Domingo | 20.12.1998   

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UN PLAN SECRETO PARA LA GUERRA
El belicismo de los dictadores






Cómo planeó la dictadura en el 78 desatar una guerra con Chile, que evitó la mediación del Vaticano. Detalles inéditos de la interna entre militares duros y negociadores. Y la historia de una paz que sólo se alcanzó definitivamente en la democracia.







Edición y textos: ALBERTO AMATO Investigación: HECTOR PAVON
La última dictadura militar no sólo estuvo a punto de desatar una guerra con Chile para frenar la iniciativa de ese país de proyectarse hacia el Atlántico tras el laudo arbitral que en 1977 le otorgó las islas Picton, Lennox y Nueva, en el canal de Beagle, sino que elaboró un plan que contemplaba en primer lugar la ocupación de las islas adyacentes al Beagle, luego la ocupación de las tres islas en litigio y por último la invasión del territorio chileno a través de la larga frontera que separa a los dos países.Además, la Armada había elaborado un plan secreto Para la etapa posterior a la ejecución de actos de soberanía en las islas en litigio, al que tuvo acceso exclusivo Zona, que incluía la respuesta a través de las armas a cualquier violación por parte de Chile de las normas impuestas por Argentina en la zona.En pocas palabras, era la guerra total.El primer intento de desencadenar esa guerra, el 20 de diciembre de 1978, quedó trunco por azar: una tormenta impresionante impidió la navegación de las lanchas de desembarco y de los vehículos anfibios, el despegue de los helicópteros alistados en el portaaviones 25 de Mayo y la ocupación de las islas por parte de los buzos tácticos de la Armada. El segundo intento, el 22 de diciembre, quedó trunco casi por milagro, y vale la parábola: el Papa Juan Pablo II anunció el envío de un representante personal, el cardenal Antonio Samoré, y su intención de mediar en el conflicto si ambas partes se lo pedían.Todo esto se desprende de documentos secretos a los que tuvo acceso Zona, de entrevistas realizadas para esta nota en Buenos Aires, Roma y Arizona a algunos de los protagonistas de aquellos días de espanto y del reciente libro del periodista Bruno Passarelli El delirio armado.Cuatro días después de que los presidentes Carlos Menem y Eduardo Frei firmaran el acuerdo por los Hielos Continentales, que pone fin a todos los conflictos limítrofes pendientes entre ambos países, aquel desolador panorama de movilización militar, de discursos encendidos que cuando no lanzaban una desenfadada provocación a la otra parte, glorificaban la violencia y sacralizaban la guerra; aquellos días parecen hoy lejanos, imposibles de aprehender, si no se tiene en cuenta las dos feroces dictaduras que imperaban en ambos países. En especial la argentina que encabezaban Jorge Videla y la junta militar que entonces integraban Roberto Viola, Armando Lambruschini y Orlando Agosti. Las Fuerzas Armadas se aprestaban a encarar una guerra con Chile con el mismo espíritu con el que se habían abalanzado dos años antes sobre un país desastrado por más de veinte años de violencia política. Y con la misma imprevisión, la de no pensar en el día después de la guerra, con la que en 1982 se lanzarían a la aventura de Malvinas.Fue necesaria la restauración democrática en el país para que la Argentina firmara con Chile un tratado de paz (1984) luego de un plebiscito que eligió esa vía por mayoría abrumadora. Y fue necesaria la restauración democrática en Chile para que ambos países decidieran poner fin a sus conflictos de límites.Preludio al cañónEl 2 de mayo de 1977 la reina británica Isabel II entregó a los diplomáticos de Argentina y Chile el fallo de cinco jueces de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Nigeria y Suecia, por el Laudo Arbitral sobre el canal de Beagle por el que se otorgaba a Chile más de lo que ese país pretendía: la posesión de las islas Picton, Lennox y Nueva y derechos soberanos sobre la mitad meridional del canal de Beagle y sobre islas e islotes al sur del canal, hasta el cabo de Hornos. El fallo de los jueces, que ignoraba toda pretensión argentina, habilitaba a Chile a proyectar su soberanía marítima sobre el océano Atlántico. Argentina rechazó el fallo arbitral y Chile se aferró a él. Años más tarde, la mediación papal dejaría casi intacto el laudo en lo que hace a la posesión de las islas, pero cerraría cualquier pretensión chilena sobre aguas atlánticas con la creación del llamado Mar de la Paz en la zona en conflicto. Pero en 1978 Argentina y Chile se acercaban peligrosamente a la guerra. De hecho, Chile no iba a ser el país atacante. Lo tenía todo: las islas y más aún. Era el generalato argentino el que auspiciaba el estallido. En especial, según señalaron a Zona fuentes militares, los entonces comandantes de cuerpo José Antonio Vaquero (V Cuerpo, con sede en el sur del país), Carlos Guillermo Suárez Mason (I Cuerpo, Buenos Aires) y Luciano Benjamín Menéndez (III Cuerpo, Córdoba). Menéndez negó una entrevista a Zona para recordar aquellos días. Entre quienes buscaban una salida pacífica al conflicto estaban precisamente las más alta autoridad del Ejército, su comandante en Jefe, Viola, y el presidente Videla. Cuanto más se hacía palpable la posibilidad de una guerra con Chile, más intensos fueron los esfuerzos de Videla, del embajador de los Estados Unidos, Raúl Castro, y del nuncio Pío Laghi, por evitarla.El plan secretoSe llamó Operativo Soberanía. El Ejército, según confió a Zona un militar que pidió no ser identificado y que ocupó un cargo de importancia en el gobierno de Videla, entraría en Chile a la altura de Neuquén para partir Chile al medio y, en plena guerra, esperar la intervención de los organismos internacionales. El militar dijo a Zona que se trataba de una operación muy difícil por el tipo de terreno, que facilita la acción de la defensa. Pero el centro de gravedad era Neuquén. Según afirma Passarelli en su libro, la acción militar iba a estar precedida de una ofensiva diplomática del embajador argentino en Naciones Unidas, Enrique Ros, que denunciaría ante el Consejo de Seguridad la existencia de fuerzas militares chilenas en las tres islas en disputa y en las islas Deceit, Freycinet, Herschel, Wollaston y Hornos. La Armada argentina ocuparía las islas adyacentes a la Picton, Lennox y Nueva, luego ocuparía esas tres islas en una operación combinada con la invasión del territorio chileno por parte del Ejército.El día D se fijó para el miércoles 20 de diciembre de 1978.Esa noche, una feroz tormenta cayó sobre la zona donde estallaría la guerra. La evitó. Mar agitado, borrascas, lluvias feroces impidieron a los infantes de marina navegar en sus lanchas de desembarco hacia las islas y tampoco permitieron el accionar de los buzos tácticos de la Armada. Los helicópteros artillados que ocupaban la cubierta del portaaviones 25 de Mayo tampoco pudieron despegar. Passarelli cita al contraalmirante Humberto Barbuzzi, quien confió tiempo después al nuncio Pío Laghi que esa noche se descargaron sobre la flota argentina olas de doce metros de altura que hicieron inimaginable siquiera intentar maniobra de aproximación alguna a las islas. El nuevo día D se fijó para el viernes 22.Cinco días antes del primer día D, el viernes 15, Videla le confirmó a Pío Laghi que había firmado el decreto para que fuerzas militares ocuparan las islas en litigio. En labios del presidente argentino, esa información era casi un pedido de auxilio a Pío Laghi para que apresurara su gestión ante el Papa. Ni Videla ni Viola parecían capaces de contener a sus enardecidos subordinados, dispuestos a desencadenar el conflicto.De hecho, ese viernes 15 de diciembre Pío Laghi envió al Vaticano un cable, cargado de dramatismo, en el que pedía la inmediata intervención de la Santa Sede en el conflicto. Laghi actuaba entonces en tándem con el embajador de los Estados Unidos, Raúl Castro, interesado también en evitar la guerra.Pío Laghi actuó también impulsado por una charla que tuvo con el entonces general Viola, jefe del Ejército. La conversación fue confiada a Zona por el ex secretario de Culto de la Cancillería, Angel Centeno, quien también confirmó los detalles del Operativo Soberanía. Yo sé -dijo Centeno- que en la comida que todos los años dan los presidentes, que me parece que fue el 15 de diciembre, el nuncio Laghi, muy alarmado por los rumores le pregunta al general Viola qué va a pasar. Y Viola le dice que el estallido es casi inminente: La máquina está en marcha, es casi como si no pudiéramos pararla... Ahí es la alarma de Laghi, cerca del 15 de diciembre. Y el nuncio pone en marcha los motores de auxilio con el Vaticano. Laghi también era informado sobre la inminencia de la guerra por el entonces almirante Lambruschini y por el ministro de Economía, José Martínez de Hoz.Documento secretoEse mismo viernes 15 del desesperado cable de Pío Laghi a la Santa Sede, el jefe de Inteligencia de la Armada, contraalmirante Demetrio Casas, ponía en manos del vicecanciller de Carlos Washington Pastor, el capitán de navío Gualter Allara, un documento secreto con Instrucciones Políticas Particulares para la Zona Austral para la Etapa Posterior a la Ejecución de Actos de Soberanía en las Islas en Litigio. Detrás del pomposo título se escondía el drama: cómo actuaría la Armada cuando las islas estuviesen ya ocupadas y la guerra en marcha. Al igual que Menéndez, el ex vicecanciller Allara se negó a hablar con Zona sobre el litigio con Chile por el Beagle.El documento alude a la guerra con descarnada, inocultable precisión.Tras una introducción, casi telegráfica, en la que refleja la impotencia de los gobiernos de ambos países por alcanzar una solución satisfactoria en cuanto a la delimitación de jurisdicciones insulares y marítimas en la zona en litigio, el documento afirma: En razón de ello, el gobierno argentino ha decidido hacer efectivo el ejercicio de su soberanía sobre las islas y los espacios marítimos que reivindica. Tras una referencia igualmente breve a un intento de minimizar el riesgo de una escalada bélica (algo que el jefe de la inteligencia de la Armada sabía era imposible) añade: Esta decisión provocará la oposición de Chile, quien realizará probablemente, a su vez, actos en procura de consolidar sus supuestos derechos, lo que determinará una situación grave en el área, que puede prolongarse en el tiempo y constituirse en constante fuente de incidentes a nivel local.Luego de definir cuáles son las islas y los espacios marítimos australes sobre los que tiene soberanía la Argentina, que por cierto reafirman el rechazo al laudo arbitral de 1977, y de hacer lo mismo con los de soberanía chilena, el documento establece pautas de navegación para buques de bandera argentina en la zona, para los de bandera chilena y para los buques de terceras banderas. En uno de sus apartados se lee: No se acatarán órdenes chilenas de abandonar las aguas indicadas precedentemente y sus fondeaderos, debiendo procederse, en caso de intimidación o agresión, según lo estipulado en 3. El punto 3 está titulado: Proceder en caso de intimación o agresión por parte de Chile.Otro apartado especifica que en caso de actividad chilena en islas argentinas se procederá de conformidad con las instrucciones indicadas en 4. El punto cuatro está titulado: Proceder en caso de violación por parte de Chile de las normas impuestas por Argentina en la zona.Disparos a discreciónEl documento secreto de la inteligencia naval de la época establece cómo actuaría la Armada en el caso de intimaciones o agresiones chilenas, que daban por descontadas en las primeras páginas del mismo documento. Dice textualmente: (...) No se acatarán intimaciones ni aceptarán protestas chilenas de ninguna especie, ni aun las formuladas bajo amenaza del empleo de las armas. 3.2) Cuando como consecuencia de una intimación chilena no acatada se sea objeto de ataque con armas, se utilizarán las propias a discreción, cesando de inmediato en su empleo cuando se hubiere logrado inutilizar al adversario. 3.3) Si como resultado de la acción anterior existiesen náufragos o heridos chilenos, se procederá a rescatarlos y brindarles atención, trasladándoselos detenidos adonde lo disponga el Comando del Area Naval Austral. 3.4) Igualmente, si en el transcurso de dicha acción se detuvieren nacionales chilenos, se procederá a trasladarlos adonde lo indique el Comando del Area Naval Austral.El punto siguiente explica cómo se debía proceder en caso de violación chilena de las normas impuestas por la Argentina. El primer apartado indica que si esa violación es involuntaria (errores de navegación, averías o acción meteorológica) se brindaría el apoyo necesario. Pero en caso de violaciones deliberadas el documento exigía primero una intimación y luego una segunda y, finalmente: 4.2.5) Si a pesar de ello continuaran en su propósito, se recurrirá al empleo de las armas en la medida de lo necesario para impedir al adversario la consumación de su propósito o para inutilizarlo, cesando de inmediato en ese empeño cuando se hubiese logrado tal propósito. 4.2.5) Si en el transcurso del incidente se fuese objeto de ataque con armas, se utilizarán las propias a discreción, cesando de inmediato en su empleo cuando se hubiere logrado inutilizar al adversario.La noche de la invasiónEse 22 de diciembre, a las diez de la noche, empezaba la guerra -dijo el ex secretario de Culto Angel Centeno-. Yo de esto hablé una vez con un teniente coronel que era jefe de un regimiento en la cordillera y que cuenta que sus patrullas cruzaron la frontera y entraron en Chile. Gracias a Dios no apareció ningún chileno me dijo. Creo que los chilenos lo supieron pero se retiraron a modo de precaución porque sabían que el problema podía solucionarse. Eso fue muy inteligente de parte de ellos, porque nosotros tuvimos que volvernos atrás.¿Realmente tropas argentinas entraron en Chile en la noche del 22 de diciembre? Para entonces, la mediación papal, o el primero de sus pasos, estaba en marcha. Juan Pablo II anunció el viaje a la Argentina y a Chile de un enviado personal cuando el sol del mediodía iluminaba el circo romano donde murió San Pedro y donde la Iglesia levantó la más bella de sus basílicas. Eran las 8 de la mañana en Buenos Aires. En ese momento estaba reunido el llamado Comité Militar que integraban Videla y la junta de comandantes. Uno de los testigos de aquella reunión confió a Zona: Todos se miraron como diciendo ¿Y ahora qué hacemos? Y sobrevino una discusión muy dura. No era fácil parar la maquinaria de la guerra porque ya se había dado la orden, los buques navegaban rumbo al objetivo, los aviones estaban con los motores calentando. En ese clima era muy difícil decir Muchachos, paremos...Una de las fuentes militares consultadas por Zona, que, como otras, pidió reserva de su nombre, admitió que si bien los aviones de la Fuerza Aérea no llegaron a despegar, hubo helicópteros que seguro lo hicieron. Algunas de esas máquinas también ingresaron a territorio chileno para ordenar a la avanzada argentina que el Operativo Soberanía quedaba anulado. Las desesperadas gestiones de Pio Laghi y del embajador estadounidense Castro habían tenido éxito.Presiones hasta el finalLo demás es historia conocida. El cardenal Samoré llegó a la Argentina el 26 de diciembre. No sabía cuán dura tarea le había confiado el papa Juan Pablo II. Antes y después de la intervención del Vaticano, la presión del sector militar más belicista no cedió jamás. El embajador Mirré recuerda hoy: Una vez me llamó el general (Ramón) Camps (jefe de la Policía de la provincia de Buenos Aires durante la primera etapa de la dictadura N. de la R.). Me hizo llevar a su casa de la calle Posadas y me hizo saber que no estaba conforme con mi posición dentro de la comisión que dialogaba con Chile. No fue ni dulce ni lo hizo con palabras diplomáticas. Fue muy claro. Se ve que alguien, dentro de la comisión, le daba información. Cuando tuve que ir a la casa de Camps, le dije al general Etcheverry Boneo, jefe de la delegación: Yo voy a la casa de Camps. Me hace ir en su auto. Si a tal hora no estoy de vuelta, usted se comunica con él. Y dejé un sobre en la casa de un escribano diciendo que había sido citado por ese hombre. Todos éramos conscientes de lo que pasaba en la Argentina y sabíamos quién era ese hombre. Me pidió que escribiera un artículo favorable a la posición dura. Fue el único momento en que sentí temor. No pasó de una amenaza, pero la amenaza existió.La última grave presión del ala belicista del Ejército se vivió minutos antes de que despegara el avión que llevaría a Montevideo al canciller Pastor para firmar con su par chileno, Hernán Cubillos, el Acta de Montevideo por el que ambos países aceptaban la mediación del Papa. Mirré recuerda: Fue el 8 de enero de 1979. Estábamos en el avión y el canciller no venía. Vimos aterrizar un jet a reacción del Ejército. De él bajó el general Menéndez, con uniforme de combate. Después llegó un avión de la Armada, pero no vimos quién bajó. Estuvieron reunidos veinte minutos. A bordo hacíamos un chiste: Todos los civiles a Martín García Después vino Pastor. No dijo una sola palabra. Pero tenía la cara color ceniza.Lo que Mirré ignora lo completó para Zona el ex secretario de Culto de la Cancillería. Menéndez -recuerda hoy Centeno- llegó al Aeroparque a decirle a Pastor que no viajara a Montevideo.Se apareció de fajina y con pistola en la cadera a decirle al canciller: Usted no viaja. Pastor le dijo: Yo viajo. El general Videla me dijo que viaje y yo lo voy a hacer..Horas después, Argentina y Chile aceptaban la mediación papal, acordaban un compromiso de no agresión y el retiro gradual de las tropas. Empezaban otras batallas. Pero la guerra había quedado atrás.Colaboraron, Sergio Rubín, Uri Lecziky, y Guido Braslavsky.















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