Todos hablan, nadie profundiza

Vuelve el fútbol... ¿Nos importa?

Por Gonzalo Bonadeo

04/02/12 - 11:30

 

Estamos empeñados en convencer al mundo de que el fútbol es asunto de vida o muerte. Por lo general, lo hacemos desde las palabras: a más medios en el mercado, más palabras que dan forma a un importante porcentaje de frases sin demasiado sentido. Lo del sin sentido no es prejuicio mío: la realidad se encarga letalmente de demostrar que aquello del asunto de vida o muerte tiene patas cortas.

River es la quinta esencia del asunto. Un descenso de River representaba en el ambiente la muerte de tantas cosas que muchos lo asumimos como algo posible sólo cuando Olave atajó el penal de Pavone. Hasta ese momento, y aún sin saber de la gesta heroica de barras, dirigentes y policías en el vestuario del verdugo Pezzotta, la mayoría de los argentinos seguíamos creyendo que alguien se iba a encargar de evitar aquella “muerte”. Es más, en los días inmediatamente posteriores, no pocos medios insinuaron la posibilidad de que, de uno u otro modo, aquel descenso no existiese.

No sólo River descendió, sino que ese descenso no significó la muerte de nadie. Digo mal: lo único que murió un poco fue el alma de un club fenomenal destrozado hasta el incendio por cuenta y obra de una banda de imbéciles aún hoy impunes. Por lo demás, River siguió –y sigue– bien vivo. Sigue vivo en los miles de hinchas que salen a la calle con la camiseta puesta aún más que cuando ganaba la Libertadores y contaba los títulos locales como victorias menores. Sigue vivo en las decenas de actividades deportivas y culturales que desarrollan sus socios, paradójicamente, los días en los que en el Monumental no se juega al fútbol. Sigue vivo en el instituto educativo, en Cachito Vigil barriendo los destrozos y en sus empleados orgullosos de ser parte del club.

Lo expliqué hace un tiempo: River es víctima de sí mismo. Porque llevamos demasiado tiempo haciéndole creer a la opinión pública que River es sólo sinónimo de catástrofe futbolera, descalabro económico de administraciones varias e internas de su barra brava, cosas que efectivamente existen pero son sólo la parte que uno elige del cuento. Lo peor de todo es que ese cuento está instalado desde los medios mismos. Desde un sector que definiría muy metafóricamente como “dictadura glandular” de los medios. Y no me pidan nombres porque me da tos, como dice el maestro Pérez-Reverte. Dictadura que, por cierto, no tiene nada ni de ideológico ni de ingenuo: en ciertos casos, sólo aceptan efectivo.

Sin embargo, no vayan a creer que todo es asunto nuestro. De los periodistas –o algo así– quiero decir. Para muchos protagonistas directos o periféricos, esto de imponer el fútbol como un asunto binario entre éxtasis y tragedia viene al dedillo. Porque mientras establezcamos esta mentira –o verdad apenas coyuntural–, automáticamente evitaremos ir al fondo del asunto. O hablar del juego mismo. O de proyectos. O de ideas. Hablar del juego, de proyectos o de ideas implica automáticamente dejar fuera del guiso a muchos dirigentes, entrenadores y futbolistas. Y, sobre todo, a demasiados periodistas y medios.
Es probable que Falcioni esté diciendo la verdad cuando declara que Ramón Santamarina le hizo más fuerza a Boca que River en los clásicos del verano. Lo que no dice –y por eso suena más a chicana que a declaración valiosa– es que para él debiera ser muy preocupante que cualquiera de esos dos equipos (de la segunda y la tercera categoría del fútbol nacional) complique al último campeón.

Cuando Blas Giunta atiza la previa del partido de mañana habla de todo un poco, pero nosotros destacamos sus reclamos por la leve sanción a Domínguez o su denuncia de que quisieron sacar a Almirante Brown de su estadio a toda costa –poco poder de fuego el de los que lo intentaron–; y nos da un título: “El domingo ganamos 2 a 0”. Lo que no nos importa es saber cómo ni con qué argumentos. No porque Giunta no los tenga. Sino porque, probablemente, yo, cronista, no los entienda.

El último absurdo del verano fue esto del intento de algunos equipos de eliminar los descensos. No fue ni un solo club el que lo intentó, ni fue la primera vez que ello sucede. Es más, alguna vez se eliminaron descensos una vez conocidas las “víctimas”.
Sin embargo, que uno de los voceros del intento de futbolicidio haya sido el presidente de San Lorenzo es un auténtico encanto. Nada que no esté en línea con una forma de llevar las cosas. En poco tiempo, por el Bajo Flores hubo desde brujos importados hasta quema de sillones “con mala vibra”, pasando por pedidos de una incorporación extra cuando aún no se incorporó siquiera a uno.

Queda claro que esto de caricaturizar al fútbol lo potenciamos los periodistas, pero es una idea que a muchos protagonistas –directos o periféricos, recuerden– les viene como un quirófano a Luciana Salazar.

Por eso, cuando ya comenzó la temporada de los ascensos y a una semana del estreno de las primeras, uno debería decir: “Por fin vuelve el fútbol”. Siguiendo la agenda de ciertos medios y escuchando el aporte oral de muchos involucrados, no dejo de preguntarme si realmente nos importa que vuelva el fútbol.