Miguel Delibes escribió más de medio centenar de obras. De entre todas, el escritor Jordi Gracia analiza sus cinco más importantes y, a través de ellas, la evolución del autor.
JORDI GRACIA
Había ganado la guerra, había ganado el premio Nadal pero era “un meteorito”, como dijo él mismo, caído en el mundo literario español con una novela que no era ningún meteorito, La sombra del cipres es alargada (1948). Dos años después se inventó uno de verdad que se llamó tan limpiamente como El camino: un relato escrito tan a ras de tierra que el campo lo contaba un muchacho listo que no entendía las dificultades para “quemar tranquilamente un gato con una lupa sin que se conmovieran los cimientos sociales del pueblo”. Primeras páginas de 'El camino', (Destino)
Ya sólo falta un año para que abandone la dirección de El Norte de Castilla, hartísimo de la injerencia política del ministro Manuel Fraga Iribarne, y en el fondo porque ha ido dejando de sentirse vencedor. La conciencia cristiana de Delibes protesta sobre todo por vía figurada en la novela Las ratas, donde el lirismo tocado de fantasía y de crudeza descriptiva lo domina todo a través de un ratero y, otra vez, de un muchacho mágico, el Nini.
Ya no había otro modo de estar tranquilo que dejando de estarlo con valentía. Por eso será el tenso soliloquio de una mujer tradicional y conservadora ante el cadáver de su marido el que irá retratando el envilecimiento de la dignidad desde el triunfo franquista. Ni Menchu ni casi nadie entiende todavía la monserga tímida del muerto Mario. Que si “los héroes de los dos lados”, que si “sin un acto de expiación colectivo será muy difícil arrancar”, que si “muchachos con los ojos limpios que querían una España distinta, unos y otros”. Delibes ya está con los otros. Comienzo de 'Cinco horas con Mario' (Destino)
Los rojos esperaron a la muerte de Franco para sacar las cosas de debajo de la mesa y luego apenas salió ninguna. O salió alguna tan inesperada como esta otra joya de novela modernista, discurso roto, personaje averiado, tragedia lírica con drama humano que el autor dejó interrumpida en 1963 porque entonces sería impublicable. La acabó en 1980 para que la voz de Paco Rabal haciendo de Azarías nos dejase a todos mudos en el instante en el que el señorito Iván “se armó, aculató la escopeta y le tomó los puntos, de arriba abajo como era lo precedente, y al Azarías al verlo se le deformó la sonrisa, se le crispó el rostro, el pánico asomó a sus ojos y voceó fuera de sí”. Pero el señorito mató a la milana bonita. Primeras páginas de 'Los santos inocentes' (Destino)
Para lo que podría haberse reunido es poco, pero ya es bastante lo que contiene este tomo de semblanzas, notas críticas y algunas conferencias. Lo mejor es que se respeta la voz del autor cuando todavía no es un maestro de la narrativa de la postguerra y cuando los demás no lo son tampoco. Cela nunca acaba de hacerle gracia del todo porque en su obra gobierna más el lenguage que la piedad y la genialidad de Rafael Sánchez Ferlosio salta tan a la vista, antes y después de Alfanhuí, que lo noble es decirlo como lo hace Delibes: desde el primer instante.