lunes 18 de agosto de 2008

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¡Salame, salame, salame!

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No sé exactamente dónde nació. La cosa es que lo jugábamos cuando niños. Juegos infantiles de aquel entonces que ahora nos llevarían a la cárcel. Era el salame. La víctima casi siempre era un gordito, un chico con lentes y también por qué no, un bravucón. Solamente se necesitaba un grupito decidido y alguien de por ahí. Al grito de “¡Salame, salame, salame!”, correteábamos al chico, lo tomábamos por la fuerza y le bajábamos los pantalones. Luego le tirábamos sal, tierra, betún, o lo que fuera, lo escupíamos y lo dejábamos ahí tirado. Esto con mucha algarabía. Con risas a más no poder y con el corazón lleno de felicidad. El afectado se dirigía presuroso a su casa, seguramente se lavaba, luego se cambiaba y de nuevo se reintegraba al grupo para seguir jugando.

martes 12 de agosto de 2008

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En esta época tengo muchos amigos

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Veo venir al tipo. Trato de cruzar la calle y me llama. No lo veía desde el desembarco de Normandía. Cada vez que lo veía –dependiendo la hora- me echaba a perder el desayuno, el almuerzo o la cena. Yo para él siempre fui un tipo indecente. Me lo contó Palito Duro. Él para mí un océano supino de intrascendencias vagas. Entonces lo veo venir y me llama. Me dice que cuánto tiempo que no nos veíamos. Me pregunta por diversos familiares que no veo por décadas. Le digo que están todos muertos, hasta los más pequeños. Dice que tendríamos que juntarnos más seguido, hacer un asado, ver una película, un viaje al Paine, una salida donde Manos Limpias. Me pregunta si tengo Internet, si tengo hijos, cómo anda la pega y si sigo jugando por el Bories. Luego me da un gran apretón de manos y se marcha. No me dice nada de su candidatura a concejal.

viernes 8 de agosto de 2008

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¡Rayos y Truenos vengan a mí!

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Angélica Santos que vive enfrente de mi casa y que a veces entra a este blog me dice: "Cuando tú eras niño siempre fuiste un chico temerario, recuerdo el día que en Puerto Natales cayó una tormenta, eran rayos y truenos, tienes que haber tenido unos 10 años. Por la ventana de mi casa mirábamos con mi madre el espectáculo, de repente saliste corriendo de tu casa con el torso desnudo. Te paraste en la esquina de Libertad con Valdivia y gritabas; "¡Rayos y Truenos vengan a mí!" Nosotras no lo podíamos creer. El verdadero espectáculo eras realmente tú. No la tormenta que nunca más tuvimos en Puerto Natales". Cuando Angélica me cuenta esta historia por mí olvidada no lo puedo creer. Ahora salgo bien protegido y vuelvo enseguida a casa por miedo a que me pueda pasar algo. Pero algo hay en mí que me dice que cuando venga la tormenta, saldré nuevamente con el torso desnudo a enfrentarme con los elementos.

jueves 7 de agosto de 2008

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Efecto Abu Gosh

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Realmente me ha sorprendido el trato amable de La Señora. Tengo que haber entrado a comprar unas 900 veces a su negocio. Tal vez más de mil. Una cantidad más que suficiente como para recibir unos Buenos Días, Buenas Tardes, Muchas Gracias. En cambio nada. Las cajeras siempre tan amables. Incluso preguntan por familiares cercanos, hablan sobre el tiempo y dan las gracias. Pero en cambio La Señora nada. La dueña del local nada. Un témpano más en la Patagonia. Eso hasta ayer. Ella misma en persona metió a la bolsa mi pedido y amablemente me dio las gracias y se despidió de mí. Extrañado se lo comenté a un amigo. Me dijo que a él le pasó lo mismo. Que El Socio de La Señora- aún más arisco que la misma Señora- hizo lo mismo con él. Le dio los buenos días, le ayudó con los paquetes y le dio las gracias. Agregó que ya se les va a pasar eso de ser amables. Que todo es producto de la llegada del nuevo supermercado. Que cuando vuelvan a recuperar la clientela recibiremos el trato al cual estábamos acostumbrados. El hombre y el cliente, son animales de costumbres. Buenas noches.

domingo 3 de agosto de 2008

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No era un mal tipo

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Hablamos con Jorge de nuestros antiguos amigos de la infancia. Inmediatamente salta el nombre de Juan Carlos. Le comento que hace mucho tiempo que no sé nada de él. Le digo que Juan Carlos era un buen tipo. Tranquilo, mesurado y afable. Me dice que está de acuerdo conmigo. Que haya matado a un tipo años después no significa necesariamente que sea un mal tipo. No sé qué responder ya que no sabía de aquella historia. Pero inmediatamente recordé algo que tenía olvidado, que una vez Juan Carlos me había pegado y quitado todas mis bolitas.

viernes 1 de agosto de 2008

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El manantial de la doncella

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Ese era otro Natales me dice Juanito Colo Colo. Me siento al lado de él durante el velatorio de Doña Blanca Mattioni Predolin. Ahora todo es distinto. Llegó mucha gente del norte. Internet y la televisión hace que la gente no salga de sus casas. Los clubes sociales están vacíos y no existe más la solidaridad que existía antes. Yo lo escucho en silencio, muevo la cabeza y asiento. Me comenta que ya no existen los bares que existían antes, que era un lugar de encuentro y de charlas. En donde iban los amigos a conversar y tomarse unos tragos. En donde se discutían problemas mundiales y se preparaban las huelgas. Incluso en los bares se discutían los convenios de trabajo. La gente era educada y todo el mundo leía. Ya Natales no es como era antes. Dice que me va a contar una historia. Yo lo escucho. No recuerda bien la fecha pero que a él le parece que fue en el año de 1960, que en el Cine Palace que ya no existe, dieron una película que se llamó El manantial de la doncella. Aún recuerdo la historia de la película, se trataba de una joven doncella que vivía en el campo e iba a la iglesia del pueblo a ofrecer unos cirios a la virgen, en el trayecto fue violada y muerta por tres bandidos. Después el padre venga la muerte de su hija y mata a los bandidos. En el lugar donde muere la doncella surge un manantial. Fue una película muy hermosa y terrible, recuerda Juanito Colo Colo. Mucha gente en el cine lloraba, otros gritaban y maldecían a los rufianes. Otra gente se salió del cine por la mitad, no pudieron seguir. Juanito Colo Colo aún recordaba El manantial de la doncella y a un Natales que ya no existe. Le prometí que iría el día siguiente a su casa y le llevaría la película. Le conté que era del director sueco Ingmar Bergman y que yo la tenía. La había bajado de Internet. Le dije que seguramente Blanquita Mattioni a la cual velábamos, también la vio, ya que era la señora que vendía las entradas del desaparecido Cine Palace. Sus ojos se llenaron de lágrimas, estuvimos unos largos minutos en silencio. Luego nos retiramos por la calle Bulnes entumidos de frío.

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