y Oriente Próximo. Primero cayó el presidente de Túnez, Ben Ali, y después el de Egipto, Hosni Mubarak, como consecuencia de una presión popular que, tras dos semanas de protestas, se volvió insoportable para el régimen.
FOTO: AFP GAMAL NOMAN
ÁNGELES ESPINOSA
Yemen no es Túnez, ni siquiera Egipto. Aunque inspirados por el derrocamiento de Ben Ali, los yemeníes se enfrentan a mayores dificultades para lograr una transición pacífica hacia una democracia real, tras 32 años de gobierno de Ali Abdalá Saleh. Su país, uno de los más pobres del mundo, está lastrado por estructuras tribales, analfabetismo y varios conflictos armados. Con ese paisaje de fondo, es comprensible que muchos teman el riesgo de ‘somalización’.
Las manifestaciones que durante la última semana han obligado al presidente a anunciar que no aspira a que le suceda su hijo y que va a subir los sueldos de funcionarios y fuerzas de seguridad, han sido mucho más nutridas (y violentas) en el sur del país. Además ha anunciado que no habrá extensión de su mandato, tras una reunión de emergencia de las dos cámaras del Parlamento. La decisión la ha tomado 12 horas después de que su homólogo egipcio hiciera un anuncio similar ante las protestas que amenazan con desalojarle del poder, y parece un intento desesperado por frenar un desarrollo similar en ese empobrecido país del suroeste de la península Arábiga.
En el antiguo Yemen del Sur, al deseo de mejorar las condiciones de vida se une el sentimiento separatista que esa región ha albergado desde la unificación con el Norte en 1990 y que ya originó una guerra civil cuatro años después.
No es la única fuerza centrípeta que amenaza la integridad del país. En el Norte, en la frontera con Arabia Saudí, el Gobierno de Saná afronta desde 2004 la insurrección abierta de los Huthi. Esta tribu de confesión chií zaydí, que el poder central utilizó en su día para frenar el avance salafista, se queja de discriminación religiosa, social y económica. Su última revuelta se acalló a sangre y fuego el año pasado.
Y por si ambos conflictos no resultaran suficientes para debilitar a cualquier Estado, Al Qaeda ha instalado en Yemen su central de operaciones para la península Arábiga. El grupo se beneficia del escaso control del Gobierno sobre la mayor parte del territorio yemení, donde el poder sigue estando en manos de jefes tribales y sólo un 10% de las carreteras están asfaltadas.
Yemen es uno de los países árabes más pobres). Cerca de la mitad de su población se encuentra por debajo de la línea de pobreza, es decir, sobrevive con menos de dos dólares al día, y uno de cada cinco niños está desnutrido. El inicio de la producción de petróleo a mediados de los noventa permitió cierto crecimiento, pero sus reservas modestas reservas se están acabando, lo que deja a Saleh dependiente de la ayuda exterior para contentar a sus leales.
El malestar que los yemeníes han expresado por la carestía de la vida, el desempleo y la corrupción coincide sin duda con el de otros países árabes Sin embargo, en el peculiar contexto yemení la posibilidad de un cambio no está en manos de partidos políticos ni organizaciones sindicales (que carecen de suficiente influencia social), sino de líderes tribales, en su mayoría cooptados por el régimen. También sin duda, en la familia gobernante saudí, muy preocupada por el arraigo de Al Qaeda a las puertas de su reino.
A falta de una clase media y una sociedad civil que pueda canalizar una transición pacífica, el temor es que las protestas populares se conviertan en un baño de sangre. No hay que olvidar que la tenencia de armas de fuego está generalizada entre los varones.
Yemen, escenario del terrorismo global desde los años noventa, es donde tiene su base y desde donde opera Al Qaeda en la Península Arábiga
La revolución en ese país tiene como protagonistas al presidente Saleh, los jóvenes que iniciaron las protestas, las formaciones políticas clásicas, la sociedad tribal y las relaciones exteriores
El presidente yemení se ha presentado durante más de 30 años como el único capaz de preservar la unidad del país
La dictadura yemení se descompone y se extienden las protestas en la petrificada Siria
A Saleh y Abdalá II les une su querencia por el poder incontrolado, que la calle desafía por primera vez