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Siete días claves

Cristina, raramente muda ante el alud de escándalos y tragedias. Escenarios de lo que puede venir.

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Si se confirma, una de las tantas derivaciones escandalosas del accidente ferroviario tendrá epicentro en la Superintendencia y en la empresa de seguros. Según fuentes judiciales, muchas de las pólizas firmadas con una compañía no disponen al parecer de las licencias o autorizaciones que garanticen el pago de los daños producidos. Otro escándalo en ciernes que, al margen de gravosas cargas económicas para la empresa, desatará un turbión en la Superintendencia, aunque el Gobierno no parece interesado en solicitarle la renuncia a nadie. Fenómeno curioso que responde a cierta rigidez política para aparentar fortaleza: varios ministros que estaban en la cuerda floja y bajo sospecha para dejar sus cargos en marzo recuperaron posiciones ante el advenimiento de la crisis. Un ejemplo: Julio De Vido. La consigna: cuanto peor, mejor.

Justo cuando empezaba a cambiar, a romper inclusive con su pasado, cuando parecía dispuesta a cumplir aquello de “soy otra” –como le confesara antes de su operación de tiroides a un empresario–, un volquete de calamidades se le cae encima. Escombros provenientes de YPF o de su Amado Boudou, por no olvidar la cirugía repentina con diagnósticos diversos, el espionaje que decía ignorar su ministra Nilda Garré, bagatelas de otro orden (importaciones paradas, Malvinas, etc.) y, lo peor de todo, el accidente de Once que casi nadie aceptará como desaprensión humana, a menos que ésta se refiera a la deficiente actitud del Gobierno y de TBA.

Esta sucesión de episodios traumáticos le marca a la Presidenta un estigma que había aparecido también en el inicio de su anterior mandato (con el affaire de Antonini Wilson), como si se repitieran las situaciones: en el mejor momento de Ella, saboreando en exceso el triunfo del 54%, aparecen las mayores complicaciones, se enturbia el presente y abre incógnitas del futuro. No estaba escrito ese panorama en la agenda presidencial. Y, obvio, no lo hizo Clarín.

Días atrás, Alberto Fernández –ex jefe de Gabinete y el hombre con mayor cercanía en su momento a la pareja– sostuvo en relación con el escándalo de Boudou que “no hubiera ocurrido con Néstor vivo”. Y en un arranque casi de celos, cuestionó hábitos del vice y eventuales negocios. Su frase podría extenderse al resto de las penurias que padece hoy Cristina. ¿Pero no fue Néstor quien catapultó a Boudou con el avance sobre los fondos de la Anses y luego le facilitó una carrera impensable? Más que Ella, sin duda. Aunque, se supone, ninguno de los dos lo hubiera habilitado para involucrarse en la operación Ciccone ni siquiera como testigo.

Allí aparece, entre anomalías varias, un empresario de aeropuertos como Teddy Taratuty, quizás el mejor amigo de Miguel Angel Toma, considerado éste en la lista negra de la mandataria. Sorprende en este juego de intereses el silencio oficial y el de Boudou. También callaron la boca –igual que muchos medios y opositores– cuando hace más de un año se denunció el caso al empezar a faltar billetes, primero en el portal Urgente 24 y luego por obra y gracia de Jorge Asís, quien ya contaba con más detalles del negocio y los implicados que la actual declaración de la ex esposa del hombre a quien le atribuyen ser el testaferro de Boudou. Insisten con mantener los labios rígidos, como si la Justicia fuera a solucionar el entuerto.
Pasó con Néstor también el ingreso de la familia Eskenazi a YPF. Más bien fue su obra como el expertise utilizado para su gestión –acompañado por todo el Gobierno–, esa ingeniería y enjuague de ganancias que ahora se cuestiona desde la Rosada. Como si proviniera de otro gobierno, enemigo, claro. Nadie ignora que además de los vínculos personales de antaño, los Eskenazi mantienen el dominio del Banco de Santa Cruz desde hace años, el preferido de los Kirchner (se supone que hoy también) y de numerosos y conspicuos funcionarios. Son parte de la familia, empresarios bendecidos por los Kirchner que prosperaron mucho en estos ocho años y ahora ni les atienden el teléfono.

No es Eskenazi el único. En ese mismo engendro, parece que se encuentran no sólo hombres, sino también sectores como el bancario. El cambio radical en Cristina –quien nunca pudo ignorar parte de lo que sucedía, caso contrario sería ofender su inteligencia– se lo endosan a Guillermo Moreno, el nuevo factótum. Pero quienes ven bajo el agua ensayan otras razones. Un trabajo para periodistas de investigación, tarea vacante en el país.

El Grupo Cirigliano, que concesiona los trenes, se incluía en la nómina de los amigos –previsores, son amigos de otras fracciones políticas–, pero a diferencia de otros íntimos no estaban bajo proceso de revisión. El accidente los cambió de ubicación: ya no están a salvo, aunque Cristina reveló en más de una oportunidad simpatía por su actividad. Ni siquiera parecieron afectados en esa relación por las protegidas andanzas del escandaloso Ricardo Jaime. Parafraseando a Fernández, se debe consignar que esto pasaba en tiempos de Néstor. Ahora los Cirigliano están en aprietos, al margen de las responsabilidades por el desastre. Y, como en el caso YPF, dentro del Gobierno se discute si corresponde mantener el disfraz estatista actual con ciertas compañías y empresarios o, directamente, hacerse cargo de la administración, enlodarse, presidir, agrandar el gasto público, como antes de los 90. No parece imponerse un criterio todavía, a pesar de que esas determinaciones pueden ser un cambio en la naturaleza del Gobierno y del país.

Casi sencillo resulta colegir que los jóvenes turcos de La Cámpora (por aquel proyecto de Kemal Ataturk, que anticipó todo lo que después hizo Perón) se inclinan por un rol más activo del Estado, lo que ya practica el propio Moreno (decide quién gana, cuánto gana, lo que falta o no en los supermercados) y que debe ser la propia Cristina quien contenga esa ola intervencionista.

Se acerca un tiempo de definiciones que acelera el volquete de escombros que cayó sobre la mandataria en los dos primeros meses del año en todas las gestiones K. Algunos imaginan que habrá un discurso clave en los próximos siete días. Por el momento, se le fueron las ganas de hablar y no aparece ningún funcionario hábil, con o sin experiencia, para borrarle los chichones. Schiavi fue una evidencia, no sirvió ni como declarante. La duda: ¿cómo será la otra mujer que se imaginaba Cristina?

 

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