consecuencias

Donde manda capitán

Por Martín Kohan

20/01/12 - 10:36

 

¿Qué es lo propio, al fin de cuentas, de cualquier crucero de placer, sino la obstinada voluntad de hacer siempre como si nada pasara? ¿Para qué existen, después de todo, tales cruceros, sino para convertirse en expertos absolutos de la despreocupación cabal? Ningún otro viaje se compara con estos viajes; ninguna otra vacación se compara con esta vacación. Los cruceros de placer ejecutan, por su solo zarpar, la utopía más extrema de la falta de problemas. “Aislarse de todo” y “flotar” son metáforas que empleamos habitualmente para hablar de aquellos que no quieren complicarse con nada. Pues bien, los cruceros de placer las convierten en realidad.

Esas naves, tan suntuosas, están dotadas además de casinos, salas de cine, salas de baile; es decir: el lujo necesario para hacer abstracción de todo. De todo, sí, incluyendo en ese todo el mar. Porque no se piensa para nada en el mar, no hay conciencia de navegación cuando uno se compenetra viendo alguna película de amor o de terror, ni tampoco cuando uno está en vilo ante la ruleta que gira. El mundo aparte de los cruceros de placer es mundo aparte también del mar, o sobre todo del mar. Pero el mar sigue ahí abajo, y no le agrada que lo ignoren.

Francesco Schettino es hoy por hoy el hombre más abominado del mundo. Fue nefasta su idea de arrimarse a la costa (Costa es justamente el nombre de la empresa en cuestión). Más nefastos fueron su demora en comunicar lo que pasaba, su pronta partida, su negación de todo, su desconocimiento de las muertes, su pasmada ajenidad. Queda claro que fue un pésimo capitán de barco. Pero tal vez fue un adecuado capitán de cruceros de placer. Llevó hasta las últimas consecuencias el principio hedonista de hacer como si nada pasara.