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Nietzsche y Derrida en la Red
Horacio Potel

Conferencia pronunciada en la Alianza Francesa, Buenos Aires el 20 de octubre de 2006 en el marco de las V Jornadas Internacionales Nietzsche y I Jornadas Internacionales Derrida.

a Mónica Cragnolini

Oh cielo por encima de mí, ¡tú puro! ¡elevado! Esta es para mí tu pureza, ¡que no existe ninguna eterna araña y ninguna eterna telaraña de la razón!
Nietzsche, «Así habló Zaratustra», Antes de la salida del sol.

Utilizo la computadora, por supuesto, pero no el correo electrónico y no «navego» por la Red.
Derrida, «El papel o yo, ¡qué quiere que le diga...! (nuevas especulaciones sobre un lujo de los pobres)»

 

Nietzsche y Derrida en la red. ¿Qué quiere decir esto? Acaso Nietzsche y Derrida ¿enredados, atrapados? Nietzsche y Derrida ¿pescados al fin por la red, detenidos, inmovilizados, como pez fuera del agua? (como según Heidegger andaría ahora el pensamiento). ¿Atrapados en una trama infinita de vulgaridad, perdidos, solos, errantes y vagabundos en un océano sin fin o en un mar de arena? «Ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin», dice un personaje de Borges en el cuento llamado precisamente: «El libro de Arena». Recordemos brevemente algunos de los adjetivos de este libro infinito, como infinita parece ser la Red: «libro diabólico», libro «monstruoso»: «era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad».

Antes de avanzar una pregunta ¿se pude estar atrapado en algo infinito, en un lugar sin limites? tal vez, el que recuerde la experiencia de la arena, la experiencia de estar en el desierto que crece y crece, lo pueda afirmar.

Tal vez no se sepa hacia dónde vamos con este discurso; nosotros tampoco lo tenemos muy claro. Es una experiencia muy frecuente, más que habitual, cuando se «navega» por Internet (o cuando se lee a Derrida o a Nietzsche) y otra vez la metáfora marina nos recuerde el océano de agua o de arena. El libro de Arena termina perdido ¿atrapado? en otro infinito, un libro infinito es ocultado en la infinitud de la Biblioteca, otro nombre posible para la Red.

Como el desierto, la red es sin salida, sin meta, sin fin, sin autopista, ni ruta principal, ni camino secundario, en la encrucijada de todas las sendas se constituye en un lugar aporético. La World Wide Web, la tela de araña mundial

Si algo la caracteriza es la falta de centro. O, lo que quizá sea lo mismo, la falta de origen. No hay nada de original en la Web. Repetición de repeticiones, su comienzo ha sido la repetición. Una huella, un trazo, una traza, un rastro, una ceniza en vez de una presencia plena, viva, actual, real; un «comienzo» que nunca ha estado presente, con el que nada ha comenzado. El tiempo estalla o, como recuerda Derrida que dice Hamlet, el tiempo está “fuera de quicio”, “out of joint”. Aquello por venir, no es un presente-futuro, lo que «fue» no es un presente-pasado en verdad tampoco un fue, sino siempre un por venir. Lo posterior precede al origen. El después está antes que el comienzo. La constitución del origen es el retraso y la demora. Ni en un origen puro ni en un futuro deseado está la presencia anhelada, la navegación no termina. Desvelados, en vela, con las velas listas hacia ningún lugar; porque no hay un en-casa, no se llega nunca a ninguna Itaca, no hay final del juego, no hay limite de la red, ni fundamento tranquilizador ni presencia plena al final o al comienzo de ningún camino. Nada original, nada legal. Y si el centro, si el origen, la estancia, la tesis, lo propio, no es más que otro nombre de la muerte, es decir de aquello que se opone a la llegada del evento, a la venida de lo totalmente otro, ¿estarían, entonces, los caminos de la tela de araña, abiertos a lo incalculable, a lo improgramable, a lo imprevisible, a la venida de ese otro que no sé, ni debo saber si es animal, Dios o persona, máquina, cyborg, replicante, hombre, mujer, vivo o no vivo, espectro o (re)aparecido? Ojalá todo fuera tan simple. Enseguida volveremos sobre esto.

Antes, otra vez el infinito: si las repeticiones son infinitas, si la Web se entrega al juego de la copia de la copia sin fin, es justamente porque no hay un centro que interrumpa y funde las repeticiones, no hay el antepasado primordial, el origen, y ésta falta y con ella la imposibilidad de la infinitud, es la que pone en juego la infinitud de las copias. No hay origen que pueda servir para identificar el original del suplemento, ni para dominar su diseminación. Lo que reemplaza al centro-origen es una prótesis, un parásito, un suplemento.

Todos sabemos a qué llama Derrida «fonocentrismo»: el privilegio dado a la presencia plena que se cree encontrar en la voz, en la voz de la conciencia, en el sí mismo. Presencia que seria contaminada, traicionada, parasitada por un suplemento técnico: la escritura, que sería así una astucia artificial y artificiosa, un recurso para hacer aparecer como presente a la palabra cuando ella se encuentra en verdad ausente. La escritura sería así, un parásito, que se añade a una presencia plena de la que no forma parte, un virus que la infecta; por tanto el borrado de la huella, la supresión de los parásitos y la inmunización contra los virus han sido siempre mecanismos fundamentales de eso que llamamos metafísica.

Y permítanme aquí un paréntesis: para recordar a Nietzsche y aquella caracterización suya según la cual los metafísicos hipnotizaron a Dios tejiendo alrededor de él su tela de araña, hasta convertir así a Dios mismo en araña, que entonces, construye el mundo a partir de sí, para cazar en esta proyección suya, en esta estática telaraña, todo lo vivo, para por medio de esta inmovilización, de esta momificación, incorporarlo a sí. Chupando la sangre, en un continuo sacrificio para volver todo sacro, es decir para internalizarlo, para canibalizarlo, la Araña-origen-comienzo, l'universelle araignée, aquella a la que Nietzsche nos llamaba a combatir pasea por la red, ella también.

Entonces la escritura es denunciada por artificial, artefacto técnico, instrumento tecnológico al servicio de la voz. Esta operación del fonocentrismo, no es difícil escucharla hoy en los lamentos por la pérdida de realidad frente a lo aún llamado «virtual». La viejísima oposición Aristotélica de acto y potencia sigue latiendo en la secundarización de lo digital. Secundarización por la cual, para atenernos a nuestro tema, no es lo mismo jamás una publicación en papel, actual, tocable, presente que la misma publicación en la Web. Es más: parece ser el sueño de muchas revistas digitales el paso al papel, al mundo «real» y este paso se anuncia generalmente con bombos y platillos como si de un nacimiento se tratara, no importando que la revista real, tenga un tirada de 50 ejemplares y quede arrumbada en una biblioteca real en donde nadie la visitará mientras su hermana virtual sea consultada por 5000 lectores al día. Y muy probablemente un gran número de esos usuarios a la hora de citar la procedencia de esos textos, inventarán un libro de papel, un fantasma virtual jamás visto. El fantasma del libro habita también los mismos programas editores de texto digital que hablan de y producen supuestas «páginas», «márgenes», «párrafos», etc. El mismo mecanismo en la elección de formatos  que como el PDF, producen fantasmas de libros, copias digitales exactas del libro de papel, olvidando las necesidades y las posibilidades del nuevo soporte en la nostalgia de la presencia perdida, estos formatos está dominando y desplazando de la publicación de textos académicos a otros muchos más flexibles y abiertos pero que no se conforman tan fácilmente a la forma canónica, a la seriedad académica del papel.

 Ya sabemos que lo «virtual» es casi irreal, para los mecanismos de selección, de control y de calificación de la Universidad y otras instituciones, como ya dijo Derrida en una entrevista de 1997: «Durante algún tiempo aún, un tiempo difícil de calibrar, el papel ostenta pues la sacralidad del poder, tiene fuerza de ley, habilita, incorpora, encarna incluso el alma de la ley, su letra y su espíritu». Ese tiempo continua, aún, indudablemente.

Y no se trata de un problema entre «reaccionarios» y «progresistas», sino más bien un problema de reaccionarios-progresistas en tanto y en cuanto ambos mantienen una estructura teleológica y por tanto escatológica ansiosa del borramiento de la huella y deseosa de la presencia plena. Es así como en el bando tecnófilo, para llamarlo de alguna manera, una visión romántica, con  todo lo paradójico que es hablar de un progresismo romántico, alimenta la fantasía de la comunicación inmediata, total y sin control, la transparencia universal, la fraternidad de una renacida Babel, más allá de toda frontera y de toda lengua, gran aldea democrática, mundo feliz de los últimos hombres dedicados a escribir por fin el Libro omnipresente, infinito, sin soporte, puro espíritu, sin autor o más bien obra de todos, del pueblo, del pueblo de Dios ya que se trata del Libro Divino, del Libro de la Naturaleza, del Libro-Mundo, del Libro Total, es decir justo aquel cuya muerte se anunciaba. Proyectos como la Wikipedia ya marchan en este camino.

Hipertexto de hipertextos, la tela de araña, hace estallar la iterabilidad; texto en construcción continua, texto sin autor, se convierte en maquina hiperdiseminante. Como sabemos, según Derrida, el texto singular se independiza desde siempre de su supuesto autor para devenir máquina productora, diseminante del sentido, separada de la conciencia y por tanto de las intenciones y de la plenitud del querer-decir de éste, y de cualquier otro que quiera erigirse en el dueño, o el restaurador de un supuesto sentido originario. La Web, la tela de araña, siempre estuvo implícita en el concepto de escritura, la iterabilidad el surgimiento de lo otro (justamente eso quiere decir itara en sancrito) en la repetición, desarrolla las posibilidades que desde siempre habitaron a la escritura, siempre hubo injertos de textos, copias, hibridaciones, ex-apropiaciónes, contaminación, sin que fuera posible encontrar el texto pleno, el primero, el padre de los demás. La producción textual no siguió nunca una línea recta sino que estuvo desde siempre sumergida en un laberinto, en una red, en una máquina autoproductora; el texto se teje a si mismo, nadie puede y nadie pudo jamás dominar sus hilos. El origen no-originario no se deja llevar ni a un presente de origen simple, ni a una presencia escatológica. Por el contrario, diseminándose en una multiplicidad irreductible, la ausencia rompe el limite del texto, con lo cual queda impedida su totalización y su cierre, nunca acaba el querer-decir, la firma siempre está abierta a una nueva contrafirma. Sobrevive.

Este carácter del texto es exhibido en escritos como «Tímpano» o «Glas», en los que se trata de desbaratar la linealidad tradicional de lo escrito desarticulando la superficie del papel, para lograr como le dice Derrida en una entrevista a Lucette Finas en 1972: «destruir gráfica, prácticamente, la seguridad del texto principal, la oposición centro/periferia, lleno/vacío, dentro/fuera, arriba/abajo». En definitiva, lo que logra la estructura hoy de cualquier página web. Y la misma escritura será definida en la conferencia de 1971 «Qual, cual. Las fuentes de Valéry» como tela de araña. Dice Derrida:

 

[...] La posibilidad para un texto de otorgar(se) varios tiempos y varias vidas se calcula. Digo esto, se calcula: semejante astucia no puede unirse en el cerebro de un autor sencillamente a menos que se le sitúe como una araña algo perdida en un rincón de su tela apartada. La tela, muy pronto, le resulta indiferente al animal fuente que muy bien puede morir sin haber comprendido siquiera lo que ha pasado. Mucho después, otros animales vendrán también a enredarse entre los hilos, especulando, para salir de ahí, sobre el primer sentido de un tejido, es decir, de una trampa textual cuya economía siempre puede ser abandonada a sí misma. A esto se le llama escritura.

 

Es curioso que en Eperons en 1978 diga sobre Nietzsche:

 

En la tela del texto, Nietzsche se encuentra un poco perdido, como una araña desigual a lo que se produce a través de ella, y digo bien como una araña o como varias arañas, la de Nietzsche, la de Lautréamont, la de Mallarmé, las de Freud y de Abraham.

 

Ya volveremos sobre las arañas. Ahora queremos señalar un aspecto de la telaraña, ésta, la World Wide Web, es un gran hipertexto. Esta palabra fue usada por primera vez por Theodor Nelson en los años 60 quien la define así: «Con “hipertexto” me refiero a una escritura no secuencial, a un texto que bifurca, que permite que el lector elija y que se lea mejor en una pantalla interactiva. De acuerdo con la noción popular, se trata de una serie de bloques de texto conectados entre sí por nexos que forman diferentes itinerarios para el usuario». Como vemos, en la definición misma de la palabra hipertexto está la preocupación por romper con la escritura lineal. Esto debe ser tomado con cuidado, en primer lugar porque la escritura, como ya vimos, está desde siempre rompiendo con la linealidad, para no ir muy lejos en la búsqueda de ejemplos, ¿con cuántos textos a la vez hemos compartido la escritura de los textos que leemos hoy aquí? Y este trabajo se viene haciendo desde siempre con o sin Red. Nietzsche creo que decía que un filólogo tiene que consultar unos 50 libros por las mañanas. La Red permite que sean muchos más y ocupen mucho menos espacio y tiempo. Sin contar que por el otro lado, la mayoría de los ordenamientos hipertextuales existentes en la Web responden a los viejos esquemas del libro con su ordenación en capítulos e índices. En realidad, si pensamos en un Hipertexto perfecto, en una máquina que tenga un enlace por cada palabra escrita, un link para cada concepto y que de esos enlaces surjan textos donde también cada palabra remita a un nuevo enlace y así hasta el infinito, lejos de pensar en un aparato que abra la lectura y que haga estallar el sentido, hemos construido un artefacto mortal que deja al texto sin ningún resto, que lo momifica en una máquina de dirección única, donde la supuesta pluralidad se encuentra con una respuesta única siempre, donde toda asociación, toda interpretación, está programada de antemano, donde se ha cerrado en forma total cualquier posibilidad a la venida de lo otro en el cierre de un sistema total. Es decir hemos construido aquel libro del que Derrida anunciaba su muerte, el gran libro total, el libro del saber absoluto, el artefacto hegeliano que tenia en sí, implicada circularmente, la dispersión infinita que nuestro hiperhipertexto permite, un infinito del que nada puede salir, aquel lugar sin límites, tal como Mefistófeles define al infierno en el Doktor Faustus de Marlowe.

Tal artefacto devorador del sentido necesitaría de una Araña; tal spider en cierta forma ya existe, su nombre provisorio es Google, este «hiperlector», concepto este inventado por mi mujer Andrea Ruiz, con la cual nos encontramos y nos enamoramos en la Red hace ya unos cuantos años, se ha convertido para muchísimos usuarios en el origen de la Web, monopolizando las búsquedas en la misma, se convierte en la entrada, en el paradójico «Portal» de la red, cada palabra tiene así un link elegido por la autoridad del robot, el primer texto que surge en la red de hipertextos es una página del buscador indicando, millones de posibilidades, pero ordenadas (neutralizadas) según un orden de importancia que saldría de ecuaciones matemáticas desconocidas, diez apariciones por página de buscador, de las cuales nadie explora más allá de las tres o cuatro primeras de la primera página. Así, el Spider dictamina dónde se debe ir, convertido en guía de multitudes dicta los caminos correctos a seguir, señala los hilos privilegiados y borra, sumerge en lo oculto, aquello que no aparece en sus listas. Si la Web es el gran archivo, Spider es su Arconte máximo. El Archivo, sabemos, es la casa del Arconte es decir, de aquel que ejerce la Arkhé, palabra que nombra el comienzo y el mandato, el origen y la autoridad. El Arconte no sólo es el guardián y el intérprete autorizado del archivo, sino sobre todo su productor: la técnica de archivación determina lo que es y lo que no es archivable, la archivación no sólo registra, ordena, jerarquiza sino que produce el acontecimiento luego archivable y con él las categorías mismas del pensamiento, es decir, del mecanismo ordenador. Este superpoder sobre la información no se limita. Spider cuenta con más estratagemas apropiadoras: identifica cada computadora que se conecta con el buscador mediante un implante que le introduce. Si se usa también el servicio de e-mail que él mismo proporciona, conoce nuestra dirección y tiene todo nuestro correo a su disposición. Como su control de la información le permite manejar el negocio de la publicidad on line, es práctica cada vez más frecuente que los sitios web se suscriban a Spider para mostrar los avisos que él administra. Con esto logra conocer los detalles de la cuenta bancaria y la dirección particular del subscriptor, del que además tiene una linda foto del techo de su casa gracias a su uso de los satélites de información. En el Cyberespacio La Araña extiende sobre todo y todos su mirada divina, desde el cielo y desde nuestra computadora vigila siempre. Sería bueno recordar unas palabras de Jacques Derrida en 1995 en Mal de Archivo: «Ningún poder político sin control del archivo [...]. La democratización efectiva se mide siempre por este criterio esencial: la participación y el acceso al archivo, a su constitución y a su interpretación».

Esto nos lleva a las consecuencias «políticas» para llamarlas de algún modo, de las teletecnologías, y en particular de la Web. Según Derrida, lo que produce el cyberespacio, la descolocación de lo virtual, es la deconstrucción de los conceptos tradicionales y dominantes de Estado-Nación y, por tanto, del concepto mismo de lo «político» vinculado desde siempre con la actualidad de un territorio. Lo político es nacional. El concepto de frontera, constituye el concepto de Estado y sus conexos: política, propiedad, inmunidad, comunidad, sacralidad. Lo que está en deconstrucción es entonces el concepto mismo de soberanía, que se piensa siempre como absoluta es decir, indivisible e incondicional. Dios es uno. Grito de guerra hoy desde muchos bandos. Y si Dios es uno, todo debe caer bajo el imperio de lo mismo, nuevamente el Dios araña de Nietzsche fagocitando desde su sí mismo, toda otredad. Compulsión infinita de lo Mismo. Se trataría entonces de deconstruir la soberanía en nombre de lo incondicional, es decir en primer lugar, del acontecimiento como lo incondicionado mismo, el por-venir. Porque el acontecimiento es lo inapropiable, aquello en lo que la apropiación, la asimilación, deben fracasar. Lo que viene como inapropiable, por tanto aquello inanticipable, que en su carácter de lo por venir, no puede estar nunca en presente, ser presentado, ser presentable, pre-visto. Debe anunciarse entonces sin pre-venir, no puede estar en el horizonte, no podemos ir hacia él, viene hacia nosotros, no hay camino que nos lleve hacia él, no es un fin a alcanzar, no tiene nada que ver pues con ningún telos, con ninguna teleología, con ninguna escatología, con ninguna forma, ni Idea, con ningún modelo que nos espere al inicio o al final de ningún camino, no está en ningún lugar como tal, es posible sólo como lo im-posible. Procede de lo imposible, es la venida de lo imposible. Al ser in-apropiable no se deja subsumir por ningún concepto, por ningún nombre, aunque ese nombre sea el del Ser. Venida sin seguridad, es un puede-ser, un quizá, y un a lo que viene; y lo que viene es lo real, pero no esa realidad de la «cosa» que justamente en cuanto cosa cosificada, cosa nombrada, cosa programada, cosa apropiada, frena e interrumpe la llegada de lo otro. ¿Es entonces eso que se llama «virtual» y que suele oponerse a la realidad de la cosa «actual»? No en tanto se siga entendiendo lo virtual como la potencia que tiene en el acto su telos. Lo real entonces justamente como aquella venida del otro, de lo otro que resiste a la apropiación de lo Mismo. Si el acontecimiento es lo imprevisible, lo no programable, lo incalculable, pareciera que no hay más que oposición entre acontecimiento y máquina, entre acontecimiento y técnica. Pero justamente el acontecimiento es lo inesperado. En 2001, en una serie de conferencias en la Biblioteca Nacional de Francia, Jacques Derrida nos sorprende:

 

«Será preciso, pues, en el porvenir (pero no habrá porvenir más que bajo esta condición) pensar tanto el acontecimiento como la máquina como dos conceptos compatibles, incluso indisociables. [...] sería entonces, por esa novedad misma, un acontecimiento, el único y el primer acontecimiento posible, porque im-posible [...] semejante monstruo adventicio sería, esta vez, por primera vez, también producido por alguna máquina. [...] No renunciar ni al acontecimiento ni a la máquina, no tornar secundario ni el uno ni la otra, no reducir jamás el uno a la otra, ésta es quizá una forma vigilante de pensar que nos mantiene trabajando a algunos de “nosotros” desde hace varias décadas»

 

Exceso de la máquina en la máquina que desarma el cálculo maquinal y que viene de lo incalculable.

Pero ¿podría ser la telaraña el medio, el medium del acontecimiento? Demasiados filtros, demasiados formularios que llenar, demasiados schibboleth para acreditar que pertenecemos, que estamos suscriptos, que somos uno de los «nuestros» y que nuestro nombre está consignado en la base de datos; demasiadas visas y pasaportes, demasiadas fronteras en donde entregar todas nuestras filiaciones por la mísera zanahoria de un paso más; demasiados implantes fijándose sin parar en el cuerpo de nuestra computadora harta ya de tanta cookie y observada por miles de ojos en cada una de sus acciones; muchísimas, demasiadas propagandas cegándonos y haciéndonos ruidos de todos lados; muchísima basura, muchísima copia de copia de copia entorpeciendo el paso a lo inesperado; mucho filtro, mucha aduana, mucho policía, mucho gendarme y mucho cancerbero para que pueda alguna vez arribar el arribante. Parece imposible, es imposible, pero sabemos que la imposibilidad misma es justamente la condición de posibilidad del acontecimiento. Si la Web fuera la conexión perfecta e instantánea, si ninguna interrupción opacara la homogeneidad absoluta, del consenso común de la comunidad de los conectados en «tiempo real», como ciertos gurúes de lo digital ha deseado y vaticinado, pues entonces , entonces sin interrupción, sin desconexión, sin diferencia, no habría lugar a la llegada de ningún acontecimiento, es decir de ningún otro, de ningún porvenir. Y el porvenir como dicen los Espectros de Marx: «El porvenir sólo puede ser de los fantasmas»

En la película Gost Dance de 1982, Derrida haciendo de Derrida dice: «La tecnología moderna, contrariamente a las apariencias, aunque sea científica decuplica el poder de los fantasmas». El discurso sobre lo «virtual» cree como lo obvio mismo, que este concepto se opone a lo actual, a la realidad efectiva; como la muerte se opondría a la vida, como el simulacro se opondría a la presencia real. Todos sabemos que desde sus comienzos Derrida, por ejemplo en la conferencia sobre Freud de 1966, ha sostenido que la vida es la muerte, porque la vida es huella, porque la vida se protege como repetición, como différance, como ceniza, porque no es del orden de la presencia, porque no hay vida presente primero que luego se resguarde en la repetición, en el suplemento, en la huella; sino que es la huella, la différance, el retardo, la repetición lo que es originario o dicho de otro modo que es el no-origen lo originario. Del mismo modo los medios técnicos en general, las tele-tecnologías no están ni vivas ni muertas, son fantasmas espectralizantes. No están ausentes ni presentes, no dependen de la esencia de la vida ni de la esencia de la muerte, ya que la esencia está fatalmente contaminada por la técnica, que es otra forma de decir que la repetición es lo originario. La vida y la técnica no se oponen. La vida en su proceso autoinmune debe recibir a lo otro dentro de sí para constituirse en sí, la iterabilidad, la prótesis, el simulacro, estas figuras de la muerte protegen a la vida. La vida es técnica asediada por la repetición. Con lo cual la ontología cede su lugar a la «hantologie», una ontología asediada por fantasmas tele-tecno-mediáticos. Y debe suplantarla para poder pensar el acontecimiento, es decir lo que viene y está por venir, por venir que no se puede pensar desde una lógica binaria o dialéctica que oponga lo virtual, lo fantasmal, el simulacro a lo real, efectivo, presente, vivo. Porque como dice Blanchot: «el hecho de estar ahí no es la venida. Ante el Mesías que está ahí, debe seguir resonando la llamada: “Ven, ven”». Y para eso se necesita otro pensamiento del tiempo que ya no sea un encadenamiento de presentes idénticos y continuos sobre una línea recta o circular. Ese tiempo espectral se anuncia ya en la Red. Es el tiempo de la posibilidad es decir, el tiempo de la virtualidad.

Pero como decíamos más arriba, las tele-tecnologías no sólo ponen fuera de quicio al tiempo; difieren, deslocalizan, virtualizan, también al espacio. Deconstruyen aquello que Derrida llama la ontopología, es decir esa estructura del pensar que une el valor ontológíco de la presencia plena a su lugar, su sitio, su situación. Patria, tierra, suelo, casa, cuerpo propio en general, todos estos conceptos están sumergidos en medio del terremoto de la aceleración introducida por los mecanismos teletecnomediáticos en una deconstrucción de lo propio que viene sucediendo desde siempre, pero ahora a un ritmo estallado. El concepto de Estado-nación y sus subsidiarios se ven arrollados en este tiempo en el que, según el temor de un Heidegger, en 1935, ha llegado el momento: «cuando cualquier acontecimiento en cualquier lugar se haya vuelto accesible con la rapidez que se desee, cuando se pueda “asistir” simultáneamente a un atentado contra un rey en Francia y a un concierto sinfónico en Tokio». Es como si un parásito, un virus de computadora quizá, un gusano de esos que se transmiten instantáneamente por la red, estuviera carcomiendo, como siempre han hecho los virus a lo propio en general y a los Estados y su Soberanía en particular. Un virus no lo olvidemos, como un fantasma, no está ni vivo ni muerto, otro indecidible que coloca todo bajo el signo de la deslocación, bajo la destinoerrancia.

Esta deslocación generalizada tiene, claro, dos caras: una de ellas nos muestra la transmisión de saberes, discursos, modelos; transmición acelerada, facilitada, liberada de algunas barreras tradicionales, de algunas gendarmerías y algunas policías, de algunas censuras políticas, económicas, académicas y o editoriales. El archivo se libera y se puede transmitir a velocidad instantánea para su apropiación y debate, más allá de toda frontera estatal.

Es más que evidente que:

a) el derecho de acceso al archivo (y el acceso «contemporáneo» al mismo, tema más que importante para estas regiones «alejadas» del mundo donde el tiempo corría más lento),

b) el derecho a la participación en la constitución del mismo (cuestión ésta sobre la que habría que meditar en la responsabilidad que le cabe a cada uno y a las instituciones que dicen velar por el saber, ante una Web vacía de contenidos filosóficos y donde la producción de los mismos no es incentivada por ninguna institución sino que depende exclusivamente del esfuerzo individual y se ejerce por tanto en condiciones cuasi artesanales)

Y

c) el derecho a la interpretación de lo archivado (que incluye la decisión sobre lo archivable, hoy día dejada al automatismo del mercado, con la consecuencia de una incesante producción de basura banal, y nuevamente deberíamos en este punto, ligado indisociablemente con  el anterior, tomar nota de nuestra obligaciones personales e institucionales para que algún día, algún criterio de selección, que sin volver a las viejas formas de la sanción y legitimación canónicas, permita algún tipo de ordenamiento que no sea el que impone el mercado). Estos tres puntos y otros más constituyen tareas ineludibles de una democracia por venir.

No hacerlo dejará que pase lo que pasa: una concentración cada vez más grande de la información y el poder, del poder de la información en corporaciones más allá de cualquier control, que seguirán en su tarea de proliferación de la banalidad en un descontrol del vale todo por un lado, y en un control por el otro cada vez más obsesivo, minucioso, detallado al milímetro y al segundo de la vida y el cuerpo de cada individuo; control disponible hasta en sus menores detalles, a la disposición inmediata de las policías de todo tipo, sean éstas, de control político (seguridad), de control económico (bancos) o de control de la vida («salud» «pública»).

La ruina del Estado-Nación es también la ruina de su derecho, y por tanto, también de ese particular derecho de copia, que se conoce también como derecho de autor. El autor, lo sabemos, es una figura en deconstrucción. La Red, con su capacidad infinita de copiar, injertar, tejer, yuxtaponer textos en todas las formas de la reiteración y de la modificación, es otro de los mecanismos que arruina el concepto de autor y sus concepciones conexas: el sujeto, el sujeto soberano, la identidad, la conciencia, la intención, la presencia a sí, la autonomía, la propiedad, el origen; pero como ya vimos la identidad está asediada por la diferencia, la propiedad está habitada desde siempre por una impropiedad irremediable, la presencia encuentra su origen siempre en la ausencia. El deseo de autoría es el de un querer-decir-correcto, de una intención-de-significación, de un querer-comunicar-ésto y solo ésto, de ser el padre y el dueño del texto. Esto, sabemos es imposible, el texto se escapa siempre, resiste siempre a todo intento de apropiación. Sabemos que Derrida ha escrito en La escritura y la diferencia: «Ausencia del escritor también. Escribir es retirarse [...] Ir a parar lejos de su lenguaje, emanciparlo o desampararlo, dejarlo caminar solo y despojado. Dejar la palabra. Ser poeta es saber dejar la palabra. Dejarla hablar completamente sola, cosa que sólo puede hacerse en lo escrito [ ..]. Dejar la palabra es no estar ahí más que para cederle el paso, para ser el elemento diáfano de su procesión: todo y nada. Respecto a la obra, el escritor es a la vez todo y nada» Pero por otro lado la apropiación no es sólo del autor, la Red está llena de tachaduras de nombre para inscribir sobre el borrado, el propio. El robo, la falsificación, la simulación, un mecanismo de apropiación generalizado está a la orden del día y esto es un conflicto de interpretaciones, un conflicto en el que no podemos no intervenir. Debemos defender el sentido contra toda apropiación a manos de poderes anónimos que se han vuelto universales y actúan movidos por un racionalidad puramente económica, empeñados en llenar el espacio, dominar cada uno de los hilos, atrapar a todas las moscas con la dulzura de las baratijas, para extraerles toda su sangre o para derramarla, si no es lo suficientemente nutritiva. No debemos imponer nuestra autoridad al texto que producimos y al mismo tiempo no debemos permitir que se le imponga una interpretación que cierre toda interpretación en un sentido único. Pero este ejercicio de responsabilidad sobre lo dado, este tratar de evitar que se lo convierta en un presente envenenado, no es y no se debe confundir con el copyright, el paradójico derecho de copia, como si alguien pudiera ser dueño de la iterabilidad maquínica, esta pretensión atañe a los que viven de vender libros de papel y es un problema de ellos, problema de corporaciones internacionales que dificultan nuestro derecho al archivo; son ellos los que tendrán que encontrar una manera de sobrevivir, y eso pasará seguramente por algún mecanismo autoinmunitario, algo deberán cambiar las editoriales, algo deberán incorporar de la Red, si no, la pura reacción inmunitaria del nada con el otro, la pura defensa legal de unos derechos ineficaces y divorciados de la justicia no los lleva ni los llevará a ningún sitio. Habrá que cambiar algo de esos derechos que se pretenden absolutos, y que de creerles a las tapas de los libros prohíben no sólo las bibliotecas, sino hasta el préstamo, el don, el regalo; el libro sólo puede ser mercancía para ellos, cualquier otro uso esta prohibido es malo e ilegal. Lo menos que se puede decir de este planteo es que su ingenuidad no tiene ningún por venir y ninguna inocencia.

 

El 22 de septiembre de 2001 en Frankfurt, Derrida, tras haber recibido el premio Theodor W. Adorno termina su discurso de esta manera:

 

«Pero no sabemos cómo ni sobre qué soporte, sobre qué velas para qué Schleiermacher de una hermenéutica por venir, sobre qué tela y sobre qué fichu WWWeb se empeñará mañana el artista de este tejido (hyphantes, dira el Platon del Político). Nosotros no sabremos nunca sobre qué fichu Web pretenderá sellar o enseñar nuestra historia un Weber por venir.»

 

Siendo su última palabra una de Celan: «Nadie testimonia por el testigo».

Nosotros reunidos hoy aquí, somos los Webers, los tejedores, los fabricantes de redes, los enredadores, los que no podemos testimoniar por Derrida, justamente porque aceptamos su herencia, no podemos hablar por él ni en su nombre, no pretendemos sellar su historia, pero no podemos hacer otra cosa que inscribirla, con lo cual ya comienza el borrado de la huella, y a la vez una construcción otra de la ceniza, todos los archivos con los que se elaboraron las imágenes fantasmales que se proyectan detrás de mí, están ya hoy, en alguna fichu Web. Ellas son una de las formas de la sobre-vida de Jacques Derrida, su fantasma, al igual que el de Nietzsche, habita la tela que tejemos y destejemos, en un duelo imposible e infinito. Porque avertidos por Zaratustra, no queremos ser esa voluntad de verdad que extiende su tela de araña, sobre todo lo que existe, voluntad de lo mismo de acabar con todo resto, con todo lo que se resiste, con todo lo que queda, permanece sin permanecia, sobrevive al substraerse, substrayéndose de la igualación; voluntad de fabricar el pensamiento, de que todo es pensable, de que no hay lo impensable, que todo es un espejo que refleja una sola, la misma única monótona imagen.

No nos queda más que seguir sus testamentos, ambos nos han pedido que los abandonemos; Zaratustra y Derrida nos piden que los dejemos solos y que nos quedemos solos, que nos alejemos y nos cuidemos de ellos, que nos alejemos antes de que nos aplasten sus ídolos, que destruyamos sus coronas, que aprendamos a odiarlos. Y esto lo dicen en nombre del amor: «Prefieran la vida y afirmen sin descanso la sobrevida... Los amo y les sonrío desde donde quiera que esté.» Estas son las últimas palabras que Derrida se escribe vivo para ser leídas cuando este muerto, en el Adiós. Adiós que no será ni puede ser el último, justamente porque ellos nos han enseñado a alejarnos, a huir de sus ídolos, a no introyectarlos, a no apropiarnos de ellos como si fueran estatuas de piedras, muertas bien muertas y que nos matan con su peso, a no guardar dentro nuestro su ideal, para no encerrarlos en la cripta de nuestra mismidad, canibalizándolos, impidiendo la sobrevida de sus fantasmas, sobrevida que implica liberar los nombres de Nietzsche-Derrida, al mar de las interpretaciones, a la diseminación sin fin de sus textos, dejar que sus nombres, que sus firmas queden abiertos, lo cual de alguna manera es una traición. Nadie va a testimoniar por el testigo, porque no queremos encerrarlo en eso que fue, no queremos que su nombre sea su último nombre, por lo cual no podemos más que borrar su nombre. Para no desnombrarlos no podemos nombrarlos. Inscribirlos en la Red es el primer paso de esta traición, la única que pude mantener su sobrevida, el ir y venir de sus fantasmas. Para respetar sus alteridades, para conservar la infinita distancia que nos piden, debemos olvidar eso que fueron y no son, o mejor dicho eso que desde siempre estuvieron dejando de ser. Borrar el presente de un nombre para asegurar su por-venir.

Introyección, interiorización del recuerdo, idealización. Eso es ser un Weber-Spider, que inmoviliza para siempre en sus redes al otro hasta sacarle hasta la última gota de su sangre. «Die Welt ist fort, ich muss dich tragen», nuevamente un verso de Celan. Esta vez aparece en el hermosísimo adiós que Derrida le dedica a Gadamer. Die Welt ist fort: Cuando el mundo se ha ido, se fugó, nos abandonó, no está, está perdido, ha muerto; entonces, en ese fin del mundo, fin del mundo tanto para el que parte como para el heredero, en ese momento, en ese instante: ich muss dich tragen, je dois te porter, il me faut te porter, debo, tengo, es necesario llevarte en brazos, cargarte, portarte, hacerme cargo. Este tragen no es apropiación ni expropiación, y responde a la fidelidad infiel que nos ha sido exigida, llevar al otro como la madre lleva a su hijo por nacer, hacerse cargo de las cenizas pero para que la huella siga su trazo sin fin. Por eso Nietzsche y Derrida en la Red, al menos para nosotros, para no olvidarlos. Porque como ha dicho Derrida «guardar al otro dentro de si, como si mismo, eso es ya olvidarlo. El olvido comienza allí. Es necesaria entonces la melancolía.». Y es necesaria  para la vida, necesaria para la sobrevida, para evitar el mal absoluto de la vida absoluta, la vida eterna, la vida plenamente presente, la vida de los dioses que es la muerte absoluta. Abandonarlos, entonces, dejarlos solos, desprotegerlos, con las puertas de la casa abiertas de par en par o mejor en la intemperie, en cualquier encrucijada de cualquier red a la espera de la llegada de cualquier otro, para que entonces, si,  Nietzsche y Derrida estén siempre por venir.

 Horacio Potel

La presente conferencia consta de dos textos paralelos: uno es el que figura en la columna de la izquierda, que corresponde a la parte leida por el expositor. Mientras esto ocurría, en el mismo tiempo, se proyectaban por detrás de él imágenes, imágenes en movimiento, voces, textos. La reproducción de la conferencia requeriría por tanto la presentación simultanea de ambos textos y su intersección en determinados momentos. Por cuestiones de tamaño de archivos renunciamos a esta posibilidad y la reemplazamos por otra que sugiera al menos, algunos de los trazos de esa conjunción de textos.

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