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Liga Maritima de Chile

REPORTAJE

Pierre Chili

El infeliz
suceso
del primer
buque
construido
en Chile

Especial para la Revista Mar por Pierre Chili.
Diciembre de 1939

 

En la madrugada de un brumoso día de agosto de 1541 avanzaba a caballo, desde Marga-Marga a Concón, don Pedro de Valdivia con una escolta de doce jinetes. Contrariado iba el Capitán General por considerar escaso el oro obtenido en Marga-Marga, reconfortándole la esperanza de que el Cacique Tajalongo cumpliera con su promesa de proporcionárselo en abundancia en Concón, pues necesitaba oro y mucho, no para su fortuna personal, sino para con este ardid atraer a los del Perú a venir a estas tierras de Chile, a lo cual se resistían por la ruin fama dellos. Bien provisto de oro subyugante se trasladaría al Perú, en donde se cercioraría de la efectividad de las inciertas noticias provenientes de los caciques de Copoyapo --Copiapó-- de haber sido asesinado el Gobernador General, don Francisco Pizarro. No era don Pedro de Valdivia hombre de proyectos que quedan en palabras, sino que había ya resuelto la obtención de oro y la construcción de un bajel en Concón para su viaje

A media tarde llegó a una colina, en donde se detuvo para dar descanso a los extenuados caballos y contemplar el atrayente panorama del valle de "Canconcagua" -- Aconcagua --, por el cual se deslizaba plácidamente un río que desembocaba sus aguas en la rada de Concón, abierta al anchuroso océano

--¡Allá diviso el bajel!--exclamó, con entusiasmo, Gregorio de Castañeda, colocándose de visera una mano sobre los ojos.
--Y a la orilla del río van Ruy García y Martín de Ibarrola, que fustigan a una indiada que arrastra unos troncos de árboles--indicó Luis de Toledo, empinado en las estriberas
--A ningún fin bueno, sino que a las sublevaciones, conducen tales malos tratos -- objetó el Capitán General, que espolineó su cabalgadura para luego llegar a Concón, en donde al pie de sus estribos fue recibido por Gonzalo de los Ríos, que le dijo:
-- Se ha trabajado, vuestra merced, de las primeras a las postreras luces, y en dos o tres semanas más estará presto el bajel para echarlo al agua.

En la playa se diseminaban bosqueríos de leños destrozados, de entre los cuales se habían escogido los mejores maderos para las cuadernas y tablazones del barco, que, sostenido por vigorosos puntales, descansaba sobre unos troncos en las márgenes del mar, semejando un corpulento cetáceo con sus costillas al descubierto. Redoblaban los golpes de los mazos con que algunos españoles e indígenas calafateaban al bajel con tiras de cueros de lobos, cuyos restos infestaban el aire con sus mareativas emanaciones, junto con atraer densas bandadas de gaviotas y de petreles que, graznientos y agresivos, volaban en disputa de los desperdicios en la ribera y en las aguas.

Don Pedro de Valdivia se desmontó para inspeccionar el bajel, sobre cuya cubierta carpintereaba Pascual Genovés, que se incorporó para informar al Capitán General:
-- Aquí la fogonadura del papahigos vuestra merced... Acá, la cajonada de la toldilla, que es capaz de contener ocho hombres de pie... Allá, la bodeguilla para los víveres y barriles para la aguada... El papahigos lo traen Ruy García y Martín de Ibarrola, sacado de unos árboles, que por lo duro, semejan al tacoma.

Satisfecho Valdivia del rápido progreso de la construcción, permaneció junto al bajel hasta que las obscuridades nocturnas imposibilitaron la continuación del trabajo, recogiéndose, después de una frugal merienda, a una improvisada cabaña, en la que se recogió a su lecho, no sin antes santiguarse con unción cristiana y lamentarse íntimamente de la ausencia de su doña Inés de Suárez, que le convertía en blandas plumas los duros pellones y cueros de las monturas, sobre las cuales dormía. Un lejano e insistente rumor de agua, que con estruendos opacos se volcaban en la playa, con estremecimientos de arena, era lo único que restaba del afanoso bullicio del día. Adormecido por las cadencias del mar se rindió al sueño el Conquistador de Chile.

A un español que hacía de vigilante en la puerta de la cabaña lo despertaron de su postración somnolente unas sospechosas pisadas de caballo, que más y más se aproximaban.

--¿Quién va? --gritó, con alarma.
--Un emisario del Capitán don Alonso de Monroy, que de Santiago trae un pliego urgente para el señor Capitán General...
--El señor Capitán General está durmiendo...
--Traigo mandato y no una súplica de ser recibido de inmediato, por tratarse de asunto grave.

Al imponerse don Pedro de Valdivia de la carta de Alonso de Monroy, abandonó precipitado su lecho.
--Despertad mi escolta y que ensillen los caballos dellos y el mío, que sin tardanza parto... Se me avisa de una conjuración para me matar, que en Santiago traman unos facinerosos de la parcialidad del Adelantado Almagro, e iré al momento a hacer justicia y duro escarmiento. Si viniere el Cacique Tajalongo, recibidle el oro que me ha ofrecido, pero como no han de pescarse truchas a bragas enjutas, estad bien prevenidos con las vuestras armas prontas...

En las oquedades de la avanzada noche don Pedro de Valdivia y su escolta de jinetes fueron, poco más tarde, un eco tronante que cada vez más se extinguía, camino veloz a Santiago del Nuevo Extremo.

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Fatal fue la partida de Valdivia y de sus doce de escolta para los ochos españoles que quedaron con el bajel, desposeídos de sus ayudas para combatir la secreta conspiración de los indígenas de "Canconcagua" contra los usurpadores extranjeros que ya les tenían colmados con sus inclementes trabajos y peores tratos.

Al subsiguiente día de la partida de Valdivia acudió el Cacique Tajalongo a hacerle entrega a Gonzalo de los Ríos del oro ofrecido al Capitán General.
--En la vivienda que tenéis cercana os haré mejor la entrega...
Confiado Gonzalo de los Ríos, dió vuelta las espaldas para encaminarse a la cabaña, instante que aprovechó el cacique para con otros caer sobre él y arrebatarle la espada, lo que fue señal para de súbito abalanzarse centenares de indígenas contra los desprevenidos españoles, que fueron bárbaramente masacrados a golpes y flechas, con la única y afortunada excepción de dos que "se supieron bien esconder".

Un humo tenue al principio, y después una hoguera de llamas surgió del primer bajel construído en Chile, que pronto se convirtió en polvorientas cenizas...

P. Ch.

Nota.-- Con letras a bastardillas se han escrito palabras y frases textualmente históricas de don Pedro de Valdivia en su carta al Rey Carlos V.


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