Jacques Derrida

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LAS
PARADOJAS DEL SUPLEMENTO. ROUSSEAU
Marc Goldschmit

En «Jacques Derrida, una introducción», Buenos Aires, Nueva Visión, 2004, pp. 41-49.
Edición digital de Derrida en castellano

 Rousseau

 

En De la grammatologie, aparecida en 1967, obra cuya parte principal se titula “La época de Rousseau”, y más tarde, en 1972, en “El círculo lingüístico de Ginebra”, en Marges de la philosophie, Derrida muestra la importancia metafísica del pensamiento de Rousseau. El ángulo de entrada a los textos es, una vez más, oblicuo y desconcertante; los caminos tomados por la lectura nunca han sido transitados. Derrida descubre que el concepto y la “lógica” del “suplemento” organizan y estructuran el pensamiento de Rousseau en defensa propia; esta lógica es cómplice y solidaria de presupuestos que se encuentran en el texto de Sócrates y Platón.

En este sentido, puede leerse en De la grammatologie: “La historia de la verdad, de la verdad de la verdad, siempre ha sido [...] el rebajamiento de la escritura y su represión fuera del habla plena”.[i] Rousseau determina, en efecto, la escritura como “suplemento” y repite desde este punto de vista el gesto platónico: “Suplir define el acto de la escritura [...] La escritura es el suplemento por excelencia puesto que ella marca el punto donde el suplemento se da como suplemento de suplemento, signo de signo...”[ii] Un pensamiento semejante del “suplemento” mantiene a Rousseau prisionero de obligaciones conceptuales, lógicas y sistémicas que se han constituido en el curso de la historia de la verdad, pero Derrida pone también en evidencia la novedad, la fuerza y la necesidad del pensamiento de Rousseau en el seno de esta historia. La situación de Rousseau en relación con la metafísica y con la historia de la verdad no es, entonces, simple. Derrida deconstruye, desde sus primeros textos, la unidad de una historia y de la metafísica. Cuando utiliza tales sintagmas, siempre es por necesidad pedagógica y de modo provisorio, a fin de preparar análisis diferenciales de aquello que se denomina “la” historia y “la” metafísica.

 

 

Rousseau, el Ensayo sobre el origen de las lenguas 

El Ensayo sobre el origen de las lenguas, publicado póstumamente en 1781, plantea la pregunta de saber cómo el hombre ha llegado a hablar y cuál es el origen del lenguaje. Rousseau va a buscar dar cuenta del surgimiento de la convención, es decir, de la aparición común y simultánea del lenguaje y del pensamiento a partir del “estado puro de la naturaleza”.

Para ir rápido, puede decirse que no son las necesidades (“el hambre”, “la sed”) las que hacen nacer la palabra; por el contrario, éstas alejan a los hombres unos de otros. Son las pasiones (“el amor, el odio, la piedad, la cólera”), según Rousseau, y más particularmente la pasión de la piedad, las que acercan a los hombres y hacen nacer en ellos la necesidad de comunicarse y de hablar.

La piedad, ese sentimiento natural, pre-reflexivo, del cual incluso los animales “muestran signos sensibles”, nos lleva hacia el otro en tanto que ella “nos pone en el lugar de aquel que sufre”;[iii] ella “nos lleva sin reflexión a ayudar a aquellos que vemos sufrir. Es ella la que, en el estado de naturaleza, ocupa el lugar de ley, de costumbre, de virtud, con la ventaja de que nadie se tienta en desobedecer su dulce voz”.[iv]

La piedad es, entonces, esa voz anterior a toda voz que está en el origen de la voz y la palabra; es esa palabra interior, pre-reflexiva, pre-articulada, en el origen de toda articulación en la voz y en la palabra.

 

El privilegio acordado a la voz -que Derrida llama “fonocentrismo”- toma en Rousseau la forma de un pensamiento de la presencia de la conciencia (la célebre “voz de la conciencia”). Ese privilegio presupone así la “determinación del sentido del ser como presencia”[v] y se acompaña inevitablemente de una “reducción de la huella”,[vi] como en todas las escansiones de la historia metafísica de la verdad. La escritura como huella es lo que parasita, contamina, afecta la presencia de sí (presencia de sí que no tiene lugar en ninguna parte de manera tan cumplida como en la presencia viva de la voz). Es, pues, aquello que es necesario “reducir”, borrar, aquello cuyo borrado es necesario ocultar. Esta operación de reducción de la huella de la escritura tiene lugar en Rousseau a través del concepto de “suplemento”.

“¿Cuál es el privilegio de Rousseau en la historia del logocentrismo?”.[vii] La respuesta que Derrida da a la pregunta anuncia un análisis de los más refinados y sofisticados: “Rousseau repite el gesto platónico al referirse ahora a otro modelo de la presencia: presencia de sí en el sentimiento, en el cogito sensible”.[viii] Rousseau, como Platón, piensa la escritura como un artificio peligroso: “Ese recurso [a la escritura] no es solamente ‘extraño’, es peligroso. Es la adición de una técnica. Es una suerte de astucia artificial y artificiosa para volver presente la palabra cuando ella está en verdad ausente”.[ix] El peligro de la escritura inquieta tanto más a Rousseau cuanto que ésta es introducida, como el caballo de Troya, en la interioridad del pensamiento con una apariencia de neutralidad y de inocencia: esta inquietud lo obliga a quitar a la escritura toda consistencia ontológica como ya lo había hecho Platón: la escritura es mala, en consecuencia, ella no existe, no es nada; es mala porque no es nada.

En De la grammatologie, Derrida muestra la equivalencia que hay, para Rousseau, entre una serie de males por curar que son pensados como “suplementos”, y cuya peligrosidad es inversamente proporcional a su nulidad ontológica: la escritura, la masturbación, la cultura, el mal, la historia. Un suplemento, en el sentido del texto de Rousseau, es “aquello que se añade, [que] no es nada puesto que se añade a una presencia plena a la que es exterior”.[x] Esta voluntad de reducir y de borrar la escritura que se sustrae a la presencia es la que hace, sin duda, que el texto de Rousseau pertenezca a la tradición metafísica. “El texto filosófico, aunque siempre esté escrito, comporta, precisamente como su especificidad filosófica, el proyecto de borrarse delante del contenido significado que transporta y en general enseña. La lectura debe tener en cuenta este propósito, incluso si en un último análisis ella muestra sin duda su fracaso”.[xi] Esta doble relación de la filosofía con su escritura (por la que intenta borrar lo que le permite aparecer, borrar las condiciones de su aparición) explica la relación ambivalente y equívoca que Rousseau, como Platón, mantienen con la escritura. Esa doble relación no es accidental sino constitutiva de la escritura filosófica. “Rousseau valoriza y descalifica a la vez la escritura. A la vez, es decir, en un movimiento dividido pero coherente”,[xii] y es el concepto de “suplemento” el que asegura al discurso rousseuniano una coherencia sin cohesión: le permite “decir al mismo tiempo lo contrario sin contradicción”.[xiii] Este concepto de suplemento va a contener así, de manera “económica”,[xiv] toda la textura paradójica del pensamiento de Rousseau, y va a situar el sentido de éste en el límite de lo pensable. El texto de Rousseau se mantiene gracias a la precaria clavija conceptual de “suplemento”. Este texto se vuelve, entonces, inestable desde que se analiza esa clavija y su función arquitectónica: es aquello alrededor de lo cual el texto rousseauniano está construido y también aquello por lo cual se deconstruye. A través de ese concepto paradójico e insostenible, se comprende cómo el pensamiento de Rousseau, como todo pensamiento, piensa en el límite de lo pensable, puesto que la lógica de su discurso no obedece ya al principio racional del tercero excluido: no es su no-contradicción la que asegura su coherencia y su aspecto de sistematicidad, sino su contradicción. Le es necesario contradecirse en relación con la escritura para ser una escritura coherente.

En efecto, el discurso de Rousseau se deconstruye en su determinación del arte y de la escritura como mimesis, semejante a la de Platón: “Rousseau está seguro de que la esencia del arte es mimesis. La imitación duplica la presencia. Se añade un suplemento [...] desplazándose a través del sistema de la suplementariedad con una infalibilidad ciega y una seguridad de sonámbulo. Rousseau debe a la vez denunciar la mimesis y el arte como suplementos (suplementos que son peligrosos cuando no son inútiles, superfluos cuando no son nefastos, en verdad una cosa y la otra a la vez) y reconocer allí la posibilidad del hombre, la expresión de la pasión, la salida de lo inanimado”[xv] y de la animalidad. El concepto de “suplemento” vuelve ambivalente todo lo que permite pensar: el arte, la mimesis, la escritura. Con el concepto de suplemento, no estamos frente a una palabra o un concepto, ni tampoco simplemente frente a una cosa, sino frente a aquello que da su coherencia al pensamiento de Rousseau al mismo tiempo que lo vuelve inestable y ambivalente.

Desde que se borra esa ambivalencia, se la reduce o evita, se duplica el gesto de Rousseau, y lo que se borra, se reduce o se evita es el texto de este pensamiento. Si se rechaza ver cómo los textos de Rousseau están constitutivamente desgarrados entre lo que quieren decir y lo que dicen, entre el sueño de Rousseau en cuanto a la escritura y el fracaso de ese sueño (desgarrados entre la constitución y la deconstrucción de los textos), se rechaza leerlos: reducir los textos a tesis y doctrinas cuya unidad no estaría nunca asediada ni expuesta a ese desgarramiento, es servirse del nombre de Rousseau como el de un testaferro.

¿Cuál es entonces el sueño de Rousseau? Que el “origen haya (hubiera) debido estar puro”[xvi] de toda escritura, de todo suplemento. “¿Qué es lo que Rousseau dice sin decirlo, ve sin verlo? Que la suplencia ya ha comenzado desde el principio”.[xvii] ¿Qué muestra Derrida? Que el sueño rousseauniano de una pureza y de un origen sin mezcla ni suplemento traiciona la contaminación del pensamiento por la escritura, la contaminación del origen del pensamiento, en el origen. La obsesión de Rousseau por la escritura y la lógica de la suplementariedad le hace decir lo que no querría decir y lo obliga a revelar lo que querría borrar: la primacía de la escritura y la originariedad del suplemento.

La práctica de lectura que Derrida inventa señala que “la suplencia agrava la falta”. Por esto, en el momento en que una escritura borra, reduce, disimula, evita, y pone afuera la escritura, excluye la dimensión material, diferencial, falsificante, parasitaria de ella misma. Se traiciona en ese momento y agrava lo que intenta hacer desaparecer; deja que se incluya lo que excluye y que se inscriba lo que intenta borrar. El pensamiento de Rousseau produce así el efecto inverso de aquel que buscaría. El suplemento de discurso de Rousseau sobre el suplemento no es, pues, un apéndice o un suplemento; es el pensamiento de Rousseau “en efecto”, es decir, lo que hace y deshace efectivamente su texto.

Las estrategias de escritura que buscan hacer pasar la escritura por un suplemento nos permiten ver la textualidad paradójica del texto de Rousseau: “La articulación es el devenir-escritura del lenguaje. Ahora bien, Rousseau, que querría decir que ese devenir-escritura sobreviene al origen, se funda en él, luego de él, describe de hecho la manera en que ese devenir escritura sobreviene al origen, adviene desde el origen. El devenir-escritura del lenguaje es el devenir-lenguaje del lenguaje. Rousseau declara lo que quiere decir, a saber que la articulación y la escritura son una enfermedad pos-originaria de la lengua; dice o describe lo que no quiere decir: la articulación y en consecuencia el espacio de la escritura operan en el origen del lenguaje”.[xviii] El análisis derrideano, aquí como en otras partes, no se presenta como un psicoanálisis de los autores o de los textos; por el contrario, se mantiene en el nivel de la inmanencia textual del decir y de lo dicho. En consecuencia, en ningún momento se da ese dominio que podría procurar un saber constituido, como cierto psicoanálisis podría pretender serlo. Obtiene sus fuentes de lectura de los textos y de su textura, y son los textos los que se deconstruyen en el mismo movimiento en que se constituyen.

Al querer (demasiado) excluir y separar la presencia de la representación, el ser de la apariencia, el origen del suplemento, Rousseau, como antes Platón, muestra que “el suplemento es siempre el suplemento de un suplemento. Quiere volverse del suplemento a la fuente: pero debe reconocerse que hay suplemento en la fuente”.[xix] Dicho de otro modo, la presencia, el ser de las cosas, el origen y la fuente no están puros sino afectados, parasitados, contaminados por lo que debería serles exterior y extranjero: la representación, la apariencia, el suplemento, todo lo que el discurso de Rousseau intenta exorcizar y que, en el mismo movimiento, demuestra su presencia.

De este modo, se trata de mostrar que Rousseau quiere mantener afuera lo que ya está adentro, y situar a posteriori lo que siempre está ya ahí. El esfuerzo de Derrida va a consistir, pues, en pensar la constricción y la necesidad que actúan en los discursos y el pensamiento, que los obligan a conjurar y disimular el simulacro, la mentira y lo falso que los habitan y los constituyen sin embargo de antemano.

El discurso de Rousseau es, entonces, doble y ambivalente: el suplemento y la escritura amenazan la verdad, pero representan al mismo tiempo su oportunidad y su posibilidad histórica. El suplemento de escritura es, inseparablemente, la posibilidad de la mentira y de la verdad; no hay, pues, lenguaje sin escritura, origen sin suplemento o ser sin apariencias ni simulacros.

 

LA PRECEDENCIA DEL SUPLEMENTO

Tales análisis obligarían a pensar que el discurso y el texto de Rousseau se deconstruyen como por sí mismos, ya que hacen aparecer lo que quieren hacer desaparecer (la necesidad, en el origen, del suplemento de escritura). Producen así el efecto inverso de aquel que decían querer producir; quieren, entonces, lo que no quieren. En efecto, no solamente el suplemento está primero -es necesario, pues, aceptar pensar la paradoja de un suplemento que no es suplemento de nada, y la locura de un segundo que viene primero- sino que, al mismo tiempo, se multiplica y prolifera, porque nunca hay un origen que pueda servir de referencia para distinguir el original del suplemento, ni para dominar su proliferación.

Este análisis de Rousseau, por parte de Derrida, puede ser comparado al que Deleuze realiza a propósito de Platón en “Platón y el simulacro”[xx] En efecto, Deleuze señala que en la caza al sofista y su obsesión por el simulacro, Platón pone todo en obra para mantener la distinción entre el original y la copia, entre el ser de las cosas y la apariencia. Deleuze señala que la operación de la sofística consiste justamente en hacer proliferar los simulacros, es decir, la apariencia de apariencia; y llama “potencia del simulacro” a la imposibilidad de toda distinción entre original y copia, entre el ser y la apariencia. Según Deleuze, el pensamiento de Platón no llega a disimular que no hay sino simulacros y simulación, no llega a detener el devenir-copia del original ni a impedir que el ser no devenga una apariencia de apariencia. Lejos de esta confusión generalizada, que permite a Deleuze afirmar alegremente la potencia política del nomadismo, el análisis de Derrida se quiere más complejo y más exigente: en ningún momento se trata de afirmar que no hay ni fuente, ni origen, ni presencia, en el texto de Rousseau; se trata más bien de mostrar que el suplemento del origen está en el origen del origen, y que siempre esta ahí: no sobreviene, pues, a posteriori y no hay sino suplemento y posterioridad en el origen. La precedencia es, pues, la temporalidad paradójica del suplemento y de la suplementariedad.

 

No habría obra de Rousseau 

Por esto, Rousseau casi reproduce el texto de Platón que decía: “Reflexiona pues en eso y ten cuidado de tener que arrepentirte un día de lo que dejabas hoy que se divulgara indignamente. La mejor salvaguardia será no escribir sino aprender de memoria, porque es imposible que los escritos no terminen por caer en el dominio público. De ese modo, nunca jamás he escrito sobre estas cuestiones. No hay obra de Platón y no la habrá. Lo que hoy se designa bajo ese nombre es de Sócrates en tiempos de su hermosa juventud. Adiós y obedéceme. En cuanto hayas leído y releído esta carta, quémala.”[xxi]

Por su parte, Rousseau escribe a su editor: “Como sus escritos, tal como los ha compuesto y publicado, no existen ya sino en la primera edición de cada obra que desde hace tiempo ha desaparecido de los ojos del público, el autor declara que todos sus libros antiguos o nuevos, se los imprima ahora o en el futuro bajo su nombre, en el lugar que sea, son falsos o están alterados, mutilados y falsificados, con la mayor malignidad. Y los desautoriza, unos como no pertenecientes a su obra y otros como atribuidos falsamente a él. La impotencia en la que se halla de hacer llegar sus quejas a oídos del público le lleva a intentar como último recurso enviar a diversas personas copias de esta declaración, escritas y firmadas por su mano [...].[xxii]

  

Todo el secreto de la operación de suplemento (y de la operación de lectura de Derrida) se presenta entonces en la lógica temporal excesiva de la precedencia, precedencia que Derrida deja entrever por una marca gramatical extraña: “El origen habr(í)á debido ser puro”. La pureza del origen se encuentra, en efecto, conjugada por Rousseau en futuro anterior (“habrá”): es el futuro de un pasado y de una anterioridad; es así un futuro pasado; en ese sentido hay un retraso de la pureza sobre el origen y la impureza se transforma entonces en el origen de la pureza, aunque la pureza deseada por Rousseau no puede ser entonces sino retrospectiva. El Futuro Anterior (modificado irónicamente por Derrida en Condicional Pasado: (i) entre paréntesis) significa que la pureza del origen, en el origen, habría debido ser la condición incondicional de todo y de todo suplemento, pero deviene condicional y condicionada por el suplemento y por el artificio de la escritura. En el origen del origen se halla el suplemento de suplemento: el origen no es otra cosa que un suplemento de suplemento.

Puede verse aquí, “en obra”, uno de los recursos más frecuentes de la deconstrucción: el desvío y la demora temporal sobrevienen desde el origen y difieren de toda inmediatez. El tiempo está entonces, como diría Hamlet, “fuera de quicio”, “out of joint”. El después viene, pues, antes que el origen que, por su parte, sucede después, con un retraso y una demora que le son constitutivos. Esta precedencia del suplemento o de la escritura afecta irreversiblemente la pureza y la originalidad del origen. Toda cronología es así derribada, como la jerarquía rousseauniana de los valores que se fundaba en el orden cronológico.

 


 

[i] De la grammatologie, op. cit., p. 12.

[ii] Íd., p. 398.

[iii] Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes, La Pléiade, París, p. 156. [Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, Buenos Aires, Hyspamérica, 1984].

[iv] De la grammatologie, op. cit., p. 23.

[v] Ibid, p. 145.

[vi] Íd.

[vii] Íd.

[viii] Íd., p. 29.

[ix] Íd., p. 207.

[x] Íd., p. 237.

[xi] Íd., p. 229.

[xii] Íd., p. 204.

[xiii] Íd., p. 254.

[xiv] Íd.

[xv] Íd., p. 289-290.

[xvi] Íd., p. 305.

[xvii] Íd., p. 308.

[xviii] Íd., p. 326.

[xix] Íd., p. 427.

[xx] Logique du sens, Minuit, París, 1969, pp. 292-307. [Lógica del sentido, Barcelona, Paidós, 1989. Trad. Miguel Morey].

[xxi] Platón, carta VI, citada en La carte postale.

[xxii] Declaración relativa a diferentes reimpresiones de sus obras, París, 23 de enero de 1744.

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