un gobierno donde todo es posible

Imperio del secretismo

El auge de Moreno y Kicillof versus la baja de De Vido. La Presidenta, demandante y desconfiada. Incógnitas en torno al futuro de YPF.

Por Roberto García

16/03/12 - 09:50

 
Imperio del secretismo

Don Julio, El Renegau... Dibujo: Pablo Temes

Breve, puede recitar el éxito. Y repetir una serie de frases que justifican triunfos –tal vez pasajeros– en los que no importó el costo. Pero contundentes en la emergencia:

“Me pediste mejorar el saldo comercial. Lo logré.”
“Te asustaba la gente haciendo cola en la City, comprando dólares. Ahora no queda nadie con esa inquietud.”
“Te provocaba pánico la corrida al dólar, la presión financiera para devaluar, los titulares de los diarios. Bueno, se superó: en lugar de subir, el dólar bajó.”
“Te preocupaba la fuga de divisas, la pérdida de reservas. Ahora nadie saca la plata y las reservas aumentaron.”
“Te decían que las tasas eran altísimas, que nadie podía invertir. Te la bajé 10 puntos.”

Incontrastable, ese mínimo repertorio de respuestas verosímiles a la Presidenta explica por qué Guillermo Moreno, apenas un secretario de Comercio, se convirtió en la principal estrella del Gobierno, el hombre al cual Ella consulta más a menudo. No importa si sus medidas anteriores redujeron el stock ganadero, si no hubo carne ni pescado para todos, si no sobró el gasoil como prometió o si nunca funcionó ese albur de que los ciudadanos iban a comprarse una vivienda con lo que pagaban por alquilar. Tampoco si ha falseado la trepada del costo de vida con un Indec made in Avellaneda o si sus medidas sobre las importaciones bajan la producción, reducen la recaudación y enfrían la economía.

Esas otras grageas económicas han sido postergadas por los anteriores genéricos del intervencionismo que le quitaron a la mandataria la angustia del final del año por el vértigo de los mercados, la partida de divisas y una imparable levantada del dólar que le recordaba terrores vividos por otros colegas en la Rosada. Agradecida, además admite que Moreno siempre estuvo dispuesto a la hora de la defensa, detalle que Cristina no vio en otros funcionarios, a los que les reprochó –cuando fue el episodio trágico de Once, por ejemplo– falta de solidaridad: “Siempre tengo que ser yo la única en dar la cara”.

Ahora se conjetura que Axel Kicillof le ha enmendado la plana en algunas decisiones a Moreno, algo que ya ocurrió con el titular del Banco Nación, Juan Fábrega, quien un día, harto, le dijo que nunca Cristina había ordenado ir al default, destino al que iban a llegar si el secretario de Comercio insistía con medidas discrecionales a las empresas como no pagar las importaciones. Pero justo es admitir que tanto el viceministro de Economía como Fábrega se acomodan a la implícita jefatura de Moreno. A pesar del reconocido ascenso de Kicillof en el entorno de Olivos –al hacer ingresar gente especializada, por caso, lo que constituye una novedad en el cerrado método de los Kirchner–, cada vez más consultado por sus capacidades didácticas que Ella suele apreciar asintiendo. Algo parecido al rol que en algún momento ejerció otro ministro de Economía, Martín Lousteau, quien no prosperó porque había un auditor que lo corregía. Néstor Kirchner, claro.

Le atribuyen responsabilidad a Kicillof en el pleito con YPF-Repsol, casi tanta como a De Vido o al propio Moreno, inclusive alguna propuesta o idea sobre una probable reparación económica en el caso de que avanzara la nacionalización. Aun con esta participación derivada del funcionario –al que muchos imaginan en la tarea de confeccionar un megaplan económico de largo alcance–, persiste la incógnita sobre el barullo y divorcio entre la empresa más amiga del Gobierno (capitaneada por los Eskenazi) y la señora Kirchner (y su hijo, quien negocia con el grupo por las inversiones familiares en el Banco de Santa Cruz). Nadie parece conforme con la explicación oficial sobre la pésima gestión empresarial que el Gobierno le atribuye, el envío de dividendos al exterior que antes le admitía o la escasa disposición de fondos para explorar o explotar yacimientos que han desembocado en un ahogo energético para los próximos años. Más bien, esa teoría parece esconder incapacidades propias, trasladar a otros lo que el Gobierno no supo realizar.

El cotilleo señala que, a finales del año, hubo una discusión grave entre los empresarios de la compañía y la propia Cristina, de la cual éstos se retiraron con el convencimiento de que podían ser alejados de YPF-Repsol, cuando menos. Desde entonces, se observó alguna diferencia interna entre el núcleo argentino privado y los españoles, ya que éstos –como suele ocurrir en los negocios– podrían cambiar de socios si esta fuera una exigencia oficial. Como dicen en las novelas policiales en el instante de matar, “no es nada personal”. Pero nadie, hay que insistir, devela la naturaleza del litigio, sí que España –sea por su interesado monarca o el gobierno ahora del PP– pretende que la administración Kirchner no proceda contra ellos como únicos culpables de algunos desaciertos. Mucho menos, también, que los confisquen a ellos  y no a otros. Hasta podrían contar con la Unión Europea en una apelación de estas características.

En esa confusión informativa, más curiosidad despierta una discusión interna que le endosan a Cristina con la otrora entrañable familia local, en la que suburbios del poder hablan de criterios distintos sobre el paquete accionario. No es lo único: otros creen en detalles de una porfía diferente, con los mismos personajes y detalles que el universo femenino puede comprender más que el masculino. Le atribuyen a la mandataria un enojoso reproche porque un proyecto que anidaba en su cabeza, luego de ver desde el helicóptero, siempre, la desprolijidad de la reserva ecológica, se lo trasladó a dos empresas de su confianza por lo menos en ese momento (un banco y la propia YPF) para que la acompañaran en un emprendimiento que buscaría convertir ese reinado de maleza y yuyos en una suerte de Central Park de Puerto Madero. Y que esa idea presunta, por la envergadura de su desarrollo y las discrepancias que podría suscitar en diversas organizaciones ambientales, los empresarios petroleros elegidos también se la confiaron a Mauricio Macri –quien la habría acogido con entusiasmo– quitándole no sólo sorpresa a la iniciativa sino también distribuyendo como si fueran billetes de lotería la autoría intelectual de una sola persona. Cuesta suponer que esta reyerta haya generado el tormentón que hoy se vive en el mundo de la energía, pero el imperio del secretismo acepta cualquier versión.