INTERNA OFICIAL

Moreno recargado

Su obsesión por los dólares lo hace enfrentar a De Vido, a quien antes se subordinaba. Importaciones y necesidades energéticas.

Por Roberto García

14/01/12 - 11:30

 
Moreno recargado

El granadero Guillermo. Dibujo: Pablo Temes

Con una sorpresa poco comprensible, diversos medios se asombran del nuevo poder de Guillermo Moreno en el actual Gobierno. Como si hubiera caído del cielo, no hubiese hecho el primario y el secundario con Néstor primero y con Cristina después, no cumpliera con las tareas exigidas y, por si todo esto fuera poco, hasta fumigara funcionarios de más rango por alejarse del dogma, criticándolos por insolvencia (no se utilizan las palabras que al respecto gasta Moreno) o por sospechar de lenidad en la administración. En su rol de Savonarola, aquel dominico iluminado que denunciaba las vanidades de Florencia, fulminó a granel, sea Julio De Vido, Amado Boudou, Débora Giorgi, Ricardo Echegaray o Mercedes Marcó del Pont. Como en su momento la emprendió contra Martin Lousteau, un joven que no convencía a Néstor como ministro de su esposa.  Al vicepresidente y hoy temporal primer mandatario, le adjudica conexiones non sanctas con empresarios que no le agradan, a la Giorgi le amputó atribuciones y permitió insinuaciones sobre el ingreso menos santo de ciertas importaciones, al jefe de la AFIP y Aduana lo apunta en este momento para marcarle el territorio al menos, a la titular del Banco Central le impuso su criterio sobre los controles a la compra de dólares y al titular de Planificación, luego de ásperas controversias, lo ha puesto en el más inestable momento  desde que asumió con el  kirchnerismo (inclusive peor que en aquel período en que Cristina no pensaba renovarle el mandato ministerial, por consejo de Alberto Fernández, cuando ganó las elecciones). Para algunos, dura poco; pero tantas veces se dijo que De Vido duraría poco, que la reiteración de la especie parece un rasgo de malignidad repetida. Típico lo de Moreno, como el soldado que barre y limpia según las órdenes, luego como suboficial instruye determinados quehaceres y, por último, asciende a general sin las notas de la academia pero con la confianza de la máxima autoridad. A él, por otra parte, le imputan cuestiones de estilo, apasionamiento exagerado, poca urbanidad y prepotencia, pero nunca lo rozaron con cuestiones vinculadas a la corrupción. Al revés de otros, podrían decir sus amigos. Su cercanía al matrimonio presidencial se afirma cuando ocupa la Secretaría de Comercio y su primera medida es limpiar físicamente la dependencia, paredes y alfombras, adaptar muebles y demostrar que en el sector público –al revés de sus antecesores– se puede vivir con la misma pulcritud que en el privado. A Néstor, por entonces, le agradaba que llegara más temprano que nadie a su lugar de trabajo, cuestión que comprobaba telefónicamente.  Hasta entonces, habían trascendido sus escaramuzas con las telefónicas, la aventura del celular argentino, un marcado verticalismo con De Vido y hasta tertulias con economistas (Martín Redrado, Orlando Ferreres, Eduardo  Curia) por orden de la superioridad. Atendía con algunas fotos de Carlos Mugica en su despacho, decía admirarlo y curiosamente no lo había conocido a pesar de la militancia común. Después vino el Indec, Clarín y La Nación, Papel Prensa, otras batallas más sonoras y protagónicas que le valieron ascenso y hasta reconocimiento. Nadie sabe si lo que hace lo hace bien. Pero lo hace. Es suficiente entre sus pares. Ahora ocupa diversos espacios de poder sin reclamar categorías sociales, puede hasta discrepar con los muchachos de La Cámpora y persiste en una constante que le dio frutos con sus mandantes: casi no habla con el periodismo. Aunque, por ejemplo, se conoce su airada confrontación con De Vido por el tema energético, ya que él es portavoz –en su misión de conservar la mayor cantidad de dólares posible para no sufrir corridas cambiarias– de modificar una política nacida en Néstor Kirchner que se desliza en ingentes importaciones para el sector y que, de no contenerse, será un drama para el ejercicio fiscal del año. Al margen, claro, de insinuaciones capciosas sobre la compra del fueloil. Así encabeza Moreno su patriada –en él, todas son patriadas–, parece convencido de que no en vano, en el pasado, distintos gobiernos avanzaron hacia el petróleo y el gas como fuente de recursos más o menos inmediata, si se compara con la reacción posible de otros rubros de la economía.

Debe entender que por alguna razón no ideológica Juan Perón, avanzado su mandato, decidió un día realizar contratos con la California, negociación que irritó a cierto nacionalismo del cual todavía quedan rezagos: como se sabe, La Cámpora ha hecho un juego de muñecas, rusas, las mamushkas, que van de la más grande (Cristina) a una segunda representada por Néstor, una tercera en Héctor Cámpora, una cuarta en Eva Perón y la más diminuta en el general que les dio vida.

Reduccionismo de poca monta, simbólico, claro, de una línea de argumentación, que podría enviar al cadalso a Arturo Frondizi, quien desarrolló su batalla por el petróleo y un orgullo por el autoabastecimiento, o a  Raúl Afonsín por inicialar un Plan Houston y, mucho más condenatorio, a Carlos Menem, que impulsó privatizaciones y desregulaciones en el sector. Ninguno de estos ex mandatarios debía pensar igual, pero hubo necesidades de Estado que obligaron a no padecer ahogos económicos. Néstor Kirchner, y en consecuencia De Vido, no creyeron lo mismo y, sin siquiera aceptar un gradual cambio tarifario exigido por las empresas, mantuvieron la  inmutabilidad hasta hace unos meses apenas. Lo que antes el Estado cobraba por exportaciones ahora lo paga con importaciones crecientes, quizá geométricas. De Vido, en 2004, imaginaba que cubría estos desajustes con otra generación de divisas, fracasado propósito a pesar de la renovada insistencia que señaló en noviembre de 20l0: “Se mantendrá el sistema tarifario que tiene el Gobierno desde 2003”. En rigor,  responde al criterio de Néstor, el cual, en alguna medida, repuso Cristina en su último discurso en el Mercosur, a pesar del brutal cambio tarifario. Cuando les dijo a sus colegas que debían ser “inteligentes” –lo repitió varias veces– señalando la inconveniencia de exportar energía, ante los ojos de Hugo Chávez, que quizá piensa igual pero actúa en forma distinta. Y de los otros mandatarios. Como si en Ella prendiera el mensaje de los 60 y 70 sobre la energía como bien escaso a proteger y conservar de cualquier manera, para cuando llegara el final de los fluidos, añadiendo en la parábola que así se comportan los Estados Unidos, que se guardan las reservas y explotan la de otros. Aunque nadie hoy piensa que, si ganan los republicanos o incluso si se mantiene Barack Obama, persistirá ese concepto de exacción “imperialista” propia.  Aunque Moreno hasta habla de fijarles topes a las ganancias de las empresas (no más de 25%), la misión que le encomendaron de no gastar dólares lo hace tropezar con De Vido e, incluso, con palabras de la Presidenta. Pero también en la interna parece imponer su política, lo que habría que considerar un hallazgo del ahora también zar de importaciones y exportaciones.

Quizá como un cambio, en una administración negadora hasta en situaciones límite, como los defensores de que todo lo más idóneo  se hizo por la salud y vida de Néstor Kirchner: hace pocos meses, para los que hablan sobre la solvencia de los que no son soldados, el stent que le aplicaron al ex presidente hace más de un año fue discontinuado por la empresa que lo fabricaba (Johnson y Johnson), seguramente porque no estaba a la altura de otros más modernos y eficientes. Es un dato, nada más.