estrategias oficialistas

Con eje en Malvinas

Por ahora, es más loable el objetivo de soberanía que los pasos para alcanzarlo. El Gobierno descubrió un issue vital en las islas.

Por Roberto García

10/02/12 - 11:08

 
Con eje en Malvinas

ATLANTICO SUR. Cristina Fernandez. DIBUJO: PABLO TEMES.

Un  borrador presunto de la agenda presidencial muestra el dominio prioritario de Malvinas. Es un eje para los próximos meses. Siempre y cuando, claro, rinda políticamente el refresco de una estrategia que, para ser justos, no fue exageradamente frecuentada por el kirchnerismo en sus ocho años de gestión. Pero el Gobierno, ahora, parece haber descubierto un issue de vida –para incluir en el  “touch and go” del oficialismo– y ensaya alternativas para sentar a los británicos en una mesa de negociación. Loable propósito, aunque los planes de la Cancillería no han sido en el pasado medios eficaces para alcanzar ese objetivo, más bien han constituido una pérdida de tiempo, pasando del frío al calor sin explicaciones, desde aquellas posiciones confrontativas de Miguel Angel Zavala Ortiz en tiempos de Arturo Illia (ahora recuperadas por Cristina de Kirchner) a las de seducción o dulce sometimiento que dispuso aceptar Carlos Menem. Todos mandatarios que pensaban, con comprensible devoción, que un avance sobre el estatus de las islas les garantizaría un salvoconducto eterno. Les dejaron en parte esa tarea a los diplomáticos, demasiado seria para empleados públicos con afán patriótico y convicciones de conveniencia. Se podrá argüir, con razón, que si se les reserva el menester a no profesionales del negocio (los militares, por ejemplo), la derivación puede ser peor.

Antes de Malvinas habrá que pasar el 27 próximo,  esa  mezcla rara –como diría el tango– de Bandera agentina, Belgrano, San Martín y el cumpleaños que hubiera sido de Néstor Kirchner. Un feriado por única vez, bastante insólito como celebración, ya que no es el único episodio a recordar en los primeros 200 años de historia argentina, aunque ninguno goza de la ventaja de coincidir con festividades íntimas del ex mandatario (en este caso, por ejemplo, también San Martín hubiera cumplido años dos días antes). No durará mucho ese recuerdo del izamiento de la Bandera, ya que pocos días después se conocerá la copia del Informe Rattenbach, quizás con añadidos a lo que hasta ahora se divulgó sobre las barbaridades de la conducción militar durante la guerra. Tras ese desfile de imputaciones viene el 2 de abril, fecha testigo de cuando la Argentina brevemente ocupó las islas, en 1982, tiempos tan particulares en los que el marxista Fidel Castro se reunía cordialmente con el delegado civil de la Junta Militar, el canciller Nicanor Costa Méndez, también con un grupo de altos oficiales de ese régimen, y les explicaba cómo ganar la guerra, como si fuera el gigante guerrillero argelino Abdelkader, creyendo que las batallas se ganan con picardía y voluntad, sin preguntarse por el tonelaje de material bélico de que disponían las partes en el conflicto. Casi un chiste, aunque Costa Méndez y los militares que lo visitaron habrían de regresar sorprendidos por el nacionalismo malvinense de Castro y porque en una mesa mostró detallados mapas de las islas que desconocían.

De acuerdo a su realidad contable, la Argentina se manifiesta más pacifista que nunca. Al revés, quizás, de los británicos, con arduos problemas económicos también pero atento su gobierno a las demandas de la tradicional Armada, que busca no perder presupuesto y ejerce una presión tan fuera de moda que asemeja el sosegado sur de América con el infierno del Medio Oriente. No parece, sin embargo, que esas fotografías diferentes de los dos países allanen un camino de negociación, aunque insiste Cristina en denunciar la militarización, la nuclearización británica de la zona, términos que tal vez no asombren a las grandes potencias, de comunión diaria con estos elementos. Hubo sí sorpresa ante la actitud silenciosa de Cristina de Kirchner, esta semana, cuando decidió no restringir ni impedir vuelos chilenos a las islas. Una moderación en línea con la actitud pacifista (aunque no tanto con la táctica de complicar la gestión inglesa en el archipiélago) y con otro dato cierto que debía disponer: en la isla Santa Elena, aquella en la que murió Napoleón, el Reino Unido invierte fondos para una pista que habilite a sus aviones para trasladar, desde Londres, frutas y hortalizas frescas a Malvinas, entre otros servicios. Un signo de que no piensan abandonar sus posesiones.

¿Pesa, en cambio, el rol de otros países de la región en la resolución del entuerto? La Argentina señala como un triunfo el veto de naciones como Brasil y Uruguay al ingreso de naves británicas con la bandera de las Falklands, un disparate del Reino Unido comparable a que barcos argentinos pretendan surcar mares con la enseña de Tucumán o Santiago del Estero. Módica victoria ya que, como contrapartida, sí pueden ingresar en esos países vecinos buques militares; y nadie piensa en una alteración de ese funcionamiento en la región, menos cuando Brasil ha logrado el apoyo de Londres para cumplir su sueño (el de Itamaraty) de ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Para entender el empeño argentino hoy por Malvinas habrá que observar su agradable disposición para suponer que le son favorables ciertos gestos de los Estados Unidos, palabras a favor del diálogo por ejemplo, una colección que se ha vuelto un orgullo kirchnerista difícil de imaginar hasta pocos meses atrás en las filas del progresismo que adhiere a la Administración.   

Parece novedosa Cristina en introducir, como concepto, la casi nulidad de los actos de gobiernos dictatoriales en relación con los democráticos, argumentando que la guerra fue de exclusiva incumbencia de una casta castrense, ajena a la voluntad popular y democrática. Más de un país vecino sostendría lo mismo, pero resultará difícil imponer ese criterio de doble faz del  Estado en foros internacionales. Tan arduo como no ofrecer una alternativa a la invocación de los británicos a favor de los “kelpers”, a su autodeterminación, caballito de batalla al cual –por el momento– el país no le encontró respuesta. Más: ha opinado en forma deficiente, casi parodiando a un ex canciller, quien dijo que “los kelpers no importaban porque ni siquiera podían ocupar el cine Opera”. Una falta de respeto, sin duda, a los derechos humanos. Tamaño desprecio se opone al trato que Londres les ha reservado a los isleños, con un ingreso superior al de sus propios ciudadanos, inversión naturalmente asumida luego de la Guerra de Malvinas.

El esmero y cuidado por esta población aislada obedece a que primero la pesca y luego el petróleo se han vuelto tentaciones difíciles de postergar para los exangües intereses británicos.
A lo que se debe añadir, también, otras riquezas del  mar y una participación en los límites y recursos de la Antártida, fenómeno a dilucidarse en los próximos años y que cuenta con un último antecedente: el Mar Artico se lo han repartido unos pocos Estados.

Quizás la Argentina deba extender su mirada, aplicar imaginación política, no congelarse sólo en discusiones diplomáticas y, sobre todo, convocar figuras no sólo para la pantalla de la TV.