un amague de ortodoxia

De la sintonía fina al ajuste desordenado

El riesgo del momento es que la ejecución del rebalanceo de las cuentas fiscales quede en manosde los burócratas, de grupos de presión y a merced del ciclo económico global.

Por Enrique Szewach

17/03/12 - 10:33

 

Como se recordará, apenas ratificado su segundo mandato, la Presidenta anunció su programa de “sintonía fina”. Un ajuste fiscal basado en la reducción y/o eliminación parcial de subsidios a la energía, el transporte y otros productos; un aumento implícito de la presión fiscal dado que, hasta ese momento, dichos subsidios se financiaban con impuestos, pero su eliminación no significaba una reducción de los mismos; junto a la “desindexación salarial”, un intento para moderar la pérdida de competitividad laboral, con un aumento de salarios más en línea con la evolución del tipo de cambio, cuya tasa de devaluación iba a ser levemente acelerada. Todo esto acompañado por un esquema de control de cambios, “moderado”, para limitar la fuga de divisas y, a la vez, independizar, de cierta forma, la esperada aceleración de la tasa de devaluación de la tasa de interés en pesos (Con una moneda de baja calidad, por la inflación, la única manera de sostener los depósitos en pesos, y por lo tanto la afluencia de crédito en moneda local, es que la tasa de interés esté por encima de la tasa de devaluación, a menos que se prohíba comprar dólares).

Se anunciaba por enésima vez la búsqueda de una normalización de las relaciones financieras con el exterior, y así crear las condiciones para retomar cierto nivel de endeudamiento.

Parecía que la eliminación de subsidios a la energía iba a permitir, aunque parcialmente, ir reconociendo más precios a los productores, “compartir” con las empresas la baja de subsidios para que la oferta de gas y petróleo y la inversión energética en general, empezara a recuperarse lentamente; mientras la demanda, con los nuevos precios, se presentaría más racional.
Fue este programa el que llevó a algunos analistas –y a un importante Banco de Inversión– a proponer que la Presidenta iniciara su segundo mandato con cierta inclinación a la “ortodoxia”, después de años de fiesta consumista a toda orquesta, para ganar la reelección. Un control de cambios, suave, aparecía dentro de esa postura, como un desliz menor y transitorio.

A poco de andar, el programa pseudo ortodoxo se fue transformando, sin solución de continuidad, en un conjunto pseudo heterodoxo de medidas contradictorias.

La eliminación ordenada de subsidios por el fracaso de la política de “renuncia voluntaria”, se ha transformado en un esquema confuso, todavía indeterminado, en su monto y alcance. Mientras se trata de transferirle a la Ciudad de Buenos Aires, el costo económico y político, en el caso del transporte local. A propósito, ¿por qué se mantienen los subsidios al transporte en la Provincia de Buenos Aires? ¿O acaso es federalismo que los jujeños no paguen el transporte en la Ciudad de Buenos Aires aunque sigan pagando el del GBA? Y lejos de “seducir” a las empresas con precio, se las amenaza por incumplimiento de contratos, admitidos y controlados, por el mismo gobierno, en el marco del ahora denostado “capitalismo de amigos”.

El control de cambios “light”, se ha convertido en una verdadera persecución policial, incluyendo, un arbitrario control de importaciones.

La desindexación salarial, al menos en las negociaciones que encabeza u homologa el propio Gobierno, ha sido postergada. El panorama se completa con el asalto final a las reservas del Banco Central y a los límites para financiar al Gobierno con emisión, explicitando lo que ya era obvio: que el Banco Central no tiene intervención en la política antiinflacionaria. Sólo se limita a “aceitar”, con la oferta monetaria, el gasto público y el nivel de actividad.

El resultado de este “programa”, es que, más que nunca, la tasa de inflación depende del “ancla cambiaria”, ahora reflejada en la brecha entre la cotización del dólar que no se puede comprar y el dólar que sí se puede comprar. Mientras que el nivel de actividad ha quedado a merced de la discrecionalidad del control de importaciones, del clima y el ciclo de liquidez global, que determinan el valor de nuestras exportaciones, y la demanda de nuestros socios comerciales (si no toman demasiadas represalias por nuestras trabas al comercio).

En síntesis, el supuesto programa ortodoxo ha quedado archivado, mientras nos encaminamos a un ajuste desordenado, arbitrario, dominado por la política, los grupos de presión, la burocracia estatal y el ciclo global.