Es más difícil pronosticar en verano

A diferencia de lo que ocurre en invierno, las previsiones pueden cambiar en minutos

Las tormentas estivales alborotan nuestra vida cotidiana y tienen en vilo a quienes hora tras hora elaboran el pronóstico meteorológico. De hecho, durante esta época es más probable que las predicciones fallen y que, por lo tanto, las lluvias nos sorprendan sin un paraguas a mano.

"Para la zona central del país, que incluye a la Capital Federal, la dificultad del pronóstico es mayor en verano que en invierno", afirma Leonardo De Benedictis, meteorólogo del Servicio Meteorológico Nacional (SMN).

La diferente complejidad para vaticinar el comportamiento de la atmósfera en una u otra estación tiene varias causas. Entre ellas, que las tormentas veraniegas se generan más rápido que las invernales y en una escala espacial mucho menor.

"Durante el invierno, las tormentas se originan por el pasaje regular de frentes fríos que tienen una escala espacial de unos mil kilómetros. Eso los hace visibles en las imágenes de satélite y permite su seguimiento", explica la doctora Claudia Campetella, coordinadora del Grupo de Pronóstico del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. "En cambio, en el verano, dominan los fenómenos convectivos, que se producen más rápidamente y en un área más pequeña", completa.

La convección es un proceso que ocurre cuando la energía solar calienta el suelo. Esto provoca que el aire que está en contacto con esa superficie se caliente y se haga menos denso, lo cual hace que se eleve. Si durante su ascenso el aire encuentra humedad suficiente, puede generar nubes que, ocasionalmente, originarán precipitaciones. "Una variación en la cantidad de energía solar puede disparar cambios que pueden romper un pronóstico en minutos", señala Matías Bertolotti, jefe de pronósticos de E-Met.

Además, como estas tormentas pueden tener un diámetro de sólo 10 a 15 kilómetros, un ligero desplazamiento en su recorrido puede resultar en que la predicción de lluvias para un determinado lugar sea fallida: "Puede haber precipitaciones en algunas zonas de la Capital Federal y en otras no", ejemplifica Campetella.

Que un picnic veraniego planificado con el pronóstico meteorológico no se arruine sorpresivamente también tiene que ver con las herramientas que se utilizan para hacer las predicciones del tiempo. Una de las principales son los modelos numéricos que, mediante ecuaciones, simulan el comportamiento de la atmósfera. Estos instrumentos de la meteorología son los que permiten, por ejemplo, hacer las predicciones a tres días que aparecen en los diarios y la televisión.

Estos modelos funcionan bastante bien para escalas espaciales mayores (se las llama sinópticas), pero no tienen buena resolución para las tormentas estivales cuyo tamaño es inferior a los 50 kilómetros de diámetro: "Un sistema convectivo puede ser invisible para los modelos que utilizamos en el SMN", informa De Benedictis. "Para la escala convectiva se necesitarían modelos muy sofisticados, que no están muy desarrollados todavía", agrega Campetella.

"Estamos encarando este desafío", revela la doctora Matilde Nicolini, investigadora del Conicet en el Centro de Investigaciones del Mar y de la Atmósfera. "Pero para ello necesitamos contar con más mediciones en superficie y en niveles altos de la atmósfera y con más radares", añade.

Para que los modelos funcionen correctamente, sus ecuaciones deben ser alimentadas con la mayor cantidad posible de datos (presión, temperatura, etc.), que son obtenidos en las estaciones meteorológicas diseminadas por el territorio nacional. Pero, todavía, la cantidad y la distribución de esos centros de medición no son los adecuados.

En tanto, a la hora de predecir una tormenta estival con cierta anticipación, el meteorólogo es la pieza clave: "La experiencia del pronosticador es lo que permite compaginar adecuadamente toda la información y hacer un ensamble propio. Eso es valor agregado. Y el verano necesita más valor agregado que el invierno", sostiene Campetella.
Por Gabriel Stekolschik  (Centro de Divulgación Científica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA)

11/02/10
LA NACION

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