Literatura y 'cover'

Por Damián Tabarovsky

14/01/12 - 11:35

 

¿La literatura atrasa? ¿Llega tarde? Ninguna de estas preguntas es conveniente. Sabemos que no hay progreso en el arte, y que probablemente no exista el progreso tout court. Pero sí podemos enunciar un cierto desacople, un disloque, un desajuste sincrónico (¡hoy estoy hecho un estructuralista!) entre la literatura y algunas otras artes, como las plásticas o la música. Me refiero a la dificultad de la literatura para apropiarse de otras literaturas, de la escritura para recrear otras escrituras. Por supuesto que no estoy hablando del plagio o de ninguna de las otras cuestiones vinculadas a la Ley 11.723 de propiedad intelectual. Sino, más bien, de la dificultad técnica que tiene la literatura para surfear, como el jazz, por ejemplo, sobre standards, o como el rock sobre covers. De un tiempo a esta parte, en muchos lados (en lengua castellana, en especial, entre cierta literatura española reciente, aunque también en México y, bastante menos, en Argentina) hemos leído novelas, cuentos, relatos, crónicas y también, por así decirlo, textos híbridos, que operan sobre la idea de reescritura, de apropiación de textos de otros. Pero los resultados, en mi opinión, no son satisfactorios. Hay una falla, un obstáculo estructural en la literatura (en su temporalidad, me animaría a decir) que hace que funcione bien cuando se retoman tópicos, temas, situaciones, horizontes trazados antes por otros escritores, pero que fracase cuando se quiere reapropiar literalmente textos pretéritos (frases reales, no ideas generales). Hay algo en la noción de versión, en la inmediatez de la idea de versión con la que juegan el jazz y el rock, que la literatura no posee. Y hay también una tradición del cover que la música posee y que la literatura no. O, en todo caso, hay una tradición del cover en el rock que tiene una potencia, una creatividad, que la literatura no encontró aún. Los escritores, al menos los que me interesan, viven todavía bajo el mito de la novedad, de la fatalidad de la radicalidad. Allí se incuba su desdicha (¡estoy hecho un Sabato!) pero también su salvación (¡y ahora un Claudio María Domínguez!).

La literatura contemporánea, pese a sus buenas intenciones (qué peor que las buenas intenciones…), no ha dado nada parecido a, por citar solo un caso, Kojak Variety, el disco de covers de rhythm & blues y popular ballads de Elvis Costello, editado a mediados de los 90. Si escuchamos la versión original de Must You Throw Dirt in My Face de Bill Anderson no es difícil percibir que lo que Costello realiza es una relectura, un proceso de reescritura que desafía a la canción original.

La convierte en otra cosa, la saca de contexto y la repone en otro, que nos parece natural: parece un tema típico de Costello, sin más. Poco quedó del original (palabra que en el rock no tiene ningún sentido). Veamos ahora otra versión que, precisamente, es fácil de ver en YouTube. Es la versión que, en vivo,  Björk y P.J. Harvey hacen de I Can’t Get No Satisfaction. El cover pone a prueba un lugar común que dice que un gran tema soporta cualquier versión. Si dependiera de Björk nos inclinaríamos por un no ha lugar: ella parece no entender la canción (comprender íntimamente eso que se versiona es clave para el resultado; ahí fracasan también ciertas reescrituras españolas contemporáneas de Borges: si se pierde de vista la complejidad de Borges, ningún hacedor puede hacer magia). En cambio P.J. Harvey vuelve el tema oscuro, gótico, tenebroso; no grita, no aúlla como Björk, sino que esa voz monocorde, como de ultratumba, expresa la insatisfacción primaria del asunto. El secreto del cover reside en comprender la canción íntimamente mejor que el propio autor. La del cover es una forma solapada de la crítica literaria.