jueves 30 de septiembre de 2004

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UN POEMA DE FRANCISCO "PACO" URONDO

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Murió Salvador Allende y se abrieron
otra vez las heridas apocalípticas de Nicaragua,
de Brasil, de Guatemala, de Bolivia, de todo el territorio
sur y central del continente. Las montañas se hundieron, los ríos
se secaron; murió Pablo Neruda y todas las palabras
cambiaron de significado; el Perro Olivares, tal vez el Negro Jorquera, tan
risueño, la clase trabajadora
fue asesinada en todo el mundo y nadie
salió a defenderla en Chile y ella apenas sabía
hacerlo cuando el exterminio
es la voluntad del ejército imperial. Y ya se han secado
los ríos, las montañas se han derrumbado, las vacas
y las iguanas han abortado pájaros muertos en pleno vuelo, la lengua
entera se ha quedado sin respiración, sin campesinos, el aire
sin luz, porque murió con su gente Salvador Allende, intrépido
como un muchacho, con las armas en la mano
como era de esperar ante tanta desgracia que se avecinaba.


Neruda y Allende en un acto político en Puerto Natales.

miércoles 29 de septiembre de 2004

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FRANCISCO COLOANE: Cazadores de focas

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Punta Sobaco no aparece con ese nombre en las cartas de navegación, ni con ningún otro, pues faltarían denominaciones para designar todos los accidentes geográficos que caracterizan el despedazado archipiélago de las Guaitecas. Sólo los cazadores de focas de Quellón la conocen así, y entre ellos "el capitán Ñato". Tampoco este nombre es conocido en el puerto de Quellón, de pocos habitantes, y el último del sur de la isla grande de Chiloé.
El capitán Ñato es llamado así sólo por sus amigos los indios alacalufes de más allá del Golfo de penas. Es que Luis Andrade tenía una nariz tan aplastada como la de una foca que se hubiera dado un cabezazo contra una roca. Las dos fosas nasales eran lo único que asomaba a la superficie de su rostro; pero le bastaban para olfatear las rutas que seguían sus congéneres del mar, y así fue como dio con la famosa caverna donde paren las lobasen Punta Sobaco.
Los científicos dicen que las focas fueron en tiempos remotos mamíferos de tierra adentro y que se hicieron a la mar por razones aún no bien sabidas. Tal vez fueron acosadas por otras fieras, o las empujó la necesidad, cuando eran anfibios que pescaban en la desembocadura de los grandes ríos. El hambre y la necesidad llevan a animales y hombres por azarosos caminos. Posiblemente se dieron cuenta de que había más peces en el mar que en los ríos y, poco a poco, fueron entrando en él hasta convertirse en lo que son hoy.
Así el capitán Ñato, en busca de sus pieles, se adentraba todos los años en la época de la parición de las lobas de un pelo por todos los roqueríos y cavernas que quedan mar afuera del destrozado archipiélago.
Aquella tarde el sol parecía el ojo de un dios primitivo, como el del buey Apis de los egipcios, cuando en la chalupa ballenera el capitán con sus cuatro remeros empezó a escapular los contornos hacia Punta Sobaco. Generalmente el sol sale así por entre las nubes después que ha pasado la tempestad, como para mirar lo que ha ocurrido entre el mar y la tierra. De la que acababa de pasar, sólo quedaba una mar boba que venía rodando desde la lejanía, donde se perfilaba igual que el lomaje de inmensos toros que estuvieran arando el ancho horizonte del océano Pacífico.
El redoso de Punta Sobaco es sucio. Se presume que ese nombre le fue dado porque en esa parte de la punta, los acantilados se doblan cual gigantesco brazo que abofeteara el mar. El puño queda afuera, con altas coyunturas rocosas agrietadas por el embate del océano que tiene olas de dos metros más altas que las de todos los mares. Estas mareas bobas vienen de tres en tres, con intervalos, para que el mar respire un rato antes de enfrentarse con el puñetazo de piedra de la tierra. De tarde en tarde también emerge, insospechadamente, alguna extraña ola solitaria que no se sabe de dónde viene y remonta triunfante por los altos cantiles cual si se tratara de un maremoto, de los que suceden a veces en la región, capaces de cambiar hasta su curiosa geografía.
Una de estas olas pescó a la chalupa del capitán Ñato mientras enfilaba la grieta profunda que da a la entrada, por mar afuera, de la caverna de la lobería. La estrelló como si se tratara de una brizna contra el alto acantilado cortado a pique. El capitán Ñato gobernaba la bayona y no tuvo tiempo de maniobrar para evitar el estrellón. La embarcación de apenas siete metros de eslora fue tomada en vilo por la cresta de la ola y lanzada contra las piedras con otro puñetazo. Los cuatro remeros fueron lanzados al agua entre las cuadernas y las tablas rotas. El capitán soltó la bayona y logró agarrarse a dos manos en el verduguete de la regala de la popa; allí permaneció sentado por unos instantes como en un trono; pero luego su asiento también fue destrozado, con tan mala suerte que, al empuñar el listón redondeado del verduguete, éste le hizo astillas las cuatro primeras falanges de la mano derecha, al darle contra la roca. El capitán Ñato soltó así su última tabla de salvación y herido, cual un rey destronado que abandona el bastón de mando, siguió nadando a lo perro detrás de sus compañeros.
La mayoría de los chilotes, no obstante ser de los mejores marinos, por lo general no saben nadar, tal vez porque piensan nunca en naufragar.
Debido al susto o por un fenómeno que se explicarían los físicos, la tablazón de la ballenera destrozada quedó afuera en el canalizo de la grieta y sus tripulantes fueron lanzados por el impulso de la resaca caverna adentro. Allí, en aguas más tranquilas, pudieron mantenerse a flote, y nadando instintivamente siempre a lo perro o a lo rana, alcanzaron una estrecha explanada cubierta por los negros cuerpos de las focas y lobeznos recién nacidos, los llamados en jerga lobera "popis", en busca de cuya codiciada piel iban los cinco hombres.
La caverna de Punta Sobaco tiene dos entradas. Una de ellas queda precisamente en la concavidad que debe haberle dado este nombre, una oquedad que semeja la de esa parte del cuerpo humano. Allí la vegetación costera se vuelve umbrosa y se entremezclan las lianas colgantes de los cantiles, de un verde plateado con las ramazones de helechos y pangues, más oscuras, que dificultan la visibilidad de la entrada. Por tal motivo el capitán Ñato prefería la entrada del extremo de la punta, la de mar afuera, que se comunicaba con la otra de más a tierra, por medio de un túnel que casi atravesaba de parte a parte Punta Sobaco. Allí, en las plataformas rocosas formadas por la erosión del mar, parían las lobas de un pelo y las cubrían sus machos, como generalmente lo hacen, después de dar a luz sus "popis".
Al ver a los hombres que salían del mar arrastrándose como ellas, igual que grandes gusanos, deben haberlos mirado como a otras focas, algo extrañas, pero focas al fin. Así, se apartaron con sus crías haciéndoles un hueco en el lugar, puede que el mejor, tal como lo hacen cortésmente los indios alacalufes toda vez que llega un visitante en busca de calor a sus chozas.
Los extraños forasteros echaron un vistazo a su alrededor y se sintieron felices de haber salvado el pellejo; ellos que, precisamente, iban en busca de los pellejos ajenos, de los seres que les daban albergue. Pero tal felicidad no podía durar: luego se dieron cuenta que las bocas de la caverna no podían ser alcanzadas sino con una embarcación como la que había quedado afuera hecha pedazos entre los roqueríos de la entrada.
Los cinco hombres se miraron, no de la manera que las focas los miraban a ellos, con tranquilos ojos, con un parpadeo por momentos tierno y manso, semejante al de los faros de intervalo largo que señalan la entrada a un buen puerto.
Llevaban dos días dentro de la caverna, preocupados por la grave situación, cuando de golpe un milagro de la resaca, porque los hay a veces en el mar, en la tierra y en el cielo, hizo que unas cuantas tablas de ciprés de las Gauitecas, del que estaba hecha su propia chalupa ballenera, llegaran a la precaria playa subterránea, como si el árbol regresara a la tierra para dar de nuevo amparo al hombre. Benedicto Cárdenas, el más prevenido, llevaba cerillas dentro de la tabaquera hacha de una vejiga de oveja. El rollo de tabaco y las cerillas ni siquiera se habían humedecido con el percance. Fue el primero en echar una fumada en su cachimba hecha con un cacho de jaiba y que conservó en su bolsillo como otro milagro entre el mar y el hombre. Convidó algunas pitadas, por turno, a sus ateridos compañeros, para que espantaran un poco los malos pensamientos.
Con sus cuchillos loberos, que llevaban siempre envainados a la cintura, carnearon una foca y con la grasa y las tablas hicieron su primera fogata. También asaron los primeros filetes de lomo. El capitán Ñato, como siempre lo hacía, reservó el corazón para sí, pues era su presa favorita, al igual que otros prefieren la rabadilla de la gallina, y empezó a curarse la mano destrozada con sus propios orines.
Las voces de los hombres tienen una extraña resonancia sobre el mar. Van y vienen colgantes, como péndulos, pequeños soles sonoros que nacen y se esconden con misteriosos pasos de danza. En cambio, bajo tierra la voz del hombre cambia, se opaca como si buscara el silencio. No dan ganas de hablar si se entra a la galería de una mina de carbón submarina.
Benedicto Cárdenas fue también el primero en darse cuenta de lo que estaban haciendo:
-¡Quemamos nuestras naves como Hernán Cortés! -dijo, mirando las tablas que ardían jubilosas entre el chisporroteo del aceite de foca.
-¿Quién es el tal Cortés? -preguntó Eliseo Vera, a quien apodaban "Liche".
-El español que conquistó México y que ordenó quemar sus naves para no regresar más a España -le explicó Cárdenas, quien había cursado hasta el primer año de humanidades en el Seminario jesuita de Ancud.
-Lo que yo, voy a regresar a Quellón aunque sea a nado -dijo el capitán Ñato, después de echar otra orinada en su mano y levantarla, mirándola semidoblada, como una pequeña bandera en derrota. Las cuatro primeras falanges tenían los huesos totalmente rotos, y el resto de la mano se mantenía unida nada más que por los pedazos de piel y los nervios entre la carne machucada. Los cuatro dedos se movían hacia atrás y hacia adelante, igual que la aleta muerta de una foca.. Otro milagro, esta vez el de sus propios orines, ya que su resto de mano no se infectó y evitó la gangrena.
Benedicto Cárdenas era el más instruido. Trabajaba en una oficina del registro Civil de Quellón pero, tentado por la aventura de la cacería de focas, todos los años se las arreglaba para dejar su trabajo pueblerino y embarcarse en la cuadrilla de cazadores del capitán Ñato. Eres un "chupa lápiz", le decía despectivamente el capitán.
José Leuquén y Pedro Renín completaban la tripulación. Todos eran de Quellón, donde la naturaleza de las islas y los esteros adyacentes marcan una zona de transición entre Chiloé y el austro más inhóspito. Hasta esa zona llega una especie de fardela de oscuro plumaje ocre, de tamaño semejante al de una gaviota, y no se sabe por qué no pasa más al norte, aunque es una veloz cazadora a flor de agua. Siempre se vuelve de allí al sur, lo mismo que algunas ballenas que se asoman al golfo de Corcovado y después vuelven a mar abierto por el canal que pasa entre la isla grande de Chiloé y la de Huafo.
Leuquén y Renín, dos indígenas huilliches, se sentaron silenciosos y resignados, como lo hacen los alacalufes en cualquier grieta de una roca para pasar el temporal.
Las focas fueron dejándoles cada vez más espacio a los hombres, a medida que éstos mataban a los "popis" para sacarles la piel y devorar su carne, más tierna y con menos a gusto a pescado que la de los adultos. Carneaban a alguno de éstos nada más que para obtener su grasa para la hoguera y cubrirse con el cuero a manera de frazada, con la carnaza para afuera.
Aquel tercer día Eliseo Vera, el Liche, empezó a reír extrañamente. Fue una carcajada gutural, como si saliera de más abajo de la caverna donde estaban refugiados. Carcajada que a veces terminaba en una especie de hipido o llanto de borracho. Al notar que los otros se molestaban, porque no sabían si era risa o llanto, se apartó de sus compañeros y se fue a reír solo, entre las focas, que no se asustaron por su extraña afectación. Era un hombre desgarbado, flaco, alto, de cabello tirado a rubio y unos ojos rojizos, que parecían los de un aguilucho buscando presas en el camino.
Al día siguiente, siempre riendo, se lanzó al mar. Era el que sabía nadar mejor, y se dirigió braceando hacia la boca de los pangues y helechos, la que daba el nombre a Punta Sobaco. Se perdió en la penumbra, a pesar del coro de sus compañeros, que le gritaban que volviera. Al otro día, la corriente que venía de mar afuera trajo su cadáver, pero sin la cabeza y sin un brazo, desgarrado como las cuadernas de la chalupa ballenera entre las rocas. Sus compañeros volvieron a echar el cadáver al mar, así como los restos de las focas que no servían para la hoguera.. La resaca volvió a traerlos y entonces Cárdenas y Andrade empezaron a reír igual que el Liche, o a llorar, porque tampoco ellos lo sabían bien, como tampoco se daban cuenta dentro de aquella caverna si era de día o de noche. Leuquén y Renín permanecían siempre silenciosos; pero se alejaron de las risas y se fueron entre las focas, que seguían pariendo, y los machos cubriéndolas después del parto. A veces éstos peleaban por una de las hembras y los más jóvenes acorralaban al más viejo, echándolo al mar, como sus compañeros al Liche.
Las focas se aparean igual que los hombres con sus mujeres. Esto entretuvo a los náufragos al principio, pero después les aumentó la risa. La cópula inocente de las focas les recordaba a sus mujeres y los "popis" a sus propios hijos, y el cadáver del Liche traído y llevado por las corrientes y la resaca, le evocaba la muerte. El mar retumbaba afuera con voz poderosa y a veces, cuando salía el viento, se confundía con éste. Por momentos ambos entraban por las gargantas cavernosas, como si fueran a echar un vistazo a los cuatro náufragos, y salían presurosos por las bocas, mezclándose la risa blanca de la espuma con su lóbrego ulular.
Al quinto día, una ola produjo una resaca mayor que todas las anteriores, vino a cubrir con sus cendales de espuma a los hombres y a las focas y trajo otras tablas de la chalupa. Benedicto Cárdenas se opuso a que se echara una sola de ellas a la hoguera.
-¡Vamos a construir un barco! -dijo con voz extraña.
Los otros lo miraron como al Liche cuando éste comenzó a reír. Pero al parecer Benedicto no se había vuelto loco. Al contrario, estaba preocupado y serio, con la cabeza gacha, pensando en lo que iba a hacer con esas tablas y una que otra cuaderna de cachigua, que la maravilla del mar había depositado a sus pies. La cachigua -árbol autóctono de brazos y ganchos retorcidos- la utilizan los chilotes para las cuadernas de sus botes, ya que parece que la propia naturaleza preparara la armazón de sus pequeñas embarcaciones. Tal vez desde el neolítico, el hombre de las islas venía construyendo con sus hachas de piedra las "dalcas", tres tablones de alerce calafateados y amarrados con boqui a las cuadernas de cachigua, tan bien hechas que le parecieron "batiquines de Flandes" a Miguel de Goizueta, el primer español que las conoció y las describió al navegar por las islas en 1557. Las tablas y las cuadernas rotas también traían sus respectivos clavos, y con esos materiales, Benedicto Cárdenas empezó la construcción de su barco.
La duda empezó a rondar entre los otros compañeros: ¿se habría vuelto loco como el Liche o estaba cuerdo como ellos? Cárdenas empezó a cantar: "Corre, corre, enamorado, buscando una calle por donde ella aparezca… Ríe, ríe, enamorado, buscando la vida que puede venir…" De las palabras pasó al silbido, que fue llevado por el viento y después devuelto por las carcajadas del mar.
Poco a poco la locura o cordura de Benedicto fue contagiando a sus compañeros, quienes se pusieron, afanosos, a ayudarle en la construcción de su "barco". Éste quedó inconcluso y más parecía una artesa de dueña de casa que un "batiquín de Flandes" o una "dalca" huilliche.
Transcurrieron otros días con sus noches, sin que el mar devolviera otras tablas, hasta que un día, en la penumbra, descubrieron un bulto. A primera vista creyeron que era nuevamente el brazo del Liche. Pero no era tal cosa, sino una cuaderna que sobresalía cual débil mástil de su armazón tinglado. Era una de las amuras de la ballenera que la corriente traía casi completa. Todo cambiaba ahora. La desarmaron y, entusiasmados, continuaron la construcción. Pronto la embarcación quedó lista. Su capacidad sólo permitía llevar a flote a un hombre. Al probarla, el agua entró como por una tina rota, a falta de calafateo. No tenían estopa ni brea. Entonces el capitán Ñato hizo su mayor contribución.
-Pongámosle por debajo un cuero de toruno -dijo, refiriéndose a los grandes machos viejos.
La batea forrada con el cuero de la gran foca se mantuvo bien a flote, sostenía con relativa seguridad a un tripulante, pero no había con que remar a no ser con las manos. El capitán Ñato seguía orinando la suya, ya totalmente salvada de la gangrena.
Antes en las islas se hacían lazos de cuero de foca, pero al "apegualar" un toro desde la cincha del caballo, este tipo de lazo cedía como elástico y no tenía la buena tensión que requiere esta faena. Por eso el cuero de lobos se usó nada más que para coyundas.
Un solo cuero de foca cortado en una delgada lonja en espiral les dio un lazo bastante extenso. Sin embargo, tuvieron que añadirle dos o tres más para dar el largo hasta la boca de salida más próxima, la del sobaco velludo de helechos. Luego sacrificaron una de las tablas de la regala y la reemplazaron con piel de foca embutida en la de más abajo. Cárdenas, por supuesto, fue el primero en probar la locura de su barco, singando con la tabla en un extremo de la batea.
-Si alcanzo hasta la boca de la cueva sin hundirme y, de todas maneras, si me hundo, ustedes tiran del lazo a mi "barco" y esperan otras tablas para agrandarlo -dijo mirándolos con una ligera sonrisa, y agregó-: Si prefieren, rifamos quién sale primero y quién último.
Los cuatro náufragos se quedaron silenciosos, pero el balido de una foca, como si fuera una respuesta, decidió a benedicto a intentarlo primero.
Remó a la singa con la tabla llevando el rollo de lazo en el interior de su precaria nave. El avance era lento, pero a medida que se desenrollaba el lazo, sostenido desde la playa de la caverna por Leuquén, la línea de flotación fue subiendo un poco. Benedicto llegó a la bocana y trepando por entre los helechos, dejó la barca con su remo adentro, dispuesta para sus compañeros.
Leuquén tiró la soga con cuidado y la batea llegó para el otro tripulante. El segundo en zarpar fue el capitán Ñato, singando precariamente con la tabla en su mano izquierda. Era su primera experiencia en su nueva vida de manco.
Tuvo que abandonar definitivamente la cacería de focas. Y una tarde me contó todo esto sirviéndome una copa de vino blanco en su casa de Quellón.
Leuquén fue el último en salir de la cueva. Después, un barco que venía de las Guaitecas cargado de postes de ciprés, vio las señales de humo que hicieron los cuatro náufragos en un promontorio de la ruta, y pasó a recogerlos, llevándolos a Quellón, porque todos eran de ese puerto.
El médico del hospital examinó la mano del capitán Ñato. No quiso amputarle los dedos, que ya habían aprendido a flamear sobre el pulgar, cual gallardete náutico sobre un mástil tronchado a medias por un temporal.



martes 28 de septiembre de 2004

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STELLA DIAZ VARIN: LA LEYENDA

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Conocimos a Stella Díaz Varín (La Serena, agosto 11 de 1926) en 1980 en casa de la escritora y fotógrafa Leonora Vicuña en calle San Isidro en Santiago. Estaban Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Eduardo "Chico" Molina, Germán Arestizábal, Alvaro Ruiz, José María Memet, Verónica Poblete, Bárbara Martinoiya, pintores, escultores. Era el cumpleaños de alguien; un invierno de lluvia en el Santiago del Toque de Queda y de uniformes verdes en cada esquina. Todo el mundo le decía "la Colorina" y ella se dejaba querer como Dios manda. Habíamos leído "Razón de mi ser" (1949), "Sinfonía del hombre fósil" (1953), "Tiempo, medida imaginaria" (1959). Alone la había comparado con Huidobro, y Enrique Lihn decía que era una de las pocas artistas con voz propia en el mundo literario chileno. Ni más ni menos. Admirada por toda una generación, Stella conservaba la viveza de sus ojos y una fuerte voz para declamar textos propios o ajenos. Solía recitar de memoria versos de Rimbaud; "Los motivos del lobo", de Rubén Darío; algo de "Las Flores del Mal", con un acento baudeleriano inconfundible, según Molina. Leamos a Lihn: "Su poesía tiene un fondo de violencia y en sus versos largos, acumulativos, se ve la fuerza de su voz interior, imperiosa, arbitraria, como una cantante desconsolada y frenética, orgullosa de sus imágenes".
Esa noche de tertulia nos habló de su vida en La Serena; de cómo -al igual que Neruda- le escribió un poema al Presidente Gabriel González Videla, antes de la traición de éste. Estoy arrepentida, nos dijo, pero a los 16 años uno es demasiado joven. Llegó a Santiago a estudiar medicina, trabajó en los diarios "La Opinión", "Extra", conoció a los mejores de su tiempo, fue muy amiga de Pablo de Rocka, quien la apoyó señalándola como una de las grandes de nuestra lírica. Compartió tertulias con Francisco Coloane, Carlos Droguett, Nicanor Parra, Luis Oyarzún, Humberto Díaz Casanueva, Alberto Romero, Teófilo Cid, Andrés Sabella En los poemas de Stella Díaz Varín uno puede observar la angustia de la descomposición del tiempo en las imágenes, a través de perros azules que se confunden con la vigilia, semillas que huyen despavoridas y la palabra, las famosas palabras de su cotidianidad que la llevan a la infancia, a los riachuelos de su despertar sexual. Poesía dentro de la poesía. La originalidad de esta autora consiste en que supo incorporar lecturas de los clásicos franceses y alemanes en pequeñas dosis de locura y frenesí, a través del cual, medita, indaga en la razón de la existencia en un mundo como el nuestro, tan lleno de copias, de maderas de Dios, como dice en uno de sus textos.
Reflexiona la escritora: "Nunca he pensado qué es la poesía. Es algo absolutamente fuera de mi misma. En el mismo momento en que lo haga jamás volvería a escribir un poema. Existen instantes poéticos en los que tú existes, pero no se puede decir nada más, porque la poesía trasciende a todo. Tampoco sé lo que siento cuando escribo, porque me encuentro totalmente ida".Organizamos eventos en la Sociedad de Escritores de Chile, junto a Luis Sánchez Latorre, Emilio Oviedo, Isabel Velasco, Teresa Hamel, Walter Garib; solíamos tomar café con Enrique Lihn en la Plaza del Mulato Gil, compartimos la militancia contra la dictadura. El año 1990 (con Stella) fuimos campeones de polka en un baile de la Sociedad de Escritores de Chile ante la envidia de decenas de poetas que deseaban bailar con ella. Nos reencontramos este año en la Feria del Libro de La Serena. Andaba con sus últimas obras: "Los dones previsibles" (Premio Pedro de Oña, 1987), "La Arenera" (1993), "De cuerpo presente" (1999). El año 1994 los escritores cubanos le rindieron un homenaje en La Habana y editaron una antología de su obra en la misma Colección de Clásicos junto a Mallarmé y Dylan Thomas, sus favoritos. Ahora, y después de haber contribuído durante décadas a nuestra literatura espera sentada junto a sus nietos, el pago de Chile.

Aristóteles España
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viernes 24 de septiembre de 2004

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El Poeta Carlos de Rokha se queda en Magallanes

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CARLOS DE ROKHA ha venido a sacar carta de ciudadanía magallánica. Poeta de cuño nuevo, tiene una tremenda herencia poética: la de Pablo de Rokha, el fogoso director de "Multitud", polemista rotundo y escritor vertiginoso, y la de Winett de Rokha, su madre, poetisa delicada, ambos en viaje por los EE.UU. Carlos, el primogénito, se vino al Sur, entonces. 24 años de edad, autor de un "Canto Profético" colaborador de muchas revistas y poeta traducido al inglés, está en Parenas, desde hace pocos días.
-"Vengo a quedarme".
Carlos de Rokha dice por radio comentarios de arte que agradan. Esta noche, por Radio "Polar", a las 21.30 horas, enfocará la labor pictórica de Sergio Sotomayor Aliaga, artista que nos visita también.
Con de Rokha, "NOTICIAS GRAFICAS de Magallanes" contará, en breve, con un excelente redactor literario.

NOTICIAS GRAFICAS, Sábado 3 de Marzo de 1945

jueves 23 de septiembre de 2004

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POEMAS DE BORIS MARUNA

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Boris Maruna tiene una obra poética ampliamente difundida en su país, y traducida a idiomas como el italiano y español. Nació en Croacia el año 1940 y en distintas etapas de su vida ha residido en países como la Argentina, Estados Unidos y España. Ha sido antologador de Federico García Lorca y cursó estudios de Literatura Anglosajona en la Universidad de Loyola, en Los Angeles, Estados Unidos. Es traductor de Charles Bukowsky, Manuel Vásquez Montalbán y Nicanor Parra.

POEMA

Algún día tendré, por fin, un rato libre
Y así, cansado de la vida, me sentaré al escritorio,
Arrimaré mi vieja Royal
Y compondré un poema terriblemente bello,
Con cierto objetivo práctico, bien definido:
Ganar algo de dinero
Y mover mi coche estropeado en la carretera.

El poema tendrá la forma de la cruz,
La mirada equilibrada de la muerte.
Será, probablemente,
La poesía para que me he estado preparando todo este tiempo:
En ella no escaseará nada,
Nadie se quedará falto;
Las ratas heredarán la cocina,
Las cucarachas el cuarto de baño.

Tú, también puedes estar tranquila.

Como los alemanes, como la sopa en polvo,
Esa poesía, terriblemente bella,
Tendrá también sus lados débiles;
En ellas tus tetas colgarán como
Las piernas imponentes de un paralítico,
En ella vivirás sin los demás,
Sin pagar jamás el alquiler.

La mirada equilibrada de la muerte
Estará siempre presente, como los zapatos tiesos,
Como los intereses de Dios nuestro Señor.

Nadie puede perder nada
Si aceptas las cosas como son.

Además, cuando era más joven nunca había pensado
Que el amor tenía su aparato digestivo;
Ahora, por fin, esto también quedará
Sentado.

La terrible belleza de ese poema
Tendrá su origen en el hecho
De no olvidarse nada, de no omitir nada.
Será igual de favorable al guerrero como al cadáver;
Al ámbito lejano como al gusano más insignificante.
Aludirá, imparcialmente, a la religión, a la política,
Al pueblo, a cada aguja y al ojo de cada aguja.
Hablará de ti, amor mío,
Del mundo en general
Y de todo aparte.

Más que todo de nada.


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INTENTANDO SOBREVIVIR

Por la radio están retransmitiendo un partido:
El Barcelona contra el Ferencvaros.
Spaski está perdiendo,
El Presidente está en su cazadero público,
Las putas dan vueltas por el barrio chino,
Roberta Flack está cantando Will you love me tomorrow,
Unos croatas idean el secuestro de un avión sueco,
Y Cristo en el Tibidabo divierte a niños y turistas.
Desde Munich llegan noticias desanimadoras:
Siempre hay alguien que deteriora el buen humor
Al mundo civilizado.
Se juega el segundo tiempo,
Yo me estoy tomando una cerveza rancia
En una maloliente taberna del puerto;
Mientras, en mi cabeza, doy vueltas
Y más vueltas a una vieja idea:
Este morir es demasiado lento
Y esta vida, en su límite final,
Cansa tanto.
Y así van las cosas;
Como en su tiempo dijo Nietzsche,
Dios no existe, sólo el deporte
Y, hasta cierto punto, la muerte
Mandan en el mundo.
Donde quiera que mires
Todo es competir y pasar: Nada perdura.
Ya nada es como fue.
Tampoco los húngaros
Son lo que fueron:
Así dice la radio en el estante.
Me digo: Tampoco yo soy yo.
Y acaso, ¿hay alguien que sí sea?
¡Qué difícil es hoy ser digno!
Cuando salgo de la taberna,
Una puta me mira con ojos
De tristeza incontenible, como si hubiera
Traicionado lo que un día fuera su esperanza.
No tiene idea de cuántos golpes he dado
Deambulando por el mundo
Con el anhelo silencioso de curar a la especie.
Yo no dudo, he cumplido: lo mío
Lo mejor.
No es culpa mía
Si hoy en día los pescadores, jugadores de golf,
Cazadores de caza pequeña y otros humanistas
Programan nuestras vacaciones. Y le digo a la puta,
Te equivocas, no soy él que tú piensas,
Yo sólo me preocupo de los despojos
De la dignidad de la humanidad entera.
Alguien debe hacerlo.
Yo tampoco, dice ella.
Lo sé, hermana, digo yo
Como pequeña historia sentimental.
No resulta fácil caminar sobre la mierda;
Salgo bajo el sol amarillo de humo azulado
Y camino como un boxeador vencido:
Cabizbajo, con la noche
En los ojos, y el rabo
Entre las piernas; pero sigue el calambre, los músculos tensos
Y los tendones a punto de estallar,
Como si me estuviera abriendo paso en una falange
De Alejandro Magno, o en una cámara de gas,
O en las arenas movedizas;
Hago con la mano la señal de mi último
Adiós y me abro paso,
Me diluyo para volver
A las cálidas entrañas de mi anciana madre.
Y es ahí cuando me paran los automóviles en un cruce
Y sé que no hay regreso: Qué lejos está mi Vieja
Podrida como una col olvidada en la huerta de la lluvia.
Vida, años y cáncer; este round
No tiene gong, este match se acaba en el silencio.

Y por más que me consoléis con cosas exquisitas, digáis lo que digáis,
Yo diré: No le tengo envidia a nadie
Ni tampoco hay que tenerme envidia a mí;
Por más que yo os haga mal o bien,
Aunque os invite a un café al Ópera
U os ponga una bomba debajo de la cabecera
El mal no fue idea mía.
Yo sólo estoy intentando sobrevivir,
Igual que Janko Políc (*) se murió
Entre las putas.


(*) Janko Políc, poeta croata muerto en el Hospital de Barcelona, en 1911, en circunstancias desconocidas.

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DEFENDERE LA CASA DE MI PADRE
Leyendo a un poeta vasco

Defenderé la casa de mi padre de los lobos
de los malos tiempos la defenderé
de los impuestos de la ideología
de las conjuras.

Defenderé la casa de mi padre de los criminales
de las injusticias
perderé el ganado perderé los viñedos
la plaga arruinará las cepas
pero defenderé la casa de mi padre
cuando me arranquen las armas
la defenderé con las manos desnudas
la defenderé con los dientes y salvajemente
pero defenderé la casa de mi padre
cuando quede sin manos y sin hombros
con el pecho desgarrado la defenderé con el corazón
ensangrentado
la defenderé con mi alma
la defenderé con la mirada de mi padre así defenderé
la casa de mi padre
cuando muera cuando se pierda mi alma
cuando mi corazón se transforme en tierra
cuando ya nada quede de mí
la casa de mi padre permanecerá de pie.




EZRA POUND
(Breve biografía)

Un joven maravilloso fue
ese Ezra Pound:
en el viaje de las señoras de James,
algo perdido al igual que ellas,
iba escarbando por los basureros
del pensamiento europeo,
mientras T.S. Eliot,
Al Capone
et compañeros
se hacían famosos.

Luego un poco de mafia
Il pane nero dell' Impero

Después los Vencedores:
un manicomio espacioso.
La Partisan Review
y Charles Olson: escribe
como respire la máquina de escribir.

Luego otra vez la mafia, mansas
colinas del norte italiano,
Allen Ginsberg
y algún judío más.

Así también llegó la edad avanzada
y, con ella, la conciencia
de que los intereses son los intereses
y que siempre alguien
se meará
por encima
de la tumba del otro.


martes 21 de septiembre de 2004

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JORGE DIAZ BUSTAMANTE: ELLOS NO LO SABEN

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Ellos lo ignoran, pero papá ya decidió su destino. Me lo dijo hoy en la mañana. Lo siento por ellos, sobre todo por el gordo, porque desde la primera vez que lo vi me fue muy simpático.
Me parece estarlos viendo cuando aparecieron los dos preguntando por papá. Venían a entablar un negocio.
- Son una pareja muy agradable - comentamos en casa. Y en realidad lo eran. Se parecían a Laurel y Ardy; uno era gordo y el otro flaco. El guatón siempre estaba contando chistes que el flaco reía a mandíbula batiente. Mi padre, aparte de la relación comercial, hizo buenas migas con ellos y siempre conversaba de lo grato y jocosos que eran, hasta que un día, y creo que allí comenzó todo, anunció:
- Esta noche vienen a cenar mis amigos.
Los observé por la puerta entreabierta del comedor, cuando mamá servía la cazuela olorosa y humeante y papá descorchaba la segunda botella de vino. Los dos comían glotonamente. El flaco me sorprendió. A pesar de su delgadez cadavérica consumía plato tras plato y a cada instante decía:
- Esto está de chuparse los bigotes-, después hacía un gesto con la mano, como indicando "todo está bien".
No supe a qué hora se fueron, porque después de una reprimenda por observar detrás de la puerta fui enviado a acostarme. Juzgo que debe haber sido tarde, pues papá al día siguiente durmió toda la mañana y mamá me prohibió jugar al cowboy dentro de casa, aunque, siempre generosa, me dio dulces y permiso para jugar fútbol con Hugo y Juanito.
Las visitas se hicieron más continuas y en cada oportunidad mamá regalaba una opípara cena. Los invitados, muy zalameros, daban toda clase de elogios a su habilidad culinaria y golpeaban el hombro de papá exclamando:
- ¡ Qué afortunado eres, hombre!
Con el tiempo no les bastaba venir a cenar, sino también lo hacían a la once y hasta el desayuno, pretextando absurdas excusas. Me di cuenta que mamá se comenzaba a cansar de las visitas, porque las recibía con el ceño fruncido. Era comprensible, la pobrecita se lo pasaba preparando queques, cazuelas y de un cuanto hay.
Un día, para sorpresa nuestra, los dos aparecieron con sus maletas. Habían discutido esa noche sobre la conveniencia de trasladarse de su pensión a nuestra casa. Por supuesto que cancelarían una mensualidad; no querían ser una carga para nosotros. Luego, sin decir "agua va", o sea sin esperar respuesta alguna, porque nos quedamos mudos de asombro, se dirigieron a la pieza del fondo y allí se instalaron. El gordo volvió al poco rato y preguntó sonriente:
- ¿ Qué nos va a preparar hoy, señora Martita?
Como dicen en las historietas, la cosa se puso color de hormiga. La armonía hogareña se deterioró poco a poco. Al principio, cuando papá y mamá discutían, me enviaban a comprar o a casa de mi prima. Yo me daba cuenta que algo andaba mal, porque cuando regresaba mis padres no dialogaban y mamá tenía los ojos llorosos. Después peleaban sin importarles mi presencia y el tema era siempre el mismo: Los amigos de papá. Ella quería que se fueran de una vez por todas. Decía que eran unos zánganos y sinvergüenzas que se aprovechaban de su buen corazón. Mi padre hacía oídos sordos a sus reclamos. El jamás había abandonado a un amigo y con ellos se entretenía a mares, hacían una larga sobremesa, con interminables conversaciones, interrumpidas por uno que otro eructo de los comensales.
Mamá con la astucia que caracteriza a toda dueña de casa, empezó a hacer las comidas cada vez más malas. Les echaba todo el salero a propósito o bien privaba de sal a sus comidas. Yo les hacía asco y me refugiaba cuando podía en la casa de mi prima. El pobre papá enflaquecía estoicamente, pero ellos eran a prueba de balas: comían golosamente y siempre tenían a mano la palabra precisa para alabar los manjares de la cocinera.
Los amigos de papá terminaron por encerrarse en la pieza del fondo. No salían para nada. Mamá preparaba en una enorme olla una verdadera mescolanza. ¡Hasta cáscaras de papas les echaba!, y les llevaba la comida humeante. Ellos estaban felices. Cuando salía de la habitación, mamá decía con asco: ¡Son unos cerdos!
Yo los iba a observar por la ventana del patio. ¡Había que ver cómo habían cambiado! El gordo estaba rechoncho, no sé si cabe mejor decir redondo o cuadrado. Escucharlo reír me producía nervios. Sus ojos se perdían bajo esos cachetes regordetes y la enorme papada temblaba rítmicamente. El flaco ya no era tal. Cuando se sentaba sus nalgas rebasaban el asiento y su rostro lucía rubicundo. El único recuerdo de su anterior esbeltez era el lánguido bigote que chupaba con fruición, después de los banquetes de mamá.
Aquella tarde que regresé del colegio ardía Troya en casa. Mamá me esperaba brazos en jarra en el umbral de la puerta y me dijo secamente:
- ¡Anda a cambiarte de ropa, nos vamos!
Las maletas estaban hechas y había empacado mis pertenencias. Papá le suplicaba que no se fuera, pero ella se mostraba inflexible en su determinación. Finalmente, en un gesto de altivez, que yo consideré teatral, le dio su ultimátum:
- ¡Escoge, o ellos o nosotros!
Papá consiguió unas planchas de zinc y unas tablas y se dedicó a construir un pequeño ranchito en el patio. Yo le ayudé pues me fascina la carpintería. Siempre me saco buenas notas en trabajos manuales. Terminada la labor trasladamos a los amigos de papá a la nueva construcción. Ellos parece que no se percataron de nada. Se trasladaron sin reclamar; además, estaban siempre abastecidos de esa horrible comida que tanto les gustaba.
Con el tiempo, y de tanto estar a la intemperie, su piel se fue endureciendo. En los día de sol retozaban como niños, arrastrándose por el patio. Ya no se comunicaban: emitían una serie de gruñidos y chillidos guturales. Cuando Hugo y Juanito me preguntaron ¿Qué cosa tienes ahí?, me dio vergüenza decirles que eran los amigos de papá, así que les mentí: "¡Oh, son unos chanchos!" A ellos les entusiasmó la idea de ir a amansarlos, sobre todo a Hugo que siempre se las da de vaquero. Agarraron un cordel y una frazada y comenzaron a corretearlos. Al primero que pillaron fue al más gordo; ¡cómo chillaba el pobrecito! A mi me dio tanta pena que les dije que estaba cansado, que no quería jugar. Hugo y Juanito se fueron enojados conmigo, pero yo no podía permitir que ensillaran y amansaran a los amigos de papá.
Ellos me lo agradecieron. Lo sé, se acercaron a mi lado y resoplaron amigablemente. Me atreví a acariciar sus cuerpos gordotes llenos de pelos y decirles que no se preocuparan, que yo era su amigo. Me pareció entrever en los ojos de los dos cerditos algo como unas lágrimas.
Ellos no lo saben, pero hoy en la mañana papá me dijo:
- El sábado, cuando se case tu hermana, faenaremos a los dos chanchitos.
Sentí mucha pena y deseos de llorar, pero después sentí un miedo terrible y no me atreví a decirle a papá ¿qué pasará cuando todos los invitados a la fiesta coman la humeante y olorosa cazuela de mamá?.
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Ataques de piratas británicos a las colonias españolas

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Las expediciones inglesas constituyen una página gloriosa en la historia de la navegación y preparan el predominio británico en los mares. El héroe admirado y temido de los españoles es Francis Drake, el lugarteniente de Hawkins en San Juan de Ulúa. Había nacido en Tavistock, en el condado de Devon, hacia 1540, a lo que se dice en la cala de un navío. Después de la derrota de John Hawkins en San Juan de Ulúa, había concebido contra los españoles un odio terrible, que con la codicia fue el móvil de toda su vida. No tuvo España enemigo más tenaz, más peligroso y más inteligente. No nos es posible señalar sino un resumen muy somero de sus ataques al Imperio español. En 1572 saqueó a Nombre de Dios, en el Atlántico, llave del istmo de Panamá y lugar de concentración de los tesoros que del Perú venían a España; atravesó el istmo y dio vista al Pacífico. Aún más atrevido fue el viaje efectuado en 1577. Pasó el estrecho de Magallanes, saqueó a Valparaíso y Arica, y en el Callao, el puerto de Lima, se apoderó de un galeón cargado de oro. Prosiguió el viaje por el Pacífico, hacia el Norte, saqueando ciudades y apresando navíos hasta la bahía de San Francisco, y luego regresó dando la vuelta al mundo por el océano Indico y por el Atlántico. El 3 de noviembre de 1580 llegaba a Plymouth. Como navegación, la de Drake sólo tiene rival en la de Magallanes y Elcano. A pesar de las protestas del embajador de España, don Bernardino de Mendoza, y de los temores de los que recelaban de la reacción del coloso español ante la afrenta, la reina Isabel armó caballero al genial marino y concurrió a una fiesta a bordo de su nave en Doptford. A la benevolencia de la reina contribuyó, sin duda, la magnitud del negocio realizado. Según un autor del siglo XVII, Gewes Roberts, que aseguraba haber visto papeles de Drake, el viaje produjo a cada uno de los accionistas 47 libras esterlinas por cada libra invertida. El ataque de sir Francis contra las posiciones españolas del Nuevo Mundo en 1585 fue terrible. Saqueó las ciudades de Santo Domingo y de Cartagena de Indias y destruyó la colonia de San Agustín, en la Florida. La última expedición del gran corsario en 1594, la más poderosa y mejor armada, fue, en cambio, la más desdichada. Los colonos españoles habían aprendido a defenderse y la construcción de fortificaciones hacía grandes progresos. La poderosa armada, en la cual iba el viejo John Hawkins, fue rechazada en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria (27 de septiembre), en Puerto Rico (12 de noviembre) y en Portobelo. Enfrente de esta plaza murió el gran almirante el 9 de enero de 1595. Había llegado a producir en las provincias ultramarinas de España verdadero terror. Lope de Vega se inspiró en sus hazañas para su poema La Dragontea. Francisco Caro de Torres, en su Relación de los servicios de don Alonso de Sotomayor (Madrid 1620), reconoce la grandeza del mayor enemigo que ha tenido el nombre de España.
"Fue uno de los señalados hombres que ha habido en el mundo de su profesión, pues, después de Magallanes, fue el segundo que lo rodeó."
Y, en efecto, sir Francis Drake, no contento con haber robado tantas alhajas de las iglesias y tanto oro de los galeones, quiso robar a los españoles la gloria de la hazaña y adoptó en su nuevo blasón de armas la misma divisa de Elcano: un globo con la leyenda Primum circumdedisti me.

viernes 17 de septiembre de 2004

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SEPTIEMBRE; CHILE Y SUS POETAS

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Poetas y narradores han contribuido a la búsqueda de la denominada "identidad nacional"; recreando gestas, epopeyas, cánticos donde la vida de Chile se va conformando lentamente. Somos un país joven, que construye elementos de paisajes terrenales y metafísicos. Fue Alonso de Ercilla quien describió como ninguno los lugares habitados por nuestros pueblos originarios diciendo "Aquí llegó donde otro no ha llegado". La inmensidad de la cordillera, los bosques, ese enorme mar que inspiró a Samuel y Eusebio Lillo.
Carlos Pezoa Véliz descubrió al pintor pereza, a los vagabundos que pululaban en ríos y callejones de las ciudades que comenzaban a arder. Diego Dublé Urrutia le cantó a las tías Paulinas de Chile que tejían bufandas y sueños. Víctor Domingo Silva le puso alma a la bandera de una nación que necesitaba y necesita aún de símbolos para reconocerse.
Huidobro creó "Altazor", ese enorme túnel por donde atraviesan los hálitos de Chile, sus costas y besos perdidos. Neruda reescribió la historia a pesar de los historiadores; Pablo de Rocka cantó a las comidas y bebidas del país, de norte a sur. Gabriela Mistral indagó en las desolaciones del austro y en el desierto florido de Coquimbo.
Andrés Sabella describió un norte riguroso y nostálgico, las ensoñaciones del desierto más árido del mundo.
Raúl Rivera, homenajeó a la mujer chilena que cría chiquillos, da comida al marido, lava la ropa, sustenta el hogar lleno de privaciones de la clase media desde tiempos inmemoriales.
Francisco Coloane da vida y más fuerza al Cabo de Hornos y construye su otra península con el Chilote Otey incomparable.
Nicanor Parra dio un remezón a la poesía de este Chile en crecimiento tenaz como dice Gonzalo Rojas y funda un corpus maravilloso en lo estético con la Antipoesía. Jorge Teillier funda la lírica de los lares inventando un lugar donde habitan mariposas y pueblos perdidos y se escuchan desde lejos los pitos de los trenes.
Nicomedes Guzmán en su "Autorretrato de Chile" da cuenta de las ilusiones y leyendas que dan vida a una comunidad tan disímil como la chilena. El pueblo Lican Antai y los Chonos son tan distintos y habitan históricamente el mismo territorio para efectos del estudio de nuestra historia y geografía.
Sólo la poderosa palabra poética y literaria nos une como el cielo, la nubes , el aire. Poesía para volver a los 17 como decía Violeta Parra. Para decir "Gracias a la vida". Canciones para amar como en los textos de Sergio Hernández, para imprecar como Armando Uribe Arce, para fabular con ciudades de sol como dijo Humberto Díaz Casanueva, para inventar lluvias de aire como Rolando Cárdenas, jugar con sonetos, como lo hizo Enrique Lihn, en la misma atmósfera de la poesía chilena, única en su matriz y en sus sonidos en estos días en que celebramos la independencia de un imperio, poéticamente hablando.

Aristóteles España


miércoles 15 de septiembre de 2004

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Cocinando en magallanes

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COCINA CROATA

Tortitas rellenas


6 huevos
2 tazas de harina
3 cucharadas soperas de azúcar
1 cucharada sopera de mantequilla derretida
1 cucharadita de sal
3 tazas de leche


tamizar la harina mezclada con azúcar y sal
añadir leche, huevos batidos y mezclar muy bien
añadir mantequilla
calentar la sartén ( por cada tortita echar una cucharadita de grasa/o mantequilla)
cuando esté dorada dar la vuelta y dorar el otro lado
untar cada tortita con gelatina, chocolate o queso
enrollar, poner en un molde para horno, echar( sweet cream) y mantequilla caliente encima, meter en el horno, previamente calentado,1 hora


Se le puede agregar cualquier verdurita de su preferencia.

Tallarines con azúcar


2 huevos
1 cucharada sopera de azúcar
1 cucharada sopera de mantequilla derretida
1/2 taza de leche
1/2 cucharadita de sal
2 tazas de harina


mezclar los huevos y el azúcar
añadir sal y mantequilla
añadir harina, leche y mezclar muy bien
extender la masa fina y cortar en tallarines
unirlas en un nudo antes de freírlas
freír en aceite vegetal
cuando estén doradas ponerlas en una fuente y rociar con mucho azúcar

observaciones
Se le puede agregar cualquier verdurita de su preferencia.
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COCINA DE CHILOE

curanto en olla

Para 20 a 30 Personas

Este es un plato tradicional del sur de Chile y proviene de la antigua
costumbre de cocinar carnes y mariscos en un hoyo con piedras. Se enciende
una fogata adentro del hoyo para calentar las piedras. Las carnes,
pescados y verduras se colocan encima de las piedras calientes, por capas,
separándolas con hojas. Finalmente se cubre todo con más hojas y piedras
calientes y se deja durante varias horas hasta completar la cocción. A
continuación se indica el método para cocinar curanto en una olla grande,
sobre una fogata o a la parrilla.

Usar una olla enlozada con capacidad para 20 litros

1 o 2 repollos verdes grandes separados en hojas
20 o 30 papas, sin pelar, bien limpias con cepillo
1 cabeza grande de ajo, dividido en dientes y pelados
2 cebollas, picadas
2 tomates grandes, picados
2 pimentones morrones, picados
1 atado de albahaca fresca
2 cucharadas de orégano
2 cucharadas de aji de color
1 kg de picorocos
2 kg de almejas
3 kg de cholgas, choros zapato o choritos
2 litros de vino blanco (o 3 botellas)
1 kg de pernil de chancho cortado en pedazos
(o se puede usar costillar de cerdo)
1/2 kg de longanizas cortadas en mitades
2 kg de pescado (corvina, merluza o congrio colorado)
2 kg de queso fresco de vaca (queso chacra 6 pedazos de masa
de pan crudo, listo para hornear (se puede comprar en la panadería)
1/4 kilo chicharrones, picados; mezclar con la masa de pan hasta que
esten bien incorporados

En esta receta no existen las medidas o ingredientes exactos. De todo un poco. La idea general es formar capas de distintas carnes, pescados y
verduras en la olla grande, separándolas mediante hojas de repollo. Prepare las verduras. Reserve las papas y hojas de repollo. Colocar las verduras restantes, con las hierbas y aliños en el fondo de la olla. Encima colocar los picorocos, cabeza arriba. Entre estos colocar las almejas y cholgas. Agregar el vino y cubrir con hojas de repollo. Sobre todo esto, colocar los trozos de chancho (se puede usar pollo en vez de chancho). Cubrir la carne con las papas. Algunas personas agregan arvejas en sus vainas con las papas. Se cubre nuevamente con hojas de repollo y se agregan las longanizas con el pescado. El pescado debe ir cortado en trozos, sin espinas ni escamas, pero con la piel. Se puede usar patas de jaiba en vez de pescado. Cubrir todo esto con mas hojas de repollo o con un paño limpio: la tela de saco harinero es ideal. Sobre esto colocar un pyrex con el queso fresco. Dividir la masa de pan crudo mezclado con los chicharrones en pedazos pequeños y colocar en la tela alrededor del queso. Todo esto se cocerá al vapor. El tradicional "pan" son queques de papa. El "Milcao" es de papas crudas ralladas y el "Chapalele" de puré de papas cocidas. Cubrir la olla con más hojas de repollo o una tela. Colocar la tapa y sujetarla con una piedra grande. Cocinar a fuego lento durante 11/2 a 2 horas hasta que el queso se derrita y el pan este cocido. Para
servir el curanto: sacar las capas y colocar en distintas fuentes para servir los ingredientes los mariscos juntos, la carne, las verduras, etc. Se empieza comiendo la carne, pollo, queso y verduras. Luego el caldo en tazas pequeñas, después el pescado, los mariscos y, por ultimo, los picorocos. Servir con pebre, salsa de ají y ajíes picados, colorados y amarillos, para los que los deseen. Este plato es para festejos mayores. Servir al medio día y continuar con una tarde reposada y tranquila para recuperarse.

lunes 13 de septiembre de 2004

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UNA VISION DE ULTIMA ESPERANZA

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OCTAVIO CASTRO SAEZ

PRESENCIA PATAGONICA:

En el confín austral de nuestra América, "al sur del sur del mundo", según feliz expresión de un escritor; golpeada por fieros y constantes ventarrones que no dejan erguirse a los árboles; rodeada por su costado occidental de multitud de islas y canales, sobre los cuales otrora reinaron onas y yaganes; de pampas inconmensurables, por el Este; metida en un cerco de frío durante largos meses del año, con noches que pareciera que no aceptan el día como su complemento; espejeada de lagos y lagunas; mostrando las luminosas heridas de sus innúmeros ventisqueros y glaciares; exhibiendo por todas partes su quebrada arquitectura y la rudeza de la abrupta violencia de sus cerros, montes y picachos, se encuentra la provincia de Magallanes, cortada por el Estrecho que le dio su nombre. A una orilla del paso interoceánico: Punta Arenas, "La Perla de Estrecho"
Rebautizada "Tierra de Hombres", Magallanes debe su progreso a la visión, al esfuerzo, al sacrificio, y al espíritu de aventura y conquista de horizontes de toda laya, de españoles, chilotes, yugoeslavos y de hombres emprendedores de todas las latitudes y meridianos del globo.

LA REGION ESPERANZADA:

Al norte de Punta Arenas, se encuentra el departamento de Ultima Esperanza, nombre que le viene de cuando el piloto Juan Ladrillero, al servicio de España, desesperaba al creer, luego de perderse, que no llegaría al Estrecho de Magallanes, del cual debía tomar posesión en nombre de la corona española.
Es en Ultima Esperanza donde pueden encontrarse los más bellos parajes de toda la provincia. Así lo testifican viajeros que han andado mucho por el mundo, gozando sus ojos y sus espíritus con las bellezas panorámicas. Entre todos vale destacar la opinión del famoso explorador salesiano Alberto M. De Agostini, quién dice de la región esperanzada: "Situada al levante de la gran cordillera de los Andes, donde está, al aproximarse al Estrecho de Magallanes, convierte sus glaciares y picachos en modestas colinas y amenas terrazas, hasta transformarse en la inmensa pampa patagónica encierra tesoros de arcana belleza, donde toda la poesía del paisaje andino va armonizándose con una grandiosidad de líneas, en una vivacidad de colores y de luces capaces de impresionar vivamente aún a los más reacios al influjo de la belleza".

SUS LIMITES:

Las denominaciones de sus límites, así como toda su toponimia, evocan historia, aventura y leyenda. Al Norte: Canales Castillo, Latorre Search y Messier, desde el Pacífico hasta el seno Iceberg; desde el origen de éste hasta el brazo oeste del Lagos San Martín, y desde aquí hasta la frontera argentina en línea recta. Por el Este, la frontera argentina desde el Lago San Martín hasta el Chorrillo de los Alambres. Al Oeste, el gran Océano Pacífico, de furiosa conducta en toda su extensión que baña a la provincia. Por el Sur, sus límites son un dédalo: Lago Balmaceda, Chorrillo de los Alambres, Río Hollemberg, Golfo Almirante Montt y, los canales Valdés, Morla Vicuña, Unión, Victoria, Smith, Nelson y Kirke con su fatídico paso, cuya peligrosa travesía es morigerada sólo por el instinto náutico de los marinos chilotes…

LA TRADICION:

Ultima Esperanza fue tierra muy disputada a fines del siglo pasado. Precisamente en el año 1896 llegó a sus playas, a Puerto Consuelo, un navío de la marina argentina, el "Azopardo", al mando del teniente José Mascarello con la evidente intención de tomar posesión de la región. Este propósito no pudo cumplirse ante la enérgica y patriótica oposición de don Ricardo Kruger Lei, que, en señal de soberanía había izado la bandera tricolor. Fue éste gesto la partida de una tradición que no se pierde: ahora, miles de chilenos, que pueblan Natales y sus alrededores y que quieren esta tierra de promisión, en medio de la ventisca, el frío y el aislamiento que a veces resulta desesperante siguen cubriendo guardia permanente en sus islas, campos y canales, para sostener y acrecentar con progreso, fruto del trabajo la soberanía nacional.

EL TRABAJO:

Tiene Ultima Esperanza como capital a Puerto Natales, cuya población se compone de esforzada gente que se gana la vida fundamentalmente con su trabajo en las Estancias, Frigorífico Bories y en el mineral del carbón de Río Turbio, República Argentina - casi en el filo de la frontera - que da ocupación, desde hace varios años, a más de dos mil chilenos. Las estancias ocupan enormes extensiones de tierras (En Magallanes existen los latifundios más grandes del mundo), donde se crían miles y miles de ovejas. En estos establecimientos encontraremos al "ovejero", trabajador típico de la zona, arriero y cuidador del ganado, con sus infaltables e infatigables perros pastores: leales, inteligentes y activos, y a los cuales el ovejero entrega no poca parte de su afecto y hace partícipe de sus pesares y alegrías cuando vive con ellos en la soledad abismante de los campos.
Tenemos también a los "puesteros", hombres que, hasta hace algunos años vivían sólos y aislados durante largos meses, cuidando de la hacienda instalada en determinados campos alejados de las "casas" de la estancia. Para el tiempo de la "esquila" cobra presencia y valor, con su técnica y riñones, el "esquilador", que, con su "guía" o máquina eléctrica despoja al ganado de sus gruesos vellones, alba riqueza, que previa clasificación, será desparramada más tarde por los mercados laneros del país y del extranjero. En el Frigorífico de Puerto Bories se hace la "Faena de carneo" o sea el sacrificio de miles de reses que se conservan en las cámaras frías.
Puerto Natales cuenta con toda clase de servicios públicos y está unido a Punta Arenas por una carretera de más de 250 kilómetros. La Línea Aérea Nacional es actualmente su más valioso medio de comunicación con el resto de la provincia y el norte del país. Los barcos que en otros años llegaban habitualmente al puerto han espaciado tanto sus recaladas que bien puede decirse - ¡ridícula y cruel paradoja nacional! - que el mar aquí no puede cumplir su función de servir de medio de unión y progreso entre los pueblos.

LOS MINEROS:

En la actualidad, por la decadencia que se advierte en las tradicionales fuentes de trabajo de la población, salva al pueblo de un colapso cierto - lo que debiera ser gran preocupación para gobernantes - el trabajo que proporciona a los natalinos el mineral argentino de Río Turbio. A él van como braceros nuestros compatriotas, dejando abandonadas a sus familias por períodos más o menos largos, semanales o mayores. Bajo la nieve o la lluvia, golpeados siempre por el viento o el frío; pero sin perder nunca la fe ni el optimismo, aunque mordiendo críticas contra su propia patria, todos los fines y comienzos de semanas se les ve llegar y partir en camiones y otros vehículos, cual marejadas humanas, plenas de vitalidad y pertinacia, para salir airosos en la lucha por la vida, y plenamente confiados de que alguna vez podrán entregar a su propio país los esfuerzos que vienen entregando al vecino…

SUS ATRACCIONES NATURALES:

Está la Cueva del Milodón en cuyos alrededores o cercanías según Benjamín Subercaseaux, algún pueblo norteamericano habría construído hace tiempo el gran hotel "Milodón Palace". Cuenta también la zona con la región del Payne, de singular belleza y que se espera sea declarada Parque Nacional. Ventisquero Grey, Península, Puerto Consuelo, Casas Viejas, El Tranquilo, Tres Pasos, lugar donde vivió muchos días la Divina Gabriela escribiendo muchos de los poemas de su "Desolación".
Hay otros lugares de gran belleza y que ofrecen, además, abundante y rica pesca y caza por lo que los entendidos estiman que Ultima Esperanza es una de las zonas de Chile que tiene mayor porvenir turístico, por cuanto cuenta con hermosos lugares para la práctica de skí.

LO QUE EL PUEBLO ESPERA:

Con la lógica excepción de algunos grupos que trabajan en las Estancias durante el año redondo, la población estima que la subdivisión de las tierras será un poderoso factor de progreso, y de radicación de familias en los campos de la zona. Esperan también que la ENAP prolongue pronto al departamento las exploraciones petrolíferas pues por estudios realizados se tiene casi la certeza de que en su suelo existe petróleo. La explotación de los abundantes campos carboníferos que guarda su subsuelo; la aprobación de un convenio con Argentina que permita la salida del carbón de el Turbio por Puerto Natales, la industrialización de la zona y otras medidas de política económica, así como la mayor atención de los poderes públicos creen los habitantes de Ultima Esperanza que pueden ser la solución y término de muchas de sus angustias y las bases para hacer más grande y próspera una región del país que la naturaleza hizo grandiosa e imponente.

.- Artículo publicado en revista "AUSTRO" Organo Oficial de la Escuela Centralizada de Puerto Natales. septiembre de 1957.

Texto preparado por Jorge Díaz Bustamante


domingo 12 de septiembre de 2004

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Von Leck nazista anónimo, anuncia la muerte de lider aliado de Puerto Natales

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Hombre de ancha y tibia cordialidad y de innegable fe democrática, es don Juan Yutronic, fundador-propietario de la Pastelería El Telégrafo, ubicada en el cruce Eberhard-Tomás Rogers de Natales. Si alguna vez su corazón de hombre de bien albergó odios, éstos fueron inspirados por aquel bochinchero que se hizo dictador de Alemania el 23 de Marzo de 1933 y que después soñó con colocar la bola del mundo sobre la palma de sus manos avaras.
Don Juan fue Tesorero de la Asoc. de Amigos de la URSS, organizador del plan de ayuda a los yugoeslavos refugiados en Egipto, y una vez se colgó de las campanas de la iglesia natalina para celebrar la liberación de Belgrado. Su mano fue siempre franca y amiga para los democráticos de veras, y su casa, blando albergue de los enemigos del terror nazifascista.

LO AMENAZAN CON LA RUINA Y LA MUERTE

Ahora, por medio de una carta anónima, firmada por un tal VON LECK, lo amenazan cruelmente de llevarlo a la ruina y la muerte.
La carta fue publicada por el periódico "Avance", órgano del Partido Comunista de Natales, con un agregado que entraña un abierto repudio al procedimiento oscuro y ruin del nazismo.
He aquí la carta:

Juan Yutronic:

He aquí un amigo que te avisa que tu muerte ha sido decretada por la Logia de los Vengadores del Nazismo.
Sé que antes que te maten te arruinarán económicamente; sé que uno de los rudos golpes que te asestarán será el incendio de tu casa. Además están induciendo a tu hijo por medio de una mujer para que se pierda.
Todas estas desgracias las podrás evitar tan sólo absteniéndote de hablar contra los nacionalsocialistas.
Yo, como amigo tuyo, te aviso, pues sé que sólo te quedan 3 meses de vida, a no ser que te mantengas en silencio; en tal caso vivirás, te lo juro por la memoria de Dios Hitler.

VON LECK

N.B.- No muestres a nadie esta carta, pues si llega a oídos de la Logia Nazi, moriré; pero antes te mataré por mis propias manos.

Noticias Gráficas, 29 de Agosto de 1945.

viernes 10 de septiembre de 2004

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Siete aventureros exploradores natalinos escalaron el Dorotea

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Aquí vemos al Club de los Siete, el séptimo tomó la foto.

En Natales es fácil gozar del espectáculo de un bello paisaje o de las delicias de una tarde campestre. La ciudad es pequeña, y está rodeada por campos pintorescos. Muy poco fuera de la ciudad, se goza ya del aire puro que viene de los canales, con olor a sales y a bosques.
Ahora, una pandilla de jóvenes acaba de fundar un Club de Expedicionarios. Por raro capricho, son sólo siete los que forman, tal vez para que su constitución sea novelesca, como "El Misterio de los Siete", "Los Siete Ahorcados" o los "Siete Vengadores", títulos de novelas que han encendido en sus corazones juveniles el amor a la aventura.
Nos escriben los cabros natalitos y nos comunican las primeras noticias de sus expediciones. Hace poco escalaron el Cerro Dorotea donde se está levantando la Cruz del IX Congreso Eucarístico, y que será inaugurada en el Congreso local en adhesión al de Punta Arenas. Más tarde fueron a la Cueva del Milodón y treparon a la Silla del Diablo. Proyectan visitar el Payne y escalar hasta donde puedan una de las torres.
En las expediciones reina el buen humor y es lema el compañerismo. Siempre se sale al amanecer y se regresa a la ciudad cuando el sol va al ocaso, en medio de nubes de arrebol, tan características en los atardeceres natalitos.
Muchos jóvenes han solicitado ser admitidos en el Club de los Siete, que tendría que reformar sus estatutos. Quizás lo hagan para conformidad de tantos amigos que se han contagiado con el entusiasmo de los exploradores. Mientras tanto, sin distinciones ni rangos, ni directorios siquiera, el Club de los Siete, los forman los siguientes cabros: Solano Rodríguez, Roberto Cárdenas, Julio Díaz, Juan Gumas, Sixto Luján, Juan Muñoz y Floridor Sobrazo (h).
M.

Noticias Gráficas, Punta Arenas 14 de Noviembre de 1945.

jueves 9 de septiembre de 2004

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FRANCISCO COLOANE: EL CHILOTE OTEY

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Alrededor de novecientos hombres se reunieron a deliberar en la Meseta de la Turba; eran los que quedaban en pie, de los cinco mil que tomaron parte en el levantamiento obrero del territorio de Santa Cruz, en la Patagonia.
Dejaron ocultos sus caballos en una depresión del faldeo y se encaminaron hacia el centro de la altiplanicie, que se elevaba como una isla solitaria en medio de un mar estático, llano y gris. La altura de sus cantiles, de unos trecientos metros, permitía dominar toda la dilatada pampa de su derredor, y, sobre todo, las casas de la estancia, una bandada de techos rojos, posada a unos cinco kilómetros de distancia hacia el sur. En cambio, ningún ojo humano habría podido descubrir la reunión de los novecientos hombres sobre aquella superficie cubierta de extensos turbales matizados con pequeños claros de pasto coirón. En lontananza, por el oeste, sólo se divisaban las lejanas cordilleras azules de los Andes Patagónicos, único accidente que interrumpía los horizontes de aquella inmensidad.
Los novecientos hombres avanzaron hasta el centro del turbal y se sentaron sobre los mogotes formando una gruesa rueda humana, casi totalmente mimetizada con el oscuro color de la turba. En el centro quedó un breve claro de pampa, donde se movían los penachos del pasto con reflejos de acero verde.
-¿Estamos todos? -dijo uno.
- ¡Todos! . . . -respondieron varios, mirándose como si se reconocieran.
Muchos habían luchado juntos contra las tropas del Diez de Caballería, que comandaba el teniente coronel Varela; pero otros se veían por primera vez, ya que eran los restos de las matanzas del Río del Perro, Cañadón Once y otras acciones libradas en las riberas del lago Argentino.
Este lago, enclavado en un portezuelo del lomo andino, da origen al río Santa Cruz, que atra- viesa la ancha estepa patagónica hasta desembocar en el Atlántico. En época remota, un estrecho de mar, tal como el de Magallanes hoy día más al sur, unió por esta parte el océano Pacífico con el Atlántico, burilando en su lecho los gigantescos cañadones y mesetas que desde el curso del río ascienden, como colosales escalones paralelos, hasta la alta pampa. Por estos cañadones de la margen sur, un amansador de potros, cabecilla de la revuelta, apodado Facón Grande por el cuchillo que siempre llevaba a la cintura, obtuvo éxito con tácticas de guerrillas, tratando de dividir los tres escuadrones que componían el Diez de Caballería. Usando más sus boleadoras, lazos y facones que las precarias armas de fuego de que disponían, mantuvieron a raya en sus comienzos a las fuerzas del coronel Varela. El río mismo, cuyo caudal impide su paso a nado, sirvió para que Facón Grande y sus troperos, campañistas y amansadores de potros, se salvaran muchas veces de las tropas profesionales vadeándolo por pasos sólo por los indios tehuelches y ellos conocidos.
-¡Parece que nos va a llover! -exclamó un amansador alto y espigado.
Los que estaban sentados a su alrededor alzaron la vista hacia un cielo revuelto y la fijaron en un nubarrón más denso que venía abriéndose paso entre los otros como un gran toro negro.
-¡Ese chubasco no alcanza hasta aquí! -dijo un hombrecito de cara azulada por el frío y de ojos claros y aguados, arrebujándose en su poncho de loneta blanca.
El amansador de potros dio vuelta su angulosa cara morena, sonriendo burlonamente al ver al hombrecito que hablaba con tanta seguridad del destino de una nube.
-¡Que no nos va alcanzar..., luego veremos! -le replicó.
-¡Le apuesto a que no llega! -insistió el otro.
-¿Cuánto quiere apostar?
-¡Aquí tengo cuarenta nacionales! -respondió el del poncho blanco, sacando unos billetes de su tirador y depositándolos sobre el pasto, bajo la cacha de su rebenque.
El amansador, a su vez, sacó los suyos y los depositó junto a los otros.
En ese momento un hombre de mediana estatura, ágil y vigoroso, de unos cuarenta años, se levantó del ruedo y avanzó hasta el breve claro de pampa. Iba vestido con el característico apero de los campañistas: espuelas, botas de potro, pantalón doblado sobre la caña corta, blusón de cuero, pañuelo al cuello, gorro de piel de guanaco con orejeras para el viento, y atrás, en la cintura, el largo facón con vaina y cacha de plata.
Facón Grande puso las manos en los bolsillos del pantalón y las levantó empuñadas adentro, como si se apoyara en algo invisible. Se empinó un poco, levantando los talones, y adquirió más estatura con un leve balanceo; el gesto, ceñudo, miraba fijamente hacia el suelo; una ráfaga pasó con más fuerza por sobre la meseta y los penachos del coirón devolvieron la mirada con su reflejo acerado. Los novecientos hombres permanecían a la expectativa, tan quietos y oscuros como si fueran otros mogotes, un poco más sobresalidos, del turbal.
De pronto todos se removieron de una vez y el círculo se estrechó un poco más en torno de su eje.
-Bien -dijo aquel hombre, dejando su balanceo y soldándose definitivamente a la tierra-; la situación todos la conocemos y no hay más que agregar sobre ella. Esta misma noche o a más tardar mañana el Diez de Caballería estará en las casas de la última estancia que queda en nuestras manos. El traidor de Mata Negra ya les habrá dicho cuál es el único paso que nos queda por la cordillera del Payne para ganar la frontera. Ellos traen caballos de refresco, se los habrán dado los estancieros; en cambio, los nuestros están ya casi cortados y no nos aguantarán mucho más... Nos rodearán, y caeremos todos, como chulengos. No queda otra que hacerles frente desde el galpón de esquila de la estancia, para que el resto de nosotros pueda ponerse a salvo por la cordillera del Payne.
El círculo se removió algo confundido al escuchar la palabra "nosotros"... ¿Quiénes eran esos "nosotros"? ¿Acaso Facón Grande, uno de los cabecillas que habían iniciado la revuelta en el río Santa Cruz, también se incluía entre los que debían escapar por el Payne, mientras otros disparaban hasta su último cartucho en el galpón de esquila?
Un murmullo atravesó como otra helada ráfaga por el oscuro ruedo de hombres.
-¡Que se rifen los que quedan! -dijo alguien.
-¡No, eso no!... -exclamó otro.
-¡Tienen que ser por voluntad propia!-profirieron varios.
-¿Quiénes son esos "nosotros"?... -inquirió uno con frío sarcasmo.
Facón Grande volvió a empinarse, tomando altura; se inclinó cual si fuera a dar un tranco contra un viento fuerte, y levantó los brazos calmando el aire o como si fuera a asir las riendas de un caballo invisible. La murmurante rueda humana se acalló.
-¡Nosotros, los que empezamos esto, tenemos que terminarlo! -dijo con una voz más opaca, como si le hubiera brotado de entre los pies, de entre los mogotes de la turba. Empinándose de nuevo, dirigió la vista por encima de los que estaban sentados en primer plano, y agregó, con un acento más claro-: ¿Cuántos quedamos de los que éramos del otro lado del río Santa Cruz?
Unas cuarenta manos levantadas en el aire, por sobre las novecientas cabezas, fue la respuesta. El mismo Facón Grande levantó la suya, con las invisibles riendas en alto, ahora tomadas como si fuera a poner pie en el estribo de su imaginaria cabalgadura,
-¿Qué le parece? -dijo el hombrecito de poncho de lona blanca, codeando al amansador de potros, que se sentaba a su lado y quien había sido uno de los primeros en responder con la mano en alto.
-No quedaba otra..., está bien lo que ha he cho Facón.
-No...; yo le preguntaba por lo de la nube -dijo, haciendo un gesto hacia el cielo.
-¡Ah!... -profirió el amansador levantando también la cara con una helada mueca de sorpresa.
Ambos divisaron que el toro negro empezaba a deshacerse, descargándose como una regadera sobre la llanura, a la distancia. El aguacero avanzó con sus cendales de flechecillas espejeantes; pero al aproximarse a los lindes de la meseta desapareció totalmente, quedando del oscuro nubarrón sólo un claro entre las nubes, por donde pasó un lampo que lamió luminosamente a la llovida pampa.
-¡Da gusto ver llover cuando uno no se moja! -dijo el amansador con sorna.
-¡Sí, da gusto!-replicó el del poncho blanco, y se agachó a recoger el dinero ganado en la apuesta
Los hombres empezaron a esparcirse por entre el turbal hacia el faldeo en donde habían dejado ocultos sus caballos. El viento del oeste sopló con más fiereza por el claro que había dejado el nubarrón, y aquel páramo, desnudado, adquirió bajo el cielo una expresión más desolada.
No hubo ninguna clase de despedidas. Los que partieron hacia la cordillera del Payne lo hicieron cabizbajos, más apesadumbrados que alegres de avanzar hacia las serranías azules donde estaba su salvación. Los cuarenta troperos de Facón Grande, también sombríos, se dirigieron inmediatamente hacia el cumplimiento de su misión.
De pronto, desde la multitud en éxodo hacia el Payne se desprendió un jinete que a galope tendido avanzó en pos de la retaguardia de los troperos. Todos, de una y otra parte, se dieron vuelta a mirar aquel poncho de lona blanca que flameaba al viento, como si fuera una última mirada de despedida.
-¿Otra apuesta? -díjole burlonamente el amansador, cuando lo vio llegar a. su lado.
-Es... que... -repuso el del poncho, dubitativamente.
-¿Qué?...
-Yo le llevo su plata y usted… se queda guardándome las espaldas
-¡A usted le va a hacer más falta! -replicó el amansador, fastidiado.
-¡Chilote tenía que ser!... -profirió rudamente por lo bajo otro de los troperos.
El rostro de ojos claros y aguados se encogió parpadeando, como si hubiera recibido un violento latigazo.
-¡Aquí está su plata! -respondió con voz ronca, y agregó-: ¡Yo no la necesito tampoco!
-¡El juego es juego, amigo, llevésela y parta pronto! -exclamó otro.
-¿Qué le pasa a ese hombre? -dijo Facón Grande, sofrenando su caballo.
-Es una plata de juego -le explicó el amansador-. Apostamos a una nube y él ganó. Ahora parece que quiere devolvérmela como si me fuera a hacer falta..., ¿habráse visto?
-Yo no he vuelto por la plata -manifestó el aludido, dirigiéndose al cabecilla-. Lo de la plata salió sin querer entre mis palabras... Pero yo he venido hasta aquí porque quiero también pelear con los del Diez de Caballería.
Los que escuchaban el diálogo haciéndose los distraídos, se dieron vuelta de súbito a mirarlo.
-Pero usted no es del otro lado del río Santa Cruz -le dijo Facón.
-No; era lechero en la estancia Primavera cuando empezó la revuelta. Después me metí en ella y aquí estoy; quiero pelearla hasta el final, si ustedes me lo permiten.
-¿Qué les parece? -consultó el cabecilla a los troperos.
-Si es su gusto..., que se quede - contestaron varias voces con gravedad.
Antes de perderse en la distancia, muchos de los que marchaban camino del Payne se dieron vuelta una vez más para mirar: el poncho blanco cerraba la retaguardia de los troperos, flameando al viento como un gran pañuelo de adiós.


Al caer la noche, los troperos se hallaban ya atrincherados en el galpón de esquila de la estancia. Acomodaron gruesos fardos de lana en los bretes de entrada y de salida, a fin de que por entre los intersticios dejados pudieran apuntar sus armas hacia un amplio campo de tiro. En cambio, desde afuera, se hacía poco menos que imposible meter una bala entre los claros de aquellas imbatibles trincheras de apretada lana. Centinelas permitieron que todos descansaran un poco mientras la noche avanzaba.
-¡De puro cantor se ha metido en esto! -dijo el amansador de potros al hombre del poncho blanco cuando acomodaban unos cueros de oveja para recostarse junto a sus trincheras comunes.
-¡Ya estoy metido en la cueca y tengo que bailarla bien! -replicó.
-A lo mejor le picó aquello de "chilote tenía que ser"…
-Sí, me picó eso; pero yo venía decidido a que me dejaran con ustedes... ¡Quería pelearla también! ¿Por qué no? Y a propósito, dígame, ¿por qué miran tan en menos a los chilotes por estos lados? ¿Nada más que porque han nacido en las islas de Chiloé? ¿Qué tiene eso?
-No, no es por eso; es que -son bastante apatronados... y se vuelven matreros cuando hay que decidirse por las huelgas, aunque después son los primeros en estirar la poruña para recibir lo que se ha ganado... A mí también me dolió un poco eso de "chilote tenía que ser", porque yo nací en Chiloé.
-¿Ah..., sí? ¿En qué parte?
-En Tenaún..., me llamo Gabriel Rivera.
-Yo soy de la isla de Lemuy..., Bernardo Otey, para servirle.
-¿Y siendo lemuyano, cómo se metió tan tierra adentro? ¡Cuando los de Lemuy son no más que loberos y nutrieros!
-Ya no van quedando lobos ni nutrias... Los gringos las están acabando. Aunque uno se arriesgue a este lado del golfo de Penas, ya no sale a cuenta, y la mujer y los chicos tienen que comer... Por eso uno se larga por estos lados.
-¿Cuántos chicos tiene?
-Cuatro, dos hombres y dos mujercitas... Por ellos uno no se mete de un tirón en las huelgas... ¿Qué dirían si me vieran volver con las manos vacías? ¡A veces se debe hasta la plata del barco, que se le ha pedido prestada a un pariente o a un vecino! Y uno no puede andarle contando todo esto- al mundo entero... Por eso seremos un poco matreros para las huelgas... ¿A usted no le pasa lo mismo? ¿No tiene familia allá en Tenaún?
-No; no tengo familia. Me vine de muchacho a la Patagonia. Me trajo un tío mío que era esquilador. Murió al tiempo después y me quedé solo aquí... Siempre que me acuerdo de él, pienso cómo me embolinó la cabeza con su Patagonia -continuó el amansador, cruzando sus manos por debajo de la nuca, y agregando con voz nostálgica-: Tocaba la guitarra y cantaba tristes y corridos de por estos lados... Me acuerdo la vez que me dijo: "Allá en la Patagonia se pasa muy bien..., se come asado de cordero todos los días..., y se montan caballos tan grandes como los cerros..." "¿Dónde está la Patagonia?", le pregunté un día. "¡Allá está la Patagonia!", me respondió, estirando el brazo hacia un lado del cielo, donde se divisaba una franja muy celeste y sonrosada. Desde ese día la Patagonia para mí fue eso, y no me despegué más de sus talones hasta que me trajo. Una vez aquí, ¡qué diablos!..., los caballos no eran tan grandes como los cerros y el pedazo del cielo ese siempre estaba co-rrido por el mismo lado y más lejos!...
"Trabajé de vellonero -continuó el amansador-, de peón y recorredor de campo. Después, por el gusto a los caballos, me hice amansador. He ganado buena plata domando potros, soy bastante libre, pero... fuera de las ñatas que uno baja a ver de vez en cuando a Río Gallegos o Santa Cruz, no se sabe lo que es una mujer para uno, ni lo que sería un hijo... ¿De qué vale la plata entonces, si uno no ha de vivir como Dios manda? El corazón se le vuelve a uno como esos champones de turba: lleno de raíces, pero tan retorcidas y negras que no son capaces de dar una sola hebra de pasto verde... Por eso será que uno no le tiene mucho apego a esta vida tampoco, y se hace el propósito como si no valiera nada... Le da lo mismo terminar debajo del lomo de un arisco o en una huifa como esta en que nos hallamos metidos... En cambio, usted debiera agarrar su caballo y espiantar para el Payne..., lo esperarán allá en Lemuy una mujer y unos niños.
-¡Ya no, ya!... ¿Quiere que le diga una cosa? ¡Me dio vergüenza que nadie se hubiera quedado de los que cortaron para el Payne!
-Muchos quisieron quedarse, pero Facón los convenció de que debían marcharse. Cuantos menos caigamos es mejor, les dijo, y yo le encuentro razón... ¡Ah..., cómo se la habríamos ganado con Diez de Caballería y todo si no es por ese krumiro de Mata Negra!
-¿Por qué habrá empezado todo esto?
-¡Hem..., quién lo sabe! La mecha se encendió en el hotel de Huaraique, cerca del río Pelque... La tropa atacó a mansalva y asesinó a todos los compañeros que allí estaban... Entonces nos bajó pica, y con Facón Grande nos echamos a pelear todos los que éramos de campo afuera, campañistas, amansadores, troperos y algunos ovejeros que eran buenos para el caballo... Se la estábamos ganando cuando sucedió la traición del Mata Negra, hijo de..., ése; se dio vuelta y se puso al servicio de los estancieros.
-Más o menos todo eso es sabido dijo Otey, con voz apagada entre las sombras-; pero yo me pregunto por qué diablos no se arreglan las cosas antes de que empiecen los tiroteos, porque después no las arregla nadie.
-¡Qué sé yo!... Bueno, unos dicen que es la crísis que ha traído la Gran Guerra... Parece que los estancieros ganaron mucha plata con la guerra, pero la despilfarraron, y ahora que vino la mala nos hacen pagarla a nosotros... Y todo fue por el pliego de peticiones..., pedíamos cien pesos al mes para los peones y ciento veinte para los ovejeros... Ni siquiera yo iba en la parada, porque la doma de potros se hace a trato... También se pedían velas y yerba mate para los puesteros, colchonetas en vez de cueros de oveja en los camarotes, y que se nos permitiera más de un caballo en la tropilla particular... Pero parece que había otras cosas todavía... En el Goyle, compañeros con varios años de sueldo impago y que habían mandado a guardar el dinero de sus guanaqueos, fueron fusilados y esa plata se la embuchó el administrador. A otros les pagaron con cheques sin fondo y se quedaron dando vueltas en la ciudades. El coronel Varela se dio cuenta de todo esto y primero estuvo de nuestra parte; pero los potentados reclamaron a su gobierno, en los diarios le sacaron pica al coronel diciéndole que era un incapaz y hasta cobarde. Entonces el hombre tuvo rabia y pidió carta blanca para sofocar el movimiento; se la dieron, regresó a la Patagonia y empezó la tostadera -dijo el amansador de potros dando término a su versión de la huelga.
Con las primeras luces del alba se repartió un poco de charqui, y, por turnos, se dirigieron a la casa de máquinas, en el fogón de cuya caldera algunos habían hervido agua para el mate. Arriba, en el altillo de la prensa enfardadora de lana, oteando los horizontes, un tropero modulaba a media voz una lejana vidalita:
Más de un año ausente, vidalita...
estuve de esta tierra.
Hoy al encontrarte, vidalita...
ya me has despreciado.
Y eso es lo que llamo, vidalita...
ser un desgraciado.
La tonada fue interrumpida de pronto por una voz de alarma que desde otro lugar del techo anunció la entrada de las tropas del Diez de Caballería por la huella que conducía a las casas de la estancia.
Todos corrieron a sus puestos, mientras dos escuadrones de caballería, de más o menos cien hombres cada uno, desmontaron a la distancia, tomando posiciones en línea de tiradores.
No bien entrada la mañana, se dejaron oír los primeros disparos de una y otra parte. Una ametralladora empezó a tartamudear sus ráfagas, destrozando los vidrios de las ventanas, y las tropas empezaron a cercar desde el campo abierto al galpón de esquila.
Con un disparo aislado uno de los troperos volteó visiblemente al primer soldado de caballería; mientras rastrillaba su carabina para dispararle a otro, profirió en voz alta la conocida versaina con que se tiran las cartas en el juego de naipes llamado "truco":
Viniendo de los corrales
con el ñato Salvador,
¡ay, hijo de la gran siete,
ahí va otro gajo de mi flor!
El duelo prosiguió sin mayores alternativas durante toda aquella mañana, entre ráfagas de ametralladoras, fuego de fusilería y grandes ratos de silencio muy tenso. Habían caído ya varios soldados, sin que una sola bala hubiera logrado meterse por entre los sutiles intersticios de los gruesos fardos de lana, tras los cuales los troperos estaban atrincherados después de haber cerrado las grandes puertas del galpón de esquila, enorme edificio de madera y zinc, construido en forma de T, y sólo circundado por corrales de aguante, mangas y secaderos para el baño de las ovejas, todo hecho de postes y tablones.
Pronto ambos bandos se dieron cuenta de que eran difíciles de diezmar. Los unos, dentro del galpón, bien atrincherados tras los fardos; y los otros, soldados profesionales, avanzando lenta pero inexorablemente en línea de tiradores, con la experiencia técnica del aprovechamiento del terreno. El objetivo de éstos era alcanzar los corrales de madera para resguardarse mejor en su avance. Pero los de adentro conocían bien la intención y la hacían pagar muy cara cada vez que alguien se aventuraba a correr desde el campo abierto para ganar ese amparo. Fatalmente caía volteado de un balazo, y su audacia sólo servía de seria advertencia para los otros.
Facón Grande había dado la orden de no disparar sino cuando se tenía completamente asegurado el blanco, con el objeto de ahorrar balas, causar el mayor número de bajas y demorar al máximo la resistencia, a fin de que los fugitivos tuvieran tiempo de alcanzar hasta los faldeos cordilleranos del Payne, donde se encontrarían totalmente a salvo.
Otra noche se dejó caer con su propio fardo de sombras, interponiéndolo entre los dos bandos. Ambos la aprovecharon cautelosamente para darse algún respiro, y con la madrugada reanudaron su porfiado duelo.
En este segundo día ocurrió algo insólito: uno de los soldados, enloquecido posiblemente por la tensión nerviosa del prolongado duelo, se lanzó solo al asalto con bayoneta calada. Los del galpón no lo voltearon de un tiro, sino que abrieron curiosamente las grandes puertas y lo dejaron entrar; luego lanzaron el cadáver por una ventana para que nadie quisiera hacer lo mismo.
Pero la táctica empleada dio al coronel Várela un indicio: que las balas de los sitiados estaban escasas, si no se habían agotado ya. Era lo que él había previsto y esperaba ansiosamente dar la orden del ataque que pusiera término a ese porfiado duelo, en que había caído ya cerca de un tercio de sus escuadrones.
El toque de una corneta se dejó oír como un estridente relincho, dando la señal de que había llegado esa hora. Las ametralladoras lanzaron sus ráfagas protegiendo el avance final. Los de adentro ya no tenían una sola bala y no tuvieron más armas que sus facones y cuchillos descueradores para hacer frente a esa última refriega. En heroica lucha cuerpo a cuerpo, la muerte de Facón Grande, el cabecilla, puso término al prolongado combate cuando todavía quedaban más de veinte troperos vivos, pues muy pocos habían caído con los tiroteos y la mayoría había perecido sólo en la refriega final.
Esa misma tarde fue fusilado el resto sobre el cemento del secadero del baño para ovejas. Los sacaron en grupos de a cinco, y el propio Várela ordenó no emplear más de una bala para cada uno de los prisioneros, pues también sus municiones estaban casi agotadas.
Gabriel Rivera, el amansador de potros, y Bernardo Otey, con otros tres troperos, fueron los últimos en ser conducidos al frente del pelotón de fusilamiento.
Promediaba la tarde, pero un cielo encapotado y bajo había convertido el día en una madrugada interminable, cenicienta y fría. Al avanzar hacia la losa del secadero, vieron el montón de cadáveres de sus compañeros ya dispuestos para recibir la rociada de kerosene para quemarlos, la mejor tumba que había prescrito Várela para sus víctimas, cuando no las dejaba para solaz de zorros y buitres. Entre aquellos cuerpos se destacaba el; de Facón Grande, que el coronel había hecho colocar encima para verlo por sus propios ojos, pues había sido el único cabecilla que, si no interviene la traición de Mata Negra, hubiera dado cuenta de él y de todo su regimiento.
Un frío intenso anunciaba nevazón. Cuando los cinco últimos fueron colocados frente al pelotón de fusileros que debían acertar una bala cada uno de esos pechos, el sargento que los mandaba se acercó y comenzó a prender con alfileres, en el lugar del corazón, un disco de cartón blanco para que los soldados pudieran fijar sus puntos de mira. Una vez que lo hizo, se apartó a un lado y desde un lugar equidistante desenvainó su curvo sable y lo colocó horizontal a la altura de su cabeza. Iba a bajar la espada dando la señal de "¡fuego!", cuando Bernardo Otey dio una manotada sobre su corazón, arrancó el disco blanco y arrojándoselo por los ojos a los fusileros les gritó:
-¡Aprendan a disparar, mierdas!
La tropa tuvo una reacción confusa. Pero, en seguida, enderezaron las cinco bocas de sus fusiles hacia un solo cuerpo, el de Bernardo Otey, que cayó doblándose segado por las cinco balas que replicaron como una sola a su postrera imprecación.
Pero en aquel mismo instante, aprovechando la reacción de los fusileros, los otros cuatro hombres dieron un brinco y se lanzaron a correr mientras el pelotón rastrillaba sus armas para cargarlas otra vez con bala en boca.
-¡A ellos! -vociferó el sargento, al ver que mientras tres corrían por la huella, otro, el amansador de potros, daba un gran salto por sobre una alambrada, caía a horcajadas en uno de los caballos de la tropa y disparaba campo afuera, abrazado al cuello del animal.
El sargento hizo primero unos disparos con su revólver, pero luego tomó uno de los fusiles de los soldados, y, arrodillándose en posición de tiro, continuó disparando al caballo y su jinete tendido sobre el lomo, que corrieron velozmente hasta que se los tragó una hondonada.
Los otros tres fugitivos, de a pie, fueron pronto alcanzados por las balas, cayendo definitivamente sobre la huella.
La interminable madrugada espesó aún más su ceniza y una densa nevada empezó a caer sobre los campos, ocultando definitivamente al fugitivo con sus tupidas alas.
Bien entrada la noche, el amansador Rivera alcanzó a darle un respiro a su cabalgadura. Cuando desmontó, ambos, caballo y hombre, quedaron un rato acompañándose en medio de la cerrazón de nieve y noche. Las sombras, a pesar de todo, abrieron un poco su corazón con el leve resplandor de la caída de los copos.
Su propio corazón también dio un respiro aprovechando aquel oculto ámbito, y a su memoria acudió el recuerdo de una superstición india: el águila de las pampas debe ser cazada antes que logre dar un grito, pues si lo lanza, la tempestad acude en su ayuda... No bien la recordara, montó de nuevo y siguió galopando, en alas de su protectora.
En uno de esos amaneceres radiantes que siguen a las grandes nevadas, el amansador de potros dio alcance al grueso de los huelguistas cuando ya se habían puesto al reparo en uno de los faldeos boscosos del Payne, todos sanos y salvos. Al encontrarlos, la cabalgadura se detuvo sola, y la rueda humana, como en la Meseta de la Turba, volvió a reunirse en torno del amansador como de su eje.
El animal se había parado sobre sus cuatro patas muy abiertas, y cuando un hilillo de sangre escurrió de sus narices, los belfos, al percibirlo, tiritaron, y luego fue presa de un extraño temblor.
Como buen amansador, Rivera sabía que un caballo reventado no obedece ni a espuela ni a rebenque, pero no cae mientras sienta a su jinete encima. Por eso su relato fue muy breve, y, al terminarlo, se bajó del caballo al mismo tiempo que la noble bestia se desplomaba.
Con la nevada, toda la Patagonia parecía un gran poncho blanco que ascendía por los faldeos del Payne hasta sus altas torres que, como tres dedos colosales, apuntaban sombríamente al cielo. Y así se conservó memoria de cómo murió el chilote Otey.

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