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Los orígenes del Ejército en el mundo andino

 

Durante mucho tiempo se pensó que la vida urbana y la civilización aparecieron en el mundo andino hacia los 1500 años a.C., sin embargo, hoy la investigación arqueológica ubica este origen entre los 3500 y 2500 años. El reciente descubrimiento, en el complejo arqueológico Sechín Bajo,  de una plaza circular, hundida unos dos metros bajo el nivel del suelo, construida con piedras y adobes rectangulares y con una antigüedad de 3500 años a. C., al igual que la Ciudad Sagrada de Caral, que tiene una antigüedad entre 2,627 y 2,100 años a. C. confirmarían este hecho y las convertiría en los centros urbanos más antiguos de América.

 

Ciudad Sagrada de Caral 

 

Caral, cuyos estudios arqueológicos se iniciaron en 1996, habría sido construida por una sociedad con una organización política muy cercana al Estado y que edificó asentamientos urbanos a lo largo del valle de Supe. Según los estudiosos las estructuras arquitectónicas fueron erigidas siguiendo un ordenamiento espacial, en torno a grandes plazas o a espacios abiertos. En el centro de uno de éstos se yergue un gran bloque de piedra parada o «huanca», de 2.15 m. de alto por 80 cm. de ancho, antecedente del emblemático Lanzón de Chavín de Huantar. Sin embargo, no encontramos aún en estas sociedades vestigios arqueológicos de la existencia de una fuerza especializada para la guerra, ni de armas fabricadas con ese fin.

 

Las primeras evidencias de la existencia de guerra datan de 1000 a 1200 años a C., con la aparición de del siglo V a. C. siendo la fortificación de Puerto Morín, Chavín de Huántar (departamento de Ancash), mil quinientos años antes de Cristo, cuando apareció el primer Estado teocrático, con divinidades y un ejército como expresión de su poder. Pero conforme evoluciona la sociedad, aparecen las fortalezas tipo “castillos”. Un ejemplo de ello lo constituye el complejo arqueológico de Sechín, donde encontramos piedras labradas con escenas de guerreros triunfantes ofrendando la victoria a sus dioses. Esto evidencia que la guerra tenía un profundo sentido religioso.

 

En estas piedras ha quedado grabado para la posteridad la imagen de lo que bien podemos llamar el testimonio militar más antiguo. Se trata de un soldado empuñando mazas y porras de piedra, armas contundentes y características de la guerra andina. Los guerreros de aquella época llevaban cascos cónicos con adornos y haces de pelo y protegían sus vientres con placas de metal de las que colgaba un hacha ceremonial.

 

Paracas y Nazca, dos tradiciones milenarias, continuaron en nuestra costa sur con  la tarea civilizadora de los Chavín. Los primeros, célebres por sus trepanaciones craneanas, bien pueden ser considerados como el más remoto antecedente de la medicina militar, pues estas operaciones las realizaban para reparar las fracturas y hemorragias que se producían en los enfrentamientos bélicos. Los segundos utilizaron armas arrojadizas de un acabado superior, dardos con puntas de obsidiana que se impulsaban con una estólica, arma que revolucionó la guerra por su precisión en los combates a distancia.

 

Hacia el siglo III a. C. el reino Moche asentó su dominio en la costa norte (valles de La Libertad y Lambayeque). Los moches continuaron con el carácter teocrático - militar de sus antecesores. Sin embargo, organizaron un ejército profesional dedicado exclusivamente a la guerra y a la expansión, con jerarquías y grados militares. Combinaron el combate cuerpo a cuerpo con el combate a distancia, es decir, las armas contundentes con las arrojadizas. Utilizaron estólicas y tumis; no obstante su arma favorita fue la porra. Se protegían con escudos, cascos y orejeras de metal.

 

Asimismo, fueron los moche los primeros en utilizar la guerra sicológica. Pintaban sus rostros con fiereza, usaban los sonidos aterradores de gritos guerreros, de pututos o caracoles marinos y de sonajas a las que llamaban chalchalchas. Así, pudieron prolongar su dominio por novecientos años. El Señor de Sipán constituye una magnifica manifestación de este poderío.
Más de mil años de historia y civilizaciones como Chavín y Moche, dieron paso a distintos Estados.

 

 

Los viejos valles andinos y costeños cobijaron a nuevos pobladores y fueron mudos testigos de otros tiempos. En este transcurrir surgió el imperio Wari (Ayacucho), que organizó un estado en función de su ejército y construyó almacenes para acumular alimentos, armas y vestidos. Con ciudades construidas como fortalezas, caminos para que sus ejércitos marcharan con rapidez, durante las campañas, y unidades de combatientes con armas especializadas y de transporte con fines logísticos, los wari pronto alcanzaron plena hegemonía en los Andes centrales. Por el norte sometieron al reino Moche y llegaron hasta Cajamarca y Huamachuco. Posteriormente conquistaron los valles ancashinos y llegaron hasta Lima.

 

Estas civilizaciones prepararon el camino de llegada a los Incas, quienes surgen en el escenario histórico del Perú en el siglo XIII. Sus leyendas y cantares épicos los presentan como un pueblo civilizador e integrador, y a su ejército, como el principio de su poder y uno de los principales protagonistas de su apasionante historia. Pero lo cierto es que estos testimonios históricos nos demuestran que tuvieron una genial concepción geopolítica enmarcada dentro de un objetivo estratégico: organizar con las etnias del mundo andino un estado poderoso.

 

Las fuentes históricas nos indican que Manco Cápac y sus hermanos salieron del mítico Pacaretampu en busca de tierras fértiles donde establecerse, de tal modo  que una vez que llegados al valle de Cusco y luego de probar su fecundidad, lo ocuparon con el apoyo de su fuerza militar y formaron un nuevo Estado regional que rápidamente extendió sus dominios. Estas mismas fuentes también nos indican que el ejército inca no sólo contribuyó a asegurar el destino histórico del Estado, sino que, a la vez, fue el principal gestor de su ideología política, económica y social.