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ENGLISH VERSION
Too liquid to be solid?
The current administration’s economic policies are often criticized as being eccentric (not to say autistic) in today’s world but in monetary terms at least Argentina would appear to be completely in step — always allowing for the vast disparity in scale, there would not seem to be too much difference between Martín Redrado’s Central Bank and Ben Bernanke’s Federal Reserve, given the mutual allergy to higher interest rates and given the astonishing way the Fed’s injection of liquidity has reversed the subprime meltdown of only six months ago into new stock market records. There seems to be a perverse mechanism at work whereby the greater the crisis in the United States economy (and hence for the dollar), the greater the “flight to quality” (and hence to the dollar or at least US Treasury bonds) from the rest of the world — a circle which would be more virtuous than vicious were it not for the fact that a flight to new stratospheres is hardly the best way to make a soft landing. But in the meantime Argentina is joining the ride more than most, despite its maverick image, and why not?
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A menudo se critican a las políticas económicas del actual gobierno por resultar excéntricas (por no decir autistas) en el mundo de hoy, pero en términos monetarios al menos la Argentina parece estar totalmente en sintonía. Teniendo siempre en cuenta las vastas disparidades en la escala, no parecería haber mucha diferencia entre el Banco Central de Martín Redrado y la Reserva Federal de Ben Bernanke, dada la mutua alergia a las tasas de interés más altas y dada la asombrosa manera en la que la inyección de liquidez de la Reserva revirtió la crisis de las hipotecas de alto riesgo hace seis meses hasta convertirla en nuevos récords para las bolsas. Parece haber un mecanismo perverso por el que mientras más grande sea la crisis en la economía de los Estados Unidos (y por lo tanto para el dólar), más grande es la “fuga hacia la ca- lidad” (y por lo tanto hacia el dólar o al menos los bonos del tesoro estadounidense) del resto del mundo: un círculo que resultaría más virtuoso que vicioso de no ser porque trepar hacia nuevas estratósferas difícilmente sea la mejor manera de realizar un aterrizaje suave. Pero mientras tanto la Argentina está subiéndose al tren más que la mayoría de los demás países, a pesar de su imagen rebelde, ¿y por qué no? Pero si los patrones monetarios de la Argentina están en líneas ge- nerales alineados con el ancho y alocado mundo, ¿por qué no tener el coraje de ir a fondo y permitir que flote la moneda? La “nueva conver- tibilidad” del gobierno de depreciar al peso aun contra un dólar debilitado (con presiones industriales sobre la futura presidencia para que haya más devaluación, mayormente a causa de una inopia de competitividad) efectivamente importa inflación, que es el principal riesgo de la estabilidad económica hoy (mucho más que el presumiblemente temporario pico de gasto electoral). Los dos Kirchner siguen obstinadamente reaccionando con negación a la inflación, pero el problema ya no se puede desestimar mediante dibujos estadísticos, ya sea por medios leales o espurios: hasta las esperanzas depositadas en aplicar los métodos de “inflación núcleo” de Estados Unidos se van a pique ante el hecho de que las cifras de la inflación del INDEC sin precios estacionales (7,3% en lo que va del año) exceden al grotescamente subcalculado índice general (5,8%). Pero por ahora el gobierno sólo puede ver el lado positivo de sus políticas pro-cíclicas, especialmente el renovado auge en los precios de los bienes primarios y las ganancias inesperadas en retenciones a las exportaciones para las arcas oficiales. Pero las actuales políticas monetaria y cambiaria no hacen más que alimentar el alza de los precios al consumidor en el plano local y de la deuda pública en el extranjero (otro poderoso motivo para mentir acerca de la inflación y así reducir los desembolsos por bonos indexados por el CER). Un cambio de presidencia debería ser el momento ideal para preguntarse seriamente si las políticas que por lo general han resultado exitosas en los pasados cuatro años son necesariamente las mejores para los próximos cuatro años.
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