REPORTAJE a Roberto Cortés Conde

"El tema fiscal es básicamente un problema político"

El historiador especializado en economía –que en su último libro plantea la actitud de argentinos y estadounidenses ante los impuestos– analiza la relación del país con Brasil, la crisis europea y la posibilidad de Grecia y España de volver a su moneda.

Por Magdalena Ruiz Guiñazu

02/10/11 - 05:25

 
"El tema fiscal es básicamente un problema político"

Error. "Uno de los graves problemas argentinos es que el sistema representativo supone que el Presupuesto no es algo que 'hace' el Ejecutivo sino que lo 'propone'."

Roberto Cortés Conde es uno de los historiadores económicos más importantes de América latina. Profesor universitario y miembro de las Academias de Ciencias Económicas y de Historia, ha dictado cursos como profesor invitado en las universidades de Harvard, de Chicago y de Texas.
Por ello nos pareció particularmente interesante el paralelo que traza en su último libro (Poder, Estado y política) entre la sociedad argentina y la sociedad norteamericana.
—¿Cómo nace este nuevo libro, doctor?
—Hace años escribí algo acerca de la situación fiscal y monetaria de Argentina durante el ejercicio de la presidencia de Mitre, cuando entrega la Aduana de Buenos Aires a la Nación. A pesar de que habían terminado las guerras civiles, se vivía en un déficit permanente y cada gobierno heredaba una deuda del anterior y debía comenzar su mandato en una situación muy difícil. ¿A qué se debía esto? Diría que ahí surgió el motivo de este libro, inspirado en el problema de los déficit de los recursos de sucesivos gobiernos. No es cuestión de plantearse acerca de cuánta plata se necesita y cómo se recauda, sino aceptar que es un problema político en el sentido más amplio del término: la administración del patrimonio común, de la “res” pública. Y, en definitiva, se advierte algo fundamental: para que funcione un régimen fiscal es menester que los recursos que los ciudadanos tributan al gobierno sean empleados de manera legítima. Tiene que existir entonces un gran consenso. Y le diría que en los países en los que se logra este consenso no hay dificultad en el cobro de impuestos. Me refiero a los países del norte de Europa que invierten en importantes planes de seguridad social, etcétera, ¡y donde tampoco hay mucha discusión acerca de que eso es lo que corresponde! La gente está acostumbrada a pagar. En cambio, en nuestro país, nos encontramos con que hay grandes demandas de cosas públicas. Por ejemplo, seguridad, justicia, salud y educación… Hay otras cosas que dependen de la posición política de cada uno. Los más progresistas desean ampliar este espectro que otorga el Estado.
—¿Como en Europa?
—Bueno, hoy en Europa esto es discutible. Los laboristas ingleses piden más, los conservadores menos. Pero sin diferencias notables. Analicemos entonces: ¿qué pasa en Argentina? Desde 2008 esta preocupación se acentuó a partir de la crisis que se suscitó con el campo. ¿Es justo, es correcto, que se grave el campo? ¿Es justo que la Nación se quede con la mayor porción de esa “torta” y no las provincias? ¿Y nuestro federalismo? ¡Desde 1820 la historia argentina es un conflicto entre nación y provincia! Creo que por eso he puesto en la tapa de este libro la imagen de la Aduana de Buenos Aires. Es un siglo de nuestra historia con desacuerdos muy grandes en el país. ¿A quién pertenecía la Aduana? ¿A la provincia de Buenos Aires? (Esto es lo que, en definitiva, Rosas mantiene.) ¿O a toda la nación? ¿A las provincias y a la nación en conjunto, como querían las provincias desde 1820?
Bueno, esa situación se arregló en primer término con la Constitución Nacional, que en su artículo IV estableció las distintas jurisdicciones nacional y provincial y les confió la Aduana a la Nación. Pero esto recién se afirmó en 1862.
—¿Y hasta cuándo se extiende ese régimen fiscal?
—Hasta 1930. En el país había diferencias entre conservadores, radicales y socialistas. Fundamentalmente, estas diferencias se basaban en el impuesto de la Aduana a las importaciones. Y ese impuesto fue la base de la constitución del Estado nacional porque el gran progreso del país ( inmigración, ferrocarriles, exportaciones) se convirtieron en altísimos recursos de Aduana (los impuestos se centraban básicamente en las exportaciones) y, por lo tanto, nadie se quejaba. En relación a Europa, los salarios eran altos y la producción local era básicamente de alimentos de gran consumo popular. Trigo, carne, etcétera, eran muy baratos y no hubo entonces mayores discusiones. Como le decía, con la crisis mundial de 1930 comienzan las grandes discusiones. Las exportaciones caen en un 70% y el Estado se ve privado de este recurso fundamental.
—Cuénteme, doctor, ¿por qué eligió hacer un paralelo entre Argentina y Estados Unidos?
—Contrariamente a lo que los hombres revolucionarios de Mayo pensaron, el hecho de terminar con el monopolio español y establecer el comercio libre no dio al país el progreso que (entre 1810 y 1860) se esperaba. Y mi pregunta fue ¿por qué no ocurrió esto en los Estados Unidos? Me puse a estudiar este tema y encontré lo siguiente: como desde un comienzo fue una confederación, el Estado central gastaba muy poco. Sin embargo, en el siglo XIX, los Estados de la Confederación no eran lo más importante. Fueron los gobiernos locales quienes tuvieron una mayor trascendencia, porque la base principal del gasto público eran educación, salud y seguridad. Los destacamentos policiales, los hospitales y las escuelas se financiaban a través de las pequeñas comunidades. Tocqueville menciona, admirado, que los vecinos expresaban sus prioridades y pagaban sus impuestos. Y el famoso “sheriff” de las películas del oeste era quien hacía la evaluación de los bienes de las personas y, de acuerdo a ellos, les cobraba sus impuestos. Una especie de administrador de consorcio que sabía muy bien dónde estaban los contribuyentes. El impuesto estaba en la comunidad local y la gente lo pagaba porque recibía el correspondiente servicio. Esto generó una situación muy diferente a la nuestra.
—¿ Quiere decir que el contribuyente norteamericano es más escrupuloso que el argentino?
—Le reitero la razón que exponía antes: los contribuyentes pagaban sus principales servicios a través de su propia comunidad. Yo, hoy, soy contribuyente en la provincia de Buenos Aires ¡y no sé adónde van los impuestos que pago! Tampoco en la Capital Federal, con las comunas, se tiene una relación directa en ese sentido. No decimos: “Los vecinos de tal barrio vamos a elegir cuáles son los principales impuestos”. Uno querrá más seguridad; otro, más educación. Esto no puede darse en una población de 10 millones de habitantes. Pero la diferencia con Estados Unidos estaba en que ellos percibían (como ocurre en ciertos puntos de Europa) que su impuesto estaba directamente vinculado al servicio requerido. En cambio, en nuestra organización muy centralizada, donde todo pasa por el Estado nacional (y no, como deseaba Sarmiento, por las municipalidades), esto nunca se dio.
—¡Y justo sale su libro en un momento en el que Estados Unidos aumenta la presión para que la Argentina pague sus deudas a bonistas y empresas!
—Una de las cosas notables que yo he vivido en Washington durante el 2008 fue la pregunta general, frente al salvataje de los bancos: “¿Cómo va a pagar esto el contribuyente?” (el famoso “tax payer”). Aquí nunca hablamos de contribuyente. Esta es una cultura muy importante. En este momento en que también hay una crisis complicada, el famoso Tea Party invoca algo que fue la base de la Revolución Norteamericana: cuando se negaron a pagar a los ingleses el impuesto para sostener la administración colonial. Lo que quiero subrayar es que el tema fiscal es, básicamente, un problema político. Lo que también señalo en este libro es que las diferencias entre EE.UU. y Argentina no es que unos sean buenos y otros malos.
—¡Un buen contribuyente y otro que evade!
—¡Por supuesto! Ni tampoco un gobierno malo y otro… bueno. Cosas muy simples que no sirven para la reflexión. En cambio, hay hechos importantes que quiero destacar: la geografía, los recursos y la organización política. Cosas que vienen desde la época colonial. Nuestra América española, que bajaba desde California hasta el Río de la Plata, tuvo un esquema administrativo de grandes espacios abiertos porque se basó fundamentalmente en la explotación de la minería. El Virreinato del Río de la Plata se apoyaba en la meseta central mejicana y en el altiplano altoperuano. Todo el Virreinato se basó en los ingresos que proveían de las minas de Potosí. Por eso el rey de España le concede al virrey Cevallos jurisdicción sobre esa minería. Cuando llega la Revolución, se pierde ese recurso, pero los de Buenos Aires estaban subsidiados por los fondos provenientes del Alto Perú. Potosí, la famosa Villa Imperial, era la ciudad más importante del continente americano. Y de esto vivió la administración colonial. La caída del imperio español es casi comparable con la del imperio romano. Algo desmesurado. En cambio, los colonos ingleses de América votaban sus propios impuestos. Eran pobres, pero la ventaja que tuvieron es que el rey los autorizó a votar sus propios impuestos en sus respectivas asambleas. Y cuando fueron un gobierno independiente, no tuvieron los cincuenta años de conflicto que sufrimos nosotros. No es que el rey de Inglaterra fuera mejor que el de España. Simplemente no tenía las minas de plata más ricas del mundo. Es lo que ocurre hoy con el petróleo en manos de los países de Medio Oriente.
—Y volviendo al presente, ¿cómo ve nuestra relación con Brasil?
—Bueno, crea interrogantes muy importantes. En un marco general diría que la relación con Brasil es compleja porque nuestra economía ha dependido, durante todos estos años, de dos cosas: las exportaciones de soja y todo el régimen de exportaciones de automotores que básicamente tenemos con Brasil. Si Brasil sigue devaluando, será mucho más difícil continuar exportando. La industria automotor, que fue uno de los pilares del gran crecimiento de Argentina, empieza a sufrir. Por ahora la devaluación de Brasil es pequeña y no creo que sea una amenaza. Pero va a ser un problema porque veremos más artículos brasileños aquí, menos turistas, probablemente compren menos autos y, si el problema general de la recesión económica afecta a Brasil, nosotros podemos sufrirlo de rebote en nuestras exportaciones.
—Y siguiendo con nuestros compradores, ¿cómo ve a China que, casualmente, es la potencia que mayor cantidad de bonos del Tesoro Americano tiene?
—La economía china está basada en algo fundamental. Y me refiero a la incorporación al mercado de millones de personas. No se trata de que esas personas no existieran antes, sino que “antes” subsistían y hoy compran. Por ejemplo, soja. Y el cambio que significa que 300 o 400 millones de personas mejoren sus ingresos y puedan comer otra dieta. Para exportar sus productos, China gozaba de la gran ventaja de costos muy bajos en su mano de obra. Y yo diría que esto cambió el mundo…
—Durante toda la semana los mercados han oscilado entre altibajos y en las últimas horas, la así llamada “troika” europea (la Unión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo) volvió a Atenas para continuar las negociaciones que permitan desbloquear el próximo tramo de asistencia a Grecia. ¿Qué va a ocurrir allí?
—Este es también un tema político. Así como nos ocurrió a nosotros con la recesión que comienza en 1998 y termina en la crisis de 2001. Argentina no podía pagar su deuda en una gran débacle y la solución no fue para nada buena. Grecia, a diferencia de la Argentina, tiene una deuda mucho más grande que aquella nuestra y tampoco puede pagarla. Pero tiene un respaldo que no tuvimos. Además, tampoco sabemos si los griegos tienen ganas de pagarla. Porque aquí también hay un problema humano: es más fácil gastar y endeudarse (muchos disfrutan consumiendo) que pagar. ¡En algún momento hay que pagar! Y trabajar para cubrir deudas es una situación que la naturaleza humana suele rechazar. Esto también hace muy difícil la situación. Fíjese en las reacciones populares que se producen en los países que están obligados a realizar ajustes. En principio la gente no quiere saber nada y no entiende que estuvo consumiendo más allá de sus posibilidades. Los países entonces razonan unos como Grecia y otros como Alemania ,que se pregunta ¿por qué tengo que pagar yo deudas ajenas? Para que los bancos garanticen la deuda soberana que ha contraído Grecia, deben apoyarse en la solvencia de Alemania y Francia, las dos economías más importantes de Europa.
—¿Usted piensa que los países más golpeados del Mediterráneo como Grecia y España volverán a sus monedas y saldrán del euro?
—No. Creo que aquí hay un problema muy serio que también es político. Alemania y Francia se comprometieron a fondo con el euro. Probablemente fue un error porque no se puede adoptar una unidad monetaria sin un régimen fiscal. El problema para los alemanes y los franceses, y en mayor medida para los países del sur de Europa (España, Italia y Portugal) que han sufrido terribles corridas bancarias con una fuerte baja del euro, es el “efecto contagio”. En este caso, le repito, la ventaja de Grecia (que la Argentina no tuvo en 2001) es contar con el respaldo de la comunidad europea. Insisto: ¡nosotros no tuvimos a nadie! Y más aún: el grave inconveniente (que podría haberse arreglado en otra forma) fue que el señor Bush decidió que había que castigar a los malos pagadores y que la Argentina debía ser un caso testigo para exhibir a otros. Allí fue cuando el FMI se negó a adelantarnos los mil millones necesarios y entramos en aquel malhadado 2001.
—Volviendo al presente, ¿si el Congreso no vota el Presupuesto para 2012, podría darse un Decreto de Necesidad y Urgencia?
—Esto es algo que justamente planteo en mi libro. Uno de los graves problemas argentinos es que el sistema representativo supone que el Presupuesto no es algo que “hace” el Poder Ejecutivo sino que lo “propone”. El Presupuesto es un instrumento esencial de la política del Congreso y tiene que entrar por la Cámara de Diputados por la sencilla razón que allí van a discutirse los recursos y los gastos para todo un año. Y la base fundamental del régimen representativo moderno es que sólo los representantes del pueblo pueden decidir sobre los impuestos y los gastos del Presupuesto. Esto es la base del sistema democrático. Ya en el siglo XVII se establecen dos principios: uno es la base del sistema parlamentario (los impuestos y los gastos son controlados por el Parlamento) y el otro es el principio de “hábeas corpus”, base de los Derechos Humanos. Ya en 1688 se le dice al Rey de Inglaterra que “ninguna autoridad, ni siquiera el rey, puede detener a alguien sin la orden de un juez competente”. Volviendo entonces a la Argentina actual, queda claro que el Poder Ejecutivo no puede resolver sobre impuestos. Y en la Reforma Constitucional de 1994 está explícitamente prohibido…