Probablemente, desde la Guerra del Atlántico Sur no se veía tanta atención concentrada en los mares de Latinoamérica, que hasta ahora se habían mantenido al margen de los problemas en tierra firme. Todo comenzó hace poco más de un mes con la reactivación formal de la IV Flota de la Armada de Estados Unidos, un escuadrón naval que había sido desmantelado en 1950 tras realizar una importante labor en la Segunda Guerra Mundial a la caza de submarinos nazis.

El mandatario venezolano Hugo Chávez es quien más ha insistido que la reactivación representa una nueva “amenaza imperialista” a su “revolución bolivariana” financiada por el petróleo. En su último programa Aló Presidente del domingo pasado fue enfático:

“El comandante de la IV Flota dijo hace poco que ellos venían a navegar las aguas marrones, las de los ríos... barco gringo que entre en aguas marrones se convertirá en marrón, porque se quedará en el fondo; por aquí no pasan”, advirtió.

Sin embargo, la preocupación de Chávez también es compartida –aunque en menor escala- por el Gobierno de Brasil, que sí mantiene una relación fluida con la Casa Blanca. El ministro de la Secretaría de Asuntos Estratégicos, Roberto Mangabeira Unger, dijo el miércoles que “ese hecho (la reactivación de la IV Flota) y muchos otros sólo refuerzan la importancia de que Brasil cuente con su escudo de defensa”, en especial cuando se han descubierto grandes yacimientos de petróleo en sus costas.

PRESENCIA LATENTE

El significado actual de la reactivación de la IV Flota puede ser perfectamente interpretado a luz de la estrategia de defensa preventiva adoptada por Estados Unidos post 9/11, la cual lo obliga a mantener una presencia global donde quiera que sus intereses sean desafiados.

En este sentido, el Comando Sur de Estados Unidos -que ahora tiene como jefe a un almirante-, viene alertando hace un par de años sobre las “zonas sin ley” en América Latina, donde proliferan toda clase de actividades criminales y que pueden servir como sitios de tránsito para terroristas. Y claro, alguna parte de nuestros mares -el Caribe y Pacífico Central sobre todo- son surcados por lanchas rápidas cargadas con cocaína (a veces hasta ‘narcosubmarinos’), barcos con inmigrantes ilegales y pesqueros inescrupulosos.

Según el teniente Joe “Myers” Vásquez, Oficial de Asuntos Públicos de la IV Flota, la explicación es más sencilla. Se trata sólo de una reforma administrativa para mejorar la coordinación de operaciones que involucran a las naves de la marina estadounidense en la región. No hay una “flota física” lista para zarpar ni menos un portaaviones. En el fondo es una “flota organizacional” para cooperar mejor con socios latinoamericanos con los que ya se está trabajando.

Sobre las tareas específicas, éstas apuntan a misiones antidroga; asistencia humanitaria; apoyo a misiones de paz; ayuda ante desastres naturales y participación en ejercicios navales conjuntos. “Una vez que la misión concluya la unidad vuelve a su puerto”, precisó Vásquez en un correo electrónico, al enfatizar que no habrá naves asignadas de forma permanente a esta flota.

La anterior es la versión oficial, pero entonces ¿por qué sigue el revuelo? Porque sólo la idea de buques de guerra merodeando causa preocupación. Desde mucho tiempo atrás, las armadas han sido ocupadas como un recurso de los Estados para marcar presencia y proyectar poder a distancia. Pero una lectura moderna de esa realidad debiera apuntar a la importancia que ha recobrado la seguridad marítima en el Siglo XXI.

Hoy se puede decir que la seguridad marítima regional depende más que nunca de un nuevo equilibrio entre la preservación de los beneficios económicos que trae la conectividad global (flujo de exportaciones e importaciones en contenedores) y de la capacidad de ser inmune ante las amenazas que puedan venir a través de esos mismos canales.

Cuando el 90% del comercio mundial circula por vía marítima, la reactivación de la IV Flota puede ser vista, entonces, como una señal política de Estados Unidos sobre su propósito de que las rutas oceánicas de la región sigan abiertas –y sin riesgos-- al intercambio de bienes y cerradas al contrabando. Y de paso recuerda a algunos gobernantes locales que la superioridad militar de este país también se extiende a los mares latinoamericanos, aunque sea latente por ahora.

Juan Pablo Toro

Magíster en Ciencia Política UC y Diplomado Seguridad Nacional ITAM