un socio incomodo

Ahmadinejad en América

En plena escalada militar con EE.UU., el presidente iraní culminó una gira regional que provocó roces con Washington. ¿Por qué Teherán desembarca en el continente?

Por Dante Caputo

14/01/12 - 11:24

 

El tema de esta nota permite contrastar dos cuestiones que están permanentemente en tensión en los asuntos políticos: lo que debería ser y lo que es aconsejable hacer.

El presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, visitó en la semana cuatro países de nuestra región: Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Cuba.

Es claro que cada país, actuando soberanamente, invita a quien quiere. Pero el caso es que el visitante no es un personaje sin historia y las consecuencias de la visita exceden a los anfitriones. Ahmadinejad es negacionista. La negación sobre la existencia del Holocausto judío, no es sólo una discusión sobre posiciones estrictamente políticas. Se trata de una concepción sobre la concepción del hombre y la vida. Según lo que se opine en esta materia se toma posición sobre el primer eslabón de la moral para un dirigente político: cuánto cuenta la vida de los individuos. Una cosa es la posición que se pueda tener sobre la política exterior del gobierno de Israel. Otra, absolutamente diferente y que ningún dirigente progresista de América debería tolerar, es el juicio sobre el Holocausto. ¿Cómo es este Hombre Nuevo, esta sociedad nueva –objetivo proclamado por algunos progresismos–, si la vida del Viejo Hombre no vale nada?

Pero incluso si nos detenemos a analizar las cuestiones estrictamente políticas sobre Ahmadinejad, tampoco se observan posiciones que podríamos definir como progresistas.

En las elecciones de 2009 las acusaciones de fraude fueron importantes y repercutieron en los principales medios internacionales. Se puede argumentar, no sin razón, que siendo Irán un país sancionado por las potencias occidentales a causa de su programa nuclear, la información difundida pudo ser tergiversada.

De todas maneras las imágenes de la represión que siguieron a las elecciones presidenciales son elocuentes. Alrededor de 500 personas fueron arrestadas y ocho, muertas. Entre los detenidos se contaban dirigentes de las organizaciones de derechos humanos, periodistas e importantes líderes de la oposición. Ahmadinejad respondió a la oposición con una masiva concentración cuyo eslogan principal fue “muerte a Estados Unidos y muerte a Israel”.

Finalmente, en materia de derechos civiles Irán no es un ejemplo de vanguardia del cambio. Recordemos que en el código penal la vida de una mujer vale la mitad que la de un hombre y que la homosexualidad es castigada con la pena de muerte.

Entonces hay, por lo menos, tres cuestiones. La primera es su concepción de la vida medida en su negación de la existencia del Holocausto judío. La segunda es una política interior que no parece ser precisamente un modelo de Estado de derecho. La tercera es que no se ve en las posiciones políticas de Ahmadinejad componentes particularmente progresistas.

¿Para qué lo invitan al presidente de Irán?

Sería razonable suponer que si una serie de gobiernos que se presentan como progresistas y motores de grandes transformaciones en sus sociedades invitan al presidente de Irán es porque existe algún lazo ideológico común.

Estimado lector, por mi lado no lo veo. Si el motivo de la presencia de Ahmadinejad en América es la reunión de las fuerzas del cambio frente a las del statu quo, es difícil encontrar las posiciones afines.

De manera que, si no es la ideología, debe ser el interés lo que los reúne. Si ese fuera el caso, la discusión debería situarse en otro plano. No es el eje del cambio el que los congrega, sino un conjunto de intereses comunes no ideológicos.

Llegado a este punto, es legítimo preguntarse –sólo porque la cuestión se sitúa en plano de los intereses– si efectivamente esta visita es útil, es decir, si sus beneficios son mayores que sus costos. Del lado de los beneficios que calculan los que se congregan existen básicamente dos. Por un lado, la formación de un frente común con otros países que se enfrentan al imperio. Por otro lado, lo razonable es imaginar que las ventajas son también económicas. Irán es un gran exportador de petróleo que precisa evitar el aislamiento y puede –en consecuencia– traer dinero a América latina.

Como esto me lo dijo uno de los altos dirigentes de uno de los países que visitaría el presidente iraní, el argumento no es sólo especulativo.

¿Y del otro lado de la balanza? Desafortunadamente el costo puede ser alto. Irán está, como todos sabemos, en el centro de las cuestiones de seguridad internacional. Su plan nuclear ha generado sanciones unánimes de Occidente. En varias ocasiones, se aludió incluso al uso de la fuerza para detener el desarrollo nuclear iraní.

Primera aclaración: no estoy afirmando que ese plan sea militar. Las autoridades iraníes sostienen que las instalaciones son para uso pacífico.

En estos días el gobierno anunció que habían logrado enriquecer uranio, condición necesaria para muchas cosas, entre otras fabricar una bomba. Pero el enriquecimiento de uranio al 2% de u235, útil para los reactores, está lejos del necesario para la construcción de un artefacto nuclear, que requiere más del 80% de enriqueciemiento.

Pero la tecnología está alcanzada y el nivel de enriquecimiento es del 20%, mucho más de lo necesario para hace funcionar un reactor. Es cierto, lector, los países tienen derecho a su autonomía tecnológica. Pero comencé diciendo que este es un tema sobre lo que se puede hacer, no sólo sobre lo que se tiene derecho a hacer. Puesto que la cuestión se pone en términos de interés, mi pregunta final es cuál es el interés de atraer la preocupación estadounidense hacia nuestra región en un tema de seguridad.

Cada vez que las cuestiones de seguridad de Estados Unidos entraron en América latina nuestra región se convirtió en un infierno. La década del 70 y su infame historia es un ejemplo que está al alcance de la memoria. ¿Cuál es el sentido de que volvamos a convertirnos en zona de seguridad estratégica por los cálculos de cuatro países?

No se trata de adoptar el realismo de la sumisión. ¿Qué interés vital de América está en juego que valga un enfrentamiento con Estados Unidos? En este asunto particular, no veo ninguno. Mientras el águila no mire hacia el sur estaremos mejor. Como dice mi amigo, “una cosa es verla venir y otra mandarla a traer”.