Fernández

Por Pepe Eliaschev | @peliaschev

17/03/12 - 10:16

 

El 7 de junio de 2004, un año después de asumir como jefe de Gabinete de Ministros de Néstor Kirchner, Alberto Fernández publicó un aviso en los diarios por el Día del Periodista. “Saludamos a quienes día a día, buscan la verdad. Ejercen la libertad de expresarse sin temores, y con su trabajo garantizan el derecho a la información para todos los argentinos”, decía.
Un par de años después, ya consolidado Kirchner, el 7 de junio de 2006, Fernández mandó a los diarios principales del país otro anuncio muy destacado, también en “homenaje” a los periodistas, con el siguiente encabezado: “Hoy, estamos apretando a los periodistas”. En segunda línea, iba el chiste astuto: “con un fuerte abrazo”. La línea había bajado ese mismo verano, cuando, el 21 de febrero, Néstor Kirchner atacó con notable dureza al periodismo. “Nos quieren escribir el país a través de su diario o de los medios”, se encrespó. Y además se lamentó dolidamente de su indefensión: “Yo no tengo radio, televisor, ni nada”. Ese junio de 2006, y para el Día del Periodista, el presidente Kirchner advirtió fuertemente al periodismo argentino que “se debe ir purificando de los que indignifican (sic) la profesión”. Su esposa, la entonces senadora Cristina Fernández, le hizo eco esa misma tarde cuando presentó en el Congreso un sello postal en homenaje a Rodolfo Walsh, quien –dijo– “sólo necesitaba una máquina y un pedazo de papel para denunciar lo que pasaba”, mientras que “otros que tenían mucho papel y muchas máquinas e inmensas y poderosas rotativas, nada decían de lo que pasaba en el país”.

Hablaba como si ella y su marido, ambos abogados, hubiesen hecho muchas denuncias sobre “lo que pasaba en el país” o hubiesen interpuesto algún hábeas corpus entre 1976 y 1983 por algún desaparecido.

Aquel día de 2006, siendo Alberto Fernández jefe de Gabinete, el Presidente fue especialmente expresivo. En su estilo deshilachado, dijo “porque esto de la libertad de prensa… Si la empresa quiere, hay libertad de prensa. Miren si un periodista va a escribir algo que esté en contra de lo que piensa el dueño de la empresa periodística, ¿se imaginan ustedes?”.

En 2006 no existía aún el fenomenal multimedio oficial que vio la luz ya para fines de 2007. Desde entonces, los editores alfiles del Gobierno fueron pergeñando diarios y revistas, aparecieron señales de TV y fueron compradas radios. Para comienzos de 2011, el Gobierno disponía ya de una vasta red de medios propios con fachada privada, financiados con la mítica “pauta” oficial. En todos ellos, claro, nadie pudo ni puede escribir algo que no sea aprobado por los empresarios valedores de la concesión estatal. “Nosotros queremos tener un periodismo más autocrítico”, enunció sin embargo Kirchner ese día de 2006, al confesar un sentimiento suyo que ya nadie ignoraba: “(los periodistas) hablan de todos, dicen de todos cualquier cosa, pero tienen poca autocrítica. ¡Qué pena que me dan! ¡Qué pena que me dan, en serio!”.

Con los años, Alberto Fernández quedó fuera del Gobierno e inició con tenacidad un recorrido paciente y ambicioso por los medios. En muchos casos, contó con la buena voluntad de quienes veían en él un moderado sacrificado por el Gobierno en beneficio de sectores más ultras y radicalizados. Tal vez por cálculo o por pereza para recordar detalles, en diversos medios la palabra de Fernández se hacía escuchar como encarnación del “verdadero” kirchnerismo, al que él pintaba como paradigma de pluralidad y benevolencia.

Pero ese Fernández nacido de nuevo era el mismo hombre que no había jugado juegos en el comienzo de su periplo por el poder. Así, mientras el Gobierno argentino había invertido en avisos en los diarios porteños $ 4,6 millones entre enero y agosto de 2003 (casi cinco meses de Duhalde y poco más de tres de Kirchner), en ese mismo período de 2004 se gastaron $ 14,2 millones, un incremento del 209%. Eran órdenes de publicidad firmadas y distribuidas por él. En total y para todo el país, Kirchner aumentó el presupuesto de propaganda en 143% en ese mismo período inicial, pasando de $ 23 millones a $ 33 millones. Pero eso fue apenas un tímido indicio de lo que vendría años después. De la guerra contra los medios “hegemónicos” se pasó a la construcción de un pool de medios propios, además de los gubernamentales, convertidos por Alberto Fernández en órganos pura y exclusivamente oficialistas.

El episodio del martes 13 a la noche en C5N fue penoso y revelador, pero, en esencia, consolida y ratifica un estado de cosas existente desde hace años. El Gobierno mantuvo desde su inicio un explícito y estrecho acuerdo de colaboración mutua con Radio 10 y C5N, los medios de Hadad, para quien fue determinante el sólido apoyo que le dio en su lanzamiento el gobierno de Menem, pese a que Domingo Cavallo acusaba a Hadad de “ariete de la mafia” por sus vínculos con el malogrado Alfredo Yabrán.

Hadad ha demostrado, desde Menem hasta Cristina, que lo suyo es el poder y la influencia, y en ese plano hay que reconocerle una performance notable. Hay que agradecerle, además, que su pacto con el kirchnerismo demolió desde el vamos la leyenda del mito progresista, de la que se nutren los medios oficiales empapados de retórica ideológica. Hadad fue en su momento masserista, carapintada y racista. Con Alberto Fernández abrochó un vínculo desde 2003 y por eso es hasta gracioso que ahora ambos anden aceptándose disculpas al aire.

El ex jefe de Gabinete, que finalmente descubrió las ventajas éticas de la libertad de prensa, fue esta vez triturado por la inexorable maquinaria oficial, que como suele suceder con el kirchnerismo, ha sido cruel y, encima, torpe. Pero no tiene Fernández mucho derecho al pataleo. Como reveló el senador Luis Juez, en diciembre de 2005, el presidente Kirchner le ordenó explícitamente a Fernández sacarme de Radio Nacional. El hoy censurado acató la orden y la efectivizó, sin objetarla. Todos los jugadores de este circuito son adultos en edad de consentir. Nadie fue engañado, ni violado. Han sido y son ejecutores conscientes.

Fe de errores: en mi columna del domingo pasado, dije 38, cuando son 39 los años transcurridos desde el triunfo de Héctor Cámpora en 1973.