Sin foto

Por Jorge Fontevecchia

20/01/12 - 10:21

 
Sin foto

Presidentes. Desde Perón en su último mandato, pasando por Menem y De la Rúa, hasta Kirchner, todos mostraron su convalecencia dentro o inmediatamente a la salida de donde se internaron.

“Cuando una era se derrumba, la Historia se descompone en imágenes, no en relatos.”
(Walter Benjamin)

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Se cumplieron quince días desde la operación de la Presidenta sin que se viera una sola foto de ella. A la salida de la Clínica Austral colocaron un camión tapando el ángulo desde donde los fotógrafos podían tomar su acceso al helicóptero.

Ayer, en Aeroparque, impidieron a los fotógrafos registrar la salida del avión presidencial hacia Chapadmalal. Tampoco Télam o Presidencia de la Nación distribuyeron una sola fotografía de la Presidenta en su posoperatorio en la Clínica Austral o durante su recuperación en Olivos.

Todos los presidentes de democracias plenas que pasan por una operación cumplen el deber de informar a sus ciudadanos no sólo con partes médicos más amplios y reiterados sino también con la imagen del operado. La foto es el registro del hecho; el ejemplo más típico son las cumbres de presidentes, donde el retrato de todos juntos como testimonio es un ritual. 

En la Argentina, a pesar de las deficiencias institucionales que nos dejaron tantos golpes de Estado y el contagio a los civiles de su germen autoritario, todos los presidentes democráticos se han dejado fotografiar en convalecencia, desde Perón con bata tratado por su cardiopatía isquémica crónica, Menem con la venda en la carótida dentro de la clínica y De la Rúa saliendo del sanatorio tras un problema cardíaco, hasta el reacio Néstor Kirchner, que permitió que se lo fotografiara a la salida de su intervención mostrando su herida en el cuello. Al revés, los presidentes de las dictaduras no se retrataban enfermos, el último ejemplo fue Viola, quien tras una internación por un problema cardíaco se hizo invisible y hasta fue sustituido.

Algo arcaico sucede con las fotos todavía en la Argentina, como si siguiera vigente ese recelo de los habitantes de las culturas primitivas, quienes temían que al sacarles una foto se les robara el alma.

El ejemplo más extremo fue el de Yabrán, quien directamente mandó matar a José Luis Cabezas por haber logrado sacarle su primera fotografía pública (el miércoles se cumplen 15 años del asesinato del fotógrafo de Editorial Perfil).

Y un ejemplo incomparable e infinitesimal pero, por su misma levedad, tan revelador de la fobia neurótica que muchos sienten por la imagen fue, hace tres semanas, la foto de la revista Caras del Flaco Spinetta tras haberse anunciado que luchaba contra el cáncer. No era una foto de un paciente tomada en una clínica, ni a través de un ventanal en su casa con teleobjetivo, sino en la calle, al salir de su casa, vestido sin más signo de su enfermedad que su flacura. Sin embargo, mereció una exagerada cadena de críticas.

Sólo el ataque que viene padeciendo el periodismo como profesión puede justificar tanto desprecio por nuestro trabajo como incomprensión sobre el papel que tiene para la sociedad. Cuando desde el oficialismo se quejan por las versiones infundadas que circulan, por ejemplo sobre la salud de la Presidenta, deberían analizar en qué medida son ellos mismos actores de esos disparates contribuyendo con su ocultamiento a generar hipótesis en lugar de información.

Cualquier especialista en comunicación pública sabe que los vacíos siempre se llenan; si no hay información será con rumores, muchos de ellos maliciosos, como el de cirugías estéticas. Pero tampoco sería nada grave que se produjeran porque de hecho Dilma Rousseff, después de su operación, se sometió a una operación estética –un amplio lifting en su caso–, sin que fuera motivo de misterio.

Pero trascendiendo la perspectiva de las conveniencias políticas del partido en cuestión, lo más importante es la obligación de los gobernantes de informar lo más completamente posible a los ciudadanos sobre su salud, como cualquier cuestión personal que pueda afectar su gobierno.

No se trata de la moral fácilmente escandalizable de la caricatura de la clase media que pide republicanismo y transparencia sino de todo lo contrario, de pedirles a los transgresores y modernos kirchneristas que dejen de comportarse como antiguas señoras gordas frente a la prensa que, como está probado, no hace perder elecciones ni roba almas con una fotografía.