Metáfora

Por Jorge Fontevecchia

04/02/12 - 10:46

 
Metáfora

Moyano magnetizado. El camionero tras Clarín.

El, que es un tosco camionero, en lugar de atacar con sus fierros atacó con palabras. Y fue al corazón del modelo, al relato, respondiendo a la metáfora con metáfora. “Cuando comienzan a decir palabras poco entendibles –dijo Moyano– me hacen acordar al gobierno de Menem. La sintonía fina me recuerda a cuando hablaban de flexibilidad laboral.”

La “sintonía fina”, expresión fundante del segundo mandato de Cristina Kirchner, es una metáfora generativa que disparó nuevas asociaciones: “la sintonía fina será un cambio grueso”, “la sintonía fina pesará fuerte”. Pero ninguna tan contundente como la de Moyano, al homologarla con la “flexibilidad laboral” de Menem, quien también buscaba incrementar la productividad cuando su modelo ya daba señales de agotamiento.
Pensar es captar una metáfora. Todas nuestras ideas son alusiones a metáforas. El pensamiento humano está articulado por ellas. La metáfora permite que la mente con un puñado de ideas básicas como sustancia, ubicación, fuerza y objetivo pueda comprender estructuras abstractas. No es mediante fórmulas lógicas sino por analogía entre el ámbito doméstico y uno conceptual que aún no comprendemos que podemos aprender ideas difíciles. Lo complejo se hace visible a través de la metáfora.

Por eso la política es un concurso de metáforas para decidir cuál es el encuadre triunfador. A los partidos conservadores de todo el mundo les gusta hablar de “aliviar los impuestos” como si fueran una dolencia, y a los progresistas de aumentar la “cuota de socios” necesaria para mantener los servicios. Aquí en la Argentina, la batalla semántica actual se da entre “sintonía fina” para redistribuir con más equidad o ajuste imprescindible porque no hay acceso a financiamiento externo y puede haber déficit fiscal y comercial.

El amor es un viaje –otra metáfora– y aquellos que no estén preparados para resistir los cambios que se vayan produciendo en el camino no podrán llegar juntos a destino.
Y el amor entre el kirchnerismo y Moyano se terminó con la agravante de resentimientos muy profundos. Dicen que el sindicalista estaba dolido porque la Presidenta no lo llamó para expresarle sus condolencias cuando murió su hijo, lo que se intentó desmentir. Y la Presidenta y su hijo Máximo creen que el disgusto que Moyano le produjo a Néstor Kirchner la noche previa a su muerte fue la causa de su infarto masivo.
Pero aún en estado de emoción violenta, Cristina Kirchner parece poner la cabeza fría al servicio del corazón caliente y, por el contrario, Moyano parece actuar autodestructivamente al rechazar por insuficientes las candidaturas legislativas a sindicalistas o renunciar al PJ.

Varios analistas han comparado la suerte de Moyano con la de Magnetto, ambos aliados principales del kirchnerismo los primeros seis años de sus gobiernos que luego pasaron a ser enemigos íntimos. Se puede sumar otra analogía para ellos. Hasta que el kirch-nerismo los cruzara, eran rivales infalibles a los que nadie podía animarse a enfrentar. “Nadie aguantaría cuatro tapas de Clarín” o, en el caso de Moyano, “para el país”. El avance de las confrontaciones mostró que eran fantasmas que poco tenían que ver con la realidad, “monstruos” que carecían del poder letal que se les asignaba. Al irse comprobando que su capacidad de daño no se adecuaba a las previsiones, se atribuyeron los continuos reveses que recibían a errores del Grupo o del sindicalista. Valdría preguntarse si se equivocaron tanto o en realidad no tenían muchas alternativas porque la diferencia de fuerzas entre el Gobierno y cualquier contrincante hace imposible salir airoso al mejor estratega.
Que un Moyano diplomático le termine enviando dos cartas a una Presidenta que no le responde el teléfono es una señal de cómo se han invertido los papeles.

“Soy otra”, contó un empresario que la Presidenta le dijo después de asumir con el 54% de los votos su segundo mandato. Los empresarios temen que para equilibrar lo políticamente incorrecto que pudiera resultar ponerles techo a los aumentos de sueldos y reducir subsidios, Cristina Kirchner busque compensar atacando a los bancos y a las mayores empresas. E, incluso, buscando nacionalizar alguna para que nadie la pueda correr por izquierda ni ser más progresista que ella.

Algún resultado ya va consiguiendo. Carta Abierta en su última carta, la Nº 11, más allá de elogiar ampliamente al Gobierno marcó algunas disidencias, entre ellas, cuestionó la pelea con Moyano, diciendo: “Es inimaginable que los trabajadores argentinos y sus representaciones sindicales elijan el camino de la reacción”, “porque la CGT conducida por Hugo Moyano no tiene nada que ver con un gastronómico de los barrabravas ni con un dirigente de peones rurales que pone a sus afiliados como carne de cañón para un paro patronal”. Y más adelante convoca a superar los “nubarrones en la coyuntura” y ”renovar un compromiso común –con Moyano– sustentado sobre un acuerdo necesario: el de profundización de la igualdad y la ampliación de derechos”.

Pocas semanas después, antes de ayer, Ricardo Forster acusó a Moyano de “producir un anacronismo complicado” porque “mira la realidad argentina como si entre 1945 y 2012 no hubiera acontecido nada significativo. Y como si incluso en estos últimos ocho años, no hubiera pasado nada”.

El problema del relato será cómo defender un ajuste progresista. Si junto con Moyano se echa del paraíso oficial a Eskenazi o a Brito, la partida del primero se hará más digerible y se le reducirá su poder de daño porque no es a los camiones parados lo que más teme el Gobierno sino a que su relato quede desnudo.
“Nuestro sistema conceptual corriente, desde cuya perspectiva pensamos y actuamos, es de naturaleza fundamentalmente metafórica”, sostiene George Lakoff, experto en lingüística cognitiva de la Universidad de Berkeley. Moyano es un autodidacta.