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Mi amigo Rafael

La final Italia-España era una reivindicación de dos euromendicantes países que se resistían a ser relegados

Buffon felicita a los jugadores españoles. / Vadim Ghirda (AP)

Una vez, en el bar de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, mi amigo Rafael Sarró me comentó que Martín era un buen nombre para un periodista. Muchos años después, cuando entregué mi primer artículo deportivo en la calle Canuda de Barcelona, redacción de la revista Dicen, me advirtieron de que lo había dejado sin firmar. En un acto reflejo, ya que consideraba mi intrusión en el periodismo deportivo como algo eventual, recurrí al apellido de mi mujer y, providencialmente, recordé el comentario de mi amigo: “Martín es un buen nombre para un periodista”. Así nació, por perentoria decisión y capricho de la memoria, un personaje llamado Martín Girard. Descarado, sardónico, con flagrantes reminiscencias de Raymond Chandler, tan pronto trae a colación a Empédocles como al presidente de las islas Salmón, ese paladín del euro que donde antes decía Merkel, ahora dice Hollande, porque tanto monta Monti, como Bankia monta tanto.

Pero no voy a hablar de Martín ni de Mariano, sino de mi amigo Rafael. El viernes pasado, un día después de presenciar el varapalo que la selección italiana infligió a la alemana, me vino in mente, de repente, el eslogan publicitario que, en su día, mi amigo propuso a las cervezas Damm y que le fue rechazado por posibles connotaciones tabernarias.

Como diría la nariz de Luis Enrique al codo de Tassotti: “Donde las Damm, las toman”

El eslogan era genial y contundente: “Donde las Damm, las toman”. Aunque esta Eurocopa se haya caracterizado por un versallesco comportamiento de los contendientes, el susodicho eslogan, ignoro por qué subliminal asociación indebida, adquirió repentina pertinencia durante el encuentro Alemania-Italia. Tardé en entender que no aludía a los jugadores, ni a la proverbial afición de los alemanes a la cerveza, sino a la prepotente eurocancerbera Merkel.

Podríamos aducir que, simbólicamente, la final Italia-España era una reivindicación de dos euromendicantes países que se resistían a ser relegados, de pronto, al más profundo Helesponto. Fue, desde esa tesitura, cómo “Donde las Damm, las toman” se me antojó una adecuada proclama para una espumosa euro-revancha.

Por otra parte, debo dejar constancia de que Rafael Sarró, mi amigo, había acertado todas las porras de esta Eurocopa. Así consta en el bar Arturo de la Plaza de los Delfines. Y, por si cupiera alguna duda sobre su clarividencia, el viernes 29 de junio, dos días antes del evento, levanté acta de su pronóstico: España ganaría a Italia por el tanteo de 2-0. Se quedó corto el profeta. La selección arrolló a la italiana 4-0. Sin concederle balón ni resuello. Y es que, como diría la nariz de Luis Enrique al codo de Mauro Tassotti aquel 9 de julio de 1994: “Donde las Damm, las toman”. Eso sí, esta vez, con mutuo respeto y balompédica exquisitez.

 

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