COMPETENCIAS

Una visión pesimista del mundo

Por Manuel Mora y Araujo

17/03/12 - 10:41

 

En un poema chino del siglo XI se lee: “Todos en el mundo quieren que sus hijos tengan talento, / pero a causa del talento, yo he sufrido toda mi vida. / Ojalá hijo mío que seas estúpido y zopenco / y libre de problemas, llegues al cargo de primer ministro”. (El autor es Su Tung-Po; se lo encuentra en la antología Las mejores poesías chinas, publicada en Buenos Aires en castellano). Muchísima gente en este mundo piensa lo mismo que aquel poeta chino; tal vez la mayor curiosidad sea constatar que esa idea no es para nada actual. Ningún sistema político ha encontrado la fórmula para enfrentar el problema al que alude el poema.

En la línea de las visiones escépticas del mundo, mucho más recientemente fue propuesto el teorema de Peters (formulado en 1964 en California por el profesor Lawrence J. Peters), el cual se refiere a todo tipo de organizaciones y no tan sólo a las gubernamentales. El teorema sostiene que en todas las organizaciones humanas hay una tendencia a que las personas que se desempeñan eficientemente sean promovidas a posiciones superiores, hasta que dejan de ser eficientes y permanecen en la posición en la que no son eficientes: “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”. Si esto es así, la tendencia es que cuanto más alta es una posición tanto más probable es que quien la ocupe sea incompetente.

De acuerdo con Peters, es probable que un alto número de posiciones en organizaciones donde se toman decisiones estén a cargo de personas poco competitivas en el desempeño de esas funciones. Las personas que no pertenecen a organizaciones escapan a esa regla; si hacen bien lo que hacen, eventualmente pueden llegar a buscar nuevas oportunidades, pero es bastante probable que sigan haciendo aquello que hacen bien. Por eso, la creatividad es más bien un fenómeno de personas que trabajan individualmente. Las organizaciones que facilitan la creatividad de quienes ocupan posiciones jerárquicas altas dentro de ellas, son las que tienden a neutralizar de manera activa el principio de Peters, evitando que quienes son poco competitivas permanezcan en sus cargos. En los tiempos de Su Tung-Po presumo que el sector público en China estaba organizado y jerarquizado más o menos como lo están en el mundo actual muchísimos otros sectores de la vida social, no sólo el sector público si también las empresas, las organizaciones sociales o el clero.

Estas ideas llevan a una visión pesimista del mundo. Si una parte grande de las decisiones que se toman cada día –y que, agregadamente, mueven el mundo– son tomadas por personas que son más bien incompetentes, ¿qué podemos esperar? Una respuesta, concebida por distintos pensadores desde hace siglos a partir de otros postulados, y desarrollada en casi todos los lugares de la tierra en todos los tiempos, es la competencia entre organizaciones. La competencia facilita que los más competitivos se impongan a los menos competitivos y que, al mismo tiempo, estimulen a otros a tratar de superarlos. El aporte de Peters en ese plano es que la competencia entre organizaciones que actúan en un mercado es una lucha entre ineficientes antes que una lucha entre superdotados. Algo distinto a lo que sucede en las competencias del tipo de las deportivas, donde se ponen en juego de manera directa las destrezas individuales y donde, normalmente, es esperable que la competencia confronte a jugadores de muy buen desempeño.
Nuestro mundo –en muchísima mayor medida que el mundo de Su Tung-Po– es un mundo de organizaciones. De hecho, en los últimos tres siglos, el número de organizaciones creció a tasas más altas que el número de habitantes en todo el mundo, y tanto más en la parte más desarrollada del mundo. La aparente paradoja que surge de una realidad en la que conviven el teorema de Peters y el crecimiento económico se resuelve si se toma en cuenta el factor competencia. En la China del siglo XI tal vez era cierto que un estúpido podía aspirar a ser primer ministro aún sin haber pasado antes por posiciones en los que no era tan estúpido, porque no había competencia.

Queda librado a cada uno aplicar estas ideas al mundo actual, o a nuestro propio país, y explorar en qué medida ayudan a entender lo que pasa. Para empezar con ese ejercicio, diré que me parece una bendición que los canales políticos nacionales, dentro de las estructuras políticas que operan nacionalmente, estén bastante cerrados a los intendentes municipales, y que en general la legislación no ponga límites a la reelección de quienes están en esos cargos locales. Frecuentemente he criticado ambas cosas, pensando que sería conveniente que los buenos intendentes encuentren más accesibles las vías para pasar a la política nacional, y que la reelección de los intendentes entra en contracción con el principio de la alternancia en el gobierno, que también me parece conveniente. En este punto, me estoy desdiciendo. Lo cierto es que tenemos muchísimos buenos intendentes y que en muchísimos casos la ciudadanía está satisfecha con su desempeño –mucho más que con el desempeño de quienes ocupan posiciones de más alta jerarquía. Y una explicación de ese fenómeno es que para acceder al gobierno municipal la competencia suele ser reñida, y cada cuatro años los ciudadanos disponen de la oportunidad de convalidar o no al incumbente. Si es eficiente, lo dejan donde está –afortunadamente.

*Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.