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ENGLISH VERSION
A matter of interest
Whoever said that Néstor Kirchner is a lame duck president? Effectively Argentina’s economy minister since the departure of Roberto Lavagna nearly two years ago, he has just appointed himself Central Bank chief with less than eight weeks left in his presidency. At the end of last week Kirchner enjoined the banks to halve the current interest rates (a demand echoed by his wife and chosen successor Cristina Fernández de Kirchner at yesterday’s announcement of Volkswagen’s billion-peso investment without specifying any rates).
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¿Quién dijo que Kirchner es un presidente a la espera del final de su mandato? Actuando como un virtual ministro de economía desde la partida de Roberto Lavagna hace casi dos años, acaba de autonombrarse presidente del Banco Central a apenas ocho semanas del final de su presidencia. A fines de la semana pasada el presidente les pidió a los bancos que redujeran a la mitad las actuales tasas de interés (una demanda repetida por su esposa y sucesora escogida Cristina Fernández de Kirchner durante el anuncio de ayer de inversiones de Volkswagen por mil millones de pesos, aunque sin especificar ninguna tasa). Aún no se difundieron los detalles exactos de los recortes a las tasas de interés (los banqueros, dócilmente, programaron una reunión para el día de ayer para trabajar sobre ese tema), pero parecería claro que la reducción seguirá a grandes trazos las directivas de Kirchner. Queda igualmente claro que el paquete será a corto plazo (a lo sumo dos meses), en parte porque no podría ser de otra manera hoy en día, cuando casi no hay plazos fijos siquiera a término medio, y en parte porque serán necesarias cantidades enormes de subsidios (hasta tres mil millones por día según algunas versiones). En una palabra, electoralismo puro. Dado que la respuesta obvia al principal problema de hoy, la inflación en ascenso, es ajustar el crédito, el tozudo intento de Kirchner de recortar las tasas de interés significa moverse en la dirección opuesta, pero sus motivos no se deberían atribuir a la pura perversidad o a simple estupidez. En cambio, Kirchner está buscando prolongar el milagro de crecer a una tasa anual de nueve por ciento por cuatro años consecutivos con una industria ineficiente y a duras penas competitiva: recortar las tasas de interés conlleva un enorme riesgo de acelerar la inflación, pero, como un subproducto sería levantar un dólar que de otra manera sería débil y extender así una protección renovada a los industriales del Gran Buenos Aires, no le importa para nada. Como las reservas del Banco Central (que aumentaron en promedio 1.500 millones de dólares por mes en el primer semestre) apenas crecieron en estos últimos meses, no se vaciarán para evitar la depreciación. En el fin de semana Kirchner dijo que las leyes del mercado (en forma de un boicot de consumidores) habían sido más efectivas para domar el precio de los tomates que los controles, pero él no aplica la misma lógica a la banca. En un mundo en el que los recientes récords de Wall Street sugerirían que la crisis de las hipotecas de alto riesgo de hace unos meses ya fue remontada (o quizás que está siendo desestimada irreflexivamente), Kirchner parece dispuesto a confiar en un auge global resurgente para resolver todos sus problemas. ¿O será que no confía lo suficiente en que su esposa se mantenga en el camino más prudente y por lo tanto no defina por anticipado las opciones de política crediticia de ésta?
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