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Tres ciudades, tres destinos a tiro de piedra,

  • Jet d'eau, en el lago de Ginebra

    Londres
  • Pont du Montblanc

    Londres
  • Barrio viejo de Ginebra
    foto: Gerth Roland

    Londres
  • Plaza de las Naciones
    foto: Bruno Perousse

    Londres

GINEBRA, un chorro de libertad

No todos son banqueros, joyeros o funcionarios en la metrópoli suiza. Hay mucha marcha en "la más pequeña de las grandes ciudades".CARLOS PASCUAL

A pocos se les pasa por la imaginación irse un par de días de marcha a Ginebra. Lo cual significa una de dos: que tienen poca imaginación, o poca información. Ginebra es ciudad divertida. Joven, universitaria, multicultural, hasta un poco bohemia. Lo que ocurre es que el "retrato oficial" (bancos, relojerías y más de 200 organizaciones internacionales o humanitarias) es lo primero que viene a la mente. Eso, y el célebre chorro de agua (140 metros), o el reloj de flores del Jardín Inglés, lo más fotografiado según las estadísticas. Ahora bien, esa Ginebra "seria" está en la rive droite (orilla derecha) del lago. Pero está la rive gauche, la íntima y bulliciosa a la vez, la que enamoró a los romanos (allí fundaron Genua) y sigue enamorando a quienes pasan de tópicos (ah, pero no pasen de adquirir el Geneva Pass, para 1, 2 ó 3 días, ).

Incluso la orilla formal puede resultar sorprendente. Edificios de organismos como la Sociedad de Naciones (germen y sucursal de la ONU, con frescos de José María Sert y una cúpula de Miquel Barceló), los de la OIT, OMS, OMM, etc., resultan atractivos con sus espejismos de cristal. Obligada la visita a la sede de la Cruz Roja (que fundó el médico ginebrino Henry Dunant): es una experiencia que estremece (lo mismo que La silla rota, escultura próxima contra las minas anti-persona). En el muelle frente al hotel Beau Rivage, un anarquista asesinó a la emperatriz "Sissí". Esa orilla se llena, con el buen tiempo, de bañistas en los Bains de Pâquis, mantenidos con orgullo desde los años treinta.

La otra Ginebra, la vieja, íntima y seductora, no se descubre en dos días: requiere el tiempo y mimo de una amante celosa. El cogollo está en la plaza Bourg-de-Four. Es la plaza de los ginebrinos; se ve de lejos el chorro del lago, los tejados, todo. Está asediada por terrazas, librerías y una adolescente desnuda, de bronce, llamada Clementine, que recoge en papeletas mensajes de amor. Queda a un paso el Ayuntamiento (donde se firmó la Convención de Ginebra de 1864), el Arsenal, la Casa Travel (la más antigua de la ciudad), la catedral románica de San Pedro. Y rincones que enamoran a primera vista. Por cuestas flanqueadas por puertas pomposas se desciende a la Place Neuve, el otro polo de la vida cotidiana. Allí se alza el Gran Teatro, se camuflan las calles de la "movida" (aunque la zona más pija es Plainpalais), rondan el MAMCO (arte contemporáneo en una vieja fábrica) y otros museos (hay unos cuarenta) y mansiones del XVIII.

En un borde de la plaza, el Parque de los Bastiones es un oasis para jugar al ajedrez con figuras gigantes, o tumbarse en el césped y hacerse carantoñas ante las barbas de los ceñudos Reformadores, empotrados en su Muro (Ginebra acogió a los protestantes perseguidos en Europa, y supo mantener un hálito de libertad, con hijos o vecinos tan ilustres como Rousseau o Voltaire). En fin, que Ginebra da para mucho. Y si se dispone de tiempo, hay escapadas inolvidables: Carouge (a 5 km), un barrio-aldea del siglo XVII que parece de cuento; Cologny (a 4 km), con vistas magníficas del lago y el recuerdo de Lord Byron, que paró allí en 1816; o una excursión por el propio lago en barcos de vapor que bordean la llamada riviera suiza, una orilla risueña, soleada, repleta de viñedos y protegida por el muro azulado de los Alpes.