Jacques Derrida

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LINGÜÍSTICA Y GRAMATOLOGÍA
Jacques Derrida
Traducción de O. Del Barco y C. Ceretti en DERRIDA, J., De la gramatología, Siglo XXI, México, 1998, pp. 37-57. Edición digital de Derrida en castellano.

 Ferdinand de Saussure

 

La escritura sólo es la representación del habla; es extraño que se ponga más cuidado en determinar la imagen que el objeto.

J. - J. ROUSSEAU, Fragment inédit d’un essai sur les langues.

 

El concepto de escritura debiera definir el campo de una ciencia. Pero, ¿pueden definirlo los científicos al margen de. todas las predeterminaciones histórico-metafísicas que acabamos de situar tan escuetamente? Qué puede significar, en primer término, una ciencia de la escritura si se ha establecido:

 

1° que la idea de ciencia nació en una cierta época de la escritura;

 

2° que fue pensada y formulada, en tanto tarea, idea, proyecto, en un lenguaje que implicaba un cierto tipo de relaciones determinadas -estructural y axiológicamente- entre habla y escritura;

 

3° que, de esta manera, estuvo ligada en primer lugar al concepto y a la aventura de la escritura fonética, valorizada como el telos de toda escritura, en tanto que lo que fue constantemente el modelo ejemplar de la cientificidad -la matemática- nunca dejó de alejarse de ella;

 

4° que la idea más precisa de una ciencia general de la escritura nació, por razones que no son fortuitas, en una cierta época de la historia del mundo (que se ubica alrededor del siglo XVIII) y en un cierto sistema determinado de las relaciones entre el habla “viva” y la inscripción;

 

5° que la escritura no sólo es un medio auxiliar al servicio de la ciencia -y eventualmente su objeto- sino que es en primer lugar, como lo recuerda en particular Husserl en El origen de la geometría, la condición de posibilidad de los objetos ideales y, por lo tanto, de la objetividad científica. Antes de ser su objeto, la escritura es la condición de la episteme;

 

6° que la historicidad misma está ligada a la posibilidad de la escritura: a la posibilidad de la escritura en general, más allá de las formas particulares de escritura, en nombre de las cuales durante mucho tiempo se ha hablado de pueblos sin escritura y sin historia. Antes de ser el objeto de una historia -de una ciencia histórica- la escritura abre el campo de la historia -del devenir histórico-. Y aquélla (Historie, se diría en alemán) supone ésta (Geschichte).

Por lo tanto, la ciencia de la escritura tendría que ir a buscar su objeto en la raíz de la cientificidad. La historia de la escritura debiera volverse hacia el origen de la historicidad. ¿Ciencia de la posibilidad de la ciencia? ¿Ciencia de la ciencia que ya no tendría la forma de la lógica sino de la gramática? ¿Historia de la posibilidad de la historia, que no sería ya una arqueología, una filosofía de la historia o una historia de la filosofía?

Las ciencias positivas y clásicas de la escritura no pueden sino reprimir este tipo de preguntas. Hasta un cierto punto esta represión es incluso necesaria para el progreso de la investigación positiva. La pregunta onto-fonomenológica sobre la esencia, vale decir sobre el origen de la escritura, no sólo estaría aún encerrada en la lógica filosofante, sino que por sí misma únicamente podría paralizar o esterilizar la investigación histórica y tipológica de los hechos.

Tampoco es nuestra intención comparar esta cuestión perjudicial, esta escueta, necesaria y, de una cierta facilidad, fácil cuestión de derecho, con la potencia y eficacia de las investigaciones positivas a las que nos es dado asistir actualmente. Nunca la génesis y el sistema de las escrituras han dado lugar a exploraciones tan profundas, amplias y seguras. Tanto menos se trata de comparar la cuestión con el peso de los descubrimientos, cuanto que son imponderables. Si esto no es completamente así, es tal vez porque su represión tiene consecuencias efectivas en el contenido de las investigaciones, que en el presente caso y por privilegio siempre se ordenan alrededor de problemas de definición y de comienzo.

El gramatólogo, menos que nadie, puede evitar interrogarse sobre la esencia de su objeto en forma de una pregunta por origen: “¿Qué es la escritura?” quiere decir “¿dónde y cuándo comienza la escritura?”. En general, las respuestas vienen muy rápidamente. Circulan en conceptos muy poco criticados y se mueven en evidencias que parecen haber sido siempre sobreentendidas. En torno a estas respuestas se ordenan siempre una tipología y una perspectiva del devenir de las escrituras. Todas las obras que tratan de la historia de la escritura están compuestas de la misma forma: una clasificación de tipo filosófico y teleológico agota los problemas críticos en algunas páginas y de inmediato se pasa a la exposición de los hechos. Contraste entre la fragilidad teórica de las reconstrucciones y la riqueza histórica, arqueológica, etnológica, filológica de la información.

Ambas preguntas, la del origen de la escritura y la del origen del lenguaje, muy difícilmente se separan. Pero los gramatólogos, que por lo general son debido a su formación historiadores, epigrafistas, arqueólogos, raramente vinculan sus investigaciones a la moderna ciencia del lenguaje. Esto sorprende más por cuanto la lingüística es, entre las “ciencias del hombre”, aquella cuya cientificidad se ofrece como ejemplo con urgente e insistente unanimidad.

¿Puede entonces, de derecho, esperar la gramatología de parte de la lingüística una ayuda esencial que casi nunca ha buscado de hecho? ¿No descubre, por el contrario, actuando eficazmente en el movimiento por el que la lingüística se ha instituido como ciencia, una presuposición metafísica en lo que se refiere a las relaciones entre habla y escritura? ¿Esta presuposición no obstaculizará la constitución de una ciencia general de la escritura? ¿Al mostrar esta presuposición no se conmueve el paisaje en el que se instaló apaciblemente la ciencia del lenguaje? ¿Para mejor o para peor? ¿Para la ceguera o para la productividad? Este es el segundo tipo de pregunta que quisiéramos esbozar ahora. Para precisarla preferimos aproximarnos, como a un ejemplo privilegiado, al proyecto y los textos de Ferdinand de Saussure. Trataremos, aquí y allá. de hacer algo más que presuponer que la particularidad del ejemplo no compromete la generalidad de nuestro discurso.

La lingüística quiere ser la ciencia del lenguaje. Dejemos de lado ahora todas las decisiones implícitas que han establecido dicho proyecto y todos los problemas que la fecundidad de esta ciencia deja sin tratar en relación a su propio origen. En primer lugar consideremos simplemente que desde el punto de vista que nos interesa, la cientificidad de esta ciencia es reconocida por lo general en razón de su fundamento fonológico. La fonología, se dice repetidamente en la actualidad, comunica su cientificidad a la lingüística, la que sirve de modelo epistemológico a todas las ciencias humanas. La orientación deliberada y sistemáticamente fonológica de la lingüística (Troubetzkoy, Jakobson, Martinet) lleva a cabo un intento que, en primer lugar, fue de Saussure: por esta razón nos atendremos, en lo esencial y al menos provisoriamente, a este último. ¿Lo que diremos tendrá validez, a fortiori, para las formas extremas del fonologismo? Trataremos al menos de plantear el problema.

La ciencia lingüística determina el lenguaje -su campo de objetividad- en última instancia y en la simplicidad irreductible de su esencia, como la unidad de phoné, glossa y logos. Esta determinación es anterior, de derecho, a todas las diferenciaciones eventuales que han podido surgir en los sistemas terminológicos de las distintas escuelas (lengua / habla; código / mensaje; esquema / uso; lingüística / lógica; fonología / fonemática / fonética / glosemática). Inclusive si se quisiera confinar la sonoridad en el ámbito del significante sensible y contingente (lo que sería imposible, en sentido estricto, pues las identidades formales recortadas en una masa sensible son ya idealidades no puramente sensibles), sería necesario admitir que la unidad inmediata y privilegiada que funda la significancia y el acto de lenguaje es la unidad articulada del sonido y del sentido en la fonía. Frente a esta unidad la escritura siempre sería derivada, agregada, particular, exterior, duplicación del significante: fonética. “Signo de signo” decían Aristóteles, Rousseau y Hegel.

Sin embargo, la intención que instituye a la lingüística general como ciencia permanece en este sentido en la contradicción. Un discurso declarado confirma, diciendo lo que se sobreentiende sin ser dicho, la subordinación de la gramatología, la reducción histórico-metafísica de la escritura al rango de instrumento sometido a un lenguaje pleno y originariamente hablado. Pero otro gesto (no decimos otro discurso pues, aquí, lo que no se sobreentiende sin ser dicho es hecho sin ser dicho, escrito sin ser proferido) libera el porvenir de una gramatología general de la que la lingüística-fonológica sólo sería una región dependiente y circunscripta. Sigamos en Saussure esta tensión del gesto y del discurso.

 

1. El afuera y el adentro

Por una parte, según la tradición occidental que regula no sólo en la teoría sino también en la práctica (en el principio de su práctica) las relaciones entre habla y escritura, Saussure sólo le reconoce a ésta una función limitada y derivada. Limitada, porque no es más que una modalidad entre otras de los acontecimientos que pueden sobrevenirle a un lenguaje cuya esencia, según parecen mostrar los hechos, puede permanecer siempre pura de toda relación con la escritura. “La lengua, pues, tiene una tradición oral independiente de la escritura” Curso de lingüística general, Clg., p. 73).* Derivada, puesto que representativa: significante del primer significante, representación de la voz presente en sí misma, de la significación inmediata, natural y directa del sentido (del significado, del concepto, del objeto ideal o como se quiera). Saussure retoma la definición tradicional de la escritura que ya en Platón y Aristóteles se concentraba en torno del modelo de la escritura fonética y del lenguaje de palabras. Recordemos la definición aristotélica: “Los sonidos emitidos por la voz son los símbolos de los estados del alma, y las palabras escritas los símbolos de las palabras emitidas por la voz.” Saussure: “Lengua y escritura son dos sistemas de signos distintos; la única razón de ser del segundo es la de representar al primero" (Clg. p. 72. La bastardilla es nuestra.) Esta determinación representativa, además de comunicar sin duda esencialmente con la idea de signo, no traduce una elección o una evaluación, no expresa una presuposición psicológica o metafísica propia de Saussure, sino que describe o más bien refleja la estructura de un determinado tipo de escritura: la escritura fonética, aquella de la que nos servimos y en cuyo elemento la episteme en general (ciencia y filosofía), la lingüística en particular, pudieron instaurarse. Sería por otra parte necesario decir modelo en lugar de estructura: no se trata de un sistema construido y funcionando perfectamente, sino de un ideal que dirige explícitamente un funcionamiento que de hecho nunca es íntegramente fonético. De hecho, pero también por razones de esencia sobre las que volveremos a menudo.

Ese factum de la escritura fonética es masivo, es verdadero, dirige toda nuestra cultura y nuestra ciencia y no es, por cierto, un simple hecho entre otros. No responde sin embargo a ninguna necesidad de esencia absoluta y universal. Ahora bien, es a partir suyo que Saussure define el proyecto y el objeto de la lingüística general: “El objeto lingüístico no queda definido por la combinación de la palabra escrita y la palabra hablada; esta última es la que constituye por sí sola el objeto de la lingüística. (p. 72. La bastardilla es nuestra.)

La forma de la pregunta a la que se responde así predestinaba la respuesta. Se trataba de saber qué tipo de palabra constituye el objeto de la lingüística y cuáles son las relaciones entre esas unidades atómicas que son la palabra escrita y la palabra hablada. Ahora bien, la palabra (vox) es ya una unidad del sentido y del sonido, del concepto y de la voz o, para expresarnos más rigurosamente en el lenguaje saussuriano, del significado y del significante. Esta última terminología fue propuesta en principio, por otra parte, sólo en el dominio de la lengua hablada, de la lingüística en un sentido estricto y no de la semiología (“Y proponemos conservar la palabra signo para designar el conjunto, y reemplazar concepto e imagen acústica respectivamente con significado y significante.” [p. 129. La palabra es ya una unidad constituida, un efecto de "ese hecho en cierta manera misterioso: que el ‘pensamiento-sonido’” implica divisiones [p. 192). Inclusive si la palabra está a su vez articulada, inclusive si ella implica otras divisiones, en tanto se plantee el problema de las relaciones entre habla y escritura considerando unidades indivisibles del “pensamiento-sonido”, la respuesta ya estará preformada. La escritura será “fonética”, será el afuera, la representación exterior del lenguaje y de ese “pensamiento-sonido”. Necesariamente la escritura tendrá que obrar a partir de unidades de significación ya constituidas y en cuya formación no habrá tenido ninguna participación.

Tal vez se nos objete que la escritura, lejos de contradecirla, nunca hizo otra cosa que confirmar la lingüística de la palabra. En efecto, hasta aquí se ha podido dar la impresión de que sólo la fascinación por esta unidad que se llama palabra había impedido acordarle a la escritura la consideración que merecía. Hemos hecho suponer que si se dejara de conceder un privilegio absoluto a la palabra, la lingüística moderna se volvería más atenta a la escritura y dejaría al fin de sospechar de ella. André Martinet llega a la conclusión inversa. En su estudio sobre La palabra,[i] describe la necesidad a que obedece la lingüística actual cuando es llevada, si bien no a dejar completamente de lado el concepto de palabra, al menos a atenuar su uso, a asociarlo con conceptos de unidades más pequeñas o más grandes (monemas o sintagmas). Ahora bien, al acreditar y consolidar en el interior de ciertas áreas lingüísticas la división del lenguaje en palabras, la escritura habría estimulado de esta manera a la lingüística clásica en sus prejuicios. La escritura habría construido o por lo menos condensado la “pantalla de la palabra”.

 

“Lo que un lingüista contemporáneo puede decir de la palabra, ilustra claramente, la revisión general de los conceptos tradicionales a que ha debido proceder la investigación funcional y estructuralista de los últimos treinta y cinco años con el fin de brindar una base científica para la observación y descripción de las lenguas. Ciertas aplicaciones de la lingüística, como las investigaciones relativas a la traducción mecánica, por la insistencia que ponen en la forma escrita del lenguaje, podrían hacer creer en la importancia fundamental de las divisiones del texto escrito y hacer olvidar que es precisamente del enunciado oral del que hay que partir siempre para comprender la naturaleza real del lenguaje humano. Además, es indispensable, más que nunca, insistir en la necesidad de llevar el examen más allá de las apariencias inmediatas y de las estructuras que resulten más familiares para el investigador. Detrás de la pantalla de la palabra es donde surgen muy a menudo los rasgos realmente fundamentales de la lengua humana.”

 

No pueden dejar de suscribirse estos llamados de atención. Debe reconocerse no obstante que los mismos sólo incitan a sospechar de un cierto tipo de escritura: el de la escritura fonética que se adecua a las divisiones empíricamente determinadas y practicadas de la lengua oral ordinaria. Los procedimientos de traducción mecánica a los que se hace alusión se reglan del mismo modo sobre esta práctica espontánea. Más allá de este modelo y de este concepto de escritura, pareciera que toda la demostración debe ser reconsiderada. Puesto que permanece presa en la limitación saussuriana que tratamos de identificar.

En efecto, Saussure limita a dos el número de los sistemas de escritura, ambos definidos como sistemas de representación del lenguaje oral, ya sea que representen palabras, de manera sintética y global, ya sea que representen, fonéticamente, los elementos sonoros que constituyen las palabras:

 

“No hay más que dos sistemas de escritura: 1º El sistema ideográfico, en el cual la palabra está representada por un signo único y ajeno a los sonidos de que se compone. Ese signo se refiere al conjunto de la palabra, y de ahí, indirectamente, a la idea que expresa. El ejemplo clásico de tal sistema es la escritura china. 2º El sistema llamado comúnmente “fonético”, que aspira a reproducir la serie de sonidos que se suceden en la palabra. Las escrituras fonéticas pueden ser silábicas o alfabéticas, es decir, basadas en los elementos irreductibles del habla. Por lo demás las escrituras ideográficas se hacen fácilmente mixtas: ciertos ideogramas, desviados de su valor primero, acaban Por representar sonidos aislados” ( pp. 74/75 ).

 

En el fondo esta limitación está justificada, a ojos de Saussure, por la noción del carácter arbitrario del signo. Al ser definida la escritura como “un sistema de signos”, no hay escritura “simbólica” (en el sentido saussuriano), y tampoco escritura figurativa: no hay escritura mientras el grafismo conserve una relación de figuración natural y de cierto parecido con lo que ya no es significado sino representado, dibujado, etc. El concepto de escritura pictográfica o de escritura natural sería, por lo tanto, contradictorio para Saussure. Si se piensa en la fragilidad hoy reconocida de las nociones de pictograma, de ideograma, etc., en la imprecisión de las fronteras entre las escrituras denominadas pictográficas, ideográficas, fonéticas, se puede medir no sólo la imprudencia de la limitación saussuriana sino la necesidad, para la lingüística general, de abandonar toda una familia de conceptos heredados de la metafísica -muchas veces por intermedio de una psicología- y que se agrupan alrededor del concepto de arbitrario. Todo esto remite, por sobre la oposición naturaleza / cultura, a una oposición acaecida entre physis y nomos, physis y techne, cuya última función sea tal vez la de derivar la historicidad; y, paradójicamente, sólo reconocer sus derechos a la historia, a la producción, a la institución, etc., bajo la forma de lo arbitrario y sobre un fondo de naturalismo. Pero dejemos provisoriamente abierto este problema: tal vez ese gesto que preside verdaderamente la institución de la metafísica esté también inscripto en el concepto de historia e inclusive en el concepto de tiempo.

Saussure introduce además otra tajante limitación:

 

“Vamos a limitar nuestro estudio al sistema fonético, y muy especialmente al que hoy en día está en uso y cuyo prototipo es el alfabeto griego” (p. 75).

 

Estas dos limitaciones son tanto más tranquilizadoras por cuanto responden oportunamente a la más legítima de las exigencias: la cientificidad de la lingüística exige como condición, en efecto, que el campo lingüístico tenga fronteras rigurosas, que sea un sistema reglado por una necesidad interna y que, en cierto modo, su estructura sea cerrada. El concepto representativista de la escritura facilita las cosas. Si la escritura sólo es la “representación” (p. 71) de la lengua, se tiene el derecho de excluirla de la interioridad del sistema (pues sería necesario creer que hay un adentro de la lengua), así como la imagen debe poder excluirse sin perjuicio del sistema de la realidad. Al proponerse por tema “la representación de la lengua por la escritura”, Saussure comienza por plantear que la escritura es “por sí misma extraña al sistema interno” de la lengua (p. 71) . Externo / interno, imagen / realidad, representación / presencia, tal es la vieja rejilla a la que se confía la responsabilidad de esbozar el campo de una ciencia. ¡Y de qué ciencia! De una ciencia que ya no puede responder al concepto clásico de la episteme pues su campo tiene como originalidad -una originalidad que la inaugura- el hecho de que la apertura en él de la “imagen” aparezca allí como condición de la “realidad”: relación que ya no se deja pensar en la diferencia simple y la exterioridad sin compromiso de la “imagen” y de la “realidad”, del “afuera” y del “adentro”, de la “apariencia” y de la “esencia”, con todo el sistema de oposiciones que se encadena necesariamente a ello. Platón, que en esencia decía lo mismo de las relaciones entre escritura, habla y ser (o idea), tenía al menos una teoría de la imagen, de la pintura y de la imitación, más sutil, más crítica y más inquieta que la teoría que preside el nacimiento de la lingüística saussuriana.

No es por azar que la consideración exclusiva de la escritura fonética permite responder a la exigencia del “sistema interno”. La escritura fonética tiene precisamente como principio funcional el de respetar y proteger la integridad del “sistema interno” de la lengua, inclusive si no logra hacerlo de hecho. La limitación saussuriana no responde, por una feliz comodidad, a la exigencia científica del “sistema interno”.  Esta, exigencia está constituida, como exigencia epistemológica en general, por la posibilidad de la escritura fonética y por la exterioridad de la “notación” respecto a la lógica interna.

Pero no debemos simplificar: en relación con este tema hay también en Saussure cierta preocupación. Si no fuera así, ¿por qué concedería tanta atención a ese fenómeno externo, a esa figuración exiliada, a ese afuera, a ese doble? ¿Por qué considera “imposible hacer abstracción” de lo que, sin embargo, se designa como lo cabalmente abstracto en relación con el adentro de la lengua?

 

“Así, aunque la escritura sea por sí misma extraña al sistema interno, es imposible hacer abstracción de un procedimiento utilizado sin cesar para representar la lengua; es necesario conocer su utilidad, sus defectos y sus peligros.” (p. 71).

 

La escritura tendría, pues, la exterioridad que se le concede a los utensilios; instrumento imperfecto, por añadidura, y técnica peligrosa, casi podría decirse maléfica. Se comprende entonces mejor por qué Saussure, en lugar de tratar esta figuración exterior en un apéndice o al margen, le consagra casi al comienzo del Curso un capítulo tan trabajado. Más que de esbozar, se trata de proteger e incluso restaurar el sistema interno de la lengua en la pureza de su concepto contra la contaminación más grave, más pérfida, la más permanente, la que no ha dejado de amenazarlo, incluso de alterarlo, en el transcurso de lo que Saussure quiere considerar a toda costa como una historia externa, como una serie de accidentes que afectan a la lengua y le sobrevienen desde el afuera, en el momento de la “notación” (p. 72), como si la escritura comenzara y terminara con la notación. Ya el Fedro (275 a) decía que el mal de la escritura viene desde afuera ( jzvden). La contaminación por medio de la escritura, su acto o su amenaza, son denunciados con acentos de moralista y de predicador por el lingüista ginebrino. El acento tiene importancia, todo sucede como si en el momento en que la ciencia moderna del logos quiere acceder a su autonomía y a su cientificidad, fuera necesario aún hacer el proceso de una herejía. Este acento ya comenzaba a hacerse oír cuando, en el momento de anudar ya en la misma posibilidad la episteme y el logos, el Fedro denunciaba la escritura como una intrusión de la técnica artificiosa, una fractura de clase totalmente original, una violencia arquetípica: irrupción del afuera en el adentro, cortando la interioridad del alma, la presencia viva del alma consigo en el logos verdadero, la asistencia que se brinda a sí misma el habla. Desarrollándose así, la vehemente argumentación de Saussure apunta, más que a un error teórico o a una falta moral, a una especie de impureza y, ante todo, aun pecado. El pecado fue definido muchas veces -entre otros por Malebranche y por Kant- como la inversión de las relaciones naturales entre el alma y el cuerpo en la pasión. Saussure denuncia la inversión de las relaciones naturales entre habla y escritura. No se trata de una simple analogía: la escritura, la letra, la inscripción sensible, siempre fueron consideradas por la tradición occidental como el cuerpo y la materia exteriores al espíritu, al aliento, al verbo y al logos. Y el problema del alma y del cuerpo es, sin duda, derivado del problema de la escritura, al cual parece -inversamente- prestarle sus metáforas.

La escritura, materia sensible y exterioridad artificial: un “vestido”. Muchas veces se ha negado que el habla fuera un vestido para el pensamiento. Husserl, Saussure, Lavelle, no dejaron de hacerlo. Pero ¿se dudó alguna vez que la escritura fuera un vestido del habla? Para Saussure inclusive es un vestido de perversión, de extravío, un hábito de corrupción y de disimulación, una máscara a la que es necesario exorcizar, vale decir conjurar mediante la buena palabra: “...la escritura vela y empaña la vida de la lengua: no es un vestido sino un disfraz” (p. 79). Extraña “imagen”. Se sospecha ya que si la escritura es “imagen” y “figuración” exterior, esta “representación” no es inocente. El afuera mantiene con el adentro una relación que, como siempre, no es de mera exterioridad. El sentido del afuera siempre estuvo en el adentro, prisionero fuera del afuera, y recíprocamente.

Por lo tanto una ciencia del lenguaje tendría que volver a encontrar relaciones naturales, lo que quiere decir simples y originales. entre el habla y la escritura, es decir entre un adentro y un afuera. Tendría que restaurar su absoluta juventud y su pureza de origen más acá de una historia y de una caída que habrían pervertido las relaciones entre el afuera y el adentro. Habría así una naturaleza de las relaciones entre signos lingüísticos y signos gráficos, y es el teórico de lo arbitrario del signo quien nos lo recuerda. Según las presuposiciones histórico-metafísicas que evocábamos anteriormente, habría ante todo un vínculo natural del sentido con los sentidos, y es el que va del sentido al sonido: “...el vínculo natural, dice Saussure, el único verdadero, el del sonido” ( p. 74) . Este vínculo natural del significado (concepto o sentido) con el significante fónico condicionaría la relación natural que subordina la escritura (imagen visible, se dice) al habla. Esta relación natural es la que habría sido invertida por el pecado original de la escritura: “La imagen gráfica acaba por imponerse a expensas del sonido... y la relación natural queda invertida” (p. 74). Malebranche explicaba el pecado original por la desatención, por la tentación de la facilidad y de la pereza, por esa nada que fue la “distracción” de Adán, el único culpable frente a la inocencia del verbo divino: éste no ejerció ninguna fuerza, ninguna eficacia, porque no pasó nada. También aquí se ha cedido a la facilidad que está curiosamente, pero como siempre, de lado del artificio técnico y no de la inclinación del movimiento natural así contrariado o desviado:

 

“En primer lugar, la imagen gráfica de las palabras nos impresiona como un objeto permanente y sólido más propio que el sonido para constituir la unidad de la lengua a través del tiempo. Ya puede ese vínculo ser todo lo superficial que se quiera y crear una unidad puramente ficticia: siempre será mucho más fácil de comprender que el vínculo natural, el único verdadero, el del sonido” (pp. 73/74. La bastardilla es nuestra).

 

El hecho de que “la imagen gráfica de las palabras nos impresiona como un objeto permanente y sólido, más propio que el sonido para constituir la unidad de la lengua a través del tiempo”, ¿no es también un fenómeno natural? En realidad, es que una naturaleza mala, “superficial”, “ficticia” y “fácil” cancela por impostura la buena naturaleza: la que liga el sentido al sonido, el “pensamiento-sonido”. Fidelidad con la tradición que siempre hizo comunicar la escritura con la violencia fatal de la institución política. Se trataría, como para Rousseau por ejemplo, de una ruptura con la naturaleza, de una usurpación que iría a la par con la ceguera teórica acerca de la esencia natural del lenguaje, en última instancia sobre “el vínculo natural entre los signos instituidos” de la voz y “el primer lenguaje del hombre”, el “grito de la naturaleza” (Segundo Discurso). Saussure: “Pero la palabra escrita se mezcla tan íntimamente a la palabra hablada de que es imagen que acaba por usurparle el papel principal” (p. 72. La bastardilla es nuestra). Rousseau: “La escritura sólo es la representación del habla; es extraño que se ponga más cuidado en determinar la imagen que el objeto.” Saussure: “Cuando se dice que es necesario pronunciar una letra de tal o cual manera, se toma la imagen por el modelo . . . Para explicar tal extravagancia se añade que en ese caso se trata de una pronunciación excepcional” (p. 80).[ii] Lo que es insoportable y fascinante es esta intimidad que mezclaría la imagen con la cosa, la grafía con la fonía, hasta un punto tal que por un efecto de espejo, de inversión y de perversión, el habla aparece a su vez como el speculum de la escritura que “usurpa así el papel principal”. La representación se une con lo que representa hasta el punto de hablar como se escribe, se piensa como si lo representado sólo fuera la sombra o el reflejo del representante. Promiscuidad peligrosa, nefasta complicidad entre el reflejo y lo reflejado que se deja narcisísticamente seducir. En este juego de la representación el punto de origen se vuelve inasible. Hay cosas, las aguas y las imágenes, un remitirse infinito de unas a otra, pero ninguna fuente. No hay ya origen simple. Puesto que lo que es reflejado se desdobla en sí mismo y no sólo porque se le adicione su imagen. El reflejo, la imagen, el doble desdobla aquello que duplica. El origen de la especulación se convierte en una diferencia. Lo que puede mirarse no es uno y la ley de la adición del origen a su representación, de la cosa a su imagen, es que uno más uno hacen al menos tres. Ahora bien, la usurpación histórica y la extravagancia teórica que instalan la imagen entre los derechos de la realidad están determinadas, para Rousseau y Saussure, como olvido de un origen simple. El desplazamiento es apenas anagramático: “Se acaba por olvidar que se aprende a hablar antes que a escribir, y la relación natural queda invertida” (p. 74). Violencia del olvido. La escritura, medio mnemotécnico, al suplir a la buena-memoria, a la memoria espontánea, significa el olvido. Es lo que decía precisamente Platón en el Fedro, comparando la escritura con el habla como la hypomnesis con la mnemé, el auxiliar ayuda-memoria con la memoria viva. Olvido en cuanto mediación y salida fuera de sí del logos. Sin la escritura éste permanecería en sí. La escritura es la disimulación en el logos de la presencia natural, primera e inmediata del sentido en el alma. Su violencia aparece en el alma como inconsciencia. Desconstruir esta tradición tampoco consistirá entonces en invertirla, en volver inocente a la escritura. Más bien consistirá en mostrar por qué la violencia de la escritura no le sobreviene a un lenguaje inocente. Hay una violencia originaria de la escritura porque el lenguaje es, en primer término y en un sentido que se mostrará progresivamente, escritura. La “usurpación” existe desde un principio. El sentido del buen derecho aparece en un efecto mitológico de retorno.

“Las ciencias y las artes” se han instalado en esta violencia, su “progreso” ha consagrado el olvido y “corrompido las costumbres”. Saussure anagramatiza aún a Rousseau: “La lengua literaria agranda todavía la importancia inmerecida de la escritura . . . la escritura se arroga de esta ventaja una importancia a que no tiene derecho” (p. 74). Cuando en relación con este tema los lingüistas se comprometen en un error teórico, cuando se dejan sorprender, son culpables, su falta es ante todo moral, han cedido a la imaginación, a la sensibilidad, a la pasión, han caído en la “trampa” (p. 73) de la escritura, se dejaron fascinar por el “prestigio de la escritura” (ibid.), de esta costumbre, de esta segunda naturaleza. “La lengua, pues, tiene una tradición oral independiente de la escritura, y fijada de muy distinta manera; pero el prestigio de la forma escrita nos estorba el verla.” Por lo tanto no seríamos ciegos a lo visible, sino que estaríamos enceguecidos por lo visible, deslumbrados por la escritura. “Los primeros lingüistas se equivocaron en esto, como antes se habían equivocado los humanistas. Ni el mismo Bopp... Sus sucesores inmediatos cayeron en la misma trampa.” Rousseau dirigía el mismo reproche a los Gramáticos: “Para los Gramáticos el arte del habla casi es el arte de la escritura.”[iii] Como siempre la “trampa” es el artificio disimulado en la naturaleza. Esto explica que el Curso de lingüística general trate ante todo este extraño sistema externo que es la escritura. Explicación previa necesaria. Para restituir lo natural a sí mismo es necesario ante todo desmontar la trampa. Más adelante se leerá:

 

“Se tendría que sustituir inmediatamente lo artificial con lo natural; pero eso es imposible hasta que no se hayan estudiado los sonidos de la lengua; porque, separados de sus signos gráficos, ya no representan más que nociones vagas y todavía se prefiere el apoyo, aunque engañoso, de la escritura. Así, los primeros lingüistas, que nada sabían de la fisiología de los sonidos articulados, caían a cada paso en estas trampas; desprenderse de la letra era para ellos perder pie; para nosotros es el primer paso hacia la verdad” (p. 88. Comienzo del capítulo sobre “La fonología”).

 

Para Saussure, ceder al “prestigio de la escritura” es, decimos nosotros de inmediato, ceder a la pasión. Es la pasión -y hemos sopesado este término- lo que analiza Saussure y critica como moralista y psicólogo de una tradición muy vieja. Como se sabe, la pasión es tiránica y esclavizante: “... la crítica filológica falla en un punto: en que se atiene demasiado servilmente a la lengua escrita y olvida la lengua viviente” (p. 40). “...tiranía de la letra”, dice en otra parte Saussure (p. 81). Esta tiranía es en el fondo el dominio del cuerpo sobre el alma, la pasión es una pasividad y una enfermedad del alma, la perversión moral es patológica. La acción de retorno de la escritura sobre el habla es “viciosa”, dice Saussure, “.. . lo cual es, en realidad. un hecho patológico” (p. 81). La inversión de las relaciones naturales habría engendrado así el culto perverso de la letra-imagen: pecado de idolatría, “superstición por la letra” dice Saussure en los Anagrammes[iv] donde encuentra dificultad para probar la existencia de un “fonema anterior a toda escritura”. La perversión del artificio engendra monstruos. La escritura, como todas las lenguas artificiales que se querría fijar y sustraer a la historia viva de la lengua natural, participa de la monstruosidad. Es una separación de la naturaleza. La característica de tipo leibniziano y el esperanto serían lo mismo. La irritación de Saussure frente a semejantes posibilidades le dicta comparaciones triviales: “El hombre que pretendiera construir una lengua inmutable que la posteridad debería aceptar tal cual la recibiera se parecería a la gallina que empolla un huevo de pato” (p. 143). Y Saussure quiere salvar no sólo la vida natural de la lengua sino los hábitos naturales de la escritura. Es necesario proteger la vida espontánea. De esta manera, en el interior de la escritura fonética común es preciso cuidarse de no introducir la exigencia científica y el gusto por la exactitud. La racionalidad aquí sería portadora de muerte, de desolación y de monstruosidad. Por esta razón es necesario mantener la ortografía común al abrigo de los procedimientos de notación del lingüista y evitar la multiplicación de los signos diacríticos:

 

“¿Sería cosa de sustituir las ortografías usuales con un alfabeto fonológico? Tan interesante cuestión aquí sólo puede ser rozada; para nosotros, la escritura fonológica debe limitarse al servicio de los lingüistas. Ante todo ¡cómo hacer adoptar un sistema uniforme a los ingleses, alemanes, franceses, españoles, etc.! Luego un alfabeto aplicable a todas las lenguas correría el peligro de obstruirse con signos diacríticos; y sin hablar del aspecto desolador que presentaría una página de semejante texto, es evidente que a fuerza de precisar, tal escritura oscurecería lo que quiere aclarar, y embrollaría al lector. Y esos inconvenientes no quedarían compensados por ventajas suficientes. Fuera de la ciencia, la exactitud fonológica no es muy deseable” (p. 85).

 

Que nadie se engañe respecto a nuestra intención. Pensamos que las razones de Saussure son muy buenas y no se trata de discutir, al nivel en que él lo dice, la verdad de lo que dice Saussure con semejantes acentos. Y mientras no esté elaborada una problemática explícita, una crítica de las relaciones entre habla y escritura, lo que él denuncia como un prejuicio ciego de los lingüistas clásicos o de la experiencia común, permanece como un prejuicio ciego sobre el fondo de una presuposición general que sin duda es común a los acusados y al fiscal.

Querríamos enunciar, más bien, los límites y las presuposiciones de lo que parece estar sobreentendido y que conserva para nosotros los caracteres y la validez de la evidencia. Ya los límites comenzaron a aparecer: ¿por qué un proyecto de lingüística general, concerniente al sistema interno en general de la lengua en general, esboza los límites de su campo excluyendo, como exterioridad en general, un sistema particular de escritura, por más importante que sea y aunque, de hecho, fuese universal?[v] Sistema particular que tiene precisamente por principio o al menos como proyecto declarado, ser exterior al sistema de la lengua hablada. Declaración de principio, voto piadoso y violencia histórica de un habla que sueña con su plena presencia consigo, viviéndose como su propia reasunción: el presunto lenguaje que se dice a sí mismo, la auto-producción del habla llamada viva, capaz, decía Sócrates, de prestarse asistencia a sí misma, logos que cree ser en sí mismo su propio padre, elevándose de esta manera por sobre el discurso escrito, hijo que aún no habla, e inválido por no poder responder cuando se lo interroga y que, teniendo “siempre necesidad de la asistencia de su padre” (tsu pxtrdd zei ditki bshyou-Fedro 275 d), debe por lo tanto haber nacido de un corte y de una expatriación primarios, que lo condenaron a ser errabundo, al enceguecimiento y al duelo. Presuntamente lenguaje que se dice a sí mismo, pero en realidad habla que se engaña, al creerse viva, y que se violenta, al no ser “capaz de defenderse” (dunftsw en d nnki jxudf) sino expulsando al otro y en primer término a su otro, arrojándolo afuera y abajo con el nombre de escritura. Pero por importante que sea, y aunque sea universal o esté llamado a serlo, este modelo particular que es la escritura fonética no existe: nunca ha existido una práctica que fuese puramente fiel a su principio. Incluso antes de hablar, como lo haremos más adelante, de una infidelidad radical y necesaria a priori, pueden ya señalarse fenómenos masivos en la escritura matemática o en la puntuación, en el espaciamiento en general, que son difíciles de considerar como simples accesorios de la escritura. El hecho de que un habla llamada viva pueda prestarse al espaciamiento en su propia escritura, es lo que originariamente la pone en relación con su propia muerte.

Por último, la “usurpación” de que habla Saussure, la violencia mediante la cual la escritura se sustituiría a su propio origen, a lo que debería no sólo haberla engendrado sino que se habría engendrado de sí mismo, semejante inversión de poder no puede ser una aberración accidental. La usurpación nos remite necesariamente a una profunda posibilidad de esencia. Que está, sin duda, inscripta en el habla y hubiera sido necesario interrogarla, e incluso, tal vez, partir de ella.

Saussure confronta el sistema de la lengua hablada con el sistema de la escritura fonética (e inclusive alfabética) como con el telos de la escritura. Esta teleología conduce a interpretar como crisis pasajera y como algo accidental a toda irrupción de lo no-fonético en la escritura, y por lo tanto se tendría el derecho de considerarla como un etnocentrismo occidental, un primitivismo pre-matemático y un intuicionismo preformalista. Pero si esta teleología responde a cierta necesidad absoluta, la misma debe ser problematizada como tal. El escándalo de la “usurpación” nos invita a ello expresamente y desde el interior. ¿Cómo han sido posibles la trampa y la usurpación? Saussure, al margen de una psicología de las pasiones y de la imaginación, y de una psicología reducida a sus esquemas más convencionales, nunca responde a esta pregunta. Se explica aquí mejor que en otra parte, por qué toda la lingüística, sector determinado en el interior de la semiología, está colocada bajo la autoridad y la vigilancia de la psicología: “Al psicólogo toca determinar el puesto exacto de la semiología” (p. 60) . La afirmación del vínculo esencial, “natural”, entre la phoné , y el sentido, el privilegio acordado a un orden de significante (que se convierte entonces en el significado máximo de todos los otros significantes), pertenecen expresamente y en contradicción con otros niveles del discurso saussuriano, a una psicología de la conciencia y de la conciencia intuitiva. Lo que no es interrogado aquí por Saussure es la posibilidad esencial de la no-intuición. De la misma manera que Husserl, Saussure determina teleológicamente esta no-intuición como crisis. El simbolismo vacío de la notación escrita -por ejemplo en la técnica matemática- es también para el intuicionismo husserliano lo que nos exilia lejos de la evidencia clara del sentido, vale decir de la presencia plena del significado en su verdad y abre así la posibilidad de la crisis. Esta es una crisis del logos. No obstante esta posibilidad permanece ligada por Husserl al movimiento de la verdad y a la producción de la objetividad ideal: ésta tiene, en efecto, una necesidad esencial de la escritura.[vi] Por todo un aspecto de su texto, Husserl nos hace pensar que la negatividad de la crisis no es un simple accidente. Pero entonces es del concepto de crisis de quien tendría que sospecharse, en la medida en que está vinculado a una determinación dialéctica y teleológica de la negatividad.

Por otra parte, para explicar la “usurpación” y el origen de la “pasión”, el clásico y superficial argumento de la permanencia sólida de la cosa escrita, sin ser simplemente falso recurre a descripciones que precisamente no son del ámbito de la psicología. Esta nunca podrá encontrar en su dominio aquello por lo que se constituye la ausencia del signatario, sin hablar de la ausencia del referente. Pero la escritura es el nombre de estas dos ausencias. Explicar la usurpación mediante el poder de duración de la escritura, mediante la virtud de dureza de la sustancia escrita, ¿no es, por otra parte, contradecir lo que se afirma en otro lugar sobre la tradición oral de la lengua, la que sería “independiente de la escritura, y fijada de muy distinta manera” (p. 73) ? Si estas dos “fijezas” fueran de la misma naturaleza y si la fijeza de la lengua hablada fuera superior e independiente, el origen de la escritura, su “prestigio” y su pretendida nocividad quedarían como un misterio inexplicable. Sin embargo todo sucede como si Saussure quisiera simultáneamente demostrar la alteración del habla por medio de la escritura, denunciar el mal que ésta le ocasiona a aquélla, y subrayar la independencia inalterable y natural de la lengua. “ . . . es la lengua independiente de la escritura” (p. 72) : ésta es la verdad de la naturaleza. Y no obstante la naturaleza está afectada -desde el afuera- por una perturbación que la modifica en su adentro, que la desnaturaliza y la obliga a separarse de sí misma. La naturaleza al desnaturalizarse a sí misma, al separarse de sí misma, recibiendo naturalmente su afuera en su adentro, es la catástrofe, acontecimiento natural que trastrueca la naturaleza, o la monstruosidad, separación natural dentro de la naturaleza. La función que asume en el discurso rousseauniano, como ya lo veremos, la catástrofe, es delegada aquí a la monstruosidad. Citemos íntegramente la conclusión del capítulo VI del Curso (“Representación de la lengua por la escritura”), al que sería necesario comparar con el texto de Rousseau sobre la Pronunciación:

 

“Y la tiranía de la letra va todavía más lejos: a fuerza de imponerse a la masa llega a influir en la lengua y a modificarla. Eso no sucede más que en los idiomas muy literarios, en los que tan considerable papel desempeñan los documentos escritos. Entonces la imagen visual llega a crear pronunciaciones viciosas: lo cual es, en realidad, un hecho patológico. Eso se ve con frecuencia en francés. Así, para el apellido Lefévre (del latín faber) había dos grafías, una popular y sencilla Lefévre, otra culta y etimológica Lefébvre. Debido a la confusión de u y v en la antigua escritura, Lefébvre se leyó Lefébure, con una b que nunca había existido realmente en la palabra y con una u procedente de un equívoco. Pero en la actualidad esa forma se pronuncia realmente” (pp. 81/82).

 

Podría preguntarse ¿dónde está el mal? Y ¿qué carga ha sido puesta en la “palabra viva” que vuelve insoportables esas “agresiones” de la escritura? ¿quién comienza por determinar la acción constante de la escritura como deformación y agresión? ¿Qué interdicción se ha transgredido así? ¿Dónde está el sacrilegio? ¿Por qué debe sustraerse la lengua materna a la operación de la escritura? ¿Por qué considerar esta operación como una violencia y por qué la transformación será sólo una deformación? ¿Por qué carecería la lengua materna de historia o, lo que es lo mismo. produciría su propia historia de una manera perfectamente natural, autista y doméstica, sin ser afectada jamás desde ningún afuera? ¿Por qué querer castigar la escritura por un crimen monstruoso, hasta el punto de soñar con reservarle, en el propio tratamiento científico, un “compartimiento especial” para tenerla a distancia? Porque es en una especie de leprosario intralingüístico donde Saussure quiere contener y concentrar el problema de las deformaciones por la escritura. Y por no estar persuadidos de que acogería mal las inocentes preguntas que terminamos de plantear -pues finalmente Lefébure, no está mal e inclusive podemos apreciar este juego- leamos la continuación. Nos explica que no se trata de un “juego natural” y su acento es pesimista: “Es probable que tales deformaciones se hagan cada vez más frecuentes, y que se pronuncien cada vez más las letras inútiles”. Lo mismo que Rousseau y en un contexto semejante, la capital es acusada: “En París ya se dice sept femmes haciendo sonar la t.” ¡Extraño ejemplo! La variación histórica -pues sería necesario detener la historia para proteger la lengua contra la escritura- no hará sino extenderse:

 

“Darmesteter prevé el día en que hasta se pronunciarán las dos letras finales de vingt, verdadera monstruosidad ortográfica. Estas deformaciones fónicas es verdad que pertenecen a la lengua, pero no resultan de su juego natural; se deben a un factor que les es extraño. La lingüística debe someterlas a observación en un compartimiento especial: son casos teratológicos” (p. 82. La bastardilla es nuestra).

 

Se ve que los conceptos de fijeza, de permanencia y de duración, que aquí sirven para pensar las relaciones del habla y la escritura, son muy imprecisos y abiertos a todas las cargas no críticas. Exigirían análisis más atentos y minuciosos. Lo mismo puede decirse de la explicación según  la cual “En la mayoría de los individuos las impresiones visuales son más firmes y durables que las acústicas” (p. 74). Esta explicación de la “usurpación” no sólo es empírica en su forma sino que es problemática en su contenido, se refiere a una metafísica y a una vieja fisiología de las facultades sensibles continuamente desmentida por la ciencia, así como por la experiencia del lenguaje y del cuerpo propio como lenguaje. Imprudentemente hace de la visibilidad el elemento sensible, simple y esencial de la escritura. Principalmente esta explicación, al considerar lo audible como el medio natural en el que la lengua debe naturalmente recortar y articular sus signos instituidos, ejerciendo en él, así, su arbitrio, quita toda posibilidad a cualquier relación natural entre el habla y la escritura en el momento mismo en que la afirma. Confunde las nociones de naturaleza y de institución, de las que se sirve de modo constante, en lugar de rechazarlas deliberadamente, lo que sería sin duda necesario comenzar por hacer. Contradice por último, y en especial, la afirmación capital según la cual “lo esencial de la lengua es extraño al carácter fónico del signo lingüístico” (p. 47). Pronto nos detendremos en esta afirmación, porque en ella se transparenta lo inverso del discurso saussuriano que denuncia las “ilusiones de la escritura”.

¿Qué significan estos límites y estas presuposiciones? Ante todo, que una lingüística no es general mientras defina su afuera y su adentro a partir de modelos lingüísticos determinados; mientras no distinga rigurosamente la esencia y el hecho en sus respectivos grados de generalidad. El sistema de la escritura en general no es exterior al sistema de la lengua en general, salvo si se acepta que la división entre lo exterior y lo interior pasa por el interior de lo interior o en el exterior de lo exterior, hasta el punto de que la inmanencia de la lengua esté esencialmente expuesta a la intervención de fuerzas en apariencia extrañas a su sistema. Por igual razón la escritura en general no es “imagen” o “figuración” de la lengua en general, salvo reconsiderando la naturaleza, la lógica y el funcionamiento de la imagen en el sistema del que se la querría excluir. La escritura no es signo de si, salvo que se dijera, lo que sería profundamente verdadero, de todo signo. Si todo signo remite a un signo, y si “signo de signo” significa escritura, algunas conclusiones, que consideraremos cuando llegue el momento se volverán inevitables. Lo que Saussure veía sin verlo, lo que sabía sin poder tener en cuenta, siguiendo en esto toda la tradición de la metafísica, es que un cierto modelo de escritura se ha impuesto necesaria pero provisionalmente (salvo por la infidelidad de principio, la insuficiencia de hecho y la usurpación permanente), como instrumento y técnica de representación de un sistema de lengua. Y este movimiento, único en su estilo, fue tan profundo que permitió pensar, en la lengua, conceptos como los de signo, técnica, representación, lengua. El sistema de lengua asociado a la escritura fonético-alfabética es aquel en el que se produjo la metafísica logocéntrica que determinó el sentido del ser como presencia. Este logocentrismo, esta época del habla plena, puso siempre entre paréntesis, suspendió, reprimió, por razones esenciales, toda libre reflexión sobre el origen y el rango de la escritura, toda ciencia de la escritura que no fuese tecnología e historia de una técnica, adosadas a una mitología y a una metafórica de la escritura natural. Este logocentrismo es el que, limitando por una mala abstracción el sistema interno de la lengua en general, impide a Saussure y a la mayor parte de sus sucesores[vii] determinar plena y explícitamente lo que tiene por nombre “el objeto a la vez integral y concreto de la lingüística” (p. 49).

Pero inversamente, como decíamos más arriba, es en el momento en que ya no se trata de manera expresa de la escritura, en el momento en que se ha creído cerrar un paréntesis sobre este problema, cuando Saussure libera el campo de una gramatología general. Que no sólo ya no estaría excluida de la lingüística general, sino que la dominaría y la comprendería. Entonces se percibirá que quien era arrojada fuera de las fronteras, la errante proscripta de la lingüística, nunca dejó de obsesionar al lenguaje como su primera y más íntima posibilidad. Entonces se escribe en el discurso saussuriano algo que nunca fue dicho y no es otra cosa que la escritura como origen del lenguaje. Comienza entonces una explicación profunda pero indirecta de la usurpación y las trampas condenadas en el capítulo VI, que trastrocará hasta la forma de la pregunta a la que se respondió demasiado prematuramente.

 Jacques Derrida

uno-dos-tres



* Citamos siempre la versión española de A. Alonso (Ed. Losada, 12ª edición) [N, del T.]

[i] En Diógenes Nº 51, 1965, A. Martinet hace alusión a la “audacia” que “hubiera necesitado” antaño para “considerar el rechazo del término ‘palabra’ en caso de que la demostración hubiera demostrado que no existe posibilidad de dar a ese término una definición universalmente aplicable” ( p. 37 ) . . . “La semiología, tal como lo dejan entrever estudios recientes, no tiene ninguna necesidad de la palabra” (p. 38) . . .“Hace mucho tiempo que gramáticos y lingüistas han caído en la cuenta de que el análisis del enunciado podía proseguirse más allá de la palabra, sin volcarse, por ello, en la fonética, es decir, desembocar en segmentos del discurso, como la sílaba o el fonema, que ya nada tienen que ver con el sentido” ( p. 39 ) . “Tocamos aquí lo que confiere tanta suspicacia a la noción de palabra para todo verdadero lingüista: no se trata simplemente de aceptar las grafías tradicionales sin verificar, previamente, si reproducen con fidelidad la verdadera estructura de la lengua que se considera han de mostrar (p. 45). A. Martinet propone, como conclusión, reemplazar “en la práctica lingüística” la noción de palabra por la de “sintagma”, “Grupo de varios signos mínimos” a los dile denominará “monemas”.

[ii] Extendamos nuestra cita para hacer perceptibles el tono y la falta de naturalidad de estas proposiciones teóricas. Saussure culpa a la escritura: “Otra conclusión es que cuando menos representa la escritura lo que debe representar, tanto más se refuerza la tendencia a tomarla por base; los gramáticos se encarnizan en llamar la atención sobre la forma escrita. Psicológicamente esto se explica muy bien, pero tiene consecuencias molestas. El empleo que se hace en francés de las palabras prononcer y prononciation es una consagración de ese abuso y trastrueca la relación legítima y real que existe entre la escritura y la pronunciación. Cuando se dice que es necesario pronunciar una letra de tal o cual manera, se toma la imagen por el modelo. Para que oi se pueda pronunciar wa, tendría que empezar por existir por sí mismo. En realidad es wa lo que se escribe oi.” En lugar de meditar esta extraña proposición, la posibilidad de semejante texto (es wa lo que se escribe oi) Saussure prosigue: “Para explicar tal extravagancia se añade que en ese caso se trata de una pronunciación excepcional de o y de i; y esto es otra vez una expresión falsa, ya que implica una dependencia de la lengua frente a la forma escrita. Se diría que se permite algo contra la escritura como si el signo gráfico fuese la norma” (pp. 79/80).

[iii] Manuscrito recogido en la Pléiade con el título de Prononciation (T. u, p. 1248). La redacción se ubica alrededor de 1761 (consultar la nota de los editores de la Pléiade). La frase que terminamos de citar es la última del fragmento tal como fue publicado en la Pléiade. La misma no aparece en la edición parcial del mismo grupo de notas realizada por Streckeisen-Moultou, con el titulo de Fragment d’un Essaí sur les langues y Notes détachées sur le même sujet en Oeuvres inédites de J. - J. Rousseau, 1861, p. 295.

[iv] Texto presentado por J. Starobinski en el Mercure de France (febrero de 1964)

[v] En apariencia Rousseau es más prudente en el fragmento sobre la Prononciation: “El análisis del pensamiento se hace mediante el habla, y el análisis del habla mediante la escritura; el habla representa al pensamiento mediante signos convencionales, y la escritura representa de igual modo al habla; de esta manera el arte de escribir sólo es una representación mediata del pensamiento, al menos en cuanto a las lenguas vocales, las únicas que están en uso entre nosotros(p. 1249. La bastardilla es nuestra). Sólo en apariencia, pues si Rousseau no se permite hablar aquí en general de todo sistema, como hace Saussure, las nociones de mediatez y de “lengua vocal” dejan intacto el enigma. Tendremos que volver sobre este aspecto.

[vi] Cf. L’origine de la géométrie.

[vii] “La faz significante de la lengua sólo puede consistir en reglas de acuerdo a las cuales es ordenada la faz fónica del acto del habla.” Troubetzkoy, Principes de phonologie, tr. franc., p. 2. Es en “Fonología y Fonética” de Jakolison y Halle (primera parte de Fundamentos del lenguaje, ed. Ciencia Nueva, Madrid, 1967, p. 7) donde la línea fonologista del proyecto saussuriano se encuentra, parece, más sistemática y rigurosamente defendida, especialmente contra el Punto de vista “algebraico” de Hjelmslev.

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