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ENGLISH VERSION
All for one?
The first question invariably asked about any election is who will win but in the case of next month’s presidential elections, which have every appearance of a foregone conclusion, not only is it more interesting and important to ask whether the probable winner, first lady Cristina Fernández de Kirchner, represents continuity or change — in many ways the answer to this question influences the outcome, presenting the main doubts as to who will win. Mrs. Kirchner stands to win because, quite apart from the overwhelming clout of an incumbent government, she can represent continuity and promise change at the same time but therein also lie the main potential problems.
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La primera pregunta que se hace siempre respecto de cualquier elección es quién ganará, pero en el caso de las elecciones presidenciales del mes que viene, que dan toda la impresión de previsibilidad, no sólo resulta más interesante e importante preguntarse si la triunfadora probable, la primera dama Cristina Fernández de Kirchner, representa la continuidad o el cambio: en varios sentidos, la respuesta a esta pregunta influye en el resultado, planteando las principales dudas sobre quién ganará. La señora de Kirchner lleva las de ganar porque, independientemente del peso abrumador de un gobierno en funciones, puede representar la continuidad y prometer el cambio al mismo tiempo, pero allí radican también los principales problemas posibles. Toda duda sobre el carácter sustentable del modelo puede disiparse con las alusiones de cambio, pero la señora de Kirchner sólo puede cambiar las políticas cambiando su equipo y aquellos amenazados con el desplazamiento pueden ser decididamente más peligrosos que la oposición misma: hay motivos para pensar que la avalancha de escándalos de los últimos tres meses se ha originado en esos círculos más que en la oposición propiamente dicha, en las investigaciones mediáticas o por mera casualidad. La política inclusiva de cooptar a la oposición resulta difícil de derrotar desde fuera, pero puede autodestruirse desde dentro ya que también crea su propia oposición. Los comicios de octubre no deberían ser previsibles ya que en las últimas elecciones a mitad de mandato de 2005 (cuando la presidencia de Néstor Kirchner estaba en la cima de su éxito y sin ninguno de los pro-blemas que ahora están en el horizonte) el 58% del electorado votó por las alternativas. Pero quizá el problema primordial de la oposición es que ninguno de sus tantos candidatos estimó pertinente consultar a ese 58% sino que simplemente se postularon para la presidencia con la misma indiferencia institucional que el kirchnerismo: la única interna de alguna importancia de la oposición la realizaron los radicales en esta ciudad y a ellos les falta su propio candidato presidencial. Luchar al mismo nivel contra un gobierno afianzado parece ser una causa perdida; en lugar de centrar sus esfuerzos en enfrentar a varios candidatos individuales contra todo un aparato, la oposición debería regresar a 2005 y buscar la victoria a nivel legislativo conservando el 58% de los votos de entonces. Después de todo, mientras el bastión del gobierno en la provincia de Buenos Aires representa el 38% del electorado (que aventaja cómodamente a esta metrópolis, y las ciudades de Córdoba y Rosario donde peor le ha ido a Kirchner en los comicios locales), sólo cubre 35 de las 127 bancas del Congreso que están en juego. Entretanto, la oposición puede reconstruir los partidos, que se han atomizado completamente por las rivalidades narcisistas de los candidatos presidenciales. Una afirmación de mejorar la calidad institucional sólo se vuelve creíble cuando los medios son institucionales.
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