METACOMUNICACION

Cuidado, por favor

Por Eliseo Verón

14/01/12 - 11:51

 

Me permito recordar algunas cuestiones relativas a los procesos de comunicación, y pido perdón a mis lectores si estas observaciones les resultan repetitivas y redundantes. Hay una propiedad (entre otras) que diferencia la comunicación humana de sus antecesoras en el mundo animal, marcando la frontera entre los otros mamíferos superiores y el sapiens. Se trata del carácter autorreferencial de la comunicación humana: buena parte de lo que decimos no se refiere al ‘mundo’ sino a lo que decimos; nos la pasamos hablando de lo que hablamos. La comunicación sobre la comunicación se suele llamar metacomunicación. Todo lo que el lector va a leer en esta columna es metacomunicación. La complejidad de las relaciones humanas (a diferencia de la sociabilidad animal) resulta en buena medida de esta capacidad autorreferencial del sapiens. En otras palabras: el sapiens pasa buena parte de su vida comunicacional hablando de lo que ha dicho o dejado de decir, de lo que está diciendo o de lo que dirá, o de lo que prometió nunca decir.

Esta característica aparece también, claro está, en el nivel de los medios de comunicación, dominante en las sociedades modernas. A medida que los dispositivos mediáticos (libros, papeles de noticias, fotografía, radio, televisión, cine…) se desarrollan en la historia, se vuelve visible la dimensión autorreferencial. La metacomunicación es una propiedad estructural de la comunicación humana, está ahí desde siempre; lo que varía es su visibilidad para la propia sociedad, según las circunstancias.

Un ejemplo extremo –que merecerá sin duda, en el futuro, un lugar privilegiado en el “estudio de casos” de las escuelas de comunicación– ha sido el de la intervención quirúrgica a la que fue sometida la señora Presidenta el miércoles 4 de enero. El tema dominante no fue la mencionada intervención, sino lo que de ella se dijo, no se dijo, se quiso decir, se debería o no haber dicho. Cualquier noticia  tiene una dimensión ‘meta’, pero no siempre el discurso de los medios se focaliza tan obstinadamente en ella: en este caso, por decirlo así, la metacomunicación nos explotó en la cara a todos.

La maraña de declaraciones y contradeclaraciones que produjo el anuncio del cambio de diagnóstico, las acusaciones de uno y otro lado; las especulaciones sobre si el equipo médico se equivocó o si el Gobierno manejó mal o bien la comunicación sobre el tema –torrente discursivo multimediático en el que estuvimos sumergidos durante prácticamente una semana– no parecen haber modificado en lo más mínimo las relaciones entre los actores involucrados: el Gobierno, la oposición, los medios oficialistas y los medios críticos del Gobierno. El “clima” del que hablé días pasados en este mismo diario no ha hecho más que confirmarse.

La inconsistencia entre el anuncio inicial de un cáncer de tiroides –anuncio que no estuvo acompañado de ninguna reserva ni indicación de algún grado de incertidumbre asociado al tipo de estudio que llevó al diagnóstico– y la argumentación ulterior en torno a ese “2 al 4% de falsos positivos”, ¿fue un error comunicacional, una táctica desafortunada, una secuencia correcta de la información médica que se debe proporcionar en cada paso? Para el consumidor normal de los medios, la pregunta  no tiene respuesta, y sinceramente: ¿puede alguien creer que ese es el problema más importante del país en el momento actual? En este contexto sí es grave la presencia, una vez más, de esas voces fundamentalistas, siempre en segundo plano, que reivindican para el Gobierno el lugar de la verdad absoluta. Esta vez, fue Oscar Parrilli quien encarnó el lado oscuro del kirchnerismo, declarando (en particular a propósito del diario Clarín) que se habían “traspasado todos los límites éticos y morales” para “intentar cambiar la realidad, mentir, tergiversar y difamar”. ¿Terrorismo mediático, tal vez, evocado por Juan Pablo Schiavi a propósito de noticias sobre aumentos en los transportes, casualmente el mismo día en que se anunciaba que Cristina no tenía cáncer? Inteligentemente (o perversamente, como se prefiera), la señora Presidenta autoriza cada uno de esos disparates preservando, distanciada del mundanal ruido, su imagen.

Pero cuidado. Los efectos globales de la discursividad de los medios, en un momento dado, no los controla nadie. Nuestra cultura política se sigue degradando, y esto es algo que nos debería preocupar.

 

*Profesor plenario, Universidad de San Andrés.