CIUDAD Y PROVINCIA

La hermana mayor

Por María Saenz Quesada

14/01/12 - 11:47

 

El partido de fútbol amistoso entre el gobernador de la provincia de Buenos Aires y el jefe de Gobierno porteño se coló de sorpresa en el ya complicado panorama político. No se necesita mucho más que la foto de Scioli y Macri unidos por el juego para disparar las más variadas hipótesis: más allá de su desacartonada imagen y de su discurso anodino, ambos, como representantes del gobierno de la Capital Federal y de la provincia más rica y poblada, reúnen una fuerza política formidable.

Dicha fortaleza resultó decisiva para imponerse y marcar rumbos a las provincias hermanas cuando se aplicó en forma unificada en los primeros setenta años de historia independiente, desde 1810, cuando en el Cabildo porteño se formó un gobierno autónomo y se buscó con las armas en la mano su reconocimiento. Entonces se usó el argumento de “la hermana mayor” para justificar el derecho de Buenos Aires a decidir en nombre de todas.

Definida la negativa de “los pueblos” a admitir la dependencia de Buenos Aires, había que dirimir el destino de las rentas de la Aduana porteña que gracias a la libertad de comercio se había constituido en la principal fuente de ingresos del país, a falta de la minería altoperuana: Buenos Aires sostenía su derecho al manejo y disfrute exclusivo de esa renta; el Interior aspiraba al reparto equitativo de esa riqueza. En este conflicto se encuentra la trama de las dificultades de la Argentina para constituirse en nación, según explicó Juan Alvarez en Las guerras civiles argentinas.

La opinión porteña, que coincidía casi sin excepciones en su derecho al uso de la Aduana, se dividió en el otro gran tema, si la capital argentina debía o no estar en Buenos Aires. Esto provocó el fin del gobierno de Rivadavia en 1827 y entronizó a la dictadura de Rosas, quien en nombre del federalismo pospuso la organización nacional para mejor oportunidad y se aseguró el manejo de las rentas de Aduana mientras concedía dinero a las provincias según la lealtad de sus caudillos.

En 1852, en un marco ideológico diferente, Buenos Aires se separó de la Confederación porque la mayoría provincial se negó a nacionalizar la Aduana y a ceder su capital como lo estipuló la Constitución de 1853. Liberales y ex rosistas compartieron ese porteñismo intransigente. Mientras el partido autonomista (alsinista) defendió celosamente los derechos de la provincia, el partido nacionalista (mitrista) propuso que la nación se unificara bajo la conducción de los porteños como garantía de que los intereses locales serían atendidos. El largo pleito costó dos cruentas batallas y una revolución no menos cruenta, en 1880, en la que el ultraporteñismo fue derrotado.

Así, Buenos Aires fue capital de la Nación y desde entonces se llamó porteños a los que habitaban dentro del perímetro urbano y bonaerenses a los que vivían más allá. Con la división se esfumó ese espíritu altanero, rebelde y devoto de la patria chica. La poesía de Borges supo convocarlo cuando evocó al abuelo Isidoro Acevedo: “Alsinista nacido del buen lado del Arroyo del Medio” que “se batió cuando Buenos Aires lo quiso / en Cepeda, en Pavón y en la playa de los Corrales”.

Leandro Alem, único legislador provincial que se opuso a la cesión de la capital histórica, en 1880 advirtió sobre el peligro a futuro del autoritarismo que ejercería el gobierno nacional sin el freno que le imponía la poderosa provincia. Pero en lo inmediato, el desmembramiento de Buenos Aires rindió frutos positivos y la figura del intendente capitalino, nombrado por el presidente de la Nación, no presentó ningún riesgo. Todo empezó a cambiar en 1994, cuando la reforma constitucional devolvió a los porteños la facultad de elegir. Fernando de la Rúa, el primer jefe de Gobierno de la ciudad autonóma, era radical, mientras el gobierno nacional y el de la provincia de Buenos Aires respondían al peronismo. En las elecciones de 1999 ganadas por De la Rúa el PJ mantuvo el dominio bonaerense. Como se sabe, el presidente renunció a mitad de mandato como consecuencia de una suerte de levantamiento del Conurbano, cuyas causas como tantas veces en las guerras civiles del siglo XIX eran la avidez del cambio político sumada a un hondo malestar social.

En 2007, de nuevo la Capital votó por un partido opuesto al oficialismo nacional. Se presenta ahora la posibilidad de la candidatura a presidente de su titular, Mauricio Macri. Esto explica las pequeñeces que acompañan al traspaso de los subterráneos, así como los feroces pases de factura de 2010 en la ocupación ilegal de terrenos. Si a esto se agrega el presunto cambio de actitud del gobierno provincial que sugiere el partido de fútbol, se explica que hayan surgido nuevas hipótesis. ¿Se perfila quizás una expectativa de que ciudad y provincia reunidas en un proyecto democrático puedan contribuir a frenar el avance del autoritarismo? 

Como observó el ya citado Alvarez en 1936, en la Argentina donde el sistema rentístico es irregular e insuficiente, “el desequilibrio de los poderes deja al Ejecutivo atribuciones cuasi monárquicas”. Y es preciso reconocer que pese al paso del tiempo y a un marco ideológico diferente ese desequilibrio se acentúa en detrimento del sistema republicano y federal, mientras las provincias dependientes en exceso del poder central tienen mayores dificultades para combatir la desigualdad social, el gran desafío de nuestro tiempo.

 

*Historiadora.